EL SINDICALISMO Y EL ANARQUISMO
EL SINDICATO
Dicho simplemente, el Sindicato es el instrumento para la defensa de clase. Harto se comprende, además, que el concepto general de clase, desde nuestro punto de vista, no admite más que una: la sujeta a la ley del salario. Si el concepto general no admite más que una sola clase, se deduce fácilmente que en el Sindicato caben todos los asalariados, con tal que lo sean efectivamente, sin distinción de ideas políticas y confesionales, ya que el Sindicato, de derecho, es el instrumento que se desenvuelve en el plano de las luchas económicas, y es en ese plano de convergencia, común a todos los asalariados, donde resulta posible un estado de convivencia inteligente entre los mismos, por más heterogénea que sea la compasión espiritual e ideológica de la colectividad formada por ellos.
La defensa de clase frente a la burguesía, que como clase aparece siempre compacta en la defensa de sus intereses, sólo puede desarrollarse eficazmente mediante la unión del proletariado en un fuerte bloque de oposición; y esa unión no es realizable en ningún caso por una espontánea coincidencia ideológica y siempre por la correlación de los intereses comunes de clase. Primero son los intereses profesionales y económicos el agente único que determina la unión, y luego es la convivencia la que engendra y realiza la coincidencia ideológica; de donde resulta fatalmente que si el Sindicato, de derecho, no es más que un instrumento que se desenvuelve en el plano de las luchas económicas, por la coincidencia ideológica trasciende de hecho en el orden de la lucha político-social. Todo el problema consiste en una cuestión automática que nada ni nadie puede escamotear.
La burguesía sabe perfectamente que su prosperidad económica y su hegemonía político-social dependen de la miseria del proletariado, y es ahora, en la post-guerra, que se comprueba, como predijeran pensadores y economistas, y muy magistralmente Henry George, que a mayor progreso corresponde mayor miseria. La burguesía fuerza el desenvolvimiento del progreso mecánico, e insuficiente éste para el objetivo social perseguido, busca el complemento en la llamada racionalización de la producción, cosas ambas cuya tendencia directa consiste en provocar la concurrencia de brazos y, por consiguiente, la depreciación de los mismos; es decir, el objetivo social perseguido, de que antes hablamos, es éste: crear una reserva de desocupados con el doble fin de obtener la mano de obra barata y de situar al proletariado en estado de indefensión como clase.
Por otra parte, la concentración de las industrias en trusts o la inteligencia de las mismas sobre la base de los denominados cárteles, tiene por finalidad desterrar la concurrencia en los mercados, esto es, evitar las competencias comerciales, dejando vía libre a la iniciativa capitalista en la valorización de los productos, cuyo resultado no será otro, no es ya otro, que el encarecimiento general del costo de la vida.
De forma, pues, que mientras el progreso mecánico y la racionalización de la producción permite al capitalismo obtener la mano de obra barata y retener al proletariado en estado de indefensión como clase, a la vez, por medio de los trusts y cárteles, consigue la facultad de la iniciativa en la valorización de los productos en el mercado. Si la prosperidad económica y la hegemonía político-social de la burguesía dependen de la miseria del proletariado, es indiscutible que la miseria de éste en la presente fase de la evolución capitalista tiene unas perspectivas desoladoras.
Pero simplifiquemos la cuestión hasta reducirla a términos asequibles a las más sencillas inteligencias, ya que éste y no otro es el objeto. La lucha contra el patronato tiene dos trascendencias, una de carácter puramente económico y otra de orden humano. La primera, y en el mejor de los casos, no pasa de ser una conquista ilusoria; cuando en la segunda hay conquista, ella tiene una tangibilidad positiva, practica, y además trae siempre al proletariado ventajas de orden moral de clase, las cuales colocan a aquel en marcha ascendente hacia su emancipación.
Entendámonos. Cuando el proletariado se lanza a la lucha en pos de una conquista económica, esto es, de un aumento en los salarios, la conquista no es más que una ilusión. La burguesía carga sobre la producción el tanto por ciento equivalente al aumento adquirido por la mano de obra, y la consecuencia es lógica: el proletariado ha visto aumentados sus salarios, pero ha visto a la vez, o casi a la vez, aumentar también el coste de la vida. El fenómeno es consubstancial al sistema económico de la sociedad capitalista, y la expresión del fenómeno es cosa fatal e indeclinable. No pasa lo mismo cuando la conquista representa la reducción de jornada u otra mejora que tienda a la humanización de las condiciones de trabajo, ya que entonces, aunque el patronato no descuida nunca buscar la compensación correspondiente a la mejora o mejoras obtenidas por la mano de obra, y la compensación significa siempre recargar los precios de los productos, el proletariado alcanza una cantidad de libertad y de bienestar físico y moral, mas tangibles y positivos que las conquistas económicas, que en ningún caso, o en pocos casos, representan ventaja alguna.
Pero no hay que analizar el problema desde el punto de vista individual solamente, sino también desde el colectivo. Cuando las jornadas eran de diez o más horas diarias de trabajo, el argumento en que se apoyaba la petición de la jornada de trabajo se basaba en la razón, muy humana, por cierto, de que con ello se facilitaría trabajo a los desocupados. Conseguida la jornada de ocho horas, se ha visto que las legiones de desocupados, lejos de desaparecer o disminuir, han aumentado. Nadie niega que la implantación de la jornada de ocho horas fue seguida de un periodo de tiempo en que los desocupados desaparecieron casi en absoluto, pero puede afirmarse que ese periodo no fue mas que una transición necesaria, durante la cual el patronato organizo las industrias para que el exceso de producción creara de nuevo el problema de los desocupados, hay dos maneras de mantener la miseria del proletariado, tan necesaria a los intereses del capitalismo: la reserva de desocupados y la coerción gubernamental. En el grado de eficacia necesaria, esta solo es posible con intermitencias, y por eso la burguesía pone siempre en primer plano la subsistencia del problema de los sin-trabajo, que en la balanza social es el factor constantemente dispuesto a entrar en competencia y a suplantar a los trabajadores predispuestos a las rebeldías reivindicativas.
No esta el mal en una manifestación externa de la organización capitalista: el mal es mas hondo, ya que el implica la medula del sistema social basado en la explotación del hombre por el hombre. Por este motivo la legislación social reguladora de las relaciones entre el capital y el trabajo, todo el intervencionismo del Estado creando institutos, corporaciones, tribunales arbitrales y demás órganos de fomento de la colaboración de clases, no son más que paliativos para desviar la verdadera y eficaz acción de clase del proletariado.
La solución positiva, pues, esta en la destrucción del sistema capitalista. Sin embargo lo dicho, el Sindicato no puede desdeñar el aplicar una parte de sus actividades a la consecución de me joras económicas, y mucho menos a la consecución de reducciones de jornada. No puede desdeñarlo, por cuanto cada una e sus mejoras responde a anteriores imperativos de los determinismos económicos y de la evolución del progreso mecánico. En cada petición de mejoras económicas, el proletariado muévese determinado por el sentimiento de necesidades económicas apremiantes, y lo mismo ocurre en cualquier otro orden de peticiones. Pero constatemos que aun obteniendo el proletariado los mayores triunfos, su situación económico-social es siempre la misma La ventaja moral, imperceptible a simple vista, está en que, generalmente toda petición de mejoras va seguida de lucha, y esta lucha por las cosas inmediatas es una gimnasia que entrena a las masas para la lucha final, aparte de que cada lucha, mayormente si va seguida del triunfo, es una afirmación de la personalidad y del valor social del proletariado.
Esto es, en síntesis, el Sindicato: afirmación de la personalidad y del valor social del proletariado, lo cual, sin el Sindicato, no tiene forma de expresión sino en contadas individualidades, incapaces por sí solas de manumitir a la Humanidad de su esclavitud económico-político-social, y aun para librar al proletariado de las injusticias y aberraciones del capitalismo y el Estado.
SUPERESTRUCTURA DE LA ORGANIZACIÓN
Por superestructura de la organización no debe entenderse otra cosa que aquella que se expresa no los organismos superiores de orden general, como son la Federación local, la comarcal en determinados casos, y las Confederaciones regional y nacional, las cuales en ningún caso han de ser otra cosa que centros de relación v de estudio de los problemas generales que no solamente afectan a tal o cual sector industrial, sino a todo proletariado, y han de ser, además, los centros adecuados para el concierto de la solidaridad obrera v para las acciones a fondo contra el Estado y el capitalismo. No teniendo olvidado que no existe clase social alguna que descuide la tenencia de un organismo u organismos locales, regionales y nacionales representativos y de defensa de los intereses de clase que les son propios, resulta ocioso insistir en la necesidad que tiene el proletariado, como clase que es, de disponer de organismos generales de carácter local, regional y nacional, que sean el instrumento representativo y de defensa de sus intereses generales de clase. Por eso renunciamos a la exposición teórica del papel de tales organismos para fijar la atención sobre las funciones que les son propias, tanto más necesario el fijarlas cuanto de esas funciones se ha hecho base de las más lamentables confusiones en que las esencias federalistas recibieran tan duro golpe.
La célula de la Federación local, naturalmente, es el Sindicato, como aquélla lo es de la Confederación regional y ésta de la Confederación nacional. Conviene, sin embargo, constatar que en todas las manifestaciones de la vida local, regional y nacional, el Sindicato lo es todo y nada relativamente los órganos federales y confederales, ya que éstos, a lo sumo y en todo caso, no son más que la expresión de la soberanía de aquél. La Federación local es célula, en sus relaciones y pactos con la federación regional, en tanto representa la voluntad de los sindicatos que la integran y valorizan. Lo mismo ocurre con la Confederación, regional, cuya personalidad es reflejo de la voluntad de las Federaciones locales, e igualmente pasa con la Confederación nacional, que no es más que la mandataria de las Confederaciones regionales. Nos hallamos, pues, ante un sistema de relaciones y de actividades basado sobre las esencias del federalismo más depurado, ya que él sigue una trayectoria que va de abajo arriba y de la periferia al centro, es decir, del individuo a la colectividad y de ésta a la supercolectividad, representada por los órganos generales.
Es preciso valernos de los ejemplos. Cada Federación local es un voto uniforme o proporcional en las deliberaciones de la Confederación regional, como cada Confederación regional es igualmente un voto en las de la Confederación nacional. Pero esto ocurre en ausencia de los sindicatos, en los cuales reside todo el poder, por la sencilla razón de que los órganos superiores, con todo y ser llamados superiores, en todas sus actuaciones no son más que representantes mandatarios de los sindicatos. Supongamos que se celebra un Pleno regional, al que por el carácter del mismo y por razones de economía, asisten solamente las Federaciones locales y comarcales, en cuyo caso es lógico que correspondan a éstas las funciones deliberativas. Lo mismo ocurre en los Plenos nacionales, en cuanto a las Confederaciones regionales. Pero supongamos, además, la celebración de un Congreso regional o nacional, a los que asisten directamente los sindicatos, y entonces el derecho deliberativo es privativo de éstos, en manera alguna de los organismos federales, puesto que, en buena doctrina federalista, en ellos no reside más que el derecho informativo.
Digamos que esa regla ha sido la que corrientemente se ha observado en los Plenos y Congresos, y si hablamos de ello ahora es sencillamente para dejar sentado un método de relación. Es en otro orden de cosas donde hay que puntualizar para prever y evitar que se inviertan los términos de los procedimientos, pasando del federalismo al centralismo.
Ninguno de los organismos federales y confederales tiene personalidad alguna en las cuestiones profesionales, por cuanto éstas están exclusivamente subordinadas a los sindicatos y a las federaciones de industria. La industria vidriera, por ejemplo, tiene una suma de problemas profesionales o de otro orden cualquiera que afectan solamente a los vidrieros, y ellos harán lo que mejor convenga a sus intereses profesionales y colectivos.
En el caso en que los vidrieros se lancen a una huelga o tengan necesidad de declarar el boicot a una fábrica de vidrio o a la industria vidriera, es cuando, a condición de que exista previa petición, empieza el derecho de intervención de los organismos federales y confederales de carácter general -no hay que decir que según los casos-, cuya misión consiste en organizar y facilitar la solidaridad de los demás gremios, ya sea en el sentido de ofrecer el apoyo económico y moral en el caso de huelga, ya sea en el de concertar y coordinar los medios que hagan factible y eficaz la realización del boicot. Conviene dejar bien sentado que en cualquiera de ambos casos la intervención de los organismos superiores ha de ser simplemente de colaboración, jamás traducida en funciones directivas.
Por ejemplo, hemos visto a un gremio lanzarse a una huelga no importa por qué motivo o finalidad, y al llegar a trance comprometido, los obreros afectados han recurrido a la solidaridad moral de determinados gremios, los cuales, con un gesto solidario suyo, podían crear una situación de anormalidad social; y en este caso hemos visto demasiadas veces que el comité de la Federación local de la población teatro del conflicto se ha erigido en director del movimiento, hecho contrario a los principios federalistas, ya que lo procedente en estos casos es la designación de un comité ejecutivo compuesto de representantes de los distintos sindicatos afectados por el conflicto.
En esa clase de movimientos, la función del comité federal de la localidad se constriñe a ser centro de relación y de orientación, y si alguna vez ha de actuar como director de un movimiento sindical es en el caso de huelga general -y tampoco es eso indiscutible, por cuanto una serie de razones pueden aconsejar que la dirección del movimiento sea encomendada a un comité ejecutivo-. Pero aun así, el comité federal continúa siendo mandatario por cuanto, precisamente, sus resoluciones deben de ser avaladas por los delegados sindicales, los cuales, a su vez, y en el máximo posible, han de actuar por mandato de sus respectivas asambleas. Y lo que decimos del comité de la Federación local, salvando las respectivas características, es lo mismo que diríamos de los comités confederales de carácter regional y nacional.
La función más fundamental de los organismos superiores está en la realización de las resoluciones de los congresos, cuya labor es siempre de orden general. La evolución económico-industrial del capitalismo y las aspiraciones de evolución político-social del proletariado, aparte otras muchas cuestiones permanentes de justicia y de oposición al Estado, son problemas de interés para todo el proletariado, la atención de los mismos no compete a este o a aquel gremio, sino al proletariado en general por cuyo motivo el único órgano adecuado para constituirse en centro de relación, orientación y consejo con miras a la realización de soluciones es el comité de la Confederación nacional, si los problemas son nacionales o internacionales, y el de la Confederación regional si ellos son regionales, etc.
Es en esas actividades de relación, orientación y consejo donde, según buena doctrina federalista, se sigue una trayectoria del centro a la periferia, ya que en el caso concreto de los problemas nacionales e internacionales, el orden de actividad parte de la Confederación y llega a los sindicatos por el canal de la Confederación regional y la Federación, local. Como para dar una idea general lo dicho es bastante, vamos a resumirlo en breves palabras.
Los organismos superiores, que nosotros calificamos de superestructura de la organización, no son más que lo expuesto: centros de relación, orientación y consejo para el concierto de la solidaridad obrera y de coordinación para los ataques a fondo contra el Estado y el capitalismo.
Pero toda la razón de ser de los organismos superiores y las atribuciones y facultades de los mismos están absolutamente limitadas por la voluntad y el referéndum de los sindicatos.
FINALIDAD DEL SINDICALISMO
La finalidad del Sindicalismo es esencialmente política. Sabemos que la palabra “política" hiere la vista y los oídos de muchos camaradas, y, sin embargo, al decir que la finalidad del Sindicalismo es esencialmente política, hablamos con propiedad.
Decimos política y “no político-social", porque el Sindicalismo tiende a un fin: a la toma de posesión de la tierra, fábricas, talleres, minas v de todos los útiles y medios de producción, transporte y cambio; diríamos político-social “o social" a secas, si fuese el Sindicalismo el llamado a estructurar moral y orgánicamente las formas de convivencia social de la sociedad futura y, por tanto, a trazar el orden de las relaciones económico- industriales en el nuevo estado de cosas creado por la Revolución Social. Pero no es así, por cuanto el llamado a hacerlo es el Anarquismo, no sólo como escuela socialista, sino porque desde el primer momento de producirse el hecho violento de la Revolución, erígese él en cerebro orientador y organizador de ésta.
A ese concepto nos atenemos todos cuando afirmamos que el Sindicalismo es un medio y un fin para el anarquismo y es preciso decir ahora que cuando atribuimos al primero finalidades político-sociales, en lugar de la finalidad política que le es propia, es cuando nos hallamos en la convergencia del Sindicalismo y el Anarquismo en mutuo complemento, que en ningún caso es confusión y sí continuidad. Digamos de una vez que la finalidad del Sindicalismo es la Huelga General, de la que se seguirá la abolición de la propiedad individual para convertirla en común.
En otra parte de este opúsculo hemos ya dejado entrever que sin ese ataque a fondo contra el capitalismo, la suerte del proletariado no tiene solución de continuidad, será siempre esclavo del salario, base de su esclavitud universal.
Replicando a los que calificaban de utópica a la huelga general, Arístides Briand, el prominente gobernante francés, ha dicho en el Congreso General del Partido Socialista de Francia, celebrado en 1899:
¿Decís que es utópica? Pues si persistís en juzgarla así, será preciso que vengáis a declarar que consideráis también como destinada al fracaso toda tentativa para determinar una corriente profunda de solidaridad obrera, debéis decirnos que el movimiento sindical está condenado a no alcanzar jamás su completo desarrollo, que tenéis a los trabajadores por demasiado inconscientes para formar en un momento dado una Confederación general. Pues yo tengo más confianza en ellos y estoy convencido de que, con la ayuda de la propaganda y multiplicándose los sindicatos, adquiriendo cada día una noción más clara de sus intereses y de sus deberes, los trabajadores realizarán la unión. Sí, un día, todos los trabajadores, estrechamente agrupados sobre el terreno sindical, opondrán una fuerza irresistible a ese patronato que no ha esperado a que los trabajadores adquieran consciencia de sus intereses para unificar contra el proletariado.
La nueva táctica, en efecto, no tiene por objeto único y exclusivo servir los intereses puramente económicos, sino que, si llega el caso, puede emplearse con la misma eficacia en la defensa de las libertades políticas que el proletariado considere a justo título como condición definitiva. En este sentido fue votada por primera vez, en el Congreso corporativo de Marsella, en 1892, la organización de la huelga general.
Ahora, cuando hacía entrever la posibilidad de semejante batalla entablada entre el proletariado y el patronato, unos compañeros decían:
¡Eso será la Revolución! 'Pues, sí, yo lo digo también': creo firmemente que la huelga general 'será la Revolución' Pero la Revolución bajo una forma que da a los trabajadores más garantías que las del pasado y en la que les expone menos a las sorpresas, siempre posibles, de las combinaciones exclusivamente políticas.
No es ya una revolución alrededor de falaces fórmulas no se trata va solamente para el pueblo de conquistar la facultad pueril v quimérica de inscribir en el frontón de los monumentos públicos sus derechos a la libertad, a la igualdad y a la fraternidad. Es una revolución de las cosas que al fin permite al hombre pasar del terreno le las palabras al de las realidades. La oposición apasionada, hecha por los hombres más eminentes del partido obrero francés, a la concepción de la huelga general, es tanto menos comprensible cuanto que los marxistas han atribuido siempre a la evolución económica una influencia decisiva sobre la modificación de los medios sociales. ¿No ha fundado principalmente Marx la esperanza de la próxima revolución sobre la situación antagónica que resulta del carácter privado" del modo de apropiación opuesto al carácter social" del modo de producción?
¿Cómo hombres imbuidos de esos principios, como Guesde y Lafargue, han podido juzgar como utópica y falaz la idea de la huelga general, cuya consecuencia es la expropiación de los instrumentos de producción por aquellos mismos que están ya sistemáticamente organizados para hacerlos funcionar? ¿No es verdad, compañeros, que si la Revolución ha le afectar alguna vez al carácter de la lucha de clases, ha de ser ésta?
Realmente la recia argumentación de Briand es de una consistencia a toda prueba. El proletariado conquistara mejoras más o menos importantes se hará la ilusión de que el progreso político-social es un hecho incuestionable, tangible; pero, en realidad, él no habrá salido de la esclavitud económica, que conlleva la esclavitud intelectual, política y social. En general -dice el mismo Briand-, la historia demuestra que el pueblo apenas ha obtenido más que lo que ha tomado o podido tomar él mismo. ¿Qué etapas hay en la marcha de la Humanidad hacia su emancipación que no estén marcadas con sangre? Hasta fuera de los períodos revolucionarios, casi siempre baja la influencia de la amenaza y por efecto de una intimidación han sido sucesivamente consentidas las mejoras populares. Sin la menor intención de negar la influencia de la evolución sobre esos diversos cambios de estado, creo poder afirmar, sin temor de ser desmentido por nadie, que la realización efectiva de los progresos sociales se ha retrasado siempre sobre la evolución misma. Siempre ha sido necesario el golpe decisivo, el esfuerzo supremo, ha revestido la forma francamente revolucionaria, o háyase limitado a la amenaza.
Es una conveniencia el que Briand hable por nosotros. Quisiéramos tener el espacio necesario para hacer que fuera él el que siguiera hablando de lo que nosotros hemos de callar. Subrayemos, pues, que fue en el Congreso corporativo (sindical) de Marsella, en 1892, donde se habló por primera vez de la huelga general y ha sido Briand el que, poniendo todas las esperanzas emancipadoras del género humano en la acción sindical, ha cantado con mayor elocuencia la transformadora grandeza de la huelga general.
En definitiva, si el Sindicalismo Revolucionario es algo positivo, indudablemente el irá a su finalidad: a la huelga general con todas sus consecuencias, a la expropiación de los instrumentos de producción, a la abolición del capitalismo del Estado.
Admitamos en hipótesis que el proletariado está en plena huelga general que ésta ha triunfado completamente.
Después del hecho violento, la labor más urgente e inaplazable es optimizar la producción, no sólo con miras a que la máquina económica sufra el menor quebranto posible, sino también con el fin de asegurar el triunfo de la Revolución; labor que no puede estar encomendada a nadie más que a los Comités de fábrica, taller, etc., los cuales, por tanto, deben ser los llamados a tomar posesión de los respectivos centros de producción y ponerlos en funciones.
Se puede afirmar que con ese paso termina la misión esencialmente revolucionaria del Sindicalismo. Desde ese momento, aunque sin negar la fundamentalidad que siempre tiene en la sociedad lo que es expresión económica de la misma, el Sindicalismo, en tanto que factor importantísimo, deviene en valor secundario. Lo principal es la Comuna, nexo de todos los valores individuales, morales y económicos de la sociedad.
Porque suponiendo que el Sindicalismo es admitido como valor básico, como gerente de la nueva sociedad, en seguida veremos que siendo el Sindicalismo la expresión representativa de una pluralidad de sectores industriales, comprendidos en ellos todos los aspectos de la economía, es de esa pluralidad de donde nace un Considerable peligro para la existencia de la misma sociedad. Hay industrias básicas y las hay secundarias, dependientes unas de otras; las hay también preponderantes en utilidad y extensión sobre otras; y teniendo presente las flaquezas humanas, es admisible que esa superioridad sería base para que lo básico y preponderante tratase de sojuzgar a lo secundario e inferior industrialmente. De ahí la necesidad de un nexo, que no puede ser más que la Comuna, centro en que no solamente convergen las relaciones económicas del agro v la industria, sino que, además, es el representante del interés general de la sociedad.
El peligro es otro aún. Admitamos que la huelga general se realiza en España y que los sindicatos toman las fábricas, talleres, minas, etc., y admitamos, asimismo, que son ellos los que toman a su cargo, no sólo la organización de la producción, sino también la distribución de la misma bajo su exclusiva responsabilidad y conveniencia de cada uno; y admitido esto, admitamos también que la Confederación Nacional del Trabajo se erige en centro de relaciones económico-industriales y en regulador de las condiciones de convivencia social, y en este caso será una democracia económico- industrial- agrícola, nos encontraremos otra vez ante el Estado sin atenuantes de ninguna clase, ya que el Estado, en todo caso, no es más que una máquina administrativa encarnada en nuestra hipótesis por una imprescindible burocracia sindical.
En efecto son hipótesis todas esas figuras; pero, sin embargo de todo, la trayectoria del Sindicalismo está trazada sobre esa serie de hipótesis que, tanto en la forma como en el fondo, son un ataque a la causa de la libertad.
Porque la sociedad futura no será una sociedad de manuales. Lo será de hombres, manuales, unos, e intelectuales, otros, confundidos todos en una sola clase social y si los sindicatos hubieran de ser los gerentes de la producción y de la distribución de los productos, ¿cuál sería en esa sociedad el papel del médico, y el del escritor, y el del artista, en fin, el de todos los obreros de la inteligencia? Si la célula de la sociedad no fuera el individuo, sino el Sindicato, los intelectuales tendrían necesariamente que constituir sus sindicatos o corporaciones, y asusta pensar en el problema que ello crearía, por cuanto, por poco que se analice, nos hallaríamos ante la supervivencia de las clases sociales, ante un problema de castas antagónicas socialmente.
Por eso conviene dejar bien sentado que si la magna y complicada máquina económico-industrial-agrícola de los pueblos hará imprescindible tener a mano el gran medio de los sindicatos, éstos, en la sociedad futura, no deberán ser otra cosa que instrumentos técnico-profesionales para la organización y coordinación de la producción en sus variados aspectos, y siempre un medio al servicio de la colectividad social, cuya expresión ha de ser la Comuna, órgano coordinador del libre acuerdo y del interés general de la sociedad libertaria, cuyos lemas fundamentales, sin distinción de nada ni de nadie que aporte su esfuerzo o su inteligencia al acervo común, son éstos:
De cada uno, según sus fuerzas; a cada uno, según sus necesidades. "Todos para uno y uno para todos"
ROL DEL ANARQUISMO EN EL MOVIMIENTO OBRERO
Para que los peligros que conlleva en sí el Sindicalismo -véase lo dicho en el capítulo anterior- puedan ser evitados es necesariamente preciso que los anarquistas traten en todo momento de proyectar su espiritualidad ideológica sobre el movimiento sindicalista. Ya hemos dicho que el Sindicalismo es una formidable arma de lucha, la materialmente de mayor contundencia para enfrentarse con los enemigos del proletariado pero repetimos que el Sindicalismo no es un fin social ni lo busca concretamente, si no es al calor reflejo de entidades ideológicas ajenas al mismo.
Véase lo que ocurre en Francia, por ejemplo. El partido socialista ejerce su influencia sobre la C. G. T., la ejercen asimismo los comunistas sobre la C. G. T. U., e igualmente la C. G. T. S. R. recibe la influencia de los anarquistas. Es interesante observar que la proyección de esas influencias de las diferentes escuelas ideológicas sobre las centrales sindicales en ningún caso supone confusión de entidades y mucho menos un hecho de absorción. Cada entidad conserva su personalidad mejor o peor definida, en relación a sus intereses específicos y es natural y muy razonable que así sea por cuanto los componentes de la C. G. T. no son, ni de mucho, socialistas todos como tampoco son todos comunistas y anarquistas los componentes de la C. G. T. U. y la C. G. T. S. R., respectivamente. Es incuestionable que entre esas entidades ideológicas y las centrales sindicales hay el vínculo de una estrecha relación y un mutuo reconocimiento que las identifica relativamente, pero nunca existe la intrusión de una entidad en otra, cuyo caso no puede darse sin menoscabo de la personalidad y soberanía de la entidad intervenida materialmente por otra. Y es que en Francia y en casi todos los países del mundo, en cuanto a las relaciones del partido o agrupación ideológica con la colectividad sindical, se distingue la intervención material" de la influencia espiritual.
Hoy, en España, constituye un problema la no distinción de esos dos términos, los cuales, con todo y ser tan distintos, van y consiguen llegar a un mismo fin aunque la desventaja está en aquellos que persiguen conseguir las directivas de la CNT con la material intervención de colectividades ajenas a la misma.
Y no sólo está la desventaja en hacer más largo el camino. Como han dicho Malatesta, Rocker, Fabbri y otros camaradas no menos ilustrados, opiniones compartidas por los dos últimos Congresos de la A. I. T., la confusión del Anarquismo con el Sindicalismo pone al primero en peligro de ser desnaturalizado por las lógicas fluctuaciones a que es sometido el segundo por los determinismos económicos y políticos de la sociedad capitalista, aparte de que, como se ha visto prácticamente, para conseguir un movimiento obrero con finalidad anarquista no es preciso llegar a esa confusión.
Admitamos que la declaración de principios del Congreso del Teatro de la Comedia es insuficiente para definir las actividades de la CNT, como un movimiento obrero con finalidad anarquista v admitamos, además, que en 1923 las actividades confederales representaban un movimiento obrero específicamente anarquista, sin transición alguna entre el Sindicalismo y el Anarquismo. Este, entonces, habríase visto en el trance de optar entre adaptarse al nuevo estado de cosas, hecho absolutamente inadmisible, o desaparecer. Tratándose de un movimiento obrero, la desaparición sólo se concibe de una forma, colectivamente, y la desaparición, en este caso, no solamente hubiese sido del movimiento, sino también del Anarquismo vinculado colectivamente a aquél. No había en 1923 tal movimiento obrero específicamente anarquista, y en el trance de desaparecer algo, aunque relativamente, ha sido el Sindicalismo el que desapareció. El Anarquismo, como escuela y como colectividad, queda en pie, inconmovible, porque él no es movimiento de masas, sino corriente espiritual e ideológica, un valor moral orientador y de impulsión.
Hablemos de las agrupaciones específicas, de los llamados "grupos anarquistas", cuya misión, a juicio nuestro, es tan trascendental en sí misma como necesaria al Sindicalismo.
Las agrupaciones específicas no son selecciones profesionales, es decir, grupos de individuos de una misma profesión sino núcleos de individuos unidos por el nexo de la afinidad en aspectos diversos y del afán de cultura y de formación espiritual para la propaganda y la acción político-social. Cada agrupación específica debe ser la fragua en que se forjen los orientadores de las masas proletarias y los adalides de la transformación fundamental de la sociedad.
Orientar a las masas no lo hace el que quiere, sino quien puede, y adalid de una causa o una acción no lo es cualquiera que tenga arrestos de macho, sino el que, además de esos arrestos administrados conscientemente, tiene cultura, inteligencia y sabe usar de buenas razones para convencer y levantar los entusiasmos por la acción o la causa propugnada. La agrupación específica es lugar de estudio. Los más destacados problemas éticos, económicos, políticos y sociales han de pasar por ella y ser puestos sobre la mesa de disección para su análisis trabar profundo conocimiento con lo analizado y de ello formarse un juicio lo más real y exacto posible, con el fin de que el resultado del estudio sea beneficioso a la causa de la emancipación humana.
Si las agrupaciones específicas son núcleos de individuos de profesiones heterogéneas, en ellas deben debatirse todos los problemas generales y llegar, mediante el acuerdo adoptado libremente, a conclusiones concretas y a proposiciones de orientación orgánica, económica-industrial, sobre cultura y mil temas más que sería prolijo enumerar.
Demos ejemplos precisos. Supongamos que la llamada racionalización del trabajo es el tema puesto a debate en un grupo anarquista, y supongamos que éste tiene el suficiente sentido de ponderación para estudiar el tema en sus principios científicos y en su alcance y consecuencias económico-industriales y de clase; y habida cuenta de todo ello, la conclusión no puede ser menos que una posición con vistas a contrarrestar los efectos de la racionalización del trabajo, tan perniciosos a los intereses económicos, morales y colectivos del proletariado. Esa posición opositora habrá de descansar sobre razones y verdades demostrables, y son esas verdades y razones lo que hay que llevar al seno de las organizaciones sindicales. Ilustrados los individuos componentes de la agrupación específica, cada uno de ellos debe erigirse en preconizador y adalid de esas razones y verdades en su respectivo sindicato, siempre con el propósito de orientar a éste y conducirlo por sendas conformadas a las necesidades de clase y a la finalidad ideológica del Anarquismo.
Más claro aún. La agrupación anarquista es el centro de estudio y el laboratorio donde se labora el cerebro de la nueva Humanidad, cuya lucidez ha de irradiar y proyectarse sobre el alma y el cerebro del pueblo y, por tanto, en las organizaciones sindicales, por la acción propagandista de los individuos componentes de la agrupación. Queremos decir que el individuo toma la luz de la agrupación para llevarla al sindicato o a otros medios colectivos o de reunión, sin que esa función intermedia del individuo haya de significar que la agrupación es una prolongación del sindicato o viceversa, ya que el sindicato y la agrupación específica son dos cosas distintas e independiente y, por ende, inconfundibles.
El individuo anarquista habla con criterio anarquista en el sindicato, en la tertulia y en donde quiera que esté, y es evidente que si ese individuo es culto, inteligente y razonable, su criterio puede tomar proporciones preponderantes y la tertulia y la organización sindical serán atraídas por el criterio anarquista, su apostolado espiritual lo será de captación, con mayor eficacia que si su apostolado lo es de coacción y de imperio en nombre de un ideal, aunque éste sea de máxima libertad.
Lo que necesita el individuo, es que no le falte la agrupación específica donde hallar la fuente de orientación, de inspiración y de impulso para la propaganda.
COMPLEMENTOS DE LA AGRUPACIÓN ESPECÍFICA
Decíamos que lo que necesita el individuo es que no le falte la agrupación específica donde hallar la fuente de orientación, de inspiración y de impulso para la propaganda. Añadimos ahora que ello no basta. Es necesario que el individuo disponga del medio de hacerse", de formar su mentalidad familiarizándose con las más positivas ramas del saber humano, sobre todo con las ciencias económicas y sociales.
Generalmente hablando, puede afirmarse que las agrupaciones específicas de nuestros días -y nuestros días empiezan a contar desde algunos años- tienen más de club carbonario que de aula para el cultivo de las inteligencias. Diríamos que nada tienen de aula y sí mucho de estrechez y puerilidad, pues abandonados los elementos de la cultura, que indudablemente señalan los horizontes permiten abrir otros nuevos, las agrupaciones anarquistas contemporáneas no son más que exponentes de solemnes ingenuidades que nada resuelven ni pueden Sin negar las buenas intenciones y la abnegación de los componentes de esas agrupaciones, forzoso es decir que la generalidad de ellos desconocen las líneas generales del Anarquismo y la misión de los anarquistas. Las ostras no se abren con oraciones y sí con un instrumento incisivo y resistente, pero el que no sabe manejar ese instrumento, corre el riesgo de lesionarse sin conseguir su objeto de abrir las ostras.
Queremos decir que lo más importante que disponer del instrumento lo es el saberlo manejar.
Si a la mayoría de camaradas catalogados como anarquistas se les sometiera a un examen, los problemas sobre que se les preguntara, casi en totalidad, quedarían sin contestar. Saben, sí, que el mundo descansa sobre la injusticia social; pero, histórica y científicamente, desconocen sobre qué descansa la injusticia social. Saben que las víctimas de esa injusticia constituyen la inmensa mayoría de la Humanidad; mas política, económica y sociológicamente, desconocen las bases racionales y prácticas para gestar en esa mayoría la fuerza volitiva de manumisión integral. La causa de ello es una: la falta de cultura. Porque la misma fuerza, si no está regentada por la cultura, raras veces es fuerza.
Generalmente, es impulsión esporádica que se extingue en su propia impotencia. Veamos una de las bases de esa falta de cultura. No son todas, ni mucho menos, las agrupaciones específicas que disponen de bibliotecas que hagan bueno el lema “cultura y acción". No diremos que sean las más las que carecen de ellas. Sin embargo, por pocas que sean, el hecho da una idea del pobre concepto que del Anarquismo se tiene. Pero es preferible dejar esos caricato- anarquistas que en tan pobre concepto tienen el ideario que dicen profesar, ya que no se preocupan de estudiar en los libros la grandeza filosófica y social de su doctrina.
El hecho interesante es otro. Nuestras andanzas por varias regiones españolas nos han puesto delante de muchas bibliotecas de centros obreros, culturales de agrupaciones específicas, y en casi todas ellas hemos observado un mismo defecto capital: la librería era homogénea, o casi homogénea.
Nuestros sociólogos y pensadores, la mayoría de los teorizantes del Anarquismo, figuran en los estantes. Pero sólo por excepción hallaréis en ellos, los nombres de los sociólogos, pensadores y economistas de la acera de enfrente.
Tal vez se trate de un fenómeno de inconsciencia; no obstante, del hecho resulta que se huye del contraste, siendo así que de él brota la luz que ilumina los intelectos. Cualquiera que pretenda cultivarse intelectualmente entregándose exclusivamente al estudio de una escuela determinada, lejos de cultivarse, como puede ser la pretensión, se convertirá en dogmático, quizá en fanático del dogma que le hizo presa. En cambio si además de las doctrinas preferidas se estudian otras doctrinas de oposición a las primeras, no solamente serán éstas tanto más asequibles y asimilables, sino que, por natural añadidura el individuo estará en condiciones normales para comprenderlo todo, de razonar sobre todo, y estará, en fin, sobre el camino de cultivarse real y positivamente. Quien sin dolerle prendas observe imparcialmente el panorama ofrecido por las agrupaciones específicas de España, advertirá en seguida que él es el resultado del defecto que acabamos de señalar.
Para el anarquismo militante español, por no hablar más que de el, no existen las leyes de la evolución sino en un grado muy poco subido. Los aires de renovación que impulsan al individuo a superarse un poco cada día, en proporción a la vertiginosa marcha del progreso universal, no soplan para la generalidad de los anarquistas. Sin pensarlo ni quererlo, ella se empeña, cual crustáceo, en vivir encerrada en su concha de tradiciones.
Objetivamente, los autores anarquistas producen muy poco sobre cuestiones económicas y sobre todos los problemas creados por las modernas manifestaciones del capitalismo industrialista y agrario, en cuyo alrededor giran todos los fenómenos morales y políticos y cuyo todo, puesto en estudio y asimilado conscientemente, provoca grandes inquietudes espirituales y determina nuevas fuerzas y constantes renovaciones de los métodos de lucha. Pero ese defecto de producción, que en parte podría ser subsanado recurriendo a la producción de autores no anarquistas, se agrava tanto más cuanto mayor es la aversión a todo lo que no sean letras anarquistas.
Dudar es el principio de toda “sabiduría", ha dicho Volney, y la generalidad de los anarquistas no sabe o no quiere dudar, y de ahí su anquilosis intelectual. Si supiera dudar, las bibliotecas no tendrían una librería homogénea, sino todo lo contrario, y al lado de los libros de un Reclus y un Kropotkin estarían los de Marx y Saint-Simon, y al lado de los volúmenes de los economistas socialistas -aceptados en su acepción verdadera- estarían los de un Adam Smith y un Henry George. He ahí algo que sería doloroso tener que puntualizarlo más.
Pero conviene consignarlo, porque en su rectificación hallarán las agrupaciones específicas -y las no específicas- un complemento de sí mismas.
Veamos otra de esas bases de nuestra pobreza intelectual.
Los anarquistas del siglo pasado y principios del presente no se contentaban con tener sus agrupaciones específicas. Sus inquietudes precisaban, por lo menos en las grandes poblaciones, de los Centros de Estudios Económicos y Sociales, en los cuales encontraban los elementos necesarios para el cultivo de su espíritu y su intelecto. Y tanto lo conseguían, que grandes mentalidades burguesas de aquellos campos no tenían a menos el medir su cultura y sus talentos con los talentos y la cultura de sencillos obreros manuales, que, en justo homenaje sea dicho, honraban los ideales que decían profesar. Al leer de vez en cuando aquellas edificantes controversias, en que obreros anarquistas defendían elevada y elocuentemente nuestros ideales frente a potencias intelectuales, sentimos la misma emoción que hubiéramos sentido de haber asistido a ellas.
Es preciso retornar a aquellos tiempos en que, intelectualmente y como valores positivos, los anarquistas merecen el respeto y la admiración del adversario; y el deseo de ese retorno conlleva la necesidad de elevar el concepto de la cultura, lo cual, ya que para los proletarios están cerradas las Universidades y vedada la enseñanza superior, puede conseguirse constituyendo instituciones de estudios económicos y sociales y de cultura general, obra iniciada ya en diferentes poblaciones donde los compañeros tienen un alto sentido de la misión del Anarquismo.
Pero adviértase que no basta constituir esos centros culturales para asistir a ellos a oír cursillos de conferencias. En cuestiones culturales es muy conveniente que el sujeto pasivo pase a ser sujeto activo en el mayor grado posible de intensidad. Oír o leer una lección, es algo; pero más interesante que la lección oída o leída, lo es el ejercicio sobre la misma -y pase la vulgaridad, si vulgaridad es repetir la verdad-.
Queremos significar que cualquier problema presentado al estudio, para que éste sea tal, hay que someterlo a juicioso análisis y a no menos comprobación luego.
Es necesario insistir. X viene a nuestro Centro de Estudios Económicos y Sociales a dar una conferencia sobre un tema determinado, por ejemplo, Las bases morales y económicas de la “sociedad futura". Como suele ocurrir, el tema será desarrollado en líneas generales, en forma que el orador pueda dar una “idea", pero no toda la “idea" de la importancia del tema, y como sea que en nuestro Centro, además de la Junta administrativa, hay constituidas diversas comisiones, cada una de ellas en calidad de ponente de una especialidad determinada, la de Sociología es la que tiene por misión recoger las líneas generales expuestas por el conferenciante y emitir una ponencia completando detalladamente lo que diríamos alcance total del tema “desarrollado"; ponencia que probablemente no será perfecta, ni mucho menos, lo que no obstará para que ella sea leída en una asamblea o reunión general del Centro, convocada al efecto, la cual discutirá, enmendará y ampliará el trabajo de la Comisión de Sociología.
Es indudable que ejercicios de tal naturaleza serían tan eficaces en el cultivo de los intelectos, como lo son los ejercicios gimnásticos en la cultura física.
Tenemos la convicción de haber recordado algo provechoso. Por lo menos, ahí expuesto queda lo que entendemos como dos complementos de la agrupación específica, y sería altamente deplorable que los anarquistas españoles continuaran siendo indiferentes a la necesidad de bibliotecas con librerías heterogéneas de carácter universal, y a la no menor necesidad de los centros culturales con actividades como las que hemos esbozado. Verdaderas bibliotecas y lo que no vacilamos en considerar como Universidades obreras.
Es necesario entregarse al contraste, enfrentarse con la luz y ver a través de ella.
MISIÓN UNIVERSAL DE LOS ANARQUISTAS
La misión universal de los anarquistas no consiste en una cuestión dialéctica, más o menos lírica, de crítica exclusivamente demoledora ni consiste tampoco en un vegetar emulando a los topos. Su misión es una cuestión de estudio y de hechos, de cultura y acción, en cuya tarea entran por igual la fuerza demoledora, la fuerza constructiva y el genio creador que lentamente, con fe más creciente cada vez, va levantando el edificio social y futuro sobre los cimientos ruinosos de la sociedad capitalista.
La actual estructura orgánica del Anarquismo militante, la forma de desarrollar éste sus actividades en nuestros días, no destruye nada y construye muchísimo menos. Le sobra de palabras lo que le falta de comprensión y de obras positivas. Le falta tanta autoridad moral e intelectual como le sobra afán de predominio, de absorción, de audacia imperativa.
Salvando las honrosas individualidades que se desenvuelven al margen del Anarquismo militante, es hora de decir que éste, colectivamente considerado, “está por hacer", mejor dicho, que los “anarquistas están por hacer". El anarquista consciente, dinámico, capaz de coadyuvar eficazmente a la transformación de la sociedad, no se hace" en el grupo donde la unilateralidad, la falta de control y de contraste reinan de un modo absoluto. No vamos contra el grupo, pues que él sirve para iniciar al individuo. Buscamos el complemento, el control, la bilateralidad del contraste, que suelen dar una medida exacta a las ideas y a las cosas, y es lo que en todo caso hace al individuo consciente de sus ideas y aspiraciones.
Buscamos el retorno al Centro de Estudios Políticos, Económicos y Sociales.
El Anarquismo no es una doctrina de clase. Es una doctrina de manumisión universal y humana. Al grupo no van hoy más que los proletarios manuales, los que, a lo sumo, tienen un autodidáctico y muy a menudo equivocado concepto de la vida, perdido siempre en un dédalo de dudas e incertidumbres; por el contrario, el Centro de Estudios Políticos, Económicos y Sociales es lugar donde, además de los trabajadores manuales acuden siempre el profesor, el médico, el químico, el escritor, el artista, esto es, las representaciones de las ciencias, la literatura y las artes, las cuales, si por el valor positivo que en sí incluyen tienen el don de la contención, tienen también el don de la irradiación y una fuerza dinámica aleccionadoras, intelectualmente constructivas, que es lo que los anarquistas necesitamos para llegar al grado de conciencia de nuestra misión y para ser algo más que los propulsores de una aspiración ideal de remota realización futura.
Los trabajadores de las profesiones liberales no van al Sindicato porque ellos no están sometidos a la rígida ley del salario. Pero sí lo están a las injustas leves económicas de la sociedad capitalista, de ellas son víctimas, por ellas sienten fuertes sacudidas espirituales y la necesidad de protestar v de sacudirse el yugo de un sistema social que trata a la majestad de la inteligencia, cuando ella no se somete a las rutinas y a los convencionalismos, con el mismo menosprecio que al esfuerzo muscular. El Anarquismo militante ha de ofrecer lugar de acogimiento a esos trabajadores intelectuales descontentos del sistema social presente, y debe hacerlo, no brindándole como una protección, sino reconociéndoles su propio valor, llamándolos como mentores de los que tienen o tenemos muchísimo que aprender, pero a los cuales nosotros, aun reconociéndonos inferiores, debemos estar prestos a discutir. El lugar de acogimiento adecuado son los centros de cultura, esto es, el Centro de Estudios Políticos, Económicos y Sociales. En él, los trabajadores intelectuales deben constituir el profesorado, sin otra autoridad que la derivada de la propia valía moral e intelectual, mientras los manuales deben ser los alumnos, pero alumnos intransigentes con la duda, dispuestos a la controversia con los profesores, alumnos afanosos de entrar en el fondo de cada una de las ramas de las ciencias y del saber humano. De eso hemos hablado ya anteriormente, y sólo nos resta precisar con algún ejemplo. Por lo común, el atraso intelectual del anarquismo militante se evidencia, por ejemplo, en la confusión de los términos “marxismo" y “marxista".
Se habla con ironía y con harto menosprecio del marxismo, y el gesto en sí no prueba otra cosa que el profundo desconocimiento de la importancia y trascendencia de la escuela económica del filósofo alemán. Es tan honda la crítica que Marx ha hecho de la sociedad capitalista; es tan fundamental su concepción del materialismo histórico, que, al ser ésta erigida a sistema, el mismo Bakunin, enemigo mortal de Marx, tuvo que reconocer v aplaudir la obra de éste como economista y filósofo.
Ciertamente que la ironía y el menosprecio por el marxismo descansan sobre el desconocimiento o la incomprensión de la obra escrita de Marx; y, sea desconocimiento o sea incomprensión, esto nos prueba la unilateralidad intelectual de la generalidad de los anarquistas. Porque son muchos los que por pereza desconocen esa obra, en la que Carlos Marx aparece con su triple personalidad de político, filósofo y economista, y es bajo cada una de esas tres facetas, a cual más destacada, que se debe juzgar la personalidad del rival de Bakunin. Los anarquistas discreparemos en absoluto del Marx político, no estaremos muchas veces conformes con la filosofía marxista, pero es tan real y evidente la concepción del proceso del materialismo histórico, del que el autor de El Capital hizo un sistema, que por fuerza hemos de rendirnos a la evidencia y reconocer al genial economista.
¿Y por qué no decir algo más de lo que pensamos? Creemos estar seguros de que un gran contingente de anarquistas desconoce El Capital, la obra cumbre de Marx, y creemos, además, estar seguros de que la mayoría de ese contingente cambiaría radicalmente su fobia por una admiración sincera a la obra del economista Marx, si esa mayoría venciera su pereza o su prejuicio y estudiara v se asimilara las grandes enseñanzas que se desprenden de los XXIX capítulos de El Capital. Nosotros hemos tenido ocasión de constatar en muchos anarquistas cómo confunden lamentablemente el dinero con el capital, y hemos comprobado que otros conocedores de que el capital no es precisamente dinero, sino trabajo acumulado, no sabían explicar satisfactoriamente qué es trabajo acumulado qué supervalía en sus diversos aspectos, como tampoco han explicado, ni siquiera elementalmente, cómo se verifica el proceso de la acumulación capitalista.
Y sin embargo, todo eso y mucho más que se halla en El Capital, son materias cuya conocimiento es elemental para los que se reclaman militantes en la magna lucha económico-político-social. Y como no todos los elementos de economía hay que ir a buscarlos en la obra económica de Marx, la investigación de esa materia, que constituye el problema matriz de la sociedad humana, lleva indefectiblemente al conocimiento de que otros hombres anteriores a Marx hablaron de Europa y América de todos los fenómenos de la Economía y de la relación de ésta con todos los problemas individuales y colectivos de la sociedad capitalista y de todos los sistemas sociales por haber, sin hablar de los habidos; y se llega a la conclusión, no desmentida por el propio Marx, de que a éste no le corresponde más gloria que el haber recogido todos esos fenómenos de la Economía, relacionarlos científicamente entre sí y hacer de todo ello una doctrina económica tan precisa como admirable.
Pero insistamos sobre el falso concepto que se tiene del marxismo.
Veamos lo que ocurre en las Universidades burguesas -por ahora no hay otras-. En los programas de las asignaturas de Economía Política, que sepamos, no se excluye el estudio del marxismo, y ello nos prueba dos cosas: que el marxismo es un valor básico como escuela económica y que el estudio del marxismo no obliga en manera alguna a profesarlo como ideario político- social. Nos hallamos, pues, con que la burguesía, consciente del deber de documentarse, estudia el marxismo, sin que a nadie pueda ocurrírsele que ella deviene marxista; lo contrario de lo que ocurre entre los anarquistas, generalmente considerados, pues éstos se lanzan al “adjetivo de marxista" como el peor de los insultos al que se atreve a valorizar justamente al marxismo como escuela económica, mejor dicho, como doctrina económica.
El libre examen, la búsqueda del pro y el contra para formar el contraste de valores, la cultura bilateral, nada de eso importa. Enemigos doctrinarios de Marx, nada ha de importarnos la doctrina de éste. Desconocerla es un deber", parece que dicen algunos anarquistas. Y menos mal si el círculo de hierro se levantara sólo para la obra de Marx -hemos hablado de éste tomándolo como ejemplo-. Si se exceptúa a los literatos, el círculo se levanta contra todos los filósofos, sociólogos y economistas de enfrente. Así yace nuestro movimiento sin nervio, de espaldas a las realidades, avanzando y retornando a su punto de partida, sin trascendencia en el mundo de las realizaciones positivas.
El Centro de Estudios Políticos, Económicos y Sociales, por otra parte, puede y debe ser la base de organización del Anarquismo militante.
Una institución cultural de esta naturaleza en Barcelona, por ejemplo, en la cual se acogiera a los trabajadores intelectuales de espíritu inquieto y por cuya tribuna desfilaran las notabilidades del saber humano, muy pronto formaría pléyades de jóvenes capacitados para enfrentarse con los más destacados problemas de la vida colectiva. La bondad de sus resultados podría traducirse en la constitución de nuevas instituciones análogas en otras barriadas y en otras ciudades y poblaciones de la provincia, de lo cual podría resultar asimismo la Federación provincial de Centros de Cultura, cuya misión podría consistir en el intercambio de valores o en el concierto para la organización de las actividades culturales, como también en dar unidad a las iniciativas y al movimiento cultural. El ejemplo motivaría, sin duda alguna, el que el resto de la región, y aun las demás regiones de España, siguieran el mismo camino, con lo que se conseguiría haber dado una forma positiva a la organización y al movimiento del Anarquismo.
Las posibilidades económicas de los Centros de cultura, reforzadas con las aportaciones y la colaboración de las organizaciones sindicales y cooperativistas, indudablemente podrían ser la base para la creación y sostenimiento de buen número de escuelas racionalistas, y del éxito de nuestros esfuerzos individuales y colectivos dependería la posibilidad de crear y sostener asimismo escuelas técnico-profesionales. Un movimiento así articulado pondría a nuestro alcance los resultados siguientes:
a) La escuela primaria, con la que libraríamos a los hijos del proletariado de los perniciosos efectos morales y espirituales de la escuela confesional y burguesa.
b) La enseñanza superior, de la que nos vemos privados los trabajadores a causa de las propias condiciones de existencia hijas de un propósito sistemático de la sociedad capitalista.
c) Acceso a los conocimientos técnico-profesionales desde el punto de vista científico, lo que, en plazo breve, pondría a la clase obrera sobre el dominio de los diversos factores relativos a la industria y la agricultura, en tanto que, asimismo la pondría en condiciones de organizar y dirigir técnicamente el mundo de la producción; y
d) La personalidad colectiva del Anarquismo militante y lo que es más, la expresión de esta personalidad por una generación de jóvenes cultos, altamente capacitados para pensar con su valía moral e intelectual sobre los problemas del presente y para acelerar el proceso de la revolución político-social de España, por no hablar más que del país en que vivimos.
Colocados sobre esta base, el movimiento del Anarquismo militante retornaría al esplendor teórico del pretérito, se revalorizaría con las aportaciones experimentales del presente, llegaría a la comprensión de que no hay problemas del que él deba estar ausente, la comprensión de estos mismos problemas lo pondría en el deber de obrar permanentemente sobre ellos y estaría, en fin, en condiciones de ser el cerebro y la dínamo de la conciencia colectiva del proletariado.
El Anarquismo militante no seria todo sentimiento, más sensiblería que sentimiento. Seria todo doctrina comprendida, dominio de las realidades históricas y acción articulada y consciente.