A menos que la sociedad se inmole en una catástrofe nuclear, nos espera
una era marcada por una novedad de tal impacto que puede constituir la
transformación más radical vivida por la humanidad desde la
revolución industrial, o mejor dicho, tal vez desde cuando nuestros
antepasados iniciaron la agricultura, milenios de años atrás.
Es cierto: no estoy exagerando la dimensión y la importancia de este
cambio, más bien lo estoy subvalorando. Ya estamos experimentando los
primeros efectos, con el descubrimiento de los secretos" de la materia
(nuclear) y de los secretos" de la vida (ingeniería genética),
de consecuencias incalculables, bombas de hidrógeno, y de neutrones,
misiles inteligentes" que pueden ser conducidos en la espalda y lanzados por
un solo hombre, y en fin, estaciones espaciales, vehículos aéreos
que vuelan a velocidades muy superiores a la del sonido, submarinos dotados de
armas nucleares que pueden permancer sumergidos por períodos de tiempo
casi ilimitados, y un armamento terrestre de armas automáticas, medios
acorazados polivalentes, potente artillería, mortales toxinas
biológicas y químicas, centros de mando superelectronizados, y,
aún más, técnicas avanzadísimas de vigilancia desde
los satélites que pueden fotografiar a un individuo desde centenares de
kilómetros por encima de él, hasta los micrófonos
direccionales que pueden captar una conversación a metros de distancia a
través de una ventana cerrada... Todos estos medios de control y de
destrucción son tan sólo los heraldos de una técnica que
será considerada primitiva dentro de una o dos generaciones. Son
asimismo la prueba de que el orden social existente carece incluso de los
más mínimos rudimentos necesarios en cuanto a sensibili dad moral
para hacer frente a cualquier gran descubrimiento en el campo científico
y técnico.
Se puede afirmar, con una seguridad confirmada por una mole de pruebas
realizadas, que el capitalismo, inevitablemente, por su propia naturaleza,
utilizará cada progreso" técnico con objetivos autoritarios y
destructivos. Y cuando digo destructivos, no me refiero sólo al destino
de la humanidad, sino también a ese mundo natural del cual dependen para
su sobrevivencia todas las especies en su conjunto: no existe ninguna
diferencia sustancial, en este sentido, tanto si se habla de bombas o de
antibióticos, de gas nervioso o de sustancias químicas para la
agricultura, de radar o de comunicaciones telefónicas. Las ventajas que
la humanidad puede espigar del progreso técnico son tan sólo
migajas caídas de un orgiástico banquete de destrucción
que en este solo siglo ha sacrificado más víctimas que en
cualquier otro período histórico. La tan alabada sensibilidad
hacia los valores de la vida humana, de la libertad individual, de la
integridad personal es irrisoria ante el recuerdo de Auschwitz o Hiroshima.
Ningún sistema social ha ofendido todo elevado concepto de
civilización más brutalmente que el nuestro, que tan devotamente
habla de libertad, de igualdad y de felicidad: palabras que son hoy sólo
un camuflaje para la tradicional fe" en el progreso" y en el continuo ascenso
de la civilización".
Lo que más me preocupa en este asunto no son los cambios técnicos
que abiertamente amenazan nuestra sobrevivencia y la del planeta. Lo que me
preocupa profundamente son las singulares condiciones a las cuales podremos
sobrevivir" tras nuestra capacidad de destruir a nuestra propia especie. Me
refiero a las nuevas aplicaciones de los descubrimientos científicos y
técnicos en el campo de la industria y de la información que
pueden determinar mutaciones radicales en las relaciones sociales y en la
estructura del carácter, mutaciones capaces de minar nuestra voluntad de
resistencia a la dominación. Atención: ya hemos sido cambiados,
social y psicológicamente, desde fines del segundo conflicto mundial,
durante el cual la ciencia fue aplicada sistemáticamente a la guerra, a
la industria y al control social en una medida sin precedentes en la historia.
He destacado el término sistemáticamente" con toda
intención. La tecnología militar en la primera guerra mundial, en
cuanto a mortandad, era todavía primitiva, no sólo en su potencia
homicida (la guerra de trincheras era por lo menos limitada
geográficamente y dejaba gran parte de la población civil al
margen de portar armas), sino tambien por su carácter ad hoc. El
desarrollo de los armamentos dependía de ocasionales inventivas, no de
elaborados programas de aplicación de los principios físicos y
del know how (saber cómo) ingenieril al arte de la destrucción de
masas.
Por su parte, la segunda guerra mundial cambió radicalmente ese modo
simple de usar la ciencia a fines militares. E1 proyecto Manhattan", que
produjo la primera bomba atómica, consistió en la
movilización masiva y conscientemente planificada de los mejores
cerebros físicos y matemáticos disponibles, para producir una
sola arma: algo similar a la movilización de masas de la
población total para sostener el esfuerzo bélico". Los
científicos participaron también en decisiones militares
importantísimas como cuando J. Robert Oppenheimer, que era el jefe del
Proyecto", le dio al ministro norteamericano de la guerra los datos decisivos
para el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki.
Hoy, este uso de la ciencia y de la ingeniería para el desarrollo de los
arrnarnentos no está vinculado por el mismo escrúpulo de
moralidad e integridad científica. Si sobreviviéramos" a la
ilimitada potencia de la ciencia en términos de destrucción en
masa, no hay nada que pueda impedir a los Estados y a sus ejércitos el
invadir el espacio con los más letales sistemas de aniquilación
humana y de invadir las mentes con técnica informática y
métodos de condicionamiento que hacen palidecer cualquier cosa que se
pueda leer en el 1984 de Orwell.
Otra cosa, asimismo preocupante, es que en los Estados Unidos, en Japón
y en parte de Europa estamos asistiendo a cambios industriales que son no menos
radicales que aquellos militares a que he aludido, cambios que predije veinte
años atrás en Hacia una tecnología liberadora y que
ingenuamente esperaba fueran al servicio de la liberación humana,
mientras, por lo contrario, sirven en la actualidad al orden existente para
alimentar el dominio del hombre sobre el hombre.
Me refiero a una amplia reestructuración de toda la economía
sobre bases electrónicas, a un género de revolución
industrial del todo nueva que amenaza con sustituir el mismo aparato sensorial
humano con aparatos mecánicos electrónicamente guiados. Se debe
tener en cuenta que estamos apenas en los primeros pasos de una serie de
progresos" técnicos que convertirán en obsoleta tanto a la
fábrica y a la oficina, como a la hacienda agrícola tradicional,
que alimentarán la centralización política y
potenciarán el control policíaco, para no hablar del
condicionamiento dirigido hacia los medios masivos de la mente y del
espíritu, que alcanzará niveles inimaginables. La línea de
montaje, que es tal vez la más relevante innovación industrial de
la época entre las dos guerras mundiales, podía ser asociada al
nombre de un emprendedor con inventiva como Henry Ford, o antes que él,
con un Ely Whitney. Del mismo modo, la revolución en el ámbito de
la comunicación, del transporte aéreo, de la iluminación
eléctrica, del cinematógrafo, del telégrafo, de la radio
eran asociados a sólo nombres personales. Hertz, Bell, los hermanos
Wright, Edison, etcétera. Hoy los inventos técnicos son
prácticamente anónimos. Al igual que el Proyecto Manhattan",
ellos son el resultado del trabajo colectivo y sistemático de brigadas"
de investigadores del ejército o de las grandes empresas, que pueden
producir a voluntad todo cuanto sea razonablemente necesario. No existen, por
tanto, límites intrínsecos, en términos amplios, a no
importa que sistema o aparato para conseguir -o casi- cualquier fin. La palabra
invención" ha perdido su significado tradicional de acto personal
inspirado para descubrir o crear. No es un individuo, con sus escrúpulos
morales o con su sentido del bien público, que da su contribución
a la innovación tecnológica. Los Henry Ford y los Thomas Edison
(a pesar de todas las connotaciones negativas con las que justamente se les
asocia) han dejado el puesto al Pentágono, a la General Dynamics, a la
General Motors y a todas las demás entidades y empresas que se hallan al
abrigo del riesgo de consideraciones éticas y sociales en el anonimato
de su actuar y en la impersonalidad de su trabajo en brigadas".
Debemos tener en cuenta que estos cambios tecnológicos-y el modo como se
han operado-señalan el fin de toda la historia anterior a la segunda
guerra mundial, de esa historia en que se basa tanta parte de nuestra
teoría. E1 sindicalismo ha compartido con el marxismo la firme
convicción de que el proletariado industrial era el sujeto
histórico" para el derrocamiento revolucionario del capitalismo. Aunque
hace tiempo que he abandonado tal creencia, por razones tanto teóricas
como prácticas, encuentro más bien irónico que esta
cuestión se halle destinada a perder bien pronto su relevancia, para no
hablar de su validez, desde el momento que el proletariado en cuanto tal
está declinando en consistencia y en importancia estratégica.
Contrariamente a la expectativa sindicalista y marxista, el proletariado va
declinando históricamente junto con el sistema de fábrica y con
la tecnología tradicional que le dieron origen como clase. Y no se
cambian sustancialmente los términos del problema ampliando las
definiciones del término proletariado" hasta incluir los cuellos
blancos" e incluso los empleados estatales: aunque para éstos se perfila
una drástica reducción numérica. En los Estados Unidos,
que deben asimismo emprender seriamente su reconversión industrial",
los cuellos azules" han descendido de un veinticinco por ciento a un quince
por ciento de la fuerza laboral: declinación que previsiblemente
proseguirá hasta que la clase obrera tradicional sea reducida a una
exigua porción de la población.
Ya ahora, todavía, ni los cuellos blancos" ni los cuellos azules"
muestran aquel arrojo, aquella vitalidad característica del proletariado
clásico de la época precedente a las dos guerras mundiales. Es,
además, interesante desde un punto de vista teorético,
preguntarse si una clase obrera de herencia industrial, como aquella alemana de
los primeros veinte años de este siglo, fue alguna vez revolucionaria,
en comparación a una reciente clase obrera de cuño
agrícola, como la española y la rusa, que vivieron la dolorosa
transición de un mundo rural a uno industrial, con todos los
sufrimientos psicológicos y culturales conexos con una drástica
readaptación a modelos de vida altamente racionalizados y
mecanizados.
La evolución de las clases
La propia historia está emitiendo todavía una sentencia que tiene
más contenido existencial que cualquier teoría. Hasta para los
programadores de computadoras -para no hablar de los perforadores de tarjetas
mecanográficas, de los empleados de tercera y de los pequeños
burócratas-se delinea una declinación en términos
numéricos y en relevancia social, a consecuencia de la
introducción de las conocidas como computadoras inteligentes", cuyo
ulterior desarrollo a niveles de increíbles sofisticaciones es
sólo cuestión de tiempo. Todo movimiento radical que base su
teoría de cambio social sobre un proletariado revolucionario -compuesto
solo de obreros o de obreros y empleados-vive en un mundo que se va, en el
supuesto caso que haya existido, con la desaparición de los oficios y de
los trabajos de raíz campesina de la Europa latina y eslava del siglo
pasado.
Se me permitirá destacar que no estoy diciendo lo que digo para
disminuir la importancia de ganar el apoyo de la clase laboral para un proyecto
de emancipación humana, ni intento denigrar los esfuerzos en este
sentido de los sindicalistas. Hoy en día un proyecto liberador que le
falte el apoyo de la clase trabajadora está destinado probablemente al
fracaso: los cuellos azules", y aún más si se unen a los
cuellos blancos", representan todavía una considerable fuerza
económica. Pero, en cuanto a eso, también un proyecto liberador
que no logre atraerse a su lado a los jóvenes que componen los
ejércitos de todo el mundo está asimismo destinado al fracaso.
En los parámetros temporales que definen la unidad de nuestra
época, el proyecto liberador se encuentra frente a los problemas
típicos de un período de transición: la exigencia de
trabajar con aquellos estratos sociales en declinación que constituyen
todavía elementos decisivos de mutación social; la exigencia de
trabajar con estratos sociales emergentes que están
convirtiéndose en factores decisivos del cambio social, como por ejemplo
los técnicos y los profesionales altamente calificados; la exigencia de
trabajar con los oprimidos de siempre, que siempre serán decisivos
elementos potenciales de cambio social, como las mujeres y las minorías
étnicas; la exigencia de trabajar con los denominados grupos
marginales", categorías socialmente no bien definidas, que pueden
volverse elementos decisivos para el cambio social, como la inteligenCia
radical, que ha jugado un papel estratégico en todas las situaciones
revolucionarias, y los individuos que escogen estilos y normas de vida cultural
y sexual no ortodoxos.
El tiempo, enemigo
Pero el tiempo no juega a nuestro favor. Es muy probable que, si no nos
volvemos hacia aquella capacidad de penetración intelectual, hacia
aquella praxis y a aquellas formas de organización adecuadas a los
problemas que hemos de enfrentar, el tiempo trabajará contra nosotros.
La innovación tecnológica está avanzando a una velocidad
que supera todo visible cambio en la esfera social y en la política.
Antes o después, lo social y lo político deberán ser
radicalmente sincronizados con lo tecnológico, de otro modo se abren en
el sistema fisuras inmensas que harían palidecer la era fascista de los
años veinte y treinta comparadas a lo que nos espera. El 1984 de Orwell
es simple, no porque describe una sociedad completamente totalitaria, sino
porque no prevé ese enorme instrumental tecnológico que hubiera
hecho de Oceanía un mundo todavía más deprimente. Para
comprender plenamente el alcance de la vuelta que puede tomar la sociedad,
deberemos ver qué cosa espera el capitalismo, así como ver que
cosa nos espera.
En primer lugar, el capitalismo debe reestructurar drásticamente su
sistema político para hacerlo congruente con la evolución
económica y técnica en activo. La democracia burguesa", o sea
las instituciones surgidas de las revoluciones inglesa, americana y francesa,
son absolutamente inapropiadas en un mundo cibernético, altamente
racionalizado y dominado por las grandes empresas. La dimensión
utópica de esas revoluciones, que indujo a Kropotkin a escribir su
famosa La gran revolución, aún pone un límite al uso
interno del poder político y militar.
E1 reciente retiro de los marines norteamericanos del Líbano, por las
presiones de la opinión pública nacional, es un ejemplo casi
banal. Reagan y sus acólitos hubieran querido tener manos libres en el
asunto libanés, así como Johnson lo hubiera deseado para Vietnam.
En ambas ocasiones debieron echar marcha atrás a consecuencia de una ola
creciente de críticas por parte del público y del Congreso,
críticas que fueron posibles gracias a la estructura política
republicana de los Estados Unidos. Esa estructura es a su vez el producto de
una revolución popular y en gran parte rural que dos siglos atrás
dio al pueblo norteamericano una Carta de los Derechos y un cuadro
institucional basado en la separación del poder ejecutivo del
legislativo y del judicial. Es fácil destacar como esta estructura fue
más libertaria en sus origenes que ahora y que en los útimos
tiempos se ha hecho más centralizada, pero lo que más cuenta, en
este caso, es el hecho de que es todavía demasiado libertaria para los
problemas que el capitalismo debe afrontar en el futuro y éste
tratará de modificarla drásticamente para evitar que esos
problemas produzcan difusos y peligrosos fermentos sociales.
¿A qué problemas aludo? Presumiblemente la tecnología
cibernética, que se halla apenas en su infancia, convertirá en
económicamente superflua a la mayoría de los norteamericanos que
hoy trabajan. No estoy haciendo retórica. Cada decenio lleva en
sí profundos cambios técnicos que van haciendo inútiles"
casi todo tipo de trabajo tradicional. Prácticamente toda
operación conexa con la materia prima, con la manufactura, con los
servicios, puede ser desarrollada, esencialmente, por aparatos
cibernéticos, y, Si se prosigue la lógica del capitalismo, esta
sustitución será una realidad. Aunque algunos millones de
personas queden todavía de alguna manera implicadas en estas
operaciones, ellas constituirán los márgenes" de la
economía, no su núcleo. Debemos enfrentarnos al hecho de que es
posible una tan imponente sustitución del trabajo humano, asi como que
es inevitable si el capitalismo sigue su curso. Ignorar esa posibilidad
significa meter la cabeza bajo tierra como la proverbial avestruz... hasta que
nos hayan arrancado todas las plumas, una tras otra.
¿Qué cosa significa existencialmente esa ilimitada
revolución tecnológica?. Significa que el capitalismo
deberá afrontar el problema de los innumerables millones de personsas
que, desde el punto de vista burgués, no contarán con
ningún puesto en la sociedad. Nadie de nosotros, militantes de los
años treinta, se había imaginado como posible la solución
final" de Hitler para los hebreos y sus planes demográficos para
exterminar gradualmente millones de eslavos de las regiones orientales,
destinadas a ser recolonizadas por poblaciones de lengua alemana. Sin embargo,
Auschwitz se convirtió en el testimonio terrorífico de la
realización de lo que parecía fantasioso". Ningún
movimiento radical -socialista, anarquista o sindicalista-hubiera podido
jamás prever tal desenvolvimiento en una nación evidentemente
civilizada de Europa. Y todos aquellos de nosotros que recordamos aquel tiempo
debemos admitir que salimos de la guerra como de un infierno, totalmente
trastornados por sus horrores.
Hoy y en los años por venir, ese mismo capitalismo que ha producido un
Hitler es seguramente capaz de producir instituciones que acaben con la
población superflua, sin importar cuán numerosa y recalcitrante
pueda ser. ¿Padeceremos cualquiera otra estrategia genocida similar a la
de Hitler? No excluyamos demasiado fácilmente una solución" que
ya ha sido dada en el pasado. Los métodos pueden ser más
indirectos, como los actuales sistemas chinos de control demográfico" o
el escandaloso sistema de estirilización forzada impuesto por Indira
Gandhi. O puede presentarse una solución de tipo parasitario, como el
sistema de la Roma clásica, que transformó una buena parte de los
ciudadanos de la República en inutiles consumidores. No lo sé. Y
por fortuna el peso de mis años tal vez me permita no llegarlo a
saber.
Lo que sí sé es que la democracia burguesa" se percibe ya como
anacrónica para los sectores más avanzados" de la
burguesía. Sé que viene dándose la máxima prioridad
para una modificación gradual de su estructura institucional, pieza tras
pieza. Por ejemplo, tan sólo el voto de dos estados de la Unión
preserva hoy a los Estados Unidos de una Asamblea constituyente, la primera
desde aquella de 1787, y es un detalle escalofriante para cualquiera que crea
en las libertades civiles. Por otra parte, se han presentado enmiendas para
extender el mandato presidencial de cuatro a seis años. La
reestructuración del Estado democrático burgués"
está a la orden del día en casi todos los países
industrializados del mundo. Lo único que detiene al capitalismo para la
totalitarización completa de esos países es el enorme peso de las
tradiciones que, en todas las partes del Occidente, frustra al poder ejecutivo,
y en particular la tradición libertaria de los Estados Unidos, con su
énfasis sobre los derechos individuales, sobre la autonomía,
sobre el control local, sobre el federalismo. Además, también los
cotidianos conflictos internos en el seno de la propia burguesía tienden
por ahora-pero sólo temporalmente-a contrabalancear esta tendencia
ultraautoritaria. Cómo debemos conducirnos-en cuanto anarquistas-ante
tales tensiones, es un gravísimo problema que no se puede dejar de lado
con respuestas más apropiadas para una economía industrial
tradicional y un movimiento obrero vital que para una inminente economía
cibernética con unos perfiles de clase menos definidos.
La omnipresencia del Estado
En segundo lugar, el Estado se ha convertido en algo omnipresente como
jamás lo había sido con anterioridad. Asistimos a su crecimiento
en forma tal que jamás hubieramos podido imaginar en épocas
precedentes, mucho más simples. Es cierto, se puede pensar en los
grandes despotismos del mundo antiguo como ejemplos de formas estatales
más despiadadas, tales como el despotismo asiático estudiado por
Karl Wittfogel y otros historiadores. Pero raramente el Estado ha tenido este
carácter de omnipresencia, ese carácter típico de
condición humana que tiene hoy y que todavía amenaza con serlo
más en el futuro. Kropotkin, atinadamente, destacaba que por más
tiránicos que fueran los Estados coexistían con un mundo
subterráneo" de villas, ciudades, barrios urbanos, para no mencionar
diferentes asociaciones y corporaciones que eran impugnables a la
invasión gubernativa. Todavía en los años treinta, en los
Estados Unidos podía uno, tras su trabajo, retirarse del mundo
industrial y acogerse en una sociedad preindustrial, doméstica y
comunitaria, en la cual el individuo podía preservar su humanidad. A
pesar de todos sus defectos patriarcales y de patrioterismo, ese mundo
preindustrial excesivamente individualizado era profundamente social. Era el
mundo de la extensa familia en la que varias generaciones vivían juntas
o en íntimo contacto una con otra, preservando la cultura y las
tradiciones de un espacio no burgués. Era el mundo de la patria chica,
de la pequeña patria": la villa, la ciudad, el barrio, donde la amistad
era íntima y donde existía un espacio público que
nutría una esfera pública y un cuerpo político activo.
Existían todavía centros comunitarios que contaban con un lugar
para la instrucción, la conferencia, el mutuo apoyo, los libros, los
periódicos, la exposición de ideas avanzadas" y aun para la
ayuda material cuando los tiempos eran duros. Los centros obreros (ateneos
libertarios), creados por nuestros compañeros españoles en
numerosas ciudades y poblaciones de la península ibérica eran la
expresión más consciente de un fenómeno profundamente
espontáneo a la vez que típico de la era precedente a la
segunda guerra mundial.
La calle, la plaza y los parques constituían un espacio de
reunión todavía más amplio y fluido. Recuerdo, de mi
juventud, los famosos mítines en una esquina de la calle, donde una
sorprendente variedad de oradores radicales hablaban a un público
cautivado, o más bien expectante. Ese fantástico mundo de la
caja de jabón" (los oradores hablaban mientras permanecían de pie
sobre tales cajas, N. del T.), como era conocido en Norteamérica, era
una fuente de activo intercambio político, un mundo que adiestraba tanto
a los oradores como al público en el arte de la actividad pública
radical. Más allá de esos niveles de vida doméstica y
pública existía la esfera para la actividad local, regional e
incluso nacional, más lejana quizá del beneficio individual pero
altamente educativa y más enérgicamente contestataria de cuanto
pueda serlo hoy.
E1 Estado y la sociedad industrial han destruido ese mundo social y
político descentralizado. Sus medios de información entran en
todos los hogares y sus computadoras los unen a sofisticados sistemas de
administrtación y de control. Las grandes familias, ricas en
diversidades generacionales y culturales, se han marchitado a través de
la familia nuclear, constituida por dos genitores intercambiables y con sus dos
o tres hijos intercambiables también. Los ancianos han sido
oportunamente expedidos a barrios residenciales para ciudadanos de la tercera
edad", así como la historia y la cultura preindustrial ha sido enterrada
en los museos, en las academias y en los bancos de datos de las computadoras.
La venta de alimentos, de artículos de vestir y domésticos,
así como de diversos instrumentos, que en un tiempo fue una actividad
muy personalizada, propia de comerciantes locales (muy frecuentemente negocios
de gestión familiar) en estrecha conexión con los barrios o la
ciudad, es hoy un gran negocio de empresas enormes. En los gigantescos centros
comerciales que constelan el continente americano (siempre mayores que incluso
los europeos), se trata ya de una forma de distribución impersonal,
mecanizada, en que los adquirentes y los productos vienen envueltos juntos, al
cajero, y reexpedidos en su automóvil a su lejana casa". Las calles
están congestionadas de vehículos~ no de seres humanos, y las
plazas se han convertido en estacionamientos, no en lugares donde la gente se
reúna y dialogue.
Las autopistas desgarran los centros de la ciudad e irradian en los barrios con
efectos espantosamente destructivos para la integridad cultural de la
comunidad. En ciudades como Nueva York, los jardines son lugares de
crímenes y de peligros personales a los que se entra temeroso de perder
la propia vida. Los centros comunitarios han desaparecido de todas partes,
excepto de los barrios más tradicionales, donde corren el riesgo de
convertirse en objetos de curiosidad para los turistas y para los
sociólogos. El discurso es preferentemente electrónico reservado
a sedicentes expertos" y estrellas de los medios masivos a debatir en las
horas más importantes con una pasiva vacuidad que está
produciendo una generación de idiotas y de mudos. La cultura
subterránea" celebrada por Kropotkin en el Apoyo mutuo está
prácticamente desapareciendo en los Estados Unidos, sobre todo tras el
declinar de los años sesenta, y el mundo en que florecía ha sido
casi todo digerido por la red de estaciones de los medios de
comunicación (propiedad del Estado y de las grandes empresas) que
embrollan los sentidos más que dirigirse a la mente, que hablan a las
vísceras más que a la cabeza.
Está surgiendo una generación que desprecia el pensamiento en
cuanto tal y que ha sido adiestrada a no generalizar. La actividad cerebral
apresa la forma de imágenes adocenadas idénticas a las que
presentan la televisión y de una mentalidad" (si así puede
todavía llamársele) reductiva que obra con frenos" cuantitativos
de información antes que con conceptos cualitativos. Encuentro tal
desarrollo simplemente aterrador, en cuanto subvierte la mente, impidiendo la
capacidad de imaginar espontáneamente por la alternativa y de obrar de
manera que contradiga las imágenes" prefabricadas que la industria
publicitaria (política y comercial) tiende a imprimir en el cerebro
humano. La gente comienza hoy a percibir todos los fenómenos del mismo
modo en que recibe las imágenes televisivas: como figuraciones ilusorias
creadas por el movimiento rapidísimo de las partículas
electrónicas sobre la pantalla televisora, figuraciones que despojan al
dolor, el sufrimiento, la alegría y el amor de toda realidad,
dejándonos tan sólo una cualidad unidimensional espectacular. Las
imágenes, en realidad, comienzan a sustituir a la imaginación, y
la figura impuesta por lo externo comienza a sustituir a la idea formada
internamente.
¿Y si la vida viene confiada por una simple relación de espectador
entre un público privatizado y un aparato electrónico, de
qué otra cosa tenemos necesidad sino de figuras y de entretenimiento
como substitutivos del pensamiento y de la experiencia?
Humanidad y Naturaleza
Todo ello nos lleva al tercer-y por fortuna último-problema que intento
destacar: el problema de las relaciones de la humanidad con la naturaleza. Se
trata de un problema que ha adquirido proporciones cruciales, muy diferentes a
las que se podían prever en 1952, cuando publiqué mi primer
trabajo sobre el desastre ecológico. Todavía en 1983, cuando
escribí Ecología y pensamiento revolucionario, recuerdo que
hablaba del efecto invernal" que podría elevar la temperatura del globo
lo suficiente como para desatar parte de los casquetes polares dentro de
algunos siglos", de trastornos en el ciclo hidráulico y en los ciclos
del azoe, del carbono y del oxígeno (que definía unitariamente
como ciclos biogeoquímicos"), que hubieran podido al final" hacer
saltar los mecanismos homeostáticos que conservan el equilibrio
biótico y meteorológico del planeta; de un ambiente
peligrosamente contaminado", desde el suelo hasta los alimentos cotidianos, y
de una biosfera cada vez más simplificada que podía invertir el
curso del reloj evolutivo en dirección a un mundo menos complejo y por
tanto incapaz de mantener formas complejas de vida, como los mamíferos
si no es que todos los vertebrados.
Jamás hubiera podido suponer, sólo hace veinte años, que
en los años 90 y el inicio del próximo siglo (podría decir
en este momento) nos encontráramos en una biosfera peligrosamente
contaminada" (podría decir catastróficamente contaminada). Sin
embargo, la Academia Nacional de la Ciencia y el Ser para la Protección
del Ambiente en los Estados Unidos señala que podremos ver el efecto
invernal sobre el nivel de los mares en una docena de años
aproximadamente. Eminentes ecólogos creen que los vitales ciclos
biogeoquímicos se hallan al borde de un grave desequilibrio y que la
gravedad y la extensión de la contaminación planetaria se halla a
niveles increíbles, superiores a nuestros propios temores. La
relación anhídrido carbónico-oxígeno en la
atmosfera está aumentando de nuevo desde 1900. Con la tala de la faja de
bosques ecuatoriales, junto con la destrucción masiva de los bosques
septentrionales debido a la lluvia ácida", es probable que se vea esta
relación crecer espantosamente en los años venideros.
Todos nuestros océanos están espantosamente contaminados. Vastas
zonas del Golfo Pérsico tienen los fondos cubiertos con una espesa capa
de sedimentos bituminosos, como consecuencia de la guerra entre Irán e
Irak. El aire, el agua y los alimentos son vehículos de derivados
orgánicos de cloro, altamente cancerígenos, prácticamente
desconocidos a los ecólogos de hace unos pocos decenios, para no hablar
del plomo, del mercurio, del amianto y de los compuestos azoados que el cuerpo
puede transformar en mortales nitrosaminas; en suma, una variedad aparentemente
sin fin de venenos que aumenta en número a un ritmo anual superior a la
capacidad de los químicos ambientales para denunciar su presencia.
Desechos tóxicos por decenas de miles proliferan en los continentes,
derramando sus venenos de lentísima degradación en las capas
acuáticas subterráneas, en los ríos, en los lagos, en fin,
naturalmente, en el agua potable.
La simplificación del ambiente que me preocupaba antes, tiene lugar hoy
bajo mis propios ojos. Los venenos y la lluvia ácida que arriban a los
océanos están destruyendo ecosistemas marinos completos. E1
fitoplancton, base del ecosistema acuático, disminuye en cantidad, y
zonas otrora abundantísimas en peces se van empobreciendo a un ritmo
impresionante como consecuencia de la superexplotación. Vastas zonas del
suelo se han convertido en desérticas y por doquiera se mina la
integridad de nuestra flora planetaria. No nos engañemos: la
cuestión ecológica no es secundaria respecto a la crisis
política, económica, militar. Si la próxima
generación no alcanza a vivir la extinción termonuclear, tal vez
sea porque se hallará frente a la extinción ecológica. Nos
enfrentamos no sólo a una sociedad moribunda, sino también a un
planeta moribundo y ambos sufren del mismo morbo y la misma causa: nuestra
mentalidad histórica de dominio, cuya pretensión de progreso" es
hoy día una dramática mofa de la realidad.
¿Qué hacer como anarquistas?
¿Cómo podemos, en cuanto anarquistas, hacer frente a los cambios
radicales en el campo técnico, económico, social y
ecológico que hasta aquí he tratado? ¿Se trata acaso de
cuestiones marginales" subordinadas o irrelevantes respecto a nuestra
incesante tarea de organizar a la clase trabajadora y de combatir la
explotación ¿Cuáles son las prioridades
programáticas", cuál es la orden del día" de nuestro
movimiento para los años subsiguientes a 1984, de existir una orden del
día que pueda comprender nuestros esfuerzos a nivel internacional, al
lado de nuestra oposición al Estado y al autoritarismo en todas sus
formas?
Tal vez sea una presunción exagerada sugerir que haya tal orden del
día válido para todo el mundo, y de cualquier manera no creo
hallarme en posibilidad de dar consejos pragmáticos y de prioridades" a
los compañeros mucho mejor informados que yo sobre sus situaciones
regionales. Puedo, sin embargo, hablar con buen conocimiento de causa de los
Estados Unidos, dado que hablo todos los años a miles de norteamericanos
sobre una gran variedad de temas: desde la ecología a la
planificación urbana, de la teoría social a la filosofía.
Pienso asimismo que puedo desenvolverme con cierta competencia sobre una amplia
parte de lo que he dicho al mundo de lengua inglesa".
A juzgar por el sectarismo y nihilismo que he encontrado en muchas
publicaciones sedicentes libertarias de la zona linguística
angloamericana, soy propenso a ser bastante pesimista.
Sin embargo, el anarquismo podría ser hoy el movimiento más
activo e innovador del área radical, si quisiera serlo. De nuestros
ideales de autogestión, descentralización, tederalismo y apoyo
mutuo se han apropiado impúdicamente, sin una palabra de agradecimiento,
escribas marxistas que se limitan a aplicar el rabo de esos conceptos al asno
comunista o socialista, como un extraño apéndice notoriamente
fuera de lugar. Nosotros, los anarquistas, hemos sido desde hace mucho tiempo
los progenitores de una sensibilidad orgánica, naturalista y mutualista
de la que se ha apropiado el movimiento ecológico, con
escasísimas referencias a las fuentes: el naturalismo de Kropotkin y la
ética de Guyau. Que muchos aspectos de esa sensibilidad denotan los
finales de siglo en los que fueron formados no es un buen motivo para adoptar
actituddes cautas de carácter puramente proteccionista y defensivo.
Todas las ideas importantes son producto de su tiempo y deben ser elaboradas o
modificadas para enfrentar nuevas condiciones, nuevos desarrollos.
Y las nuevas condiciones van emergiendo, como he tratado de demostrar. Lo que
unifica al anarquismo del mundo clásico y también del mundo
tribal hasta nuestros días, está todo en esta idea: ningún
dominio del hombre sobre el hombre. Esa postura antiautoritaria es el
corazón y alma del anarquismo, su autodefinición como cuerpo de
la idea y la práctica. E1 hecho, en fin, de que las obras de Proudhon,
Bakunin, Kropotkin, Pelloutier, etc., le hayan dado un contenido
sistemático significa que hay una base para crecer... y ser podado, no
que le deba faltar creatividad y fecundidad. Nuestras tradiciones son nuestro
suelo; pero la vida que este suelo mantiene es un fenómeno en continua
evolución y no puede ser limitado en el tiempo y en el espacio por la
forma originaria de su hábitat. Osificar al anarcluismo en textos sacros
y rituales significa emular a los marxistas, cuya devoción casi
eclesiástica a los viejos pergaminos consagrados ha transformado un
inmenso cuerpo teórico en pura exégesis y comentarios. No podemos
permitirnos la vía de la disputa intramuros y de las riñas
sectarias sobre la historia y sobre el significado textual, sin caer
también nosotros en un formalismo asimismo esclerótico y en un
contenido asimismo ambiguo para volverse pura ideología en el peor
sentido del término: una apología de las condiciones existentes
o-todavía más absurdamente-de las condiciones de tiempos
pasados.
Debemos estar dispuestos a interrogarnos sobre cuál sujeto
histórico" llevará en sus espaldas la carga del cambio social en
los años venideros.
Así, ¿todavía tiene sentido hablar de una clase
hegemónica" cualquiera en una sociedad en la que la estructura de clases
se está desintegrando? Debemos estar prontos a definir las nuevas
cuestiones emergentes, como la ecología, el feminismo, el racismo, el
municipalismo y aquellos movimientos culturales que se ocupan de la calidad de
la vida en el más amplio sentido del término, para no hablar de
las tentativas de oponerse a la alienación en una sociedad
espiritualmente vacía. ¿Se pueden ignorar los nuevos movimientos
sociales" que surgieron en la Europa central, como los Verdes y las coaliciones
antinucleares y pacifistas que rebasan tantas líneas de clase y tantos
confines nacionales. Debemos estar dispuestos a salir de las viejas trincheras
ideológicas, para mirar con honestidad, claridad e inteligencia el mundo
autoritario que se va remodelando en torno nuestro y a tomar nota de las
tensiones que existen entre las tradiciones utópicas de las revoluciones
democráticas burguesas y la marea ascendente del militarismo y
centralismo que amenaza con cancelar esas tradiciones. ¿Se puede ignorar
la política localista, los movimientos municipales y de barriada, la
afirmación de los derechos democráticos contra las tentativas de
incrementar la autoridad del poder ejecutivo?
Si los años sesenta me han enseñado algo, como norteamericano, es
que no puedo hablar a mis compatriotas" en el alemán de Marx, en el
ruso de Lenin, en las lenguas asiáticas de Mao y de Ho Chi Min ni
tampoco en el español de Fidel: son todas aquellas lenguas" que
hablándolas los bolcheviques de nuestra casa se aislaron completamente
de la vida americana. Las grandes masas de inmigrantes que introdujeron en
América el socialismo y el anarquismo europeos si no desaparecieron,
están en vías de desaparecer. Ideológicamente, los
norteamericanos se hallan de nuevo frente a sus propias tradiciones y lenguaje,
aparte del marxismo académico, incestuoso y hermético en
sí como casi todas las disciplinas académicas, no conocen otra
ideología o mitología si no aquella amasada en casa, en la
escuela, por los medios. Gracias a las tradiciones libertarias de la
Revolución norteamericana-tradiciones bien observadas por Proudhon y por
Bakunin y, si me permiten agregar, por ellos admirada-encuentro más
útil hablar a los norteamericanos en la lengua de Sam Adams, Thomas
Paine, Thomas Jefferson, Henry Thoreau, Ralph Waldo Emerson y gente como
ellos.
Las palabras son más comprensibles y su realidad más llevada de
la mano del lenguaje de los inmigrantes formados más en la lucha contra
sociedades feudales o comerciales simples que no contra una sociedad altamente
industrializada, como la presente, que contradice duramente las tradiciones de
la América campesina. Lo que hago es reelaborar las palabras de los
viejos revolucionarios americanos para explicar mis principios anarquistas,
utilizándolas en nuevos contextos, al igual como mis compañeros
españoles eran ibéricos hasta la médula y hablaban tanto
en la lengua de Pi y Margall como en la de Mijail Bakunin. Soy y
permaneceré siendo internacionalista bajo cualquier aspecto y me opongo
a toda forma de patrioterismo y chovinismo que pueda ponerme sobre o fuera de
mi humanismo anárquico universal. Sé, sin embargo, que no tiene
sentido exhortar a los norteamericanos a las armas e invocar imágenes
flamígeras de un pasado que les es extraño y tal vez
incompresible, sobre todo cuando el armamento del Estado ha dado un gran salto
y está muy por encima de aquel de las barricadas y de la potencia de
fuego de la Comuna de París y de la Revolución
española.
Puedo, en su lugar, hablarles de su poder dual en el sentido histórico
del térrnino. Palabras como contracultura", o sea una
reivindicación programática que puede ser orquestada por la base
contra la cúspide, contra el poder estatal centralizado. No puedo llegar
a los obreros en sus fábricas y sindicatos, porque unas y otros son
escuelas de jerarquía y de dominio, pero sí puedo llegar a
ellos-y a mucha otra gente-en mi barrio y a los citadinos limítrofes a
mi comunidad. En Burlington, Vermont, los anarquistas han sido los primeros en
instituir asambleas de barrio-versión urbana de los mítines
citadinos de la Nueva Inglaterra-, que en esencia pueden ser igualmente
instituidas en cualquier parte: Milán, Turín, Venecia, Marsella,
París, Ginebra, Francfort, Amsterdam, Londres... Lo que obstaculiza su
nacimiento no son dificultades logísticas o problemas de
dimensión demográfica, sino el nivel de conciencia que sobre
temas localísticos es más elevada en Nueva Inglaterra que en
otras partes de Norteamérica. ¿Y no es por lo demás eso de
la conciencia-conciencia de clase o conciencia libertaria-el problema central
de todo proyecto liberador?
El Sindicalismo
No puedo más que augurar a nuestros compañeros sindicalistas el
máximo éxito. Habiendo crecido en la industria metalúrgica
y automotriz, he buscado desde hace mucho tiempo una conciencia de clase
revolucionaria entre los obreros norteamericanos, una conciencia que nunca he
hallado ni siquiera en los años treinta y cuarenta y mucho menos en los
últimos decenios. He encontrado entre mis compañeros de trabajo
una militancia ejemplar y una gran fuerza de carácter? pero ninguna
prueba, a gran escala, de que el capitalismo sea un sistema más
intolerable para los obreros que para los demás estratos de la
sociedad-supuesto que sea intolerable-. Más bien he hallado tendencias
libertarias entre los jóvenes de los años sesenta, entre las
mujeres de los años setenta y entre los ecologistas de los años
ochenta. Cada vez me convenzo más que deberíamos volver a la
palabra pueblo": una gran y creciente mezcla de individuos que se sienten
oprimidos y dominados, no sólo explotados, en todos los ámbitos
de la vida: en el ámbito familiar, generacional, cultural, sexual,
étnico y moral aparte de económico. Marx criticó a los
anarquistas porque hablaban de masas trabajadoras", de trabajadores" y de
oprimidos" en vez de usar el término científico de
proletariado". E1 resultado es que nosotros teníamos razón y
él estaba terriblemente equivocado, según el veredicto comprobado
no sólo por la teoría sino por la misma historia.
Pero, ante un movimiento anárquico de tal género, siento que es
mi deber empeñarme en una actividad pública que tenga un
significado para todos aquellos norteamericanos que logro reunir. En cuanto
norteamericanos, poseen una tradición libertaria superficial que procuro
profundizar hacia el nivel del anarquismo. Me dirijo a su fe en los derechos
individuales, en la descentralización, en una concepción activa
de la ciudadanía, en el apoyo mutuo y en su aversión por la
autoridad gubernativa. Y no critico en demasía el acoplamiento de
libertad-propiedad. Les recuerdo las instituciones libertarias tipicas de su
tradición revolucionaria norteamericana: asambleas de ciudadanos, formas
asociativas confederales, autonomía municipal, procedimientos
democráticos... Mi objetivo es claro: crear, a partir de las tradiciones
libertarias norteamericanas, aquellas formas de la libertad que puedan oponerse
al creciente poder del Estado y a la concentración de la autoridad
política y económica. E1 núcleo central de mi
planteamiento es tanto municipalista cuanto ecológico y contracultural:
fortalecimiento y confederación de países, barrios, ciudad, como
contrapeso a Washington y a los feudos estatales que constituyen la
Unión Americana.
Mi lenguaje es más populista que proletario, con énfasis
partícular en el dominio más que en la explotación. Mi
programa consiste en crear un poder popular dual, antagónico al poder
estatal que amenaza los residuos de libertad del pueblo norteamericano: un
poder popular que reconstituya en forma anárquica aquellos valores
libertarios y aquellos elementos utópicos que son el patrimonio
más vital de la Revolución americana
El único planteamiento
Que este planteamiento pueda tener éxito o no es una cuestión a
la que no puedo dar una respuesta cierta. Lo que me parece cierto es que es el
único planteamiento que puede funcionar en los Estados Unidos: si
fracasase no sabría qué otra estrategia proponer para esta parte
del mundo. E1 pueblo norteamericano no está dispuesto a seguir una
vía socialista que amenace su libertad, por lo que no está
dispuesto a aceptar un programa de clases, que, por otra parte, el proletariado
norteamericano no ha aceptado jamás.
La autoorganización, la acción directa, el antiautoritarismo y el
municipalismo son todavía elementos significativos del Sueño
norteamericano", un sueño-o, si se prefiere, un mito-que se imagina a
Norteamérica como el reino de la reconstrucción utópica:
una Norteamérica que es el Nuevo Mundo" no sólo en la secuencia
del descubrimiento geográfico, sino Nuevo" en la historia de la
libertad y de las experimentación política. Y si el sistema de
partidos y los principios organizativos tomados en préstamo por la
Izquierda" terminaran por prevalecer a tal punto en la imaginación
colectiva para sofocar del todo la herencia libertaria del país, las
posibilidades se habrían esfumado tal vez para siempre en los Estados
Unidos. Los norteamericanos tienen esta alternativa: volverse a una vía
libertaria del género que he señalado o bien convertirse en el
más peligroso flagelo que el mundo haya jamás visto en la
historia de la humanidad. Y no debemos estar dudosos en el asunto:
Norteamérica puede realmente jugar un papel nefasto.
Por consiguiente, en los Estados Unidos existe esa tensión entre una
tradición libertaria que frena la expansión del imperio
norteamericano y nuevas fuerzas que van soliviantando al país hacia un
papel mundial más violento y destructivo. Sólo los anarquistas
están en posibilidad de comprender apenas la intensidad de esta
tensión y la extraordinaria potencialidad que ello representa para un
programa y un movimiento de reconstrucción utópica. La
Izquierda" marxiana está insensible al argumento de la auténtica
libertad: es economicista, centralista, burocrática y apasionada por la
tecnología. Y, así es como la Derecha" ha pasado a disfrutar la
tradición libertaria norteamericana, en nombre de la propiedad, de un
mítico laissez-faire que ha dejado el campo libre al desarrollo de las
grandes empresas y de una representación de la guerra fría" que
ha llevado las tropas y las armas norteamericanas a casi todos los
países occidentales y del Tercer Mundo. Si los anarquistas
norteamericanos no logran limpiar esta tradición libertaria de sus
escorias de propiedad y reaccionarias, el pueblo de los Estados Unidos
será fácil presa de los totalitarismos que se camuflan con los
ropajes de una historia revolucionaria que ha inspirado algo la lucha de
emancipación popular en todo el mundo.
Conozco muy bien todos los argumentos que se pueden señalar contra la
perspectiva que hasta aquí he señalado. Sé que los
norteamericanos están divididos por intereses de clase, por la riqueza y
por diferencias étnicas y sexuales, por conflictos regionales.
¿Cómo es entonces posible que un ideal de resistencia comunitaria y
municipal ante la centralización estatal logre superar todas esas
divisiones? ¿Y cómo y cuánto una municipalidad es cosa
distinta al Estado? ¿No se ha visto ya con Paul Brousse el fracaso, como
proyecto anárquico, del municipalismo?
Existen muchas respuestas a esas demandas, que exigirían un
artículo sólo para ellas. Por ahora basta con esto: la
tecnología cibernética amenaza con crear un nivelador social para
todos los estratos de la sociedad norteamericana, tanto para la clase media
como para la clase obrera, los blancos como los negros, los técnicos y
los profesionales tradicionales como los peones y los agregados a las cadenas
de montaje. Lo que viene remodelándose a partir de la tradicional
estructura de clases del capitalismo industrial es un pueblo, no un
proletariado.
Por otro lado vienen surgiendo inquietudes y valores populares que con
frecuencia superan los intereses materiales: la libertad de la mujer, los
derechos de los negros, la problemática ambiental... Esos valores
emergentes y estas inquietudes emergentes con frecuencia marginan diferencias
de intereses materiales que hacen del térrnino pueblo" una amable
caricatura de los ideales democráticos radicales. Por otra parte, el
nacionalismo ha demostrado poseer entre la masa una fuerza siempre superior a
la solidaridad de clase, y este hecho, por sí solo, desrniente el mito
marxista de que la gente se mueve tan sólo por sus intereses materiales:
si fuera verdad, hace tiempo habría triunfado el socialismo. Que la
ideología sea capaz de impulsar a los humanos a otros confines por su
propio instinto de sobrevivencia es un hecho de tal suerte demostrado (aun
cuando, por contra, se piense por ejemplo en las guerras religiosas que
tuvieron lugar en el Medievo y la Reforma) que no se puede ignorar su fuerza en
cuanto tal. Como anarquistas hemos subrayado siempre la exigencia que la nueva
sociedad tiene de acabar con la vieja y desde el siglo pasado, hemos heredado
una dote" de la burguesía: la fábrica, como clave destinada a
abrir la puerta a una nueva y libre sociedad. Pero, como he dicho, me parece
que esa tentativa no tiene ya hoy ningún sentido. Más bien, por
una de las ironías de la historia pudiera darse que la llave siempre
haya sido en forma ideológica; la dimensión libertaria de la
tradición democrática que se opone ahora a la marcha del
capitalismo cibernético hacia la realización de sus fines
históricos.
De todos modos, lo que se olvida demasiado fácilmente es que los
desastres producto de la ideología son propiamente la prueba de su
latente éxito, igual como la capacidad humana de anular la vida es la
prueba de su capacidad de hacer del mudno un paraíso. No son los males
de las ideologías lo que debemos evidenciar frente a un mundo ya de por
sí escéptico y secular, sino el tipo de ideología que lo
puede salvar de su egoísmo y de su economicismo. En esa dimensión
moral, el anarquismo representa la única ideología capaz de
llevar a la humanidad más allá de sus angustiosas necesidades
biológicas, hacia un espacio de libertad que es un fin en sí, en
la aventura humana.
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