- Asamblea.
- Autogestión.
- Autonomía.
- Comité Confederal.
- Confederación Territorial.
- Federación Local
- Federación Sectorial, de Industria o de Ramo
- Conferencia de Sindicatos
- Congreso.
- Federalismo.
- Incompatibilidades.
- Libertario.
- Plenaria Confederal.
- Pleno Confederal.
- Secretariado Permanente.
- Sindicatos.
- Voto Proporcional.
- Anarcosindicalismo.
- Anarquía.
- Anarquismo.
- Formación doctrinal del anarquismo.
- Evolución histórica del anarquismo.
- El anarquismo como movimiento organizado.
- Anarquismo latinoamericano.
- El anarquismo en el siglo XX.
- Evolución teórica.
Asamblea:
Es toda reunión convocada por una junta a la que acuden personal y voluntariamente los afiliados. Entre los anarcosindicalistas es costumbre el nombramiento, por elección del seno de la asamblea, de la Mesa de discusión, compuesta al menos de tres individuos, uno que preside, otro para las peticiones de palabras y el tercero para levantar acta de las deliberaciones y acuerdos.
Estos acuerdos pueden tomarse por aclamación o por votación nominal. Las votaciones se efectúan sobre la base de propuestas verbales o escritas. Los acuerdos se toman mayoritariamente y son pasados automáticamente al acta. El acta es firme después de leída, discutida (si procede) y aprobada por la asamblea a que se refiere, o en otra asamblea inmediatamente posterior, figurando siempre al principio del orden del día.
Autogestión:
Es el sistema de organización según el cual sus integrantes participan activamente en todas las decisiones que los afectan. En la España republicana se vivió, en el periodo de la guerra civil, la más amplia experiencia autogestionaria, al abandonar los grandes industriales y hacendados, sus posesiones para refugiarse en el extranjero o pasarse al bando fascista. Los obreros industriales continuaron la producción en las fábricas mejorando ostensiblemente sus condiciones laborales en ausencia de sus patronos. En los campos se crearon las colectividades agrícolas tomando a su cargo los bienes sin dueño, decidiendo continuar cultivando el suelo disponible y aportando los aperos a la propiedad común y comenzando a regirse según una doble gestión: económica y local a la vez, y eligieron de entre sus componentes, en asamblea, un Comité Administrativo. Dos millones de españoles vivieron el comunismo libertario agrupados en más de mil setecientas colectividades.
Autonomía:
La autonomía que propician los anarquistas no consiste en arrancar al estado central parcelas más o menos independientes de la geografía política para convertirlas a su vez en pequeños estados. La autonomía arranca del individuo hacia la colectividad sin absorción de lo uno por lo otro. El anarcosindicalismo trata de constituir en el seno de la sociedad centralista, otra sociedad descentralizada y para que la descentralización funcione debe funcionar a su vez, el federalismo pues no hay federalismo posible sin respeto a la autonomía, es decir, sin respeto para el individuo o para las minorías.
Para mantener viva la autonomía es necesaria la actividad de todo el cuerpo social pues no es concebible la actividad de un grupo reducido mientras el resto permanece inmóvil. Una verdadera práctica autonómica es la que tiene en vibración todas las células humanas, procurando que ninguna se atrofie por defecto de función.
Comité Confederal:
Es el órgano que coordina y desarrolla la ejecución de los acuerdos tomados por la organización en sus Congresos, Conferencias y Plenos Confederales. Está formado por el Secretariado Permanente y los Secretarios Generales de las distintas Confederaciones Territoriales y Federaciones Sectoriales.
Confederación Territorial:
Es el ente formado por la federación de las distintas Federaciones Provinciales, Locales (FF.LL.), Comarcales y Sindicatos en el ámbito de una Comunidad Autónoma.
Federación Local:
(F.L.) Es el organismo que se forma por la federación de dos o más sindicatos en una misma plaza o localidad. En una Federación Local no podrán existir dos sindicatos del mismo sector ni dos sindicatos de oficios varios.
Federación Sectorial, de Industria o de Ramo:
Es el organismo formado por la federación de sindicatos que pertenecen a una misma actividad profesional. Sus secretarios generales forman parte del Comité Confederal, con voz pero sin voto, salvo cuando se tratan asuntos reivindicativos.
Conferencia de Sindicatos:
Es el órgano de debate y decisión sobre temas de índole reivindicativa. La conferencia se constituye con los delegados de los Sindicatos, los secretarios de Acción Sindical de las Federaciones Sectoriales y el Comité Confederal, contando con voto sólo los delegados de los Sindicatos.
Congreso:
Es la reunión máxima en la que se debaten temas de discusión que previamente han propuesto y elevado, por medio de las asambleas, los afiliados de base. En una organización libertaria el Congreso es el depositario de los principios filosóficos de la organización, así como de otros acuerdos dimanantes de otros congresos y que ninguna otra instancia puede alterar y menos vulnerar.
Solo el Congreso está facultado para revisar, reformar o abolir los acuerdos orgánicos. Los congresos ordinarios se celebran con los plazos fijados en los Estatutos (3 años) y los extraordinarios, cuando existe un imperativo ineludible.
Federalismo:
Es la esencia que constituye para los libertarios el principio auténtico de democracia directa, expresado desde abajo hacia arriba; es decir, desde las asambleas hacia las instancias superiores, que no tienen otra misión que ser receptáculos de la voluntad de la base. En la CGT, los sindicatos, acatando los acuerdos y estatutos emanados de los congresos, se federan entre sí constituyendo las distintas Federaciones Locales, Comarcales o Provinciales y éstas, a su vez federadas, constituyen las Confederaciones Territoriales.
Incompatibilidades:
La CGT de Andalucía, con objeto de salvaguardar su autonomía respecto a otras organizaciones, aprobó en el Congreso de Mollina (24 de abril de 1998) el régimen de incompatibilidades que se expone en el Art. 31 de sus Estatutos.
Libertario:
Fue a finales del siglo XIX, en Francia, cuando Sebastián Faure retomó una palabra creada hacia 1858 por Joseph Déjacque y bautizó con ella un periódico: Le Libertaire (El Libertario). Actualmente, libertario y anarquista son sinónimos y pueden, por tanto, usarse indistintamente.
Plenaria Confederal:
Es el nombre que asignamos a la reunión periódica del Comité Confederal de la CGT. Habitualmente se convoca cada dos meses aproximadamente, y extraordinariamente cuando lo estima conveniente el Secretariado Permanente, o un tercio de los miembros de dicho Comité. Es preceptiva la celebración de Plenarias de las Confederaciones Territoriales antes de la celebración de la Plenaria Confederal.
Pleno Confederal:
Es el máximo órgano de decisión entre Congresos. Se celebrará de forma ordinaria con una periodicidad máxima de nueve meses y, extraordinariamente, cuando lo decida el Comité Confederal o lo solicite un tercio de los sindicatos de la CGT. Los Acuerdos tomados en los Plenos no podrán contradecir o alterar los del Congreso. El Pleno Confederal se constituye por las delegaciones de los Plenos de cada Confederación Territorial y los miembros del Comité Confederal de la CGT, éstos últimos sin voto.
Secretariado Permanente:
Es el órgano de gestión de los entes de CGT. Sus miembros coordinan y desarrollan los acuerdos adoptados en los respectivos ámbitos de debate. Las secretarías que habitualmente lo forman son: General, Organización, Acción Sindical, Administración y Finanzas, Comunicación, Acción Social y aquellas otras que crean convenientes.
Sindicatos:
El Sindicato es la base organizativa de la Confederación, a partir del cual se estructuran los diferentes entes u organismos. Los sindicatos en la CGT son de Ramo o Sector y de Oficios Varios. El número mínimo de afiliados para poder constituir un Sindicato de Ramo está establecido actualmente en setenta y cinco, y de diez para poder constituirse en Sindicato de Oficios Varios (O.V.).
Voto Proporcional:
En los comicios de la Organización es de común compromiso tratar de establecer los acuerdos mediante el consenso generalizado o por mayorías amplias. Sólo cuando esto resulta prácticamente imposible, se recurre al uso del voto proporcional como sistema menos malo para resolver, de una manera práctica, el asunto en discusión. El voto proporcional varía, dependiendo del comicio que se trate, y está siempre en relación con el número de afiliados y períodos de cotización.
Anarcosindicalismo:
Es la forma de intervención organizada para ir a una sociedad más justa y solidaria, reteniendo lo más posible las esencias espirituales y los principios ético-filosóficos del anarquismo. Los militantes estamos convencidos de que solo la actuación en el seno de la clase trabajadora puede hacer fecunda la acción anarquista. El anarcosindicalismo se arriesga a caer en el liderazgo, la burocracia y la politización, pero se cree lo suficientemente pertrechado contra estas peligrosas desviaciones, practicando sistemáticamente el abstencionismo en las luchas políticas y el federalismo antiburocrático.
Fiel a los principios de la I Internacional, nos esforzamos en mantener a los trabajadores al margen del redentorismo político que inculca en sus adherentes el principio de que "la emancipación de los trabajadores ha de ser obra de los trabajadores mismos".
El anarcosindicalismo ha conseguido numerosas mejoras en las condiciones laborales de los trabajadores. Con este nombre se designa a la única tendencia del anarquismo de carácter asociacionista, destinada a la organización de la clase trabajadora en sindicatos y que tiene, al igual que el resto de sus postulados, el objetivo de llegar a la revolución social que finalice con la emancipación del proletariado. El movimiento anarcosindicalista fue especialmente importante en España, donde una organización sindical basada en dichos postulados, la CNT (Confederación Nacional del Trabajo), agrupó a la mayor parte de la fuerza obrera hasta su declive tras la Guerra Civil Española (1936-1939).
Anarquía:
Vocablo procedente del griego an (sin) y arquía (gobierno). Los diccionarios suelen describir la anarquía como sinónimo de caos y desorden, pero fue Proudhon (1809-1865), quien en 1840 dio a la palabra un sentido concreto: "Estado armónico, resultante natural de la supresión de todo aparato gubernamental".
Otras definiciones:
[Política] Tendencia y movimiento político que defiende la libertad de la persona y la abolición del Estado como órgano de gobierno: "triunfó la anarquía y echamos al rey, compañero".
[Política] Falta de gobierno en un Estado: "en los primeros compases de la Revolución huyó el gobierno en pleno y se vivió una fase de total anarquía".
[Política] Dícese de aquella teoría que sostiene que las cuestiones económicas las realiza el hombre de la mejor forma sin el control, regulación o cualquier otra forma de intervención del gobierno. Los anarquistas y los socialistas sostienen la idea de que el monopolio y la concentración de poder privado hacen peligrar la libertad individual, por lo que sugieren su sustitución, por el poder estatal los segundos, y los primeros por la supresión de todo tipo de poder.
Anarquismo:
Es la expresión de la anarquía en un sentido dinámico. El anarquismo no es un régimen determinado, sino un principio más o menos diluido en todos los individuos, con más o menos duración en el espacio y en el tiempo, incluso en sus más acérrimos adversarios. Felipe Alaiz escribió que el anarquismo es una conducta dentro de cualquier régimen.
Otra definición:
Anarquismo : doctrina política que se opone a cualquier clase de jerarquía, tanto si se ha consolidado por la tradición o el consenso como si se ha impuesto de forma coactiva. Los anarquistas creemos que el mayor logro de la humanidad es la libertad del individuo para poder expresarse y actuar sin que se lo impida ninguna forma de poder, sea terrena o sobrenatural, por lo que es básico abatir todo tipo de gobierno, luchar contra toda religión o secta organizada, en cuanto que éstas representan el desprecio por la autonomía de los hombres y la esclavitud económica. Combatir al Estado como entidad que reprime la auténtica libertad económica y personal de todos los ciudadanos se convierte en una necesidad inmediata y la desaparición del Estado se considera un objetivo revolucionario a corto plazo. La doctrina anarquista impone para su acción una sola limitación: la prohibición de causar perjuicio a otros seres humanos, y de esta limitación nace otro presupuesto ideológico básico: si cualquier humano intenta hacer daño a otros, todos los individuos bienintencionados tienen derecho a organizarse contra él.
Pierre Joseph Proudhon, escritor francés del siglo XIX, ha sido considerado desde una perspectiva histórica el padre del sistema denominado anarquismo filosófico. Según Proudhon y sus partidarios, el anarquismo excluiría la autoridad como criterio rector de la sociedad, estableciendo el individualismo en su grado máximo. Los anarquistas filosóficos, sin embargo, repudian los métodos violentos y esperaban que la sociedad evolucionara hacia una organización anárquica. Los anarquistas que rechazan las teorías de Proudhon mantienen que el desarrollo humano progresa mediante la cooperación social, y que ésta no puede ser nunca voluntaria por entero.
Otra escuela del anarquismo, basada en la acción organizada e incluso en actos de terrorismo para conseguir sus propósitos, se escindió del movimiento socialista y apareció hacia finales del siglo XIX.
La tendencia anarquista que propugnaba la acción directa fue la más conocida. Por otro lado, las ideas colectivistas de Bakunin fraguaron el desarrollo del anarcosindicalismo, en especial en Italia. Las actividades de dirigentes como Enrico Malatesta o Giuseppe Fanelli, permitieron la formación de sindicatos, sobre todo en las ciudades más industrializadas, y la difusión de sus ideas en América o en España.
En el primero de los casos, la llegada de inmigrantes de origen italiano estimuló la formación de organizaciones anarcosindicalistas, reprimidas con gran dureza en Estados Unidos, donde fueron ejecutados anarquistas de origen italiano (como Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti) de forma arbitraria, ante las protestas internacionales.
En Latinoamérica, emigrantes anarquistas de origen italiano y español contribuyeron a la formación de centrales sindicales como la Federación Obrera Regional Argentina (FORA) fundada en 1901. En México la labor de Ricardo Flores Majón y de sus hermanos Jesús y Enrique contribuyó a la expansión de las ideas anarcosindicalistas, que coincidieron en algunos puntos con el movimiento revolucionario campesino de Emiliano Zapata.
Otras definiciones:
Cuerpo de doctrinas que propugnan la libertad del individuo sin sometimiento a ninguna autoridad superior. En su plasmación política preconiza la abolición del Estado, la conformación de sociedades natural y libremente reunidas por grupos voluntarios y la desaparición de la propiedad privada de los bienes de producción.
Cuatro son los rasgos más característicos del cuerpo doctrinal del anarquismo: su filosofía de la naturaleza y del hombre, la negación de toda autoridad, la concepción no política de la revolución social y el uso de la "acción directa".
El anarquismo parte de la creencia en la bondad, inteligencia y libertad humana, cualidades inherentes al individuo y que caracterizan su existencia, dando sentido en medio de la evolución anárquica de la naturaleza o "materia", de la que es parte. Ninguna de estas cualidades se daría si existiera una entidad superior que, mediante cualquier medio, subordinara al individuo, por lo que el anarquismo no discute o niega la existencia de dios, sino que, simplemente, la ignora.
En el ámbito político, la consecuencia más importante es la condena de cualquier tipo de autoridad que gobierne, legisle o influya coercitivamente sobre el individuo. El mayor peligro para la libertad es "dejar sitio" al Estado, pensar que puede existir una forma de organización política del "Poder" que garantice la libertad y la justicia, lo que equivaldría a reconocer que es necesario ese "Poder" para corregir una naturaleza desviada o corrompida del individuo, pues "todo Estado, como toda teología, supone al hombre esencialmente perverso y malvado" (Mijaíl Bakunin). La mera existencia de ese poder estatal conduce a una imposición, pues no es posible limitar el Poder; por eso, el rechazo a la institucionalización del Estado y a toda autoridad alcanza a la "salida del sufragio universal, convencidos de que no podría nunca sino volverse en provecho de una minoría dominante y explotadora contra los intereses de la inmensa mayoría sojuzgada" (Mijaíl Bakunin). Esta es una de las ideas-motor del anarquismo: la negación de la virtualidad de la democracia; ésta sigue siendo una autoridad, no de la mayoría, sino la de los representantes de esa mayoría, políticos y hombres de gobierno que acaban vinculados a intereses ajenos a los comunitarios. Esta negación de toda autoridad alcanzó a fórmulas que gozaban de una aceptación amplia en otras teorías socialistas, como la democracia directa o el recurso a los gobiernos revolucionarios; ambas eran condenadas por conducir invariablemente a la constitución de un Estado y, aun en nombre de la revolución, el poder de ese Estado tendería a ser ilimitado y acabaría conduciendo no a la libertad sino al despotismo.
Este planteamiento negatorio de toda autoridad y régimen, incluida la democracia, tuvo dos consecuencias directas. La primera, la condena de todos los partidos políticos, incluidos aquellos que se autodefinían como proletarios, pues su dinámica interna acababa siendo jerárquica, su actuación no conducía a otra cosa que la conquista del Poder y, en todo caso, su mera existencia reforzaba el mecanismo del Estado. A escala organizativa, esta condena hizo que el anarquismo nunca se articulara en partidos políticos, preconizando un asociacionismo difuso que ya en el siglo XX se plasmaría en la organización de sindicatos. La segunda consecuencia fue la conformación de un ideal de revolución social que rehuía de toda actuación política: las perspectivas anarquistas de revolución social participaban inicialmente de la concepción común en la I Internacional: la emancipación de los trabajadores debía ser obra de los propios trabajadores. Las diferencias estribaban en la concepción de esta categoría como "masas populares", no como "clase" obrera, cuya actuación debe conducir a la auto-organización: de ahí las propuestas de cooperativismo, sindicalismo y la apertura de las "bolsas de trabajo".
En el ámbito general, una de las manifestaciones más influyentes del anarquismo en la política internacional de finales del siglo XIX y principios del XX fue el uso de que algunos pensadores anarquistas llamaron la acción directa: la violencia como arma de transformación sociopolítica. El antiindividualismo innato en las propuestas de los más importantes pensadores anarquistas, que identificaban el anarquismo como un movimiento popular que reacciona contra la imposición de la élite, hace que se haga una mística de la espontaneidad primaria, instintiva, que no desprecia lo que combate o rechaza sino que lo odia. Es en este contexto donde hay que insertar la acción directa, en especial su más sobresaliente manifestación: el uso de la violencia. En los autores doctrinarios del movimiento anarquista no hay ningún llamamiento a la violencia, aunque no la descarten movidos por considerarla como una manifestación más de la naturaleza y como un medio de actuación popular en la revolución social. Sin embargo, el anarquismo del último cuarto del siglo XIX y principios del XX llegó a deificar del uso de la violencia, entendida como un absoluto que se legitimaba a sí misma. Este pensamiento llegó a ser dogmatizado en obras como el Catecismo de un revolucionario de Netchaiev, que bajo el pretexto de plantear un "anarquismo libertario" (o anarquismo político), en la práctica promueven todo tipo de actos ilegales o subversivos cualquiera que sea su objetivo.
Formación doctrinal del anarquismo.
Como otras doctrinas sociales, el anarquismo hunde sus raíces en autores clásicos, pero no sería hasta la publicación de Investigación sobre la justicia política (1793) de William Godwin (1756-1836) cuando apareciera el cuerpo doctrinal básico del anarquismo. Aun sin nominarlo como tal, Godwin criticaba el egoísmo que se escondía tras la propiedad privada y la coacción, basada en el ejercicio de la fuerza inherente a todo Estado; para él "el mejor gobierno era el que no gobierna" y, en consecuencia, el Estado debía ser sustituido y en su lugar formarse pacíficamente una sociedad de iguales que distribuyera los bienes materiales entre todos los hombres.
El segundo pensador que aportó bases doctrinales al anarquismo, sin encuadrarse totalmente en esa ideología, fue Pierre Joseph Proudhon (1809-1865) que en su obra ¿Qué es la propiedad? (1840) condenaba toda transacción económica por intereses de beneficio, la persistencia de la propiedad ("toda propiedad es un robo") y la organización sociopolítica en Estados ("los gobiernos son la maldición de dios"). Preconizaba la organización del mutualismo proyectado a través de bancos cooperativos y no lucrativos que permitieran inversiones con créditos sin el cobro de intereses. En el ámbito organizativo, estaba en contra de toda orquestación grupal o partidaria, ni siquiera sindical, y se pronunciaba en contra de la violencia.
Quien más adelante llevó su compromiso con el cooperativismo fue el socialista británico Robert Owen, quien en 1825 fundó en Estados unidos la colonia Nueva Armonía, aunque la experiencia acabó fracasando. Uno de los integrantes de ese fallido intento comunitario fue Josiah Warren, quien, al reflexionar sobre las causas de ese fracaso, las encontró en el establecimiento de reglas sociales rígidas en una naturales humana diferente. Para sortearlas, preludió el establecimiento de un sistema de remuneración basado en el valor-hora de trabajo, lo que pretendía adaptar el reconocimiento del individualismo y su recompensa al esfuerzo con la complejidad de la comunidad.
Basados en el pensamiento de los anteriores autores, quienes acabaron consolidando sobre bases doctrinales sólidas el anarquismo fueron Bakunin y Kropotkin, que fueron más allá de los aspectos políticos y trataron de fundar una filosofía de la naturaleza y una ciencia globalizadora de la vida humana. Mijaíl Bakunin (1814-1876) quiso dar al movimiento anarquista un contenido científico (Dios y el Estado), de igual forma que en esa época Marx lo estaba dando al socialismo, al mismo tiempo que sentaba las bases de su articulación social y su actuación política. Por su parte, el príncipe Piotr Kropotkin (1824-1921) partió del análisis del instinto de las especies animales a la asociación (El apoyo mutuo) hasta llegar a la fundamentación de un nuevo sistema social igualitario y sin instituciones autoritarias (La conquista del pan). Kropotkin, físico notable, en La ciencia moderna y la anarquía enunció la ley de la materia en perpetua y libre evolución; la anarquía de esa evolución era la ley de las cosas, mas no se podía imponer sobre ellas, sino que era su ser mismo ("La anarquía es la tendencia natural del universo, la federación es el orden de los átomos"). El ser humano es simplemente un elemento de esa materia en evolución-anarquía, pero inteligente, lo que hace que su historia sea una "negación progresiva de la animalidad del hombre por su naturaleza". La primera consecuencia extraída de estos planteamientos es la completa ausencia de cualquier deidad sobrehumana; la inexistencia de dios no es necesario probarla, ni siquiera su identidad es negada, sencillamente es ignorada, al ser imposible una subordinación del ser del individuo ("Si dios existiera habría que hacerlo desaparecer" -Bakunin-). La segunda consecuencia es el rechazo a toda legislación, autoridad o influencia privilegiada, en especial la institucionalizada en el Estado.
Sin embargo, más que por estos posicionamientos, Bakunin y Kropotkin son tenidos como los principales teóricos del anarquismo por su sentido organizativo y por haber dado al anarquismo una voluntad de movimiento de masas y de operatividad política. El concepto que los distingue de todos los anteriores pensadores anarquistas fue el de la acción directa, entendida como la legitimación de cualquier medio, incluida la violencia, para conseguir la desaparición del Estado y la propiedad privada de los medios de producción. Sin embargo, aunque se cometieron numerosas aberraciones, la actuación del anarquismo que ellos propusieron era una cosa muy distinta de la practicada confusamente por los numerosos activistas de entresiglos. Tras la oleada de represión internacional del movimiento proletario que siguió a la caída de la Comuna de París (1871), el anarquismo fue una manifestación de la irrupción de amplias masas populares que vieron cortadas los escasos medios de manifestación política y, sobre todo, de transformación de las condiciones sociales a que eran sometidos por un sistema capitalista que, lejos de caer víctima de sus "contradicciones internas" como profetizaban algunos influyentes pensadores del proletarismo, reforzaba su mecanismo de autoprotección y mejoraba sus beneficios a costa de mantener en la pobreza a los trabajadores. El anarquismo identificó esa "sensibilidad de la desesperanza" e hizo participar masivamente a un creciente proletariado, llamado a situarse en masa fuera de una ley que no compartía. Sin embargo, fue el abandono de parte de su aversión a cualquier tipo de institucionalización y la participación en el sindicalismo lo que permitió que el anarquismo no se viera condenado a una línea de estéril destrucción.
Evolución histórica del anarquismo.
La organización del anarquismo como movimiento de masas tuvo en Bakunin su más importante impulsor. Aunque trató inútilmente de insuflar el espíritu libertario en los movimientos nacionalistas y en la Liga de la Paz y la Libertad, tuvo más éxito en la conformación de la Alianza de la Democracia Socialista y, definitivamente, con la entrada en la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT, 1868). Sin embargo, sus enfrentamientos con la línea mayoritaria (que seguía las teorías de Marx, lo que sirvió para definir más puntualmente la ideología anarquista en oposición al socialismo comunista del marxismo), llevaron a la expulsión de los anarquistas en el congreso de La Haya (1872). Empujados por la oleada represiva que sacudió Europa tras los acontecimientos de la Comuna de París y expulsados de la I Internacional, los anarquistas centraron su actuación en la propaganda de base y la organización clandestina de células de actuación. Aunque la presencia de anarquistas se dio en todos los países europeos, en los de más desarrollo industrial fueron siendo postergados por otros modos de actividad proletaria; sin embargo, en países como Italia, Rusia, Suiza y España los anarquistas desempeñaron un destacado papel en la conformación del movimiento obrero, con un rápido y multitudinario crecimiento en el último cuarto de siglo y con una reconversión del aparato doctrinal, incrementando el peso del campesinado en la concepción globalizada del proletariado.
Tal vez la personalidad que mejor encarnó esta renovada concepción del anarquismo fue Enrico Malatesta. Los últimos años de su vida Bakunin los pasó en Italia, donde, tras ser condenado por la línea oficialista de la Internacional, reorganizó su Alianza de la Democracia Socialista. Uno de sus más adelantados discípulos fue Malatesta, que acabó siendo un gran propagandista de la idea libertaria, un dinámico activista y el mejor sintetizador del anarquismo latino. En su obra La Anarquía replanteaba las ideas de Bakunin y Kropotkin, tratando de superar las posibles contradicciones a las que habían llevado la pretensión de las concepciones científicas, basando la fuerza del movimiento proletario en la voluntad que, lejos de ser una ilusión incapaz de servir como instrumento de transformación social, era presentada como el más importante medio de actuación.
La mutua influencia del voluntarismo latino y del nihilismo ruso hizo que la última década del siglo XIX estuviera agitada por las actuaciones violentas anarquistas. Dada su organización clandestina o alegal y convencidos de que la línea pacífica nunca podría movilizar a las masas hacia el triunfo de una revolución social, optaron por la propaganda mediante el hecho, es decir, la acción directa. Las autoridades gubernamentales no entendieron la actuación anarquista como un conflicto político sino como un tema de seguridad interna, cuando no como mera delincuencia. Por ello, se desató una fuerte represión sobre los colectivos anarquistas, lo que, lejos de paliar el problema, hacía realidad la visión negativa del panorama político occidental, donde se estaban llevando a cabo transformaciones democratizadoras y se generalizaba el sufragio universal. La actuación violenta subversiva era contestada con la reacción violenta represiva que, a su vez, se legitimaba por ella. Víctimas de este círculo vicioso violento fueron centenares de personas: empresarios, sindicalistas católicos y hombres de estado, por parte anarquista, mientras que obreros y dirigentes anarquistas lo fueron por parte de la policía y por parte de los llamados Sindicatos Amarillos, organizados para combatirlos. Las actuaciones violentas que más alcance tuvieron fueron las bombas arrojas en el Palais Bourbon y en el Liceo de Barcelona (1893) y los asesinatos de Sadi Carnot, presidente de la república francesa (1894), Cánovas del Castillo, presidente del gobierno español (1897), la emperatriz Isabel de Austria (1898), el rey Humberto de Italia (1900) y las decenas de atentados sobre importantes personalidades políticas de toda Europa que, aunque no lograron los sangrientos objetivos pretendidos, consiguieron desatar un creciente temor generalizado.
No todos los anarquistas apoyaron estas actuaciones y fueron, precisamente, estos elementos contrarios a la práctica terrorista quienes consiguieron sacar al anarquismo del estéril callejón sin salida al que los condenaba la violencia. Desde principios del siglo fue evolucionando tanto la doctrina anarquista como, principalmente, el criterio organizativo del movimiento. El cambio más significativo fue la decisión de apoyar la acción política de otros grupos obreros y centrar la actuación anarquista en el campo estrictamente sindical, lo que dio origen al anarcosindicalismo.
El anarquismo como movimiento organizado.
La participación del anarquismo en el ámbito sindical estuvo presente en las últimas décadas del siglo XIX, especialmente en Francia, a través de la Federación Nacional de Sindicatos y la posterior Confederación General del Trabajo. Sin embargo, las acciones terroristas alejaban a los obreros del anarquismo, al mismo tiempo que producían lo que pretendían combatir: el fortalecimiento de los gobiernos, que se vieron legitimados para dictar leyes de excepción contra el anarquismo. Debía encontrarse una nueva vía de acción que permitiera actuar en el interior del movimiento obrero sin necesidad de aceptar la lucha política y la democracia parlamentaria.
No fue hasta que se impuso la alternativa sindicalista sobre la vía terrorista cuando de un modo decidido se encontró una salida operativa y se abordó uno de los grandes problemas del anarquismo: su organización como movimiento social. Dados los antecedentes, fue en Francia donde se materializó en primer lugar esta evolución; del congreso de la Confederación General del Trabajo (1906) salió la Carta de Amiens, donde se explicitan las bases ideológicas y los criterios organizativos del anarcosindicalismo. A partir de entonces se desarrolló un proceso organizativo que dio origen a la creación de multitud de sindicatos nacionales en toda Europa y América Latina, organizaciones que alcanzaron su máxima coordinación con la creación, en 1922, de la Asociación Internacional de Trabajadores (o Internacional Anarquista), que retomaba el nombre de la primitiva AIT y reivindicaba su espíritu fundador.
El anarcosindicalismo sostenido por la Internacional Anarquista se basaba en tres principios básicos: el apoliticismo (condena de los partidos políticos y la lucha parlamentaria como vía para la transformación social), la acción directa (entendida como la supresión de intermediarios entre patronos y obreros: los conflictos entre capital y trabajo debían ser abordados por sus protagonistas sin mediación de los organismos de conciliación que en ese momento se estaban creando -jurados mixtos, comités paritarios, tribunales laborales, etc.) y el recurso a la huelga general revolucionaria (táctica conceptualizada por Sorel como medio de destrucción de la sociedad clasista).
Aunque la primera organización anarcosindicalista con identidad propia y consecuente fue la francesa, el país donde arraigó con más intensidad el sindicalismo anarquista fue en España, mediante la organización de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). Sin embargo, en Italia la dimensión de la Unión Sindicale Italiana fue escasa, de igual modo que en Portugal la Confederación General del Trabajo. Más trascendencia tuvo el anarcosindicalismo en América Latina, donde fue introducido por obreros europeos; en Argentina la Federación Obrera Regional Argentina, fundada en 1905, acabó siendo controlada por los anarquistas, al igual que sucedió en Uruguay con el sindicato homónimo. Siguiendo su ejemplo se fundaron sindicatos anarquistas en Perú (1913), Paraguay (1915), Ecuador (1922) y Bolivia (1927). Otras organizaciones anarquistas, sin llegar a la constitución de federaciones regionales, se desarrollaron en México, Colombia y Puerto Rico. Hasta la primera guerra mundial el sindicalismo anarquista fue una de las principales fuerzas de movilización social e influencia política.
El triunfo de la Revolución Rusa hizo que los sectores proletarios radicales, que en su mayor parte conformaban la base del anarcosindicalismo, fueran abandonándolo al identificarse con el comunismo, promovido por la alternativa revolucionaria materializada en el estado soviético. A partir de ese momento, el sindicalismo anarquista perdió una parte de su fuerza: en el único país que persistió con la trascendencia anterior fue en España, donde se mantuvo como el primer sindicato obrero y, a pesar de la represión sufrida durante la dictadura de Primo de Rivera, tuvo una actuación importante en la II República y la guerra civil española.
Tras la segunda guerra mundial, el anarquismo había perdido en parte la importancia que había tenido en el ámbito obrero en las últimas décadas del siglo XIX y primer tercio del XX. Los grupos obreros anarquistas quedaron reducidos a pequeñas minorías testimoniales; sin embargo, su ideario fue recogido por núcleos intelectuales y universitarios que reactualizaron el pensamiento libertario, poniendo de manifiesto su cualidad de oposición a la sociedad de consumo y las prácticas economicistas operativas, tanto en las sociedades occidentales en desarrollo como en los países del "socialismo real". El desencanto de sectores radicales con la política de la URSS y la eclosión del movimiento universitario de protesta en los años sesenta permitió un resurgimiento del anarquismo, si bien con más simpatizantes que activistas. Este resurgimiento no sólo recobró el espíritu libertario sino que llegó a sus extremos más dramáticos con la vuelta la acción directa, a cuya teoría inicial se sumó la práctica de la guerrilla urbana: grupos radicales como Baader-Meinhof en Alemania y las Brigadas Rojas en Italia participaron de estos planteamientos.
Anarquismo latinoamericano.
Las corrientes anarquistas y marxistas comenzaron a difundirse en América Latina a partir de la I Internacional, coincidiendo con la emigración europea hacia determinados países, sobre todo del Cono Sur y México. El anarquismo latinoamericano se inspiró directamente en las corrientes de los países mediterráneos, de donde venían la mayor parte de los emigrantes, que fueron quienes lo importaron y adaptaron a formas de organización concretas, ya que los primeros sindicatos son de inspiración anarquista. Activistas europeos como Enrico Malatesta, Farga Pellicer o Diego Abad de Santillán estuvieron presentes en la inspiración de los primeros sindicatos anarquistas. A partir de 1880 el anarquismo se dividió en dos corrientes: los antiorganizadores, discípulos de Stirn, y los anarcosindicalistas, que se apoyan en Bakunin y Kropotkin y propugnan el colectivismo anarquista y el comunismo anarquista. Esta última tendencia llevó al anarquismo latinoamericano a adquirir su máxima importancia histórica, apoyada en importantes federaciones sindicales como la Federación Obrera Regional Argentina (FORA), la uruguaya (FORU), brasileña, chilena, etc. También fue notable la aparición de cierto pistolerismo anarquista y la actuación violenta de anarquistas europeos. Contaron también con importantes intelectuales como Florencio Sánchez, Alberto Giraldo o Flores Magón. A partir de la década de 1920 y, sobre todo, con la gran depresión de 1929, la influencia del anarcosindicalismo empezó a decaer en favor del comunismo.
Tradicionalmente, se ha sostenido que hasta el triunfo de la Revolución de 1868, que depuso la dinastía Borbón y dio inicio a la etapa conocida como Sexenio democrático, no hubo ningún contacto entre el movimiento obrero español y los líderes anarquistas internacionales. Ni el proletariado era tan grande en España -dada la reducida industrialización del país- ni el anarquismo se hallaba articulado como movimiento; sin embargo, en la actualidad se conocen las traducciones al castellano de las obras de Proudhon realizadas por Francesc Pi i Margall, cuya difusión en la zona industrial barcelonesa debió ser intensa. Tras la creación de la Asociación Internacional del Trabajo en Londres (1864), el movimiento obrero internacional comenzó un proceso de organización y propagación. Con motivo de la revolución septembrina de 1868, el Comité Central de la AIT decidió enviar a España como comisionado al italiano Fanelli, integrante de la Alianza Internacional de la Democracia Socialista fundada por Mijaíl Bakunin y especialmente desarrollada en Italia. Fanelli llegó a Madrid en el invierno de 1868-69, reuniendo el núcleo fundacional de la Región Española de la Internacional, que celebró su primer congreso en Barcelona en 1870.
Además de vincular el proletariado español a la AIT, Fanelli llevó a cabo un proselitismo activo del anarquismo bakunista, lo que produjo una rápida identificación entre internacionalismo y anarquismo. Así se refleja en las conclusiones a las que llegó la Federación Regional Española (FRE) en sus congresos de Valencia (1871), Zaragoza y Córdoba (1872): antiestatalismo, condena de la actuación política, colectivización de los medios de producción y descentralización. En 1873 se produjo el mayor apogeo del internacionalismo español de la primera época, profundamente identificado con el anarquismo: existían 123 federaciones locales a las que estaban afiliados entre cuarenta y cincuenta mil militantes, cifra muy considerable si se tiene en cuenta que es muy semejante a las de Gran Bretaña o Francia, donde el número de obreros industriales era mucho mayor.
Los acontecimientos revolucionarios de la Comuna de París (1871) fueron seguidos en España, como en toda Europa, por una oleada represiva contra el internacionalismo. Sin embargo, en la España inmersa en pleno proceso constituyente republicano, la prohibición de la AIT no llegó a aplicarse de modo tan drástico, lo que permitió, de hecho, la continuidad de las actuaciones obreras y que la Península Ibérica fuera destino de varios refugiados internacionalistas, entre ellos el cubano Lafargue, yerno de Marx. La segunda consecuencia del estallido revolucionario comunero fue la definitiva división de la AIT entre marxistas y bakunistas, lo que provocó la expulsión de los anarquistas. Dada la imposición en España de los principios ideológicos bakunistas, Marx encargó a Lafargue la reconducción del internacionalismo español; su actuación incrementó el enfrentamiento, que ya se venía produciendo entre las dos facciones; pero, a diferencia de lo ocurrido en la AIT, en la FRE se impuso la corriente anarquista, escindiéndose un ala marxista dirigida por Pablo Iglesias y los hermanos Mora (que posteriormente daría lugar a la creación del PSOE y la UGT). A esta división interior del movimiento obrero español se sumó la prohibición de la Internacional en 1874, mucho más efectiva que las anteriores. Aunque la FRE no desapareció, sino que pasó a una nueva reestructuración en la clandestinidad, su descentralización federativa y la represión sufrida hicieron que el número de militantes disminuyera sustancialmente, reduciéndose el de federaciones de 123 a 48 en 1881.
Con la llegada al poder del gobierno de Sagasta en 1881 el internacionalismo recuperó su legalidad, se reorganizaron las federaciones y recobró la militancia a un ritmo creciente, que permitió superar las cantidades de la década anterior. Este resurgimiento llevó aparejado el cambio de nombre de la asociación del internacionalismo de inspiración anarquista, que pasó a denominarse Federación de Trabajadores de la región Española (FTRE), cuyos dirigentes principales fueron Antonio Pellicer y Francisco Tomás. Los núcleos más importantes del anarquismo español se encontraban en Cataluña y Andalucía, aunque su presencia era también dominante en el Levante y Aragón, e inferiores a los internacionalistas marxistas en los centros fabriles de Galicia, Asturias y País Vasco. Las distintas orientaciones del movimiento anarquista tuvieron una correlación hispana y las divisiones internas se evidenciaron tanto en cuestiones doctrinarias como organizativas. La corriente más importante fue la anarcocolectivista, que a grandes rasgos actualizaba los principios teóricos de Bakunin: formación de sindicatos obreros que lucharan a la vez por la mejora de las condiciones materiales del proletariado y por la conformación de una sociedad no clasista con la colectivización de los medios de producción. La segunda gran corriente es el comunismo libertario, cuyo elemento distintivo se encontraba en ir más allá de la colectivización de los medios, hasta la destrucción de toda transacción comercial y de la propia organización comercial.
La línea anarquista que mayor relieve alcanzó en la dos últimas décadas del siglo XIX fue el anarcocomunismo, directamente inspirado en la acción directa promovida por Kropotkin y el voluntarismo individualista de Malatesta. Esta tendencia negaba la posibilidad de alcanzar la revolución social mediante la actuación de sindicatos (demasiado apegados a la mera negociación reivindicativa) y se organizaba en torno a pequeños grupos de activistas cuya práctica era la lucha contra los elementos más significados de la sociedad capitalista y sus medios de producción, manifestación y control. A los anarcocomunistas no les preocupaban las reivindicaciones laborales del proletariado, sino la producción de las condiciones que condujeran al estallido de la revolución social que posibilitara la constitución de una sociedad sin clases ni propiedad privada. La actuación de los activistas anarcocomunistas quedó reducida al sabotaje y la comisión de atentados: las primeras actuaciones se centraron en Andalucía, donde esta corriente alcanzó su mayor expansión a comienzos de los años ochenta; las quemas de cosechas y el asalto a establecimientos dio origen al mito de la Mano Negra, organización que en realidad nunca existió como tal, pero que sirvió a las autoridades para desencadenar una durísima represión que consiguió liquidar el movimiento obrero organizado en Andalucía y poner en graves aprietos los de otras regiones. A pesar de que la FTRE se desmarcara de las supuestas atrocidades de la Mano Negra, la crisis que provocó la persecución de sus federaciones hizo que desapareciera como tal, siendo sustituida por organizaciones muy minoritarias como la Federación de Resistencia al Capital o el Centro de Relación y Estadística. La iniciativa obrera de inspiración anarquista desapareció hasta finales de siglo, persistiendo sólo las movilizaciones alrededor del 1º de mayo -desde 1890- y sobre todo las acciones terroristas. La propaganda por el hecho se puso en práctica mediante la coacción a los esquiroles, el terrorismo de las bombas en lugares públicos (en especial las del Liceo y la del Corpus en Barcelona) y los magnicidios (frustrados algunos, como los atentados contra Martínez Campos o Alfonso XIII, consumados otros, como los de Cánovas, Canalejas y Dato).
La crisis desencadenada por la represión y el recurso al terrorismo encontró una salida satisfactoria con el desarrollo del anarcosindicalismo. En 1901 se creó Solidaridad Obrera, primer organización que puso en práctica la concepción soreliana de huelga general; bajo su iniciativa se convocó el paro que dio origen a la Semana Trágica de Barcelona (1909) y su éxito respaldó la creación de una gran central sindical revolucionaria; al año siguiente se fundó la Confederación Regional del Trabajo, que en 1910 se convirtió en Confederación Nacional del Trabajo (CNT), el más importante sindicato anarquista del mundo, tanto por el volumen de sus militantes como por su influencia sociopolítica. Aunque desde el mismo momento de su fundación, la CNT contó con más de treinta mil afiliados, su expansión estuvo ligada a la crisis de 1917 (700.000 militantes en 1919) y a la reorganización interna (sindicatos únicos en lugar de los tradicionales de oficio) e ideológica (comunismo libertario) que produjeron los congresos de 1918 y 1919. Aunque tras el triunfo de la Revolución Rusa la CNT se adhirió provisionalmente a la III Internacional, rápidamente retornó a los planteamientos anarcosindicalistas, colocando a continuación la lucha contra el comunismo como uno de sus pilares ideológicos (lo que provocó la escisión de una pequeña fracción -Maurín, Nin, Arlandis-, que acabarían fundando el Partido Obrero de Unificación Marxista, POUM).
En el anarquismo español, organizado alrededor de la CNT, tuvieron presencia tres corrientes claramente diferenciadas. Por una parte se encontraba el sindicalismo agrario, cuyas reivindicaciones laborales eran superadas por el ansia de tenencia de la tierra; por otra, se encontraban los sindicatos obreros que alcanzaron sus máximos éxitos cuando fusionaron las reivindicaciones propiamente laborales con las revolucionarias aspiraciones sociopolíticas de transformación. En el aspecto ideológico convivieron una rama reformista (personificada en Salvador Seguí, apodado el Noi del Sucre, hasta su asesinato en 1923, y con posterioridad por Angel Pestaña y Juan Peiró) y una rama estrictamente anarquista, que cristalizó en la Federación Anarquista Ibérica (FAI), dirigida por Abad de Santillán, Durruti, Ascaso y García Oliver.
Aunque el anarquismo fue especialmente perseguido durante la dictadura de Primo de Rivera, en la II República fue el mayor sindicato obrero y sus actuaciones combinaron la reivindicación laboral con intentos revolucionarios. La acción anarquista fue un constante problema para la viabilidad de la República, máxime en los años 1932 y 1933, en los que se sucedieron las insurrecciones revolucionarias dirigidas por la FAI. Durante la guerra civil, tanto organizativa como ideológicamente, el anarquismo español se vio obligado a cambiar sus presupuestos; aunque persistía la condena a los partidos políticos, la CNT y, en especial, la FAI funcionaron como tal; además, colaboraron con las autoridades republicanas en labores de gobierno, tanto en la Generalitat catalana como en el central republicano, teniendo varios ministros. Las colectivizaciones que fueron abordadas desde un primer momento (en especial en la industria catalana y el campo aragonés) debieron reducirse a partir de 1938.
Bibliografía:
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El anarquismo en el siglo XX:
Es probable que el anarquismo no hubiera pasado de ser una simple especulación teórica de no haber existido una serie de activistas que lo impulsaran, creando organizaciones vinculadas al movimiento obrero con la pretensión de destruir la sociedad capitalista y el Estado, y cuya fuerza se manifestó desde la segunda mitad del siglo XIX.
Durante el periodo de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) o I Internacional, las posturas anarquistas estuvieron representadas por los seguidores del revolucionario ruso Mijaíl Bakunin. Sin embargo, sus posturas chocaron con las expuestas por los socialistas seguidores de Karl Marx y, tras sucesivas derrotas en varios congresos, en el V Congreso de la AIT celebrado en La Haya en 1872 los anarquistas fueron expulsados de la Internacional. Desde entonces el socialismo y el anarquismo han divergido de un modo frontal, aunque ambas ideologías partan de su radical negación del capitalismo. Los anarquistas filosóficos continúan en desacuerdo con los socialistas por la importancia que le conceden a la libertad del individuo por encima de cualquier limitación, sobre todo, por parte del Estado.
Esta situación y la muerte de Bakunin en 1876 provocaron una dispersión de los grupos anarquistas y una radicalización de sus posturas, que pasaron a defender la "propaganda por la acción", también llamada "propaganda por el hecho". Ello provocó una oleada de atentados terroristas de carácter individual que pretendían movilizar una sociedad aletargada. Magnicidios como los de Humberto I, rey de Italia, William McKinley, presidente de Estados Unidos, Jorge I, rey de Grecia y del presidente de Francia Marie François Sadi Carnot, así como otros atentados como en el teatro del Liceo de Barcelona (1893) o en la calle Cambios Nuevos de la misma ciudad, cuando una bomba lanzada en plena procesión del Corpus ocasionó seis muertos en 1896 —todos cometidos por anarquistas— fueron expresión de esta orientación estratégica.
España fue uno de los países donde esos magnicidios fueron más relevantes. Tres presidentes de Gobierno fueron asesinados: Antonio Cánovas del Castillo en 1897 por el italiano Michele Angiolillo; José Canalejas, en 1912, por Manuel Pardiñas y Eduardo Dato, que en 1921 fue asesinado por tres anarcosindicalistas. El propio rey Alfonso XIII sufrió varios atentados; el más importante se produjo el día de su boda con Victoria Eugenia de Battenberg, en mayo de 1906, cuando una bomba lanzada por Mateo Morral, en plena calle Mayor de Madrid no alcanzó su objetivo, pero provocó varios muertos entre el público asistente (un monolito recuerda en la actualidad dicho atentado). En 1923 Buenaventura Durruti y Francisco Ascaso dieron muerte al cardenal Soldevila, arzobispo de Zaragoza, y al parecer un año después trataron de matar en París a Alfonso XIII.
Desde una perspectiva histórica España fue el otro punto donde el anarquismo —en sus distintas vertientes— arraigó con más fuerza e intensidad. La llegada en 1868 del italiano Fanelli permitió la creación en Madrid de un núcleo provincial de la AIT. En 1870 quedó constituida inicialmente la Federación Regional Española (FRE) de la AIT, y la prensa obrera empezó a difundirse a través de La Federación de Barcelona o La Solidaridad de Madrid, aunque aún eran organizaciones clandestinas. El triunfo de los anarcosindicalistas frente a los partidarios de "la propaganda por la acción" se manifestó en la creación, en 1881, de la Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE) que acabó disolviéndose tras la dura represión que sufrió después de las actividades de grupos como Los Desheredados o la llamada Mano Negra, descalificados incluso por la propia FTRE.
A comienzos de siglo en Cataluña se crea Solidaridad Obrera, de carácter anarcosindicalista, que sería el núcleo de la creación, en 1910, de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), fundada por 114 sociedades obreras de toda España. Su actividad vino marcada por los intentos de los anarquistas partidarios de la lucha armada por controlar sus actividades, como respuesta a los atentados que sufrieron por parte de pistoleros de la patronal catalana en la década de 1920, dirigidos por el general Martínez Anido y la fuerte represión durante la dictadura de Miguel Primo de Rivera (1923-1930), lo que no impidió el fuerte crecimiento del sindicato, en especial en Aragón y Cataluña.
En 1927 y en una reunión secreta celebrada en Valencia se constituyó la Federación Anarquista Ibérica (FAI) como organización revolucionaria del movimiento anarquista. Pero nunca fue una organización centralizada en el seno de la CNT sino una serie de grupos que actuaban sin cohesión.
Un destacado anarquista español, Juan García Oliver, declaró al comienzo de la década de 1930 que pretendía "eliminar a la bestia que hay en el hombre".
Por aquella época, y según la opinión del historiador Hugh Thomas, casi millón y medio de trabajadores españoles eran anarquistas, pero los afiliados a las organizaciones no pasaban de 200.000. Durante la Guerra Civil española (1936-1939) los anarquistas participaron en los gobiernos central y catalán (en este último caso junto a Lluís Companys y Francesc Macià). Sus experiencias colectivistas agrarias, sobre todo en Aragón, sucumbieron ante la oposición de otras fuerzas políticas de la II República, como el Partido Comunista, partidario de un gobierno fuerte y centralizado que permitiera ganar la guerra.
Evolución teórica:
Entre los autores que pretendieron crear una concepción científica del mundo y de la evolución social desde una perspectiva anarquista destacan Piotr Alexéievich, príncipe Kropotkin, que se autodefinía como un comunista anarquista, y la estadounidense Emma Goldman.
A partir de la década de 1940 los anarquistas sufrieron una dura persecución por parte de los grupos políticos de izquierda internacionalista radical vinculados a los partidarios de Stalin y sus aliados. No obstante, y más en un plano de lucha y militancia activa que en el ámbito teórico, los anarquistas lograron adeptos y una admiración general por su coraje y sentido de fraternidad en todos los combates abiertos y librados en los frentes de Europa y del resto del mundo frente a toda manifestación de autoritarismo y tiranía. Un autor como Manuel Leguineche, estudioso de los avatares de la Resistencia francesa, ha estimado en El precio del paraíso, después de recabar multitud de informaciones y testimonios directos, que tras la derrota de la II República española, los defensores de la Francia Libre capitaneada por el general De Gaulle eran anarquistas españoles, hasta conformar casi el 60% de la organización que luchó contra los invasores nazis. Un carro de combate tripulado por anarquistas españoles (el ‘Guadalajara’) fue el primero en entrar en 1945 en el París liberado de la Ocupación alemana, como Ernest Hemingway atestiguó en sus crónicas.
Es, sin embargo, en el plano doctrinal donde se registra un renacimiento del anarquismo, acaso algo abstracto o en exceso teórico en contraste con su trayectoria histórica, muy nutrida de acontecimientos épicos, a finales de la década de 1960, con motivo de los levantamientos estudiantiles y obreros que se produjeron en París, Berlín, México D. F. y Berkeley (California). Una síntesis de ‘socialismo real’, como se denominaba a la política mantenida entonces por la Unión Soviética, y de sincretismo utópico que integraba las posturas ideológicas más radicales, originaba el llamado ‘sesentayochismo’ (1968), de marcado cuño libertario anarquista. De este modo, líderes estudiantiles como los hermanos Cohn-Bendit, jóvenes sindicalistas procedentes del marxismo-leninismo como Rudi Dutschke, filósofos de la Escuela de Frankfurt que lograron huir del nazismo (Herbert Marcuse, Theodor W. Adorno, Max Horkheimer, entre otros), existencialistas como Jean-Paul Sartre, Albert Camus, Simone de Beauvoir y heterodoxos en la órbita del comunismo como Louis Althusser, Nicos Poulantzas y los trotskistas Alain Krivine y Ernest Mandel, además de intelectuales críticos como Noam Chomsky, Angela Carter, Norman O. Brown o Kurt Vonnegut configuraron un espacio ideológico amplio que revitalizó el ansia irrenunciable de los defensores de la anarquía, entendida ésta como sinónimo del "orden más perfecto posible" para la humanidad.
El siguiente texto, escrito por el politólogo Jean Touchard, analiza los fundamentos filosóficos del primer anarquismo y las aportaciones doctrinales de sus ideólogos fundacionales:
Fragmento de TOUCHARD, Jean. Historia de las ideas políticas. Madrid: Tecnos, 1981. Capítulo XVI: sección II.
"En los últimos treinta años del siglo XIX el anarquismo alcanzó un éxito considerable en los medios populares y en ciertos círculos intelectuales (muy limitados) de Francia, España, Italia del Norte y Rusia. Pero hubo muchas formas de anarquismo.
Hubo un pretendido "anarquismo" derivado de Stirner y de su vehemente exaltación del "yo único". Stirner define así su Asociación de Egoístas (que opone a la sociedad): "La utilización de todos por todos". Es un solipsismo apasionado que podría por ello encontrar cierta prolongación en Nietzsche. No ejerció casi ninguna influencia en los medios populares.
¿Es preciso mencionar el "anarquismo" de León Tolstoi? Se trata más bien de un moralismo obsesionado por el pecado y deseoso de volver, mediante la humildad, a la ley de Cristo. Casi llega, mediante un rodeo, a condenar la acción voluntaria del hombre, a rechazar las leyes, a abandonarse a un éxtasis místico.
Descartaremos también de nuestro estudio, aun mencionándolo, ese anarquismo libertario que tanto perjudicó a las doctrinas anarquistas, que predica (mediante la palabra o los actos) el asesinato (incluso no político), la unión libre (y no la comunidad de mujeres: ¡odioso comunismo!) y, en general, una perpetua instalación "fuera de la ley" (aunque sean leyes morales). Esta tendencia entra en el campo de lo pintoresco o de la psicología, no en el nuestro.
Mucho más cerca de este campo se sitúa el anarquismo nihilista y terrorista (por lo demás, más "terrorista" que "nihilista") que sacudió a la Rusia zarista. Sin embargo, ¿merece algo más que una simple mención? En el plano ideológico, sus "héroes" adoptaron o "aplicaron", siempre bastante confusamente, bien un blanquismo adaptado a la situación rusa, bien un "anarquismo libertario" definido en el Catecismo de un revolucionario, de Netchaiev, bien las doctrinas de la anarquía "positiva" de Bakunin (1814-1876) y Kropotkin (1842-1921).
En realidad, sólo nos interesan estas últimas doctrinas.
A) FILOSOFÍA, POLÍTICA, ECONOMÍA— El anarquismo profesado por Bakunin, Kropotkin y Jean Grave pretende ser, al tiempo, una filosofía de la naturaleza y del hombre y una ciencia total de la vida humana.
El príncipe Kropotkin, que era un físico notable, enuncia en La ciencia moderna y la anarquía sus postulados filosóficos, derivados de Spencer, Darwin, Cabanis y Auguste Comte. El universo no es sino materia en perpetua y libre evolución: existe una anarquía de los mundos. Esa anarquía de la evolución es la ley de las cosas. Pero esta ley no se impone a las cosas, sino que es su ser mismo. "La anarquía es la tendencia natural del universo, la federación es el orden de los átomos" (Bakunin). Ahora bien, dado que esa materia está animada por esa bella ley de evolución (i. e. de anarquía) inteligente, toda la historia de la materia (de la que el hombre no es más que un elemento) es una "negación progresiva de la animalidad del hombre por su humanidad" (Kropotkin). Por consiguiente, el hombre sólo sigue su propia naturaleza y respeta a la ciencia cuando obedece a esa ley de rebeldía.
Primera deducción: antiteísmo absoluto. Ni siquiera hay que demostrar que dios no existe o que no es más que un "reflejo": hay que sublevarse, pues el hombre no puede reconocer ninguna subordinación de su ser. "Si dios existiera realmente habría que hacerle desaparecer" (Bakunin).
Segunda deducción: "… Rechazamos toda legislación, toda autoridad y toda influencia privilegiada, patentada, oficial y legal, aun salida del sufragio universal, convencidos de que no podría nunca sino volverse en provecho de una minoría dominante y explotadora contra los intereses de la inmensa mayoría sojuzgada" (Bakunin, Dios y el Estado). La razón de la "an-arquia" política es la misma que la del ateísmo: el hombre es bueno, inteligente y libre: ahora bien, "todo Estado, como toda teología, supone al hombre esencialmente perverso y malvado" (Bakunin).
En el plano económico los anarquistas se han pronunciado siempre contra la propiedad (Dios-Estado-Propiedad). Sin embargo, su pensamiento sobre la materia ha sido siempre un poco ambiguo.
En primer lugar, porque nunca se liberan plenamente de la utopía "abundancista" de "coger del montón".
En segundo lugar, porque lo que principalmente condenan de la propiedad es la desigualdad que crea, el poder que confiere y —derivado de esto— el germen de autoridad (por sobrentendido: política) que encierra. Por consiguiente, su crítica de la propiedad no se dirige, en cierta medida, contra una pequeña propiedad campesina, "mediocre" e igual. En cualquier caso, algo es seguro: los anarquistas son radicalmente opuestos a una "organización" autoritaria y global de la economía. En parte por esta razón se proclamaron en los comienzos de la Primera Internacional, para distinguirse de los "comunistas", marxistas, "colectivistas" (y luego, sucesivamente, "comunistas libertarios" y "comunistas anarquistas"). Su comunismo está, en el fondo, muy cerca del de Babeuf; pero con la añadidura de no considerar ninguna organización como definitiva y obligatoria: la vida es movimiento, y la rebeldía es la "ley" del hombre.
B) CONTRA TODA AUTORIDAD.—Para los anarquistas la ilusión más peligrosa consiste en imaginar que cabe "dejar sitio" al Estado y encontrar una forma de organización del Poder que limite su maldad. Esto equivaldría a admitir la necesidad del Poder como corrección fatal de una naturaleza corrompida del hombre: ¡éste es el pecado de la teología!
Por otra parte, no se puede limitar el Poder. La democracia sigue siendo una "cracia", la de una mayoría. ¿Y qué mayoría? No la de la masa auténtica en su espontaneidad y en su soberana libertad anárquica, sino la de los representantes, es decir, gobernantes, hombres de poder y de autoridad. Nos encontramos con una de las ideas-fuerzas que fue la verdadera "filosofía inmanente" del proletariado durante el último tercio del siglo XIX: la negativa absoluta a adherirse a toda la teoría jurídico-política del "mandato" y de la "representación", la desconfianza absoluta, tanto en el personal parlamentario como en la mediación política.
Otra ilusión: la democracia directa. Mentira sutil: en tanto que la masa carezca de capacidad política (Proudhon), sigue siendo un intermediario entre ella y ella misma, y crea en cualquier caso un Gobierno que la dirige.
La negación llega hasta las últimas consecuencias. Los anarquistas rechazan con el mismo vigor los "Gobiernos revolucionarios", aun siendo "provisionales": "se hace Estado" en nombre de la revolución y, por tanto, se trabaja por el despotismo y no por la libertad. Toda revolución que se impone mediante un acto de autoridad y mediante la concentración del Poder, aun provisional, crea un Poder que se separa de las masas. El Estado "provisional" sigue descansando sobre la misma "teología" de una humanidad corrompida a la que hay que "salvar" por la vía de la autoridad.
La misma desconfianza conduce a los anarquistas a condenar a todos los partidos políticos, cualesquiera que sean, "en tanto que ambicionan el Poder" y porque tienden siempre a petrificar dentro de sí funciones de jefes.
C) ANTI-INDIVIDUALISMO.—La verdadera doctrina anarquista, aunque rechace toda autoridad, nunca ha sido una exaltación del individuo. El anarquista no es ni individualista ni aristocrático. En el anarquista no hay rastro de desprecio hacia aquello que rechaza: el anarquista no desprecia, odia.
El anarquismo es ante todo, principalmente en Bakunin, una aspiración popular. No combate por el individuo-héroe orgullosamente liberado, sino por la masa popular en su espontaneidad primera, instintiva y brotante. Las masas contra la élite.
Así se explica el papel conferido por el anarquismo a la violencia en la acción de masas. Algunos anarquistas deificarán la violencia, de la que harán un absoluto. Nada de esto existe en los grandes doctrinarios anarquistas. Si no descartan la violencia es por dos razones. Primero, porque es una de las manifestaciones de esa libertad de la naturaleza y de la vida ("El anarquismo es un radicalismo vitalista", ha dicho acertadamente P. L. Landsberg). En segundo lugar, porque la violencia es el modo de acción de las masas, al menos en tanto que intenten hacer una revolución política antes de hacer la revolución social. ¿Por qué? Porque la revolución exclusivamente política es, o llega a ser, necesariamente burguesa, en beneficio de privilegiados (aunque sean ex proletarios): y en ese caso las masas reaccionan según su ruda naturaleza, con violencia.
D) LA REVOLUCIÓN SOCIAL.—Sobre este punto los anarquistas no "imaginaron" nada muy original. Sus perspectivas son, a grandes rasgos, las de la Primera Internacional: la emancipación económica de los trabajadores debe ser obra de los mismos trabajadores.
La acción económica de los trabajadores, la auto-organización de las masas populares (y no de la "clase" obrera) responden, según los anarquistas, a una verdadera necesidad, poderosamente sentida por las masas. Por esta razón son partidarios del cooperativismo, del sindicalismo y, sobre todo, de esas "Bolsas de Trabajo" creadas en Francia gracias a la iniciativa de Fernand Pelloutier.
El anarquismo tuvo sus desviaciones y sus aberraciones desesperadas, pueriles o sublimes (véase la conmovedora evocación de Víctor Serge: Méditation sur l’anarchie, Esprit, abril de 1937). Sin embargo, representa, en su esencia, una cosa muy diferente. Por un lado, fue indudablemente, el signo de una irrupción de las masas populares en la vida política en el momento en que, tras la Comuna de París y en plena agonía del zarismo autocrático, se abatía una formidable reprensión policiaca sobre el proletariado. Fue también una reacción de desesperanza de ese proletariado frente al estado imperialista del capitalismo. El capitalismo no sólo se defiende bien, sino que contraataca, culmina. Están lejanos los sueños de liberación económica y social. No se realizarán (tal vez… ) más que a costa de un esfuerzo violento, instintivo, cuando todo el proletariado se lance en masa "fuera de la ley". El anarquismo estaba magníficamente de acuerdo con una sensibilidad de vencidos y desesperados, a los que daba una posibilidad de dignidad. Sin embargo, sólo su inserción en la acción sindical le permitiría no acabar en un callejón sin salida."
Salud.