Autor: Noam Chomsky
Origen: ZNet Commentaries, 23 Octubre 99
Traducción: Jesús Gómez y Natalia Cervera, para la revista Rebelión
Timor Oriental no es agua pasada
Por Noam Chomsky
Según informes recientes, la misión de Naciones Unidas en Timor Oriental sólo ha podido contabilizar a 150.000 personas de una población total calculada en 850.000 habitantes. Dicha misión informa de que 260.000 personas "languidecen en la actualidad en pequeños campos de concentración de Timor Occidental, que se encuentran en la práctica bajo control de las milicias, después de las víctimas abandonaran sus hogares o se vieran obligadas a abandonarlos por la fuerza", y de que 100.000 personas más han sido realojadas en otras zonas de Indonesia. Se supone que el resto se oculta en las montañas.
El jefe de la delegación australiana se mostró naturalmente preocupado por la posibilidad de que los desplazados sufran carencias alimenticias y de suministros médicos. Por otra parte, Harold Koh, ayudante del secretario de Estado de EE.UU., manifestó tras su gira por Timor Oriental y Occidental que los refugiados están "hambrientos y aterrorizados" y que las desapariciones "sin explicación" están a la orden del día.
Para entender la magnitud del desastre hay que tener en cuenta que el ejército indonesio y sus aliados paramilitares (las "milicias") destruyeron la infraestructura necesaria para la supervivencia durante su retirada, y que el territorio de Timor Oriental estuvo sometido a un régimen de terror durante un cuarto de siglo, que incluyó la matanza de cientos de miles de personas a causa del apoyo diplomático y militar que prestó el gobierno de Carter a Indonesia.
Pero ¿cómo han reaccionado sus sucesores durante la "fase noble" de política internacional, con su "olor de santidad" (por citar la maravillada retórica de un respetado comentarista de la prensa de EE.UU) durante la década de los noventa? Una de las formas fue incrementar el apoyo a los asesinos: por "nuestro chico", como lo definía el gobierno de Clinton al general Suharto antes de que cayera en desgracia por perder el control y no aplicar las draconianas medidas del FMI con suficiente fervor. Tras la masacre de Dili, en 1991, el Congreso de Estados Unidos restringió las ventas de armas y limitó el entrenamiento de tropas indonesias, pero Clinton encontró formas tortuosas de evitar las restricciones. El Congreso expresó su "indignación" y reiteró que "prohibir el entrenamiento de tropas indonesias por parte de militares estadounidenses era y es el propósito del Congreso", tal y como pudieron leer los lectores de Far Eastern Economic Review y de publicaciones disidentes como ésta. Pero fue en vano.
Las investigaciones sobre los programas de Clinton recibieron la rutinaria respuesta del Departamento de Estado: los asesores militares estadounidenses "realizan una función muy positiva en la medida en que exponen a los militares extranjeros a los valores de EE.UU.", valores que se mostraron en el contexto del incremento de la ayuda militar a Indonesia y las ventas de armas a dicho país, aprobadas por el gobierno, que se quintuplicaron durante el periodo comprendido entre el ejercicio fiscal de 1997 y el año pasado. Hace un mes (el día 19 de septiembre), el servicio de noticias internacionales del London Observer y el London Guardian Weekly publicaron un reportaje titulado "US Trained Butchers of East Timor" (EE:UU. entrena a los carniceros de Timor Oriental). El informe, firmado por dos respetados corresponsales, describía el programa Iron Balance (Equilibrio de hierro) de Clinton, por el cual se entrenó a los militares indonesios, a pesar de la prohibición del Congreso, hasta 1998. Entre las unidades que recibieron entrenamiento militar se encontraba el Kopassus, las fuerzas asesinas que organizaron y dirigieron a las "milicias" y que participaron de forma directa en sus atrocidades. Washington lo sabía, y sabía que esos viejos beneficiarios de los asesores militares estadounidenses eran "legendarios por su crueldad" y "pioneros y ejemplo de todo tipo de atrocidades" en Timor Oriental (en palabras de Ben Anderson, uno de los especialistas internacionales en Indonesia más importantes).
El "Equilibrio de hierro" de Clinton proporcionó a estas fuerzas más entrenamiento en tácticas de contrainsurgencia y de "operaciones psicológicas" y les facilitó una experiencia mayor de la que podían aplicar de una sola vez. Mientras ellos y sus esbirros se dedicaban a arrasar la ciudad de Dili en septiembre, saqueando y asesinando, el Pentágono anunció que "el 25 de agosto concluyeron unas maniobras de entrenamiento conjuntas entre Indonesia y EE.UU. centradas en actividades humanitarias y de ayuda en desastres", cinco días antes del referéndum de autodeterminación que supuso un incremento radical de los crímenes, como esperaban los líderes políticos de Washington. Al menos, si leían los informes de sus propios servicios de espionaje.
Todo ello acabó en la laguna mental que contiene el registro histórico del apoyo crucial que EE.UU. prestó a las atrocidades, y que obtuvo el mismo seguimiento (ninguno) que otros muchos acontecimientos del año pasado. Por ejemplo, el Senado de EE.UU. votó por unanimidad el día 30 de junio una petición al gobierno de Clinton para que ligara las acciones militares de Indonesia en Timor Oriental con "cualquier ayuda financiera o crediticia a Indonesia", como pudieron ver los lectores del Irish Times.
Durante gran parte de 1999, los intelectuales occidentales han estado comprometidos en una de las más audaces muestras de autoadulación de toda la historia con su magnífico comportamiento en lo relativo a Kosovo. Entre las muchas facetas de ese gran logro, llevado a cabo en el lugar adecuado, se encontró el hecho de que el enorme flujo de refugiados expulsados tras los bombardeos recibió muy pocos cuidados porque EE.UU. había dejado de financiar a la agencia de Naciones Unidas responsable. Su plantilla se había reducido en un 15% en 1998, y otro 20% más en enero de 1999. Pero aún siguen las denuncias de Tony Blair (otro "santificado") por su "problemático comportamiento" cuando se iniciaron las atrocidades, que fueron la consecuencia anunciada de los bombardeos de EE.UU. y Gran Bretaña.
La sociedad de admiración mútua funcionaba tal y como se esperaba cuando las atrocidades sufrieron una escalada en Timor Oriental. Incluso antes del referéndum de agosto, y según fuentes fiables de la Iglesia, ya habían asesinado a entre 3.000 y 5.000 personas, aproximadamente el doble de los asesinatos que se habían producido en Kosovo (con el doble de población) antes de que se iniciaran los bombardeos, según datos de la OTAN. Cuando las atrocidades se dispararon en septiembre, Clinton se limitó a observar en silencio, hasta que la presión nacional e internacional (sobre todo, australiana) lo obligaron a realizar, al menos, algunos gestos. Aquello bastó para que los generales indonesios cambiaran de estrategia inmediatamente, lo que sirve como indicación del poder latente que mantiene en reserva EE.UU. Cualquier persona racional podría sacar ciertas conclusiones sobre culpabilidad delictiva.
Según el último informe, EE.UU. no ha destinado fondos a la fuerza de intervención de Naciones Unidas dirigida por Australia (en contraste, Japón, un viejo y fervoroso aliado de Indonesia, ofreció 100 millones de dólares). Pero puede que no sea sorprendente si se tiene en cuenta que EE.UU. se negó a contribuir en los costes de las operaciones civiles de la ONU incluso en Kosovo. De hecho, Washington ha pedido a Naciones Unidas que reduzca el alcance de las operaciones posteriores, ante la posibilidad de que le pidieran que financiara parte de la factura.
Cientos de miles de personas desaparecidas podrían estar muriendo de hambre en las montañas, pero las Fuerzas Aéreas, que tanta profesionalidad demuestran a la hora de destruir objetivos civiles, carecen al parecer de la capacidad de arrojar comida; además, no se ha oído ninguna voz que pida una medida humanitaria tan elemental. Cientos de miles más se exponen a un terrible destino en Indonesia. Una palabra de Washington bastaría para poner fin a su tormento, pero no hay ninguna palabra, ningún comentario.
En Kosovo se han estado preparando los juicios por crímenes de guerra desde mayo, acelerados por iniciativa de EE.UU y Gran Bretaña, que incluyen un acceso sin precedentes a la información de los servicios de espionaje. En Timor Oriental, en cambio, las investigaciones se desarrollan despacio, con participación de Indonesia y con un límite de tiempo fijado (el 31 de diciembre); en palabras de diversos responsables de Naciones Unidas citados por la prensa británica, "es una burla, una estratagema para encubrir lo sucedido". Un portavoz de Amnistía Internacional añadió que la investigación, tal y como se ha planeado, "causará a los ciudadanos de Timor Oriental un trauma mayor que el que ya han sufrido. A estas alturas será un verdadero insulto". Según informes de los medios de comunicación australianos, los generales indonesios "no parecen estar temblando". Una de las razones que explican su tranquilidad es que "algunas de las pruebas más concluyentes seguramente van a ser eliminadas por los refinados equipos de intercepción electrónica de EE.UU. y de Australia"; otra, que los generales confían en que sus viejos amigos no los dejen en la estacada, aunque sólo sea porque es difícil que se rompa la cadena de responsabilidades en el lugar adecuado.
Por otra parte, se han hecho pocos esfuerzos por desenterrar pruebas de las atrocidades cometidas en Timor Oriental. Llama poderosamente la atención que, en contraste, Kosovo se haya llenado de equipos de criminólogos y policías de EE.UU y de otros países, con la esperanza de descubrir atrocidades a gran escala para convertirlas en justificación de los bombardeos de la OTAN, aunque fueran su consecuencia anunciada. Ahora se dice que Milosevic lo había planeado todo con antelación, pero un mes antes de que se iniciaran los bombardeos, Wesley Clark, el general al mando de la OTAN, manifestó que "no compartieron conmigo" los supuestos planes y que la operación de la OTAN "no se concibió [por parte de los líderes políticos] como un medio de evitar la limpieza étnica serbia (...) Nunca se tuvo intención de hacer eso. Ésa no era la idea."
A propósito de la negativa de Washington a mover un dedo para ayudar a las víctimas de las masacres, Richard Butler, veterano diplomático australiano, comentó: "importantes analistas estadounidenses me han dejado bien claro que los términos de la alianza son esencialmente estos: EE.UU. responderá de forma proporcional, entendida en términos de defensa de sus propios intereses y de valoración de la amenaza..." El comentario del diplomático no pretendía ser una crítica a la política de Washington; más bien se dirigía a sus amigos australianos, que no comprendían los hechos de la vida: que otros tienen que cargar con el peso y pagar el precio. Un precio que, para Australia , tal vez no sea pequeño. Nadie se sorprenderá si de aquí a unos años las empresas de EE.UU. se dedican a sacar provecho de una Indonesia resentida con las acciones de Australia, pero con pocas quejas que plantear a su amo.
El coro de la autoadulación ha bajado un poco el tono,
aunque no demasiado. Mucho más importante que esos bochornosos comportamientos
es la incapacidad para actuar -de una vez por todas- para salvar a los
supervivientes de una de las tragedias más terribles de este siglo
nefasto.
Tomado de : Znet en español.