A MANERA DE PROLOGO
LA MUERTE DE RICARDO FLORES MAGON
[Traducción del Inglés]
Ricardo Flores Magón ha muerto. Generalmente la noticia de una muerte me afecta poco, pero en este caso ha sucedido lo contrario. No es porque, después de largos años de prisión y destierro, este indomable luchador por la libertad haya muerto en la cárcel. Me domina un sentimiento más grande aún que la piedad o que el afecto personal. Por razones que no puedo analizar, esta muerte me parece como el resumen de un períodico, ya hace nacer, en mí, ideas y sentimientos que encuentro difícil expresar con palabras. Tengo la sensación de que una fueraz, que era esencial, ha dejado de obrar.
Me parece que todos awuellos que estuvieron en relación íntima con Ricardo Flores Magón sentirán lo mismo que yo. Alguna cosa puso en él su sello especial; no importan las condiciones en las cuales se encontrara: permaneció seimpre siendo alguien, una fueraz que debía ser reconocida, una personalidad que no podía ser ignorada. Aun los empleados de la Corte de Justicia y de la penitenciaría, cuyos instintos naturales eran considerarlo solamente como un violador de la ley, me parecieron, cuando discutí con ellos el asunto, plenamente conscientes de ese hecho.
Creo que eso fue, porque el hombre era tan intensamente sincero, tan firme en sus convicciones, que cualquiera otro podría ser domado, reducido al silencio, pero él tenía que hablar: tan firme así era su determinación de jugar su parte en esta gran lucha por la destrucción de la esclavitud humana, la cual él, personalmente, debía combatir y combatió hasta el último momento. Odiaba la opresión, cualquiera que fuese, ya al Gobierno o al monopolio de la tierra, ya la superstición religiosa o las altas finanzas.
Como mexicano, sabía cómo ésta había arruinado la vida de su propio pueblo; como anarquista, comprendía que ésta era la suerte de los desheredados, de todos aquellos que habían consentido en ser reducidos a la impotencia en todo el mundo.
En la mayor parte de nosotros surge a intervalos una justa indignación; pero Magón me parecía un volcán que nunca dormía.
Si mal no recuerdo, fué en San Luis Potosí, hace unos treinta años, donde Ricardo Flores Magón, entonces un joven periodista, obtuvo la prominencia. Propiamente dicho, llegó a ella de un salto: el Partido Liberal estaba en convención, y, de acuerdo con sus tradiciones, estaba dirigiendo todas sus denuncias sobre la iglesia católica; Ricardo, según la versión que ha llegado hasta mí, literalmente aplastó a la convención con un discurso en el cual atacaba a Porifirio Díaz, omnipotente dictador de México a Wall Street, y era, por consiguiente, el verdadero origen de todos los males del país.
Lo especial del caso, en realidad, consistía en que, en aquella época, los ataques contra la Iglesia eran populares y seguros, mientras que un ataque a Díaz no tenía precedentes y estaba lleno de peligros. Esto trajo a Ricardo la amistad de Librado Rivera, quien de allí en adelante participó de su destino y ahora le sobrevive en la penitenciaría de Leavenworth; pero los convirtió a él, a su hermano Enrique y a Librado, en el blanco de la rabia del dictador Díaz. El trío, sin embargo, inició y apresuró con gran actividad una agitación en el sentido indicado, hasta que después de varios encarceleamientos comprendieron que ya no podían vivir más en México y emigraron a los Estados Unidos. Encendieron la mecha. Con gran atrevimiento habían comenzado el movimiento económico que posteriormente arrojó a Díaz al destierro. Como veo las cosas, el motor de los motores es siempre el hombre verdadero; pero el camino que él abre lo conduce siempre a la cruz.
Estoy enteramente seguro de que Ricardo Flores Magón previó esto con toda claridad, porque en sus conversaciones lo aceptaba estoicamente como el precio que debía pagarse. Con demasiada frecuencia se dejaba dominar en alto grado por sus simpatías o por sus antipatías, y muy rara vez podía encontrar una virtud en sus adversarios, pero en problemas fundamtales lo encontré siempre justo, porque él nunca quería abandonar los hechos fundamentales. Repetidas veces consideré sus condenas como injustas, pero observé frecentemente que los hombres que había criticado se convirtieron, al correr del tiempo, en los políticos que Magón habría predicho. Era el luchador más agresivo y más positivo, y lograba amigos y enemigos por centenares.
Yo me interesé por los Magón leyendo el "México Bárbaro" de John Kenneth Turner; pero fueron sus odios apasionados hacia un sistema social que parece capaz de pensar únicamente en el dólar lo que que me condujo abiertamente hacia ellos. Desde hace muchos años, mi más firme convicción ha sido que el culto por el becerro de oro es lo más grande de las barreras que tiene la marcha ascendente que la humanidad está obligada a efectuar, en razón de las conquistas intlectuales de los siglos recientes. He encontrado muchos hombres y mujeres que comparten este juicio; pero jamás ninguno que estuviese tan saturado de él como los Magón. Creo que Ricardo estaba completamente persuadido que la peor suerte para México sería caer bajo el yugo de Wall Street. El gran hecho que él veía, era que toda la humanidad estaba siendo atatda a las ruedas del carro del poder del Dinero, brutalmente triunfante y que debía libertarse ella misma o perecer. Yo mismo conservo esa creencia. Mi estudio de la revolución de México y mi contemplación del modo como la plutocracia de allí había sacado de México todo lo que era de valor, convirtieron ideas que anteriormente eran vagas y teóricas, en una convicción inconmovible.
Ricardo Flores Magón fué uno de los escritores más poderosos que produjo la Revolución. Exceptuando la ocasión en que se dejó atraer a polémicas deplorables, no malgastó su tiempo en pequeñeces; tocaba invariablemente las cuerdas mayores y con extraordinaria firmeza. En todo el curso de su obra hacía llamamiento a las emociones más poderosas, a lo heroico; pedía mucho a los hombres. Dudo que haya tenido conocimiento de los escritos de Nietzsche, pero me parecía otro Nietzsche, aunque democrático. Sin embargo, en tales caracteres había siempre un esfuerzo paralelo: ambos insisten en lo mejor, en la realización de su ideal en toda su plenitud, y para esa realización ningún sacrificio les parecía demasiado grande.
No tengo el deseo de escribir una biografía ni un elogio, y me limito a una cuantas reminiscencias personales que pueden dar conocimiento profundo del hombre. Recuerdo que, habiendo sido prevenido que se le perseguía tenazmente, se rehusó a refugiarse en un lugar seguro, "porque se desorganizaría el movimiento." Cuando, después de muchos meses, lo tuvimos fuera de la cárcel, bajo caución, se dirigió directamente a las oficinas de "Regeneración" y antes de una hora estaba trabajando, una vez más, en la enorme correspondencia, a la cual dedicaba ocho horas del día; nunca encontré un propagandista tan activo como él, exceptuando quizás a su hermano Enrique. Vivía pobremente, ya hasta donde pude saberlo, no tenía vicios. Ciertamente no tenía tiempo para ellos.
En mi primera visita a las oficinas de "Regeneración" observé una gran caja de empaque, y supe que contenía solamente ejemplares de "La Conquista del Pan," de Kropotkine, destinados a México. Por muchos años prosiguieron estos hombres tal obra de zapa con infinita tenacidad y con grandes sacrificios para sus cortísimos recursos personales. Su gran idea fué el desarrollo de personalidades revolucionarias. Tenían gran admiración por Kropotkine, que en mi opinión era muy justa.
Cuando sustituí a John Kenneth Turner como editor de la sección englesa de "Regeneración," su circulación era como de 27,000 ejemplares, y el periódico debía ganar dinero; pero todo se gastaba en propaganda. Teníamos entre 600 y 700 periódicos en nuestras listas de canje y obteníamos muchas noticias del Mundo latino. Nuestra gran aspiración era la unificación de la opinión latina en México, y en Centro y Sudamérica, contra la invasión de la plutocracia, y la creación en los Estados Unidos de un sentimiento bastante fuerte para mantener en jaque la perpetua amenaza de la intervención.
Creo que Ricardo consideraba esto último como la principal tarea de "Regeneración" y que, a causa de esto, se oponía al traslado del periódico a México, que en cierta ocasión pedía yo urgentemente.
En el libro "El Verdadero México," Mr. Hamilton Fife, ahora editor del "Daily Herald," pero entonces corresponsal viajero muy notable, trata de la inesperada caída de Porifirio Díaz, reconocido por los Estados Unidox como una potencia de primer orden, con un gran ejército a su retaguardia. Mr. Fife observa que Díaz olvidó un importante factor: un caballero llamado Ricardo Flores Magón. Yo he mirado siempre esta observación como correcta, ya he considerado a los Magón como los hombres que realmente pusieron en movimiento las fuerzas que difinitivamente arrojaron a Díaz al destierro. Lo consideré un gran éxito y un verdadero suces de los que hacen época. Díaz fué el hombre que, como dijo William Archer, había vendido a su país por una bagatela y con el descudo de un niño que hace burbujas de jabón. Su destronamiento fué el primer facaso que la plutocracia del Norte encontró en su marcha hacia el Sur.
Cuando Madero sucedió a Díaz como Presidente, nombró al hermano de Magón, Jesús, Secretario de Estado; fué entonces, según mis noticias, cuando Jesús hizo repetidos esfuerzos para inducir a Ricardo y a Enrique a regresar a México, asegurándoles completa seguridad y rápido mejoramiento ensu posición. Estaban pobres, habían estado sujetos a repetidas persecuciones y encarcelamientos, como trastornadores inconvientes de la paz plutocrática; y, a pesar de todo, rehusaron decididamente los ofrecimientos de su hermano. Eso siempre me pareció revelador. Puede ser difícil, y quizás imposible para nosotros, comprender las maniobras del pensamiento mexicano y los métodos de hombres que tienen en sí tanta sangre india; pero lo que hay en el fondo y no puede negarse, es que estos hombres-Ricardo y Enrique Flores Magón y Librado Rivera, quien sigue todavía en la prisión de Leavenworth-eran fanáticamente leales a sus convicciones anarquistas.
Pues bien, Ricardo Flores Magón ha muerto, y seguramente, después de una vida de actividad febril, duerme tranquilo; ni alabanaza ni crítica pueden afectarlo ahora. Murió en la penitenciaría de Leavenworth cuando había cumplido cinco años de la feroz sentencia de veinte que le fué impuesta por haber escrito artículos que perjudicaban el reclutamiento. Estuvo sufriendo por algunos años de diabetes, y durante sus últimos días perdió completamente la vista. Pudo haber comprado su libertad confesando su arrepentimiento; pero esa confesión era imposible para naturalezas como la suya. En los mese pasados, los trabajadores organizados de México habían estado agitando por la libertad de Ricardo, y, al saberse su muerte, el Parlamento de la Capital ordenó que se enlutara la tribuna.
El Gobierno pidió la entrega de sus restos, a los cuales quería dar sepultura digna del que en su vida fué un incesante luchador por la causa de la emancipación que las masas de México, en común con las del mundo entero, tienen todavía que ganar; pero sus camaradas han respetado sus principios y declinado los funerales por el Gobierno.
Esperamos que, inspirados por el ejemplo de este indomable luchador, el pueblo de los Estados Unidos pueda erguirse y pedir la libertad de los muchos presos políticos, mártires de su conciencia que ahora se pudren en las galeras de ese país. Tal hazaña sería el más apropiado monumento a la vida y a la memoria de Ricardo Flores Magón.
William C. OWEN.
(De "Freedom," Londres, diciembre de 1922.)