COMPILACIÓN DE TEXTOS
Errico Malatesta
AMOR Y ANARQUIA*
Errico Malatesta
Al principio puede parecer extraño que la cuestión del amor y todas las que le son conexas preocupen mucho a un gran número de hombres y de mujeres mientras hay otros problemas más urgentes, si no más importantes, que debieran acaparar toda la atención y toda la actividad de los que buscan el modo de remediar los males que sufre la humanidad.
Encontramos diariamente gentes aplastadas bajo el peso de las instituciones actuales; gentes obligadas a alimentarse malamente y amenazadas a cada instante de caer en la miseria más profunda por falta de trabajo o a consecuencia de una enfermedad; gentes que se hallan en la imposibilidad de criar convenientemente a sus hijos, que mueren a menudo careciendo de los cuidados necesarios; gentes condenadas a pasar su vida sin ser un solo día dueñas de sí mismas, siempre a merced de los patronos o de la policía; gentes para las cuales el derecho de tener una familia y el derecho de amar es una ironía sangrienta y que, sin embargo, no aceptan los medios que les proponemos para sustraerse a la esclavitud política y económica si antes no sabemos explicarles de qué modo, en una sociedad libertaria, la necesidad de amar hallará su satisfacción y de qué modo comprendemos la organización de la familia. Y, naturalmente, esta preocupación se agranda y hace descuidar y hasta despreciar los demás problemas en personas que tienen resuelto, particularmente, el problema del hambre y que se hallan en situación normal de poder satisfacer las necesidades más imperiosas porque viven en un ambiente de bienestar relativo.
Este hecho se explica dado el lugar inmenso que ocupa el amor en la vida moral y material del hombre, puesto que en el hogar, en la familia, es donde el hombre gasta la mayor y mejor parte de su vida. Y se explica también por una tendencia hacia el ideal que arrebata al espíritu humano tan pronto como se abre a la conciencia.
Mientras el hombre sufre sin darse cuenta los sufrimientos, sin buscar el remedio y sin rebelarse, vive semejante a los brutos, aceptando la vida tal como la encuentra.
Pero desde que comienza a pensar y a comprender que sus males no se deben a insuperables fatalidades naturales, sino a causas humanas que los hombres pueden destruir, experimenta en seguida una necesidad de perfección y quiere, idealmente al menos, gozar de una sociedad en que reine la armonía absoluta y en que el dolor haya desaparecido por completo y para siempre.
Esta tendencia es muy útil, ya que impulsa a marchar adelante, pero también se vuelve nociva si, con el pretexto de que no se puede alcanzar la perfección y que es imposible suprimir todos los peligros y defectos, nos aconseja descuidar las realizaciones posibles para continuar en el estado actual.
Ahora bien, y digámoslo en seguida, no tenemos ninguna solución para remediar los males que provienen del amor, pues no se pueden destruir con reformas sociales, ni siquiera con un cambio de costumbres. Están determinados por sentimientos profundos, podríamos decir fisiológicos, del hombre y no son modificables, cuando lo son, sino por una lenta evolución y de un modo que no podemos prever.
Queremos la libertad; queremos que los hombres y las mujeres puedan amarse y unirse libremente sin otro motivo que el amor, sin ninguna violencia legal, económica o física.
Pero la libertad, aun siendo la única solución que podemos y debemos ofrecer, no resuelve radicalmente el problema, dado que el amor, para ser satisfecho, tiene necesidad de dos libertades que concuerden y que a menudo no concuerdan de modo alguno; y dado también que la libertad de hacer lo que se quiere es una frase desprovista de sentido cuando no se sabe querer alguna cosa.
Es muy fácil decir: "Cuando un hombre y una mujer se aman, se unen, y cuando dejan de amarse, se separan". Pero sería necesario, para que este principio se convirtiese en regla general y segura de felicidad, que se amaran y cesaran de amarse ambos al mismo tiempo. ¿Y si uno ama y no es amado? ¿Y si mientras uno aún ama, el otro ya no le ama y trata de satisfacer una nueva pasión? ¿Y si uno ama a un mismo tiempo varias personas que no pueden adaptarse a esta promiscuidad?
"Yo soy feo -nos decía una vez un amigo- ¿Qué haré si nadie quiere amarme?" La pregunta mueve a risa, pero también nos deja entrever verdaderas tragedias.
Y otro, preocupado por el mismo problema, nos decía: "Actualmente, si no encuentro el amor, lo compro, aunque tenga que economizar mi pan. ¿Qué haré cuando no haya mujeres que se vendan?" La pregunta es horrible, pues muestra el deseo de que haya seres humanos obligados por el hambre a prostituirse; pero es también terrible... y terriblemente humano.
Algunos dicen que el remedio podría hallarse en la abolición radical de la familia; la abolición de la pareja sexual más o menos estable, reduciendo el amor al solo acto físico, o por mejor decir, transformándolo, con la unión sexual como añadidura, en un sentimiento parecido a la amistad, que reconozca la multiplicidad, la variedad, la contemporaneidad de afectos.
¿Y los hijos?... Hijos de todos.
¿Puede ser abolida la familia? ¿Es de desear que lo sea?
Hagamos observar antes que nada, que, a pesar del régimen de opresión y de mentira que ha prevalecido y prevalece aún en la familia, ésta ha sido y continua siendo el mas grande factor de desarrollo humano, pues en la familia es donde el hombre normal se sacrifica por el hombre y cumple el bien por el bien, sin desear otra compensación que el amor de la compañera y de los hijos.
Pero, se nos dice, una vez eliminadas las cuestiones de intereses, todos los hombres serán hermanos y se amarán mutuamente.
Ciertamente, no se odiarán; cierto que el sentimiento de simpatía y de solidaridad se desarrollaría mucho y que el interés general de los hombres se convertiría en un factor importante en la determinación de la conducta de cada uno.
Pero esto no es aún el amor. Amar a todo el mundo se parece mucho a no amar a nadie.
Podemos, tal vez socorrer, pero no podemos llorar todas las desgracias, pues nuestra vida se deslizaría entera entre lágrimas y, sin embargo, el llanto de la simpatía es el consuelo más dulce para un corazón que sufre. La estadística de las defunciones y de los nacimientos puede ofrecernos datos interesantes para conocer las necesidades de la sociedad; pero no dice nada a nuestros corazones. Nos es materialmente imposible entristecernos por cada hombre que muere y regocijarnos por cada nacimiento.
Y si no amamos a alguien más vivamente que a los demás; si no hay un solo ser por el cual no estemos particularmente dispuestos a sacrificarnos; si no conocemos otro amor que este amor moderado, vago, casi teórico, que podemos sentir por todos, ¿no resultaría la vida menos rica, menos fecunda, menos bella? ¿No se vería disminuida la naturaleza humana en sus más bellos impulsos? ¿Acaso no nos veríamos privados de los goces más profundos? ¿No seríamos más desgraciados?
Por lo demás, el amor es lo que es. Cuando se ama fuertemente se siente la necesidad del contacto, de la posesión exclusiva del ser amado.
Los celos, comprendidos en el mejor sentido de la palabra, parecen formar y forman generalmente una sola cosa con el amor. El hecho podrá ser lamentable, pero no puede cambiarse a voluntad, ni siquiera a voluntad del que personalmente los sufre.
Para nosotros el amor es una pasión que engendra por sí misma tragedias. Estas tragedias no se traducirán más, ciertamente, en actos violentos y brutales si el hombre tuviese el sentimiento de respeto a la libertad ajena, si tuviese bastante imperio sobre sí mismo para comprender que no se remedia un mal con otro mayor, y si la opinión publica no fuese, como hoy, tan indulgente con los crímenes pasionales; pero las tragedias no serían por esto menos dolorosas.
Mientras los hombres tengan los sentimientos que tienen - y un cambio en el régimen económico y político de la sociedad no nos parece suficiente para modificarlos por entero - el amor producirá al mismo tiempo que grandes alegrías, grandes dolores. Se podrá disminuirlos o atenuarlos, con la eliminación de todas las causas que pueden ser eliminadas, pero su destrucción completa es imposible.
¿Es ésta una razón para no aceptar nuestras ideas y querer permanecer en el estado actual? Así se obraría como aquel que no pudiendo comprarse vestidos lujosos prefiriese ir desnudo, o que no pudiendo comer perdices todos los días renunciase al pan, o como un médico que, dada la impotencia de la ciencia actual ante ciertas enfermedades, se negase a curar las que son curables.
Eliminemos la explotación del hombre por el hombre, combatamos la pretensión brutal del macho que se cree dueño de la hembra, combatamos los prejuicios religiosos, sociales y sexuales, aseguremos a todos, hombres, mujeres y niños, el bienestar y la libertad, propaguemos la instrucción y entonces podremos regocijarnos con razón si no quedan más males que los del amor.
En todo caso, los desgraciados en amor podrán procurarse otros goces, pues no sucederá como hoy, en que el amor y el alcohol constituyen los únicos consuelos de la mayor parte de la humanidad.
EL ESTADO SOCIALISTA
Errico Malatesta
"La conquista de los poderes públicos" es el objetivo de los socialistas-demócratas.
No examinaremos esta vez hasta qué punto este fin está de acuerdo con sus teorías históricas, según las cuales la clase económicamente predominante detentará siempre y fatalmente el poder político, y, por tanto, la emancipación económica debería necesariamente preceder a la emancipación política. No discutiremos si, admitida la posibilidad de la conquista del poder político por parte de una clase desheredada, los medios legales pueden bastar para lograrla. Queremos hoy discutir únicamente si esta conquista de los poderes públicos se armoniza o no con el ideal socialista de una sociedad de seres, libres e iguales, sin supremacías ni división en clases.
Los socialistas demócratas, especialmente los italianos, que, quieran o no, han sufrido más que otros la influencia de las ideas anarquistas, suelen decir en alta voz, por lo menos cuando polemizan con nosotros, que también quieren abolir el Estado, o de otro modo dicho, el gobierno, y que precisamente para poder abolirlo quieren apoderarse de él. ¿Qué significa esto? Si significa que pretenden con el acto de conquistarlo, abolir el Estado, anular toda garantía legal de los "derechos adquiridos", disolver toda la fuerza armada oficial, suprimir todo poder legislativo, dejar en su plena y completa autonomía todas las localidades, a todas las asociaciones, a todos los individuos, e instaurar una organización social de abajo a arriba, mediante la libre federación de los grupos de productores y consumidores, entonces toda la cuestión quedaría reducida a ésta: que expresan con ciertas palabras las mismas ideas que nosotros expresamos con otras palabras: Decir: queremos asaltar aquella fortaleza y destruirla, o decir: queremos apoderarnos de aquella fortaleza para demolerla, es una misma cosa.
Quedaría, sin embargo, entre los socialistas-demócratas y nosotros la diferencia de opinión, ciertamente de máxima importancia, sobre la participación en las luchas electorales y saber si yendo los socialistas al parlamento favorecen o estorban la revolución, si preparan los hombres para una radical transformación del presente orden de cosas o si educan al pueblo para aceptar, después de la revolución, una nueva tiranía; por lo menos en aquella finalidad estaríamos de acuerdo. Pero la verdad es que estas declaraciones de querer apoderarse del Estado para destruirlo, o son censurables artificios de polémica, o, si son sinceras, provienen de anarquistas en formación que aún se consideran demócratas.
Los verdaderos socialistas demócratas tienen una idea bien diferente de esta "conquista de los poderes públicos". En el Congreso de Londres, para no citar más que una declaración reciente y solemne, dijeron claramente que es necesario conquistar los poderes públicos "para legislar y administrar la sociedad nueva". En la Critica Social leímos que es un error creer que el partido Socialista una vez llegado al poder podrá o querrá disminuir los impuestos, que, al contrario, el Estado deberá, por medio de un aumento gradual de los impuestos, absorber gradualmente la riqueza privada para poner en práctica las grandes reformas que el socialismo se propone (institución de retiros para la vejez, para los inválidos, para los accidentes del trabajo; organización de escuelas dignas de los países civilizados; rescate de los grandes capitales, etc.) y de este modo irse encaminando hacia la lógica meta del perfecto comunismo, cuando todo se transformará en beneficio público y la riqueza privada en riqueza de la sociedad. (José Bonzo, "El partido socialista y los impuestos". Critica Sociale, mayo de 1897).
Por lo visto es un gobierno completo lo que nos prometen los socialistas-demócratas, un gobierno con toda la necesaria secuela de múltiples y diversos funcionarios, de policías y carceleros (para los que tuvieren intención de no obedecer), sus jueces, administradores de fondos públicos; con sus programas escolares y sus profesores oficiales, etc., etc., y, naturalmente, con todo un cuerpo legislativo que hará leyes y fijará los impuestos y los varios ministerios que ejecutan y administran las leyes.
Sobre esto podrá haber diferencias de modalidad, de tendencias más o menos centralizadoras, de métodos más o menos dictatoriales o democráticos, de procesos más o menos rápidos o graduales; pero en el fondo todos están de acuerdo, porque esta es la sustancia de su programa.
Es necesario ver ahora si este gobierno que los socialistas desean ofrece garantías de justicia social, si podría o querría abolir las clases, destruir toda explotación y opresión del hombre sobre el hombre, si, en una palabra, podría y querría fundar una sociedad verdaderamente socialista.
Los socialistas-demócratas parten del principio de que el Estado, o gobierno, es simplemente el órgano político de la clase dominante. En una sociedad capitalista, dicen, el Estado sirve necesariamente los intereses de los capitalistas y les garantiza el derecho de explotar a los trabajadores; pero en una sociedad socialista, abolida la propiedad individual y desaparecidas, con la destrucción del privilegio, todas las distinciones de clase, entonces el Estado representaría y volveríase el órgano de los intereses sociales de todos los miembros de la sociedad.
Pero aquí se presenta una inevitable dificultad. Si es verdad que el gobierno es necesariamente y siempre el instrumento de los que poseen los medios de producción, ¿cómo podrá efectuarse el milagro de un gobierno capitalista con la misión de abolir el capital? Será, como querían Marx y Blanqui, por medio de una dictadura impuesta revolucionariamente, ¿como un acto de fuerza, que revolucionariamente decreta e impone la confiscación de las propiedades privadas a favor del Estado, representante de los intereses colectivos? ¿O será, como parece quieren todos los marxistas y gran parte de los blanquistas modernos, por medio de una mayoría socialista mandada al parlamento por el sufragio universal?
¿Se procederá de golpe a la expropiación de la clase dominante por parte de la clase económicamente sujeta, o se procederá gradualmente obligando a los propietarios y a los capitalistas a que se dejen quitar poco a poco todos sus privilegios?
Todo esto parece extrañamente en contradicción con la teoría del "materialismo histórico" que para los marxistas es dogma fundamental. Nosotros no queremos ahora examinar estas contradicciones ni saber lo que pueda haber de verdad en la doctrina del materialismo histórico.
Supongamos que de cualquier modo que sea, el gobierno ha caído en manos de los socialistas y quedó bien y fuertemente constituido un gobierno socialista. ¿Habría, por este solo hecho, llegado la hora del triunfo del socialismo? Nosotros creemos que no.
Si la institución propiedad individual es el origen de todos los males que conocemos, no es porque una cierta parte de terreno esté inscrita en el registro de la propiedad en nombre de fulano o de zutano, sino porque dicha inscripción da a este individuo el derecho de usar de la tierra como le plazca, y el uso que de ella hace es regularmente malo, es decir, en perjuicio de sus semejantes. En su origen todas las religiones dijeron que la riqueza es un gravamen que obliga a sus poseedores a cuidarse del bienestar de los pobres y servirles de padre, y en las fuentes del derecho civil vemos que el señor de la tierra está preso por tantas obligaciones cívicas que mejor parece un administrador de los bienes en interés del público, que propietario en el sentido moderno de la palabra. Pero el hombre está de tal modo forjado que cuando tiene modo de dominar e imponer a los demás su voluntad, usa y abusa hasta reducirles a la esclavitud y a la abyección. Así el señor, que debía ser padre y protector de los pobres, se transformó siempre en su más feroz explotador. Así sucedió y sucederá siempre con los gobernantes.
De nada sirve decir que cuando el gobierno salga del pueblo hará los intereses del pueblo; todos los poderes salieron del pueblo, porque el pueblo es quien da la fuerza, y todos oprimen al pueblo. De nada sirve repetir que cuando no haya clases privilegiadas el gobierno no podrá dejar de ser el órgano de la voluntad colectiva. Los gobernantes constituyen por sí mismos una clase, y entre ellos se desarrolla una solidaridad de clase mucho más poderosa que la existencia entre las clases fundadas sobre los privilegios económicos.
Es verdad que hoy el Gobierno es siervo de la burguesía, pero más lo es porque sus miembros son burgueses que por ser gobierno; como todos los siervos detestan al amo y le engaña y roba. No fue para servir a la burguesía que Crispi saqueó los bancos, como tampoco era para servirla que violó la Constitución.
Aunque el gobernante no abuse ni robe personalmente, provoca en torno suyo una clase que le debe sus privilegios y tiene interés en que permanezca en el poder. Los partidos de gobierno son en el campo político lo que las clases propietarias en el económico.
Mil veces lo hemos repetido los anarquistas y toda la historia lo confirma: propiedad individual y poder político son dos eslabones de la cadena que sujeta la humanidad. Imposible librarse de uno sin librarse del otro. Abolid la propiedad individual sin abolir el gobierno y aquélla se reconstituirá por obra de los gobernantes. Abolid el gobierno sin abolir la propiedad individual y los propietarios se reconstituirán en gobierno.
Cuando Federico Engeis, tal vez previendo la crítica anarquista, decía que, desaparecidas las clases, el Estado propiamente dicho no tiene ya razón de ser y se transforma de gobierno de hombres en administrador de las cosas, no hacía más que un vano juego de palabras. Quien tiene el dominio sobre los hombres, quien gobierna al producto gobierna al productor, quien mide el consumo es dueño del consumidor. La cuestión es ésta: o se administran las cosas según los libres pactos de los interesados y entonces es la anarquía, o son administradas según la ley fabricada por los administradores y entonces es el gobierno, es el Estado, y fatalmente será tiránico. Aquí no se trata de la buena o de la mala- fe de este o aquel hombre, sino de la fatalidad de las situaciones, y de las tendencias que en general los hombres desarrollan cuando se hallan en ciertas circunstancias. Además, si se trata verdaderamente del bien de todos, si verdaderamente administrar las cosas quiere decir en interés de los administrados, ¿quién mejor puede hacerlo que los mismos productores y consumidores de estas cosas?
¿Para qué sirve un gobierno?
El primer acto de un gobierno socialista apenas llegado al poder debería ser este: Considerando que siendo gobierno nada podemos hacer y paralizaríamos la acción del pueblo obligándole a esperar leyes que no podemos hacer sino sacrificando los intereses de unos y de otros y de todos los nuestros en particular, nosotros, gobierno, etc., declaramos abolida toda autoridad, invitamos a todos los ciudadanos a que se organicen en asociaciones que correspondan a sus varias necesidades, confiamos en la iniciativa de esas instituciones y para bien de ellas les aportaremos el tributo de nuestra obra personal. Jamás gobierno alguno hizo cosa semejante y tampoco lo haría un gobierno socialista. Por esto si algún día el pueblo tiene la fuerza en sus manos y sabe ser juicioso impedirá que se constituya un gobierno cualquiera.
ANARQUISTAS ELECCIONISTAS
Errico Malatesta
Dado que no hay ni puede haber una ley ni autoridad que dé o quite el derecho de llamarse anarquista, nos vemos verdaderamente forzados, de vez en cuando, a señalar la aparición de algún convertido al parlamentarismo que continúa, al menos durante cierto tiempo, declarándose anarquista.
No encontramos nada de malo ni de deshonroso en cambiar de opinión, cuando el cambio es motivado por nuevas y sinceras convicciones y no por el interés personal; desearíamos, sin embargo, que se dijera francamente en lo que uno se ha convertido y lo que uno ha dejado de ser, para evitar discusiones inútiles. Pero quizá esto no es posible, porque aquel que cambia de ideas no sabe en general, al principio, dónde va a terminar aterrizando. Por lo demás, lo que nos sucede, acontece, en una proporción más bien grande, en todos los movimientos políticos y sociales. Los socialistas, por ejemplo, tuvieron que sufrir a los explotadores del socialismo y a políticos de toda laya que se llamaban socialistas; y los republicanos se ven hoy igualmente obligados a soportar que algunos, vendidos al partido dominante, usurpan incluso el nombre de mazzinianos.
Afortunadamente, el equívoco no puede durar mucho. Pronto, la lógica de las ideas y la necesidad de acción fuerzan a los pretendidos anarquistas a renunciar espontáneamente a su nombre y a ocupar el lugar que les corresponde. Los anarquistas eleccionistas, que en diversas ocasiones se mostraron, todos ellos, de forma más o menos rápida, abandonaron el anarquismo, lo mismo que los anarquistas dictatoriales o bolchevizantes se convirtieron rápidamente en bolcheviques hechos y derechos que se pusieron al servicio del gobierno ruso y de sus delegados.
El fenómeno se produjo en Francia con motivo de las elecciones de estos últimos días. El pretexto es la amnistía."Hay miles de víctimas en cárceles y presidios; un gobierno de izquierda los amnistiaría; es deber de todos los revolucionarios, de todos los hombres de corazón hacer lo que puedan para que de las urnas salgan los nombres de los hombres políticos de los que se espera que den la amnistía." He ahí la tendencia dominante en el razonamiento de los convertidos.
Los compañeros franceses deben estar alerta.
En Italia, se produjo una agitación en favor de Cipriani, preso, que sirvió de pretexto a Andrea Costa para arrastrar a las urnas a los anarquistas de la Romaña, y empezar, así, a hacer degenerar el movimiento revolucionario creado por la Primera Internacional, y a acabar por reducir el socialismo a un medio de entretener a las masas y de asegurar la tranquilidad de la monarquía y de la burguesía.
Pero, en realidad, los franceses no tienen ninguna necesidad de ir a buscar ejemplos a Italia, porque los tienen muy elocuentes en su propia historia. En Francia, como en todos los países latinos, el socialismo empezó despegando, si no como anarquismo, sí, al menos, como antiparlamentario; y la literatura revolucionaria francesa de la primera década después de la Comuna abunda en páginas elocuentes, debidas, entre otras, a la pluma de Guesde y de Brousse, contra la mentira del sufragio universal y la comedia electoral y parlamentaria.
Así pues, lo mismo que Costa en Italia, los Guesde, los Massard, los Deville, y más tarde Brousse en persona, fueron muy atrapados por el hambre de poder y quizá también por el deseo de conciliar la fama de revolucionario con la vida tranquila y las pequeñas y grandes ventajas que se granjea aquel que entra en la vida política oficial, aunque sea a título de oposición. Y ya entonces toda la maniobra comenzó por cambiar la dirección del movimiento y hacer que los compañeros aceptaran la táctica electoral. La nota sentimental jugó también un importante papel en ese momento: se pedía la amnistía para los hombres de la Comuna, había que liberar al viejo Blanqui que se moría en la cárcel, y con cien pretextos y cien recursos para vencer la repugnancia que ellos mismos, los tránsfugas, habían contribuido a hacer nacer en los trabajadores contra el elecccionismo y que, además, estaba alimentada por el recuerdo todavía vivo del plebiscito napoleónico y de las matanzas perpetradas en junio de 1848 y en mayo de 1871 por voluntad de los diputados salidos del sufragio universal. Se decía que era necesario votar para contar, pero que se votaría por los inelegibles, por los condenados, por las mujeres o por los muertos; otros propusieron votar en blanco o con un slogan revolucionario; otros querían que los candidatos pusieran en las manos de los comités electorales cartas de dimisión para el caso de que salieran elegidos...Y después, cuando el fruto ya estuvo maduro, es decir, cuando la gente se dejó persuadir de ir a votar, se quiso ser candidato y diputado en serio: se dejó a los condenados pudrirse en la cárcel, se renegó del antiparlamentarismo y se echaron pestes sobre el anarquismo; y Guesde, después de cien palinodias, acabó como ministro del gobierno de la "Unión Sagrada", Deville llegó a ser embajador de la República burguesa y Massard, creo, algo todavía peor.
No queremos poner en duda, de antemano, la buena fe de los nuevos convertidos, y tanto más cuanto que, entre ellos, hay más de uno con quien mantenemos lazos personales de amistad. En general, estas evoluciones - o involuciones, si se quiere - tienen su comienzo en la buena fe, luego empuja la lógica, se mezcla en ello el amor propio, vence el medio en el uno se mueve...y uno se convierte en aquello que antes repugnaba. Quizá en el caso actual no haya nada de lo que tememos porque los neoconversos son muy pocos, y es muy débil la probabilidad de que encuentren grandes adhesiones en el campo anarquista, y estos compañeros, o ex-compañeros reflexionarán mejor o reconocerán su error. El nuevo gobierno que se instalará en Francia después del triunfo electoral del bloque de izquierda les ayudará a convencerse de que hay muy poca diferencia entre él y el gobierno precedente, pues no hará nada bueno - ni siquiera la amnistía - si la masa no lo impone por su agitación. Nosotros intentamos, desde nuestro punto de vista, ayudarles a encontrar la razón con una observación que, por lo demás, no debería ser nueva para quien ya haya aceptado la táctica anarquista.
Es inútil que nos vengan a decir, como lo hacen estos buenos amigos, que un poco de libertad vale más que la tiranía brutal sin límite y sin freno; que un horario de trabajo razonable, un salario que permita vivir un poco mejor que las bestias, la protección de las mujeres y de los niños, son preferibles a una explotación del trabajo hasta la extenuación completa del trabajador; que la escuela pública, por mala que sea, es siempre mejor, desde el punto de vista del desarrollo moral del niño, que la dirigida por curas o monjes...Muy de acuerdo con eso; y hasta podemos igualmente aceptar que puede haber circunstancias en las que el resultado de las elecciones en un Estado o en un Ayuntamiento puede tener consecuencias buenas o malas y que ese resultado podría ser determinado por el voto de los anarquistas, si las fuerzas de los partidos en competición estuvieran igualadas.
Generalmente, se trata en eso de una ilusión; las elecciones, cuando son pasablemente libres, no tienen más que el valor de un símbolo: indican el estado de la opinión pública, opinión que se impondría mejor, con medios más eficaces y con resultados mayores, si la triquiñuela que son las elecciones no le hubiera sido presentada. Pero eso no importa: aunque ciertos pequeños progresos fueran la consecuencia directa de una victoria electoral, los anarquistas no deberían ir a las urnas ni dejar de predicar su método de lucha.
Puesto que no se puede hacer todo en el mundo, hay que elegir la propia línea de conducta.
Siempre hay una cierta contradicción entre las pequeñas mejoras, la satisfacción de las necesidades inmediatas, y la lucha por una sociedad verdaderamente mejor que la que hay.
El que quiera consagrarse a construir urinarios o fuentes donde hagan falta; el que quiera desvivirse por conseguir la construcción de una calle, o la institución de una escuela municipal, o cualquier otra pequeña ley de protección del trabajo, o la destitución de un policía brutal, seguramente hace bien en servirse de su papeleta electoral, prometiendo su voto a tal o cual personaje poderoso. Pero, entonces, puesto que se quiere ser "práctico", hay que serlo del todo, y, entonces, mejor que esperar el triunfo del partido de la oposición, mejor es votar por el partido más cercano, arrastrarle el ala al partido dominante, servir al gobierno de turno, hacerse agente del gobernador o alcalde en ejercicio. Y, de hecho, el neoconverso del que hablamos no se proponía votar por el partido más avanzado, sino por el que tenía la mayor probabilidad de ser elegido: el bloque de izquierdas.
Pero, entonces, ¿dónde se va a parar?
Los anarquistas cometieron ciertamente mil errores, dijeron un ciento de cosas absurdas, pero siempre se mantuvieron puros y siguen siendo el bando revolucionario por excelencia, la formación del porvenir, porque han sabido resistir a la sirena electoral.
Sería verdaderamente imperdonable dejarse arrastrar por el torbellino cuando se acerca rápidamente nuestra hora.
De Pensiero e Volontà, 1924.
Un plan de organización anarquista*
Errico Malatesta
Por casualidad (es de conocimiento común que en Italia la prensa no fascista es suprimida) me he encontrado con un panfleto en francés titulado "Plate-forme d'organisation de l'Union générale des Anarchistes (Projet)", lo cual, traducido, significa Proyecto de programa de organización de una Unión General de Anarquistas.
Este es un proyecto de organización anarquista, publicado en Noviembre de 1926 por un "Grupo de Anarquistas Rusos en el Extranjero", que pareciera estar dirigido en particular a nuestros compañeros rusos. Pero aborda cuestiones que conciernen igualmente a todos los anarquistas; y además, es claro, notablemente por el lenguaje en que está escrito, que busca reclutar a compañeros de todos los países. Cualquiera sea el caso, vale la pena examinar, tanto por los rusos como por todos, si es que las propuestas planteadas están en armonía con los principios anarquistas y, de esta manera, si es que su puesta en práctica realmente ayudaría a la causa anarquista.
ANARQUISMO Y ORGANIZACIÓN
Los motivos de los camaradas que proponen esta Plataforma son excelentes. Se quejan, con razón, que los anarquistas no han tenido y no tienen una influencia en los eventos político-sociales en proporción al valor teórico y práctico de sus doctrinas, sin considerar su número, su valor y su espíritu de sacrificio -y ellos creen que la principal razón para esta relativa falta de éxito se debe a la ausencia de una organización grande, seria y efectiva.
Y hasta este punto, en general, estaría de acuerdo. La organización, que en realidad no es más que la práctica de cooperación y solidaridad, es una condición natural y necesaria de la vida social: es un hecho ineludible el cual ciertamente involucra a todo el mundo, sea en la sociedad humana en general, o en cualquier grupo de personas unidas por un objetivo común.
Ya que los hombres no tienen ni el deseo ni la habilidad para vivir en el aislamiento, ya que, de hecho, no puede convertirse realmente en un hombre y satisfacer sus necesidades materiales y morales por fuera de la sociedad y de la cooperación con sus semejantes, inevitablemente ocurre que aquellos que carecen de los medios o de una conciencia lo suficientemente desarrollada para crear una organización libre con otros que comparten sus mismos intereses y sentir, deben someterse a la organización de otros, generalmente de una clase o grupo dominante, que busca explotar en ventaja propia el trabajo del resto. La ancestral opresión de las masas por un pequeño y privilegiado número, ha sido siempre la consecuencia de la mayoría de la gente para llegar a acuerdo entre sí y crear organizaciones con otros trabajadores para la producción y el goce y, ante la eventualidad, para la defensa en contra de sus explotadores y opresores.
El anarquismo surgió como remedio para este estado de cosas. Su principio básico es la libre organización, creada y mantenida por la libre voluntad de sus componentes, sin ninguna clase de autoridad, es decir, sin nadie teniendo el derecho a imponer su propia voluntad sobre los demás. Y resulta, entonces, natural, que los anarquistas intenten aplicar el mismo principio sobre el cual, según su punto de vista, debería fundarse toda la sociedad humana, a su propia vida privada y organizativa.
Por algunas discusiones, podría parecer que hay anarquistas que se oponen a cualquier clase de organización; pero en realidad las muchas, demasiadas discusiones que tienen lugar entre nosotros sobre esta materia, incluso viéndose obscurecidas por cuestiones de terminología o envenenadas por las diferencias personales, básicamente son relativas a la forma y no al principio de organización. De esta manera, ocurre que cuando los compañeros que, a juzgar por lo que dicen, son los más obstinados oponentes de la organización, realmente quieren hacer algo, se organizan tal como el resto, y frecuentemente de mejor manera. El problema, repito, es enteramente un asunto de método.
Esto es por lo cual sólo puedo simpatizar con la iniciativa emprendida por estos compañeros rusos; porque estoy convencido de que una organización más general, más armoniosa, más estable que cualquiera de las intentadas por los anarquistas hasta ahora, sería ciertamente un importante factor de fortaleza y éxito, un vehículo poderoso para la difusión de nuestras ideas, aún si no tuviera éxito en eliminar todas las debilidades y los errores que son, quizás, inevitables en un movimiento como el nuestro, que está bastante avanzado a su tiempo y el cual debe, por esto, luchar en contra de la incomprensión, de la indiferencia y, frecuentemente, de la hostilidad de la mayoría.
LA ORGANIZACIÓN DE LOS TRABAJADORES Y LA ORGANIZACIÓN ESPECÍFICA
Yo creo que es, por sobre todo, urgente y esencial que los anarquistas alcancen acuerdo y se organicen tanto como puedan y lo mejor que puedan, para que puedan ser capaces de influenciar la dirección que las masas toman en su lucha por mejoras y por su emancipación.
Hoy en día, la fuerza más grande de transformación social es el movimiento obrero (movimiento sindical) y de su dirección depende en gran medida el curso que tomen los eventos y el objetivo a ser alcanzado por la próxima revolución. A través de organizaciones fundadas para la defensa de sus intereses, los obreros se han concientizado sobre la opresión que sufren y del antagonismo que los divide de sus amos, han comenzado a desear una mejor vida, se han acostumbrado a luchar juntos y en solidaridad, y pueden obtener esas mejoras que son compatibles con la continuación de un régimen capitalista y estatal. Después, cuando el conflicto ha ido demasiado lejos como para ser resuelto, entonces hay revolución o reacción. Los anarquistas deben estar concientes de la utilidad y de la importancia del movimiento sindical, deben apoyar su desarrollo y hacer de él uno de sus medios de acción, haciendo todo lo que puedan para garantizar que, en cooperación con las otras fuerzas progresistas existentes, éste sea un factor de la revolución social que involucre la supresión de las clases, la total libertad, la igualdad, la paz y la solidaridad entre los seres humanos. Pero sería una gran y fatal ilusión el creer, como muchos creen, que el movimiento obrero por sí sólo puede, y debe, por su propia naturaleza, conducir a tal revolución. Al contrario, todos los movimientos fundados sobre intereses materiales y de corto alcance (y un amplio movimiento obrero no puede ser fundado sobre otra cosa), pero que carecen de energía, determinación, del esfuerzo combinado de hombres de ideas, que luchan y se sacrifican por un ideal futuro, tienden inevitablemente a adaptarse a las circunstancias; desarrollan un espíritu conservador y de miedo al cambio en aquellos que logran obtener mejores condiciones para sí mismos, y frecuentemente, terminan creando nuevas clases privilegiadas, y apoyando y consolidando el sistema que uno desea demoler.
De aquí se desprende la urgente necesidad de organizaciones puramente anarquistas, luchando desde dentro y desde fuera de los sindicatos para alcanzar una sociedad plenamente anarquista y para esterilizar todo germen de degeneración y reacción.
Pero resulta claro que, para alcanzar sus fines, la organización anarquista debe estar en armonía, en su constitución y forma de operar, con los principios del anarquismo, es decir, no debe estar de ninguna forma contaminada por el espíritu del autoritarismo; debe ser capaz de reconciliar la acción libre de los individuos, con la necesidad y el placer de cooperación y ayudar a desarrollar la conciencia y la iniciativa de sus miembros; debe ser un medio para educar en el ambiente en que operamos, y para la preparación moral y material para el futuro que deseamos.
¿Entrega el proyecto en cuestión una respuesta a estos requisitos?
No creo que lo haga. En mi opinión, en vez de crear entre los anarquistas un mayor deseo de organización, pareciera haber sido formulada para el designio expreso de reforzar el prejuicio en aquellos camaradas que creen que la organización significa la sumisión a líderes y pertenencia a una institución centralizada, autoritaria, que ahoga toda libre iniciativa. Y de hecho, expresa aquellas mismas intenciones que algunos persisten en atribuir a todos los anarquistas descritos como organizadores, contrariamente a la verdad evidente, y pese a nuestras protestas.
¿UNA O MUCHAS ORGANIZACIONES?
Veamos. Primero que nada, parece ser erróneo -y en cualquier caso, impracticable- desear unir a todos los anarquistas en una "Unión General", i.e. como expresa el Proyecto, en una agrupación revolucionaria activa y única.
Nosotros los anarquistas, podemos decir que somos todos del mismo partido, si por la palabra partido entendemos todos aquellos que están del mismo lado, es decir, que comparten las mismas aspiraciones generales y que, de una u otra manera, luchan por el mismo objetivo en contra de los enemigos comunes. Pero esto no significa que sea posible -ni, quizás, siquiera deseable- unirnos todos juntos en una misma asociación específica. Hay demasiadas diferencias entre los lugares y las condiciones de lucha, demasiados medios de acción posibles que prefieren unos y otros, demasiadas diferencias de temperamento y problemas personales de incompatibilidad para que la Unión General, si es tomada seriamente, sea, en vez de un medio de coordinación y síntesis de las contribuciones de todos, un obstáculo a la actividad individual y quizás, también, causa de amargos conflictos internos. ¿Cómo, por ejemplo, podría organizarse de la misma manera y con la misma gente, una asociación abierta de propaganda y de agitación entre las masas, y una sociedad secreta, forzada por las condiciones políticas del país en que opera a ocultar del enemigo sus intenciones, medios y miembros? ¿Cómo podrían los educacionistas3 y los revolucionarios adoptar las mismas tácticas, si los primeros creen que el ejemplo y la propaganda son suficientes para la transformación gradual de los individuos y, consecuentemente, de la sociedad, mientras que los últimos están convencidos de que es necesario destruir con violencia un orden que se basa en la violencia y crear, en contra de la violencia de los opresores, las condiciones necesarias para la diseminación de la propaganda y de la aplicación práctica de los ideales conquistados? ¿Y cómo se va a mantener junta a gente que, por razones propias, no se gustan ni se respetan entre sí y que nunca podrían ser igualmente militantes buenos y útiles para el anarquismo?
Mas aún, los autores del Proyecto (Plataforma), declaran "inaceptable" la idea de crear una organización que pueda reunir a los representantes de las diferentes corrientes del anarquismo. Tal organización, ellos dicen, "incorporando elementos heterogéneos, teórica y prácticamente, no sería más que una ensalada de individuos que ven de manera diferente todas las cuestiones concernientes al movimiento anarquista y que, inevitablemente, se desintegraría tan pronto como fuera puesta a prueba por la realidad".
De acuerdo. Pero entonces, si reconocen la existencia de anarquistas de otras tendencias, deben además aceptar el derecho que éstos, a su vez, tienen a organizarse y a trabajar por la anarquía de la forma en que lo estimen mejor. ¿O proclamarán la expulsión del anarquismo, la excomulgación de todos aquellos que no aceptan su programa? Ellos dicen "querer agrupar en una única organización a todos los elementos saludables del movimiento libertario"; y naturalmente, tenderán a juzgar como saludables sólo a aquellos que piensen como ellos. ¿Pero qué harán con los elementos no saludables?
Ciertamente, hay en el anarquismo, como en toda comunidad humana, elementos de diferente cualidad y, lo que es peor, hay quienes, en nombre de la anarquía, circulan ideas que tienen una extremadamente dudosa afinidad con el anarquismo. ¿Pero cómo evitar esto? La verdad anárquica no puede ni debe convertirse en el monopolio de un individuo o comité, ni puede depender de las decisiones de mayorías reales o imaginarias. Es sólo necesario -y esto es suficiente- que a todos les sea permitida la más grande libertad de crítica, y que cada persona sea capaz de mantener sus propias ideas y escoger a sus propios camaradas. A fin de cuentas, sólo el tiempo dirá quien está en lo correcto.
EL ANARQUISMO Y LA RESPONSABILIDAD COLECTIVA
Abandonemos, entonces, la idea de agrupar a todos los anarquistas en una sola organización, y consideremos a la Unión General que los rusos nos proponen como lo que realmente es, i.e. la Unión de una fracción de anarquistas; y veamos si la forma de organización propuesta se conforma a los principios y métodos anarquistas y si puede, consecuentemente, contribuir al triunfo de la Anarquía.
Nuevamente, me parece que no.
No dudo en la sinceridad de las proposiciones anarquistas de estos camaradas rusos: ellos quieren lograr el comunismo anárquico y están buscando la forma más rápida para que ello ocurra. Pero no es suficiente querer algo: es también necesario adoptar los medios correctos, tal como cuando se quiere ir a algún lugar es necesario seguir el camino correcto, de otra forma, se terminaría en otro lugar. Del mismo modo, lejos de facilitar el logro del comunismo anárquico, su organización, siendo típicamente autoritaria, no puede sino distorsionar el espíritu del anarquismo y llevar a consecuencias bastante diferentes de las que se pretendían.
De hecho, la Unión General consistiría de varias organizaciones parciales, con sus secretarios, que dirigirían ideológicamente su actividad política y técnica; y para coordinar la actividad de todos los miembros de la organización, habría un Comité Ejecutivo de la Unión, encargado de llevar a cabo las decisiones tomadas por la Unión y de "conducir ideológica y organizacionalmente a las agrupaciones en conformidad con la ideología y la política táctica general de la Unión".
¿Es esto anarquista? En mi opinión, esto es un gobierno y una iglesia. Es cierto que no hay policía ni bayonetas, como tampoco hay discípulos fieles listos a aceptar la ideología dictada, pero esto sólo significa que su gobierno sería impotente e imposible, y que su iglesia sería un criadero de divisiones y herejías. Su espíritu, su tendencia, sigue siendo autoritaria y sus efectos educativos serán siempre anti-anarquistas.
Júzguese si esto es incorrecto.
"El órgano ejecutivo del movimiento libertario general -la Unión Anarquista- introduce en sus filas el principio de responsabilidad colectiva; toda la Unión será responsable de la actividad revolucionaria y política de sus miembros; y cada miembro será responsible de la actividad política y revolucionaria de la Unión".
Y posteriormente a esto, que es la más completa negación de la independencia y acción individual, los autores, recordando que son anarquistas, se describen como federalistas y truenan en contra de la centralización, "cuyo inevitable resultado", dicen, "es la esclavitud y la mecanización de la vida social y de la vida de la organización".
Pero, si la Unión es responsible de lo que cada miembro hace, ¿cómo puede garantizar a los miembros individuales y a los diferentes grupos la libertad para aplicar el programa común en la forma que crean mejor? ¿cómo se puede ser responsable por un acto que uno no tiene la posibilidad de prevenir? Luego, la Unión, y mediante ella, el Comité Ejecutivo, deben supervisar las actividades de los miembros individuales y ordenarles qué hacer y qué no hacer; y ya que la desaprobación posterior a los eventos no puede compensar la responsabilidad previamente aceptada, nadie sería capaz de hacer nada antes de obtener la aprobación y el consentimiento del comité. Por lo cual, ¿puede un individuo aceptar responsabilidad por las acciones de una organización antes de saber qué es lo que ésta va a hacer y si no es capaz de prevenirla de hacer algo a lo que éste se opone?
Más aún, los autores de la Plataforma dicen que es la "Unión" la cual establece su voluntad y dispone. Pero cuando se hace mención a la voluntad de la Unión, ¿significa esto, quizás, la voluntad de todos sus miembros? En tal caso, para que la Unión sea capaz de operar sería necesario que todos, en todo momento y en todos los asuntos, tuvieran la misma opinión. Ahora bien, si es natural que todos acuerden principios generales y básicos, ya que de otra manera no podría estar o permanecer unidos, es inconcebible que todos esos seres pensantes puedan, todo el tiempo, ser de la misma opinión sobre qué hacer ante cada circunstancia y sobre la elección de gente para ocupar los cargos ejecutivos.
EL ANARQUISMO Y EL PRINCIPIO DE MAYORÍA
En realidad -como el texto de la Plataforma demuestra-, la voluntad de la Unión sólo puede significar la voluntad de la mayoría, expresada por medio de congresos, que nominan y controlan al Comité Ejecutivo y deciden sobre todas las cuestiones importantes. Naturalmente, los congresos estarán compuestos de representantes elegidos por mayoría en los grupos afiliados, y estos representantes decidirán qué hacer, nuevamente, por mayoría de votos. Así, en la mejor de las hipótesis, las decisiones serían tomadas por la mayoría de la mayoría, que podrían bien, especialmente cuando hay más de dos opiniones divergentes, representar no más que a una minoría.
Debe también notarse que, dadas las condiciones en que los anarquistas viven y actúan, sus congresos son aún menos propiamente representativos que los parlamentos burgueses, y su control sobre el ejecutivo, de tener éste poderes autoritarios, podría ser oportuno y efectivo sólo con grandes dificultades. En la práctica, aquellos que van a congresos anarquistas son aquellos capaces de hacerlo, aquellos con dinero y aquellos que no son detenidos por la policía; aquellos que no representan más que a sí mismos o a un pequeño número de amigos, así como aquellos que representan realmente las visiones y deseos de una gran comunidad. Y tomando las precauciones hechas en contra de los traidores y espías, de hecho, por estas mismas precauciones necesarias, un examen serio de los mandatosy de su validez es imposible.
De cualquier modo, este es un auténtico sistema de mayoría, uno completamente parlamentario.
Es sabido que los anarquistas no aceptan el gobierno de las mayorías (democracia), ni tampoco aceptan el gobierno de unos pocos (aristocracia, oligarquía, ni dictadura de clase o partido), ni el gobierno de uno (autocracia, monarquía o dictadura personal).
Los anarquistas han hecho innumerables críticas al así llamado gobierno de mayorías, el cual, es más, siempre lleva en la práctica a la dominación de una pequeña minoría.
¿Es necesario hacerlo nuevamente para beneficio de nuestros camaradas rusos? Ciertamente, los anarquistas reconocen que en la vida en comunidad, es frecuentemente esencial para la minoría, aceptar las visiones de la mayoría. Cuando hay necesidad o es de clara utilidad para hacer algo, y a fin de hacerlo, es necesaria la cooperación de todos, por lo que la minoría debe percatarse de que hay que adaptarse al deseo de los más. Y, en general, para vivir juntos pacíficamente, y en igual pie, es necesario que todo el mundo sea ameno, tolerante y flexible. Pero esta adaptación de unos a otros debe ser recíproca y voluntaria, y debe proceder de la conciencia de su necesidad y de la disposición de cada persona a no paralizar la vida social mediante la hostilidad; y no debe ser impuesto como principio o por norma estatutaria. Y este es un ideal el cual, quizás, en la vida social práctica será difícilmente alcanzable en su completitud, pero es cierto que en todo grupo humano, mientras más libre y espontáneo sea el acuerdo entre minoría y mayoría, más libre es de cualquier formulación que no provenga de la naturaleza de las cosas, lo que es más cercano a la anarquía.
Entonces, si los anarquistas niegan el derecho de la mayoría a gobernar la sociedad humana en general, cuando el individuo se vea forzado a aceptar ciertas restricciones, porque no puede aislarse sin renunciar a las condiciones de la vida humana, y si quieren que todo sea hecho mediante el libre acuerdo de todos, ¿cómo es que podrían adoptar la idea del gobierno de mayorías en sus asociaciones esencialmente libres y voluntarias, y comenzar a declarar que las decisiones de la mayoría deben ser aceptadas, antes incluso de ser conocidas?
Es comprensible que quienes no son anarquistas crean que la anarquía, es decir, la libre organización sin la dominación de la mayoría ni viceversa, sea una utopía imposible o que sólo sea posible en un futuro remoto; pero es inconcebible que aquellos que profesan ideas anarquistas y quieran alcanzar la anarquía, o al menos dirigirse seriamente en esa dirección, ahora antes que mañana, repudien los principios fundamentales del anarquismo a través del mismo método que proponen para garantizar su éxito.
LAS BASES DE LA ORGANIZACIÓN ANARQUISTA
Una organización anarquista debe fundarse, en mi opinión, sobre bases muy diferentes a las propuestas por los compañeros rusos. Plena autonomía, plena independencia y, consecuentemente, plena responsabilidad de los individuos y del grupo; libre acuerdo entre aquellos que piensan útil unirse y cooperar para alcanzar el objetivo común; deber moral de apoyar las campañas emprendidas y no hacer nada que vaya en contra del programa aceptado. Sobre estas bases luego se construye el marco práctico, adaptado para traer vida real a la organización. Y luego, los grupos, federaciones de grupos, federaciones de federaciones de federaciones, los encuentros, los congresos, los comités encargados del enlace, etc. Pero todo esto debe ser hecho libremente para así no obstruir el pensamiento y la iniciativa de los individuos, y sólo a fin de dar más peso a campañas que, si son aisladas, serían imposibles o ineficaces.
De esta manera, los congresos de una organización anarquista, si bien sufrirían en cuanto cuerpos representativos de todas las imperfecciones que ya he mencionado, estarán libres de cualquier resabio de autoritarismo, porque no harían leyes, ni impondrían sus decisiones sobre otros. Servirían para sostener e incrementar los contactos personales entre los camaradas más activos, para comparar y estimular los estudios programáticos sobre las formas y los medios de llevar adelante la acción, para informar sobre la situación en las diferentes regiones y sobre las acciones más urgentes que se deben realizar en cada área, para formular las variadas opiniones actualmente sostenidas por los anarquistas, y llevar a cabo una estadística de ellas -sin ser sus decisiones obligatorias, sino sólo sugerencias, advertencias, propuestas para plantear a todos los involucrados, y no compromisos, excepto, para aquellos que los acepten. Los órganos administrativos que sean nominados -Comité de Enlace, etc.- no tienen poderes ejecutivos, sólo realizan iniciativas de parte de quienes las desean y aprueban, y no tienen derecho a imponer su visión; ciertamente, podrán sostenerlas y difundirlas como cualquier grupo de compañeros, pero no podrán presentarlas como la línea oficial de la organización. Ellos publicarían las resoluciones de los congresos y las visiones y propuestas comunicadas a ellos por los grupos e individualidades; y ayudarían, para quienes lo deseen, a facilitar las relaciones entre los grupos y la cooperación entre todos aquellos que estén de acuerdo en diversos asuntos: cada persona es libre de hacer contacto directo con quien quiera, o de hacer uso de otros comités nominados por grupos especiales.
En una organización anarquista, los miembros individuales pueden expresar cualquier opinión, o adoptar cualquier táctica que no contradiga los principios aceptados y que no dañen la actividad de otras personas. En cada caso, la organización dada dura por el tiempo en el cual las razones para la unidad son más que las razones para el disenso. De otra manera, se disuelve y sustituye por otros grupos más homogéneos.
Por supuesto, la duración, la permanencia de una organización, condiciona su éxito en la larga batalla que debemos luchar, pero es además natural para cualquier institución aspirar, instintivamente, a una vida indefinida. Pero la duración de una organización libertaria debe ser la consecuencia de la afinidad espiritual de sus miembros y de la adaptabilidad de su constitución a las circunstancias en continuo cambio. Donde ésta ya no es más capaz de cumplir una misión útil, es mejor que muera.
CONCLUSIÓN
Aquellos compañeros rusos, quizás, encontrarán ineficaces a las organizaciones como yo las concibo y similares a las que hay. Los entiendo. Estos compañeros están obsesionados por el éxito que los Bolcheviques han tenido en su propio país, y quisieran, a la manera de los Bolcheviques, unir a los anarquistas en una especie de ejército disciplinado, el cual, bajo la dirección ideológica y práctica de unos pocos lideres, marche compacta al asalto del presente régimen y, entonces, alcanzada la victoria material, presida la constitución de la nueva sociedad. Y quizás sea cierto que bajo este sistema, siempre que los anarquistas lo acepten, y que los lideres sean hombres de genio, nuestra eficiencia material sería enorme. ¿Pero con qué resultado? ¿No ocurriría con el anarquismo lo que ha ocurrido en Rusia con el socialismo y el comunismo?
Estos camaradas están ansiosos de ver la victoria, al igual que nosotros; pero para vivir y lograr la victoria no es necesario renunciar a las mismísimas razones que nos dan vida y distorsionar el carácter de la eventual victoria. Queremos luchar y triunfar, pero como anarquistas -por la anarquía.
Publicada en "Il Risveglio" (Ginebra, Octubre de 1927).
ANARQUÍA Y ANARQUISMO*
Errico Malatesta
INTRODUCCIÓN
Para alcanzar la anarquía, o simplemente para acercarse a ella, ésta debe concebirse no sólo como una luz que ilumina y atrae, sino como algo posible y alcanzable, no en los próximos siglos, sino en un tiempo relativamente corto, sin contar con milagros.
Ahora bien, nosotros, los anarquistas, nos hemos preocupado mucho por los ideales; hemos criticado todas las mentiras morales y todas las instituciones que corrompen y oprimen la humanidad y hemos descrito con toda la elocuencia y la poesía de que somos capaces la sociedad armoniosa que todos deseamos, basada en la bondad y en el amor; pero, debemos admitir que nos hemos preocupado muy poco por los caminos y los medios de alcanzar nuestros ideales.
“Pensiero e Volontà”, 1924
ANARQUÍA Y ANARQUISMO
El anarquismo en su génesis, en sus aspiraciones en sus métodos de lucha no está necesariamente vinculado a ningún sistema filosófico.
El anarquismo nació de la rebelión moral contra las injusticias sociales. A partir del momento en que aquellos hombres que se sintieron como sofocados por el ambiente social en que estaban obligados a vivir y cuya sensibilidad quedó herida ante el dolor ajeno, y ante el suyo propio, y en que estos hombres se convencieron de que gran parte del dolor humano no se debe fatalmente a inexorables leyes naturales o sobrenaturales, sino que proviene de hechos sociales que dependen de la voluntad humana -entonces se abrió el camino que debía llevar al anarquismo.
Había que buscar las causas específicas de males sociales y los medios capaces de destruirlas.
Y, cuando algunos creyeron que la causa fundamental del mal era la lucha entre los hombres con el consiguiente dominio de los vencedores y la represión y explotación de los vencidos, cuando vieron que este dominio de unos frente a la sumisión de otros, a través de la historia, había provocado la propiedad capitalista y el Estado y propiedad -entonces nació el anarquismo.
“Pensiero e Volontà”, 1 de septiembre de 1925
Dejando a un lado la incierta filosofía, prefiero atenerme a las definiciones vulgares que nos dicen que la Anarquía es una forma de convivencia social en la cual los hombres viven como hermanos sin que nadie pueda reprimir y explotar a los demás y en la que todos disponen de los medios que la civilización pueda ofrecerlas para alcanzar el máximo desarrollo moral y material; y el Anarquismo es el método para realizar la anarquía mediante la libertad, sin gobierno, o sea sin órganos autoritarios que por la fuerza, aunque con buenos fines, imponen a los demás su voluntad.
“Pensiero e Volontà”, 1 de septiembre de 1925
Anarquía significa sociedad organizada sin autoridad, entendiéndose por autoridad la facultad de imponer la propia voluntad, y no ya el hecho inevitable y benéfico de que quien mejor entienda y sepa hacer una cosa consiga con más facilidad hacer que se acepte su opinión, y sirva de guía, en esa cosa determinada, a aquellos que son menos capaces que él.
Para nosotros, la autoridad no sólo no es necesaria para la organización social, sino que, además, vive de ella como parásito, impide su evolución y desarrolla sus ventajas en provecho casi exclusivo de una determinada clase que explota y oprime las demás. Mientras en una colectividad haya armonía de intereses, mientras nadie quiera o disponga de medios para explotar a los demás, no habrá huellas de autoridad; cuando sobrevienen las luchas intestinas y la colectividad se divide en vencedores y vencidos, entonces aparece la autoridad que, por supuesto, queda en manos de los más fuertes y sirve para confirmar, perpetuar y engrandecer su victoria.
Así lo creemos, y por eso somos anarquistas; si no creyéramos posible una organización sin autoridad, seríamos autoritarios; porque preferimos aún la autoridad, que paraliza y entristece la vida, a la desorganización que la hace imposible.
“Pensiero e Volontà”, 1 de septiembre de 1925
Pero, ¿cuántas veces tendremos que repetir que no queremos imponer nada a nadie; que no creemos ni posible ni deseable querer el bien de la gente por la fuerza y que lo único que queremos es que nadie nos imponga a nosotros su voluntad, que nadie pueda imponer a los demás su forma de vida social de no ser libremente aceptada?
“Umanità Nova”, 25 de agosto de 1920
El socialismo (y con más razón el anarquismo) no puede ser impuesto, ya sea por razones morales de respeto a la libertad, ya sea por la imposibilidad de aplicar “a la fuerza” un régimen de justicia para todos. No puede ser impuesto a la mayoría por una minoría, pero tampoco por la mayoría a una o varias minorías.
Por eso somos anarquistas, es decir, queremos que todos tengan la libertad “efectiva” de vivir como quieran, lo cual no es posible sin expropiar a los que actualmente detienen la riqueza social y sin poner los medios de trabajo a disposición de todos.
“Umanità Nova”, 2 de septiembre de 1922
...La base fundamental del método anarquista es la libertad, y, por lo tanto, luchamos y lucharemos contra todo lo que viole la libertad (libertad igual para todos), cualquiera que sea el régimen dominante: monarquía, república u otros.
“Umanità Nova”, 27 de abril de 1922
Nosotros, por el contrario, no pretendemos poseer la verdad absoluta, creemos más bien en la verdad social; la mejor forma de convivencia social no es algo fijo, válido para todos los tiempos y para todos los lugares, algo que pueda determinarse con anticipación, sino algo que, una vez asegurada la libertad, se va descubriendo y llevando gradualmente a la práctica con los menores roces y la menor violencia posibles. Por eso nuestras soluciones dejan siempre la puerta a varias soluciones y, a poder ser, mejores.
“Umanità Nova”, 16 de septiembre de 1921
El análisis a mi pregunta “¿cómo hacéis para saber de qué modo se orientará mañana vuestra república?” plantea otra pregunta: “¿Cómo sabéis de qué modo se orienta vuestro anarquismo?” Y es justo: son demasiados y demasiado complejos los factores de la historia, es tan incierta y aleatoria la voluntad humana que nadie podría seriamente profetizar el porvenir. Pero la diferencia entre nosotros y los republicanos es que nosotros y nuestro anarquismo no queremos cristalizarlo en dogmas ni imponerlo a la fuerza; será lo que pueda ser y se desarrollará a medida que los hombres y las instituciones pasen a ser más favorables a la libertad y a la justicia integrales.
“Pensiero e Volontà”, 15 de mayo de 1924
Nuestro objetivo es el bien de todos, la eliminación de todos los sufrimientos y la generalización de todas las alegrías que puedan depender de la voluntad humana; es la paz y el amor entre todos los seres humanos; es una nueva y mejor civilización, una humanidad más digna y feliz. Pero creemos que el bien de todos no puede alcanzarse realmente más que con la consciente colaboración de todos; creemos que no existen fórmulas mágicas capaces de resolver las dificultades; que no hay doctrinas universales e infalibles aplicables a todos los hombres y a todos los casos; que no hay hombres y partidos providenciales que puedan sustituir útilmente la voluntad de los demás por la suya propia y hacer el bien a la fuerza; creemos que la vida social adquiere siempre las formas que resultan del contraste de los intereses ideales de los que piensan y quieren. Por eso convocamos a todos a pensar y a querer.
“Pensiero e Volontà”, 1 de enero de 1924
Anarquista es, por definición, aquél que no quiere estar oprimido y no quiere ser opresor; aquél que quiere el máximo bienestar, la máxima libertad, el máximo desarrollo posibles de todos los seres humanos.
Sus ideas, su voluntad tienen origen en el sentido de simpatía, de amor, de respeto hacia todos los humanos: sentimiento que debe ser lo bastante fuerte para inducirlo a desear el bien de los demás como el suyo propio y a renunciar a aquellas ventajas personales que exigen, para ser obtenidas, el sacrificio de los demás.
De no ser así, ¿por qué debería ser enemigo de la opresión y no procurar, en cambio, convertirse en opresor?
El anarquista sabe que el individuo no puede vivir fuera de la sociedad, que incluso no existe, en cuanto individuo humano, de no ser porque lleva en sí los resultados de incontables generaciones pasadas y se aprovecha durante toda la vida de la colaboración de sus contemporáneos.
Sabe que la actitud de cada uno influye, directa o indirectamente, sobre la vida de todos reconoce, por lo tanto, la gran ley de la solidaridad que predomina en la sociedad como en la naturaleza. Y, como desea la libertad de todos, tiene que desear que la acción de esta necesaria solidaridad, en lugar de ser impuesta y sufrida inconsciente e involuntariamente, en lugar de ser desatendida y ser explotada con ventaja para unos en detrimento de otros, pase a ser consciente y voluntaria y se realice, por lo tanto, en igual beneficio de todos.
O ser oprimido, o ser opresor, o cooperar voluntariamente para el mayor bien de todos. No hay otra alternativa posible; y los anarquistas están naturalmente, y no pueden no estarlo, a favor de la cooperación deliberada y libre.
Que no nos vengan con “filosofías” y hablarnos de egoísmo, altruismo u otros rompecabezas. Estamos de acuerdo: somos todos egoístas, todos buscamos nuestra satisfacción. Pero es anarquista aquél cuya máxima satisfacción es la de luchar para el bien de todos, para la realización de una sociedad en la que él pueda encontrarse, hermano entre hermanos, en medio de hombres sanos, inteligentes cultos y felices. El que, en cambio, puede adaptarse, contento, a vivir entre esclavos y a sacar provecho del trabajo de los esclavos, no es, no puede ser anarquista.
“Volontà”, 15 de junio de 1913
Para ser anarquista no basta reconocer que la anarquía es un hermoso ideal -cosa que, al menos de palabra, la reconocen todos, incluidos los soberanos, los capitalistas, los policías, y creo, incluso el mismo Mussolini-, sino que hay que querer luchar para alcanzar la anarquía, o por lo menos acercarse a ella, procurando atenuar el dominio del Estado y del privilegio y reclamando siempre mayor libertad y mayor justicia.
“Pensiero e Volontà”, 16 de mayo de 1925
¿Por qué somos anarquistas?
Además de nuestras ideas sobre el Estado político y sobre el gobierno , o sea sobre la organización coactiva de la sociedad, que determinan nuestra característica específica, y de nuestras ideas acerca de la mejor manera de asegurar a todos el uso de los medios de producción y la participación en las ventajas de la vida social, somos anarquistas por un sentimiento que es la fuerza motriz de todos los verdaderos reformadores sociales y sin el cual nuestro anarquismo sería una mentira o un sinsentido.
Este sentimiento es el amor por los hombres, es el hecho de sufrir por los sufrimientos ajenos. Si como, no puedo comer a gusto al pensar que algunos mueren de hambre; si compro un juguete para mi hijo y me alegro de su felicidad, mi alegría se amarga al ver ante el escaparate niños con los ojos anhelantes que podrían ser felices con un títere de dos reales y no pueden tenerlo; si me divierto, mi espíritu se entristece al recordar que en prisión gimen muchos seres humanos; si estudio o realizo algún trabajo que me gusta, siento algo así como un remordimiento al pensar que tantos hombres con mayor ingenio que yo están obligados a desperdiciar su vida en una ocupación alienante, muchas veces inútil o perjudicial. Puro egoísmo, como veis, pero un egoísmo al que otros llaman altruismo, y sin el cual, como quiera que se le llame, es imposible ser realmente anarquistas.
El odio a la represión, el deseo de ser libre y de poder expresar la propia personalidad en toda su magnitud no bastan para hacer de alguien un anarquista. La aspiración a la libertad ilimitada, si no va acompañada del amor por los hombres y del deseo de que todos los demás disfruten de igual libertad, puede dar rebeldes, pero no basta para dar anarquistas: rebeldes que, si les basta con la fuerza, se convierten en seguida en explotadores y tiranos.
“Umanità Nova”, 16 de septiembre de 1922
Hay individuos fuertes, inteligentes, apasionados, con grandes necesidades materiales o intelectuales, que, al haber pertenecido a la clase de los oprimidos, quieren a toda costa emanciparse y no rechazan la idea de convertirse a su vez un día en opresores: individuos que, al encontrarse coactados por la sociedad actual, desprecian y odian todo tipo de sociedad, y que, al ver que es absurdo querer vivir fuera de la colectividad humana, desearían someter a su voluntad, a la satisfacción de sus pasiones, toda la sociedad, a todos los hombres. A éstos, cuando saben de literatura, se les suele llamar superhombres. Estos no se andan con escrúpulos; éstos quieren “vivir su vida”; se reían de la revolución y de toda aspiración futura, quieren disfrutar hoy a toda costa y a costa de quien sea; éstos sacrificarían la humanidad por una hora (hay quien lo dice así textualmente) de “vida intensa”.
Estos son rebeldes; pero no son anarquistas. Estos tienen la mentalidad, los sentimientos del burgués frustrado y, cuando lo consiguen, se convierten en burgueses del todo, y no de los menos inofensivos.
Puede que a veces -en las vicisitudes de la lucha- nos los encontremos de lado; pero no podemos, no debemos, no queremos confundirnos con ellos. Y ellos lo saben muy bien.
Sin embargo, a muchos de ellos les gusta decirse anarquistas. Es cierto -y es deplorable.
No podemos impedir que alguien adopte la filiación que quiera y, por otro lado, tampoco podemos nosotros abandonar la filiación que conforma nuestras ideas y que, lógica e históricamente, nos pertenece. Lo único que podemos hacer es vigilar para que no se den confusiones, o al menos las menos posibles.
“Volontà”, 15 de junio de 1913
Soy anarquista porque me parece que la anarquía responde mejor que cualquier otro de convivencia social a mi deseo del bien de todos, a mi aspiración a una sociedad que concilie la libertad de todos con la cooperación y el amor entre todos, y ya no porque ésta sea una verdad científica y una ley natural. Me basta que ésta no contradiga ninguna ley conocida de la naturaleza para considerarla posible y luchar por la conquista de la voluntad necesaria para su realización.
“Umanità Nova”, 27 de abril de 1922
Soy comunista (libertario, por supuesto), estoy por el libre entendimiento y creo que, con una descentralización inteligente y un intercambio continuo de información, podría llegarse a organizar los intercambios necesarios de productos y satisfacer las necesidades de todos sin tener que recurrir al símbolo moneda que, sin duda, conlleva graves inconvenientes y peligros. Aspiro, como todo buen comunista, a la abolición del dinero, y, como todo buen revolucionario, creo que habrá que desarmar la burguesía devaluando todos los símbolos de riqueza que puedan servir para vivir sin trabajar...
“Il Risveglio”, 20 de diciembre de 1922
Puede que muchas veces digamos: la anarquía es la abolición del gendarme, entendiéndose por gendarme cualquier fuerza armada, cualquier fuerza material al servicio de un hombre o de una clase para obligar a los demás a hacer lo que no quieren hacer voluntariamente.
Naturalmente esta fórmula no da una idea ni tan sólo aproximada de lo que se entiende por anarquía, que es una sociedad fundada sobre el libre entendimiento, en la que cada individuo puede alcanzar el máximo desarrollo posible material, moral e intelectual, y en la que encuentra, en la solidaridad social, la garantía de su libertad y de su bienestar. La supresión de la coacción física no basta para que se asuma una dignidad de hombre libre, se aprenda amar a sus semejantes y a respetarles aquellos derechos que desean que les sean respetados y para que se niegue tanto a mandar como a ser mandado. Se puede ser esclavo voluntariamente por atraso mental o por falta de confianza en uno mismo, como se puede ser tirano por maldad o por inconsciencia, cuando no se encuentra la resistencia adecuada. Pero esto no impide que la abolición del gendarme, o sea la abolición de la violencia en las relaciones sociales, sea la base, la condición indispensable sin la cual la anarquía no puede dar frutos, no puede incluso concebirse.
“Umanità Nova”, 25 de julio de 1920
ANARQUISTAS PROGUBERNAMENTALES
Errico Malatesta
Acaba de aparecer un manifiesto firmado por Kropotkin, Grave, Malato y una docena de viejos compañeros más, en el cual se hacen eco de quienes apoyan a los gobiernos de la Entete, que exigen la guerra a muerte y el aniquilamiento de Alemania, y toman posición contra cualquier idea de “paz prematura”.
La prensa capitalista publica, con natural satisfacción, extractos del manifiesto, y lo anuncia como obra de “líderes del movimiento anarquista internacional”.
Los anarquistas, que en su casi totalidad permanecieron fieles a sus convicciones, tienen el deber de protestar contra este intento de implicar al anarquismo en la continuación de una feroz matanza que nunca ha prometido ningún beneficio para la causa de la justicia y la libertad, y que ahora se muestra absolutamente estéril e infructuosa, incluso desde el punto de vista de los gobiernos de ambos bandos.
Está fuera de duda la buena fe y las buenas intenciones de quienes firmaron el manifiesto, pero por más penoso que pueda ser disentir con viejos amigos que han prestado tantos servicios a lo que en el pasado era nuestra causa común, no podemos -haciendo honor a nuestra sinceridad y al interés en nuestro movimiento en pro de la emancipación- dejar de disociarnos de compañeros que se consideran capaces de reconciliar las ideas anarquistas con la cooperación con los gobiernos y las clases capitalistas de ciertos países en su lucha contra los capitalistas y los gobiernos de ciertos otros países.
Durante la actual guerra hemos visto republicanos que se ponen al servicio de reyes, socialistas que hacen causa común con la clase dirigente, laboristas que sirven a los intereses de los capitalistas, pero en realidad todas estas personas son, en distinto grado, conservadores, creyentes en la misión del Estado, y se puede comprender que hayan vacilado y se hayan desorientado hasta caer en los brazos del enemigo, cuando el único remedio residía en la destrucción de todas las ataduras gubernamentales y el desencadenamiento de la revolución social. Pero tal vacilación es incomprensible en el caso de los anarquistas.
Sostenemos que el Estado es incapaz de hacer el bien. En el campo de las relaciones internacionales y también en el de las relaciones individuales sólo puede combatir la agresión transformándose él mismo en agresor, y sólo puede evitar el crimen organizado cometiendo crímenes aun mayores.
Inclusive suponiendo -lo que está lejos de ser cierto- que Alemania sola fuera responsable de la actual guerra, está demostrado que si se mantienen los métodos gubernamentales, la única manera de resistir a Alemania consiste en suprimir toda libertad y revivir el poder de todas las fuerzas reaccionarias. Excepto la revolución popular, no hay otro modo de resistir la amenaza de un ejército disciplinado, salvo tratar de disponer de un ejército más fuerte y más disciplinado, de modo que los más encarnizados antimilitaristas, si no son anarquistas y temen la destrucción del Estado, se ven inevitablemente llevados a transformarse en ardientes militaristas.
De hecho, con la esperanza problemática de aplastar al militarismo prusiano renunciaron a todo el espíritu y las tradiciones de libertad, prusianizaron a Inglaterra y a Francia, se sometieron al zarismo, reestablecieron el prestigio del vacilante trono de Italia.
¿Podemos aceptar los anarquistas este estado de cosas por un solo instante, sin renunciar a todo derecho a llamarnos anarquistas? Para mí, inclusive la dominación extranjera sufrida por la fuerza y capaz de suscitar la rebelión es preferible a la opresión interna aceptada con humildad y casi con gratitud, en la creencia de que por este medio nos preservamos de un mal mayor.
Es inútil decir que se trata de un momento excepcional y que después de haber contribuido a la victoria de la Entete en “esta guerra” volveremos a nuestro propio campo para luchar por nuestros ideales.
Si hoy es necesario trabajar en armonía con el gobierno y los capitalistas para defendernos contra “la amenaza alemana” lo será también después, así como durante la guerra.
Por más grande que sea la derrota del ejército alemán -si ocurre que se lo derrote-, nunca resultará posible impedir que los patriotas alemanes piensen en la venganza y se preparen para ella, y los patriotas de los demás países, muy razonablemente desde su propio punto de vista, querrán estar listos para que no los vuelvan a tomar desprevenidos. Esto significa que el militarismo prusiano se transforma en una institución permanente y regular en todos los países.
¿Qué dirán luego los que se autodenominan anarquistas y desean hoy la victoria de una de las alianzas en guerra? ¿Seguirán llamándose antimilitaristas y predicando el desarme, la necesidad de rehusarse a hacer el servicio militar, y el sabotaje contra la defensa nacional, para terminar, ante la primera amenaza de guerra, como sargentos reclutadores de los gobiernos que ellos trataron de desarmar y paralizar?
Se dirá que estas cosas terminarán cuando el pueblo alemán se libere de sus tiranos y deje de ser una amenaza para Europa, al destruir el militarismo en su propio país. Pero si éste es el caso, los alemanes piensan con razón que la dominación inglesa y francesa -y no digamos la de la Rusia zarista- no sería más agradable para los alemanes que la dominación alemana para los franceses y los ingleses, desearán primero esperar que los rusos y los demás pueblos destruyan su propio militarismo y, entretanto, seguirán fortaleciendo al ejército de su propio país.
Y entonces, ¿cuánto tiempo demorará la revolución? ¿Cuánto se tardará en llegar a la anarquía? ¿Debemos esperar siempre a que los demás empiecen?
La línea de conducta de los anarquistas está claramente señalada por la lógica misma de sus aspiraciones. Debería impedirse la guerra produciendo la revolución, o por lo menos haciendo que el gobierno la temiera. Ha faltado hasta ahora la fuerza o la habilidad necesaria para ello.
¡Muy bien! Sólo hay un remedio: mejorar el futuro. Tenemos que evitar más que nunca el compromiso, ahondar el abismo entre capitalistas y los esclavos asalariados, entre dominadores y dominados, predicar la expropiación de la propiedad privada y la destrucción de los estados como el único medio para garantizar la fraternidad entre los pueblos y la justicia y la libertad para todos, y debemos prepararnos para llevar a cabo estar cosas.
Entretanto, me parece que es criminal hacer algo que tienda a prolongar la guerra, en la que se asesina a hombres y se destruye riqueza, además de obstaculizar la reanudación de la lucha por la emancipación. Me parece que predicar “la guerra hasta el fin” es realmente hacerles el juego a los gobernantes alemanes, que están engañando a sus súbditos e inflamando su ardor de lucha al persuadirlos de que sus oponentes desean aplastar y esclavizar al pueblo alemán.
En la actualidad, como siempre, éste debe ser nuestro grito de lucha: ¡Abajo los capitalistas y los gobiernos, todos los capitalistas y todos los gobiernos!
¡Vivan los pueblos, todos los pueblos!
NUESTRO IDEARIO*
Errico Malatesta
No vamos a repetir nada nuevo. La propaganda no es y no puede ser más que la repetición continua, incansable, de aquellos principios que deben servirnos de guía en la conducta que hemos de seguir en las varias contingencias de la vida.
Expondremos, pues, con palabras más o menos diferentes, pero con un fondo constante, nuestro socialismo-anarquista revolucionario.
Creemos que la mayor parte de los males que afligen a los hombres dependen de la mala organización social y que los hombres, queriendo y sabiendo, pueden destruirlos.
La sociedad actual es el resultado de las luchas seculares libradas por los hombres. No comprendiendo las ventajas que podían haber obtenido de la cooperación y de la solidaridad, viendo en todos sus semejantes -excepto en los más cercanos a ellos por el vínculo de la sangre- competidores y nada más que competidores, cuando no enemigos, han procurado acaparar, cada uno para sí, la mayor cantidad posible de goces sin preocuparse del interés de los demás.
Dada esta lucha, naturalmente, debían salir vencedores los más fuertes o los más afortunados, sometiendo y oprimiendo a los vencidos de modos diversos y múltiples.
Mientras el hombre no fue capaz de producir sino lo que necesitaba para su sostén, los vencedores no pudieron hacer otra cosa que matar al vencido y apoderarse de los productos por éste cosechados.
Más tarde, cuando con el descubrimiento del pastoreo y de la agricultura un hombre pudo ya producir más de lo que necesitaba para vivir, los vencedores encontraron más ventajas en reducir a los vencidos a la esclavitud y hacerles producir para ellos, para sus dueños.
Más tarde aún, los vencedores se dieron cuenta de que era más cómodo, más productivo y más seguro explotar el trabajo ajeno con otro sistema: el de retener la propiedad exclusiva de la tierra y de todos los medios de trabajo y dejar nominalmente libres a los despojados, los cuales, no teniendo ya medios para vivir, se veían obligados a recurrir a los propietarios y a trabajar para éstos en las condiciones que éstos imponían.
De este modo, poco a poco, gradualmente, a través de una red complicadísima de luchas de todo género -invasiones, guerras, rebeliones, represiones, concesiones arrancadas, asociaciones de vencidos unidos para la defensa y de vencedores unidos para la ofensa- se ha llegado al estado actual de la sociedad, en el cual unos cuantos hombres poseen hereditariamente la tierra y toda la riqueza social, mientras la gran mayoría de los individuos, desheredada de todo, se ve oprimida y explotada.
De este estado de cosas depende la situación miserable en que generalmente se encuentran los trabajadores y, además, todos los males que de la miseria se derivan: ignorancia, delitos, prostitución, miseria física, abnegación moral y muertes prematuras. De este estado de cosas depende la constitución de una clase especial -el gobierno- que, provista de medios materiales de represión, tiene la misión de legalizar y defender a los propietarios contra las reivindicaciones de los proletarios, sirviéndose además de esta fuerza para crearse para sí ciertos privilegios y para someter, cuando puede, hasta a la misma clase propietaria. De este estado de cosas depende que otra clase -el clero- se haya convertido en la ayuda más eficaz para la perpetuación de la injusticia, ya que procura persuadir a los oprimidos para que soporten dócilmente al opresor, trabajando de paso, como la clase gubernamental, al propio tiempo que por el interés de los propietarios, por sus propios intereses. De este estado de cosas depende la formación de una ciencia oficial que es, en todo aquello que puede servir al interés de los dominadores, la negación de la verdadera ciencia. De este estado de cosas depende el espíritu patriótico, los odios de raza, las guerras y la paz armada, más desastrosa que todas las guerras. De este estado de cosas depende el amor convertido en tormento o en objeto vil de mercado. De este estado de cosas depende el odio más o menos intenso, la rivalidad, la desconfianza, la incertidumbre y el miedo que reina en las relaciones de todos los hombres.
Este estado de cosas es el que nosotros, anarquistas, queremos cambiar radicalmente. Puesto que todos esos males que hemos mencionado son consecuencia de la lucha entre los hombres, de esa búsqueda del bienestar individual efectuada por cuenta propia y contra todos, queremos remediarlos sustituyendo al odio con el amor, a la competencia con la solidaridad, a la búsqueda exclusiva del propio bienestar con la cooperación fraterna para el bienestar de todos, a la opresión y la imposición con la libertad, a la mentira, cualquiera que sea su índole, religiosa o seudocientífica, con la verdad.
Para realizar ese cambio, creemos preciso proceder a:
1. Abolición de la propiedad privada de la tierra, de las materias primas y de los instrumentos de trabajo, con el fin de que nadie pueda tener el modo de vivir explotando el trabajo ajeno y de que, teniendo todos los hombres garantizados los medios de producir y de vivir, puedan ser verdaderamente independientes y puedan asociarse con los demás libremente, conforme a las propias simpatías y con el propósito de colaborar en el interés de todos.
2. Abolición del gobierno y de todo poder que pueda dictar leyes e imponerlas a los demás, es decir abolición de las monarquías, de las repúblicas, de los parlamentos, de los ejércitos, de los policías, de las magistraturas y de todas las demás instituciones dotadas de medios coercitivos.
3. Organización de la vida social mediante la obra de asociaciones libres, de federaciones de productores y de consumidores, hechas y edificadas a tenor de la voluntad de sus componentes, guiados por la ciencia y la experiencia y libres de toda imposición que no derive de las necesidades naturales, a las cuales, vencido el hombre por el sentimiento de la misma necesidad inevitable, voluntariamente se somete.
4. Garantizar, señaladamente, los medios de vida, desarrollo y bienestar de los niños y de todos los que no estén en estado de proveer a sus necesidades.
5. Hacer la guerra a todas las mentiras, aunque se oculten bajo el manto de la ciencia y procurar la instrucción científica, hasta en su más elevado grado, para todos los hombres.
6. Acabar con el patriotismo, aboliendo las fronteras y trabajando por la confraternización de todos los pueblos.
7. Reconstituir la familia de modo que resulte de la práctica del amor, libre de todo vínculo legal, de toda opresión económica o física, de todo prejuicio religioso.
Estos son los remedios que ofrece nuestro ideal. Estos son los remedios que deseamos ver realizados.
Pero no basta con desear una cosa. Si verdaderamente se quiere obtenerla, es necesario emplear los medios adecuados para su realización. Estos medios existen, sin duda, y no son, de ningún modo, arbitrarios. Se derivan, naturalmente, del fin a que se tiende y de las circunstancias en las que se lucha, de modo que, si no nos engañamos en su elección, llegaremos a los fines que nos proponemos. Si llegamos a otro fin, opuesto al que deseamos, ello obedecerá, como consecuencia natural, necesariamente a que los medios escogidos no eran los adecuados. El que se pone en camino y se equivoca, no va adonde quiere, sino allí donde conduce el camino que recorre.
EN TIEMPO DE ELECCIONES
Errico Malatesta
PRESENTACIÓN
El escrito que aquí publicamos, En tiempos de elecciones, de Errico Malatesta, es uno de sus más conocidos ensayos a nivel mundial.
Quizá, en los tiempos actuales, a muchos les parecerán francamente exageradas las afirmaciones en él vertidas, puesto que mucha agua ha corrido bajo el molino desde la época en que Malatesta lo escribió. Sin embargo, los conceptos que explayan los dos personajes (Carlos y Luis), a través de quienes Errico transmite sus pensamientos, son de una actualidad asombrosa.
En efecto, hoy, por lo menos en la República Mexicana, cientos de miles, si no es que millones de personas, expresan ideas muy similares a las que Malatesta estampó hace ya mucho tiempo.
La postura de la corriente anarquista proclive al abstencionismo, es claramente expresada por Malatesta. Sobre esto cabe aclarar que, pésele a quien le pese, el anarquismo no se agota en lo que nosotros denominamos el dogma del abstencionismo, puesto que existen otras corrientes, plenamente insertas en el cauce libertario, que no comulgan con el abstencionismo elevado a la categoría de artículo de fe.
Poner el abstencionismo como elemento sine qua non distintivo del anarquista, es propio, lo repetimos, de una corriente específica en el seno del movimiento libertario, y no de todas las corrientes.
Queríamos hacer hincapié en ello con el objeto de poder transmitir lo plurifacético del movimiento anarquista, rasgo éste del que, a nuestro parecer, emerge su inmensa riqueza. Pues el objetivo no es descalificar sino reflexionar.
Chantal López y Omar Cortés
Luis.- ¡Buen vino es éste, amigo!
Carlos.- Psch, no es malo... pero sí es caro.
Luis.- ¿Caro? ¡Seguramente! Con tanto impuesto y con tantas contribuciones como se pagan al gobierno y al municipio, el litro viene a costar el doble de lo debido. ¡Y si fuese tan solo el vino! El pan, la carne, la casa, todo cuesta un ojo de la cara; y si el trabajo falta no se puede pagar ni aún lo más necesario. En fin, que no hay modo de poder vivir.
Sin embargo todo el mal viene de nosotros mismos. Si nosotros quisiéramos, todo se podría remediar. Precisamente, ahora es la ocasión para poner manos a la obra.
Carlos.- ¿Sí? Veamos, veamos cómo.
Luis.- Es una cosa muy sencilla. ¿Eres elector?
Carlos.- Sí lo soy; pero como si no lo fuera, porque no he de votar.
Luis.- He ahí el mal. ¡Y después nos lamentamos! ¿No comprendes que tú mismo eres tu propio asesino y el de tu familia? Tú eres uno de tantos que por su indolencia y su rebajamiento merecen la miseria en que yacen. Y todavía es poco. Tú...
Carlos.- Bueno, bueno, no te sobresaltes. A mí me gusta razonar y no quiero más que ser convencido. ¿Pero qué conseguiría si fuese a votar?
Luis.- ¡Cómo! ¿Qué necesidad hay de razonar tanto? ¿Quiénes hacen las leyes? ¿No son los diputados y los ministros? Así pues, si eligiéramos buenos diputados y buenos concejales, habría buenos ministros y buenos municipios y, en consecuencia, serían mejores las leyes, se rebajarían las contribuciones, se suprimirían impuestos tan odiosos como el de consumo, sería protegido el trabajo y, por ende, la miseria en que vivimos no sería tan espantosa.
Carlos.- ¡Buenos diputados, buenos ministros y buenos concejales! ¡Bonito canto de sirena! Se necesita estar sordo y ciego para no comprender que todos son lo mismo. Como tú, hablan todos los que tienen necesidad de ser elegidos. Todos buenos, todos democráticos; nos pasan la mano por el lomo, llaman a nuestras compañeras para saludarlas, a nuestros niños para besarlos; nos prometen ferrocarriles, puentes, agua potable, trabajo, pan a buen precio, protección del Estado... todo lo que se quiera. Y después, si te he visto no me acuerdo. Una vez elegidos, adiós promesas. Nuestras compañeras y nuestros hijos pueden morirse de hambre; nuestro país puede verse asolado por las fiebres y toda clase de calamidades; el trabajo se paraliza y pan falta para la mayor parte, y el hambre, la miseria, hacen estragos por doquier. ¡Pero qué! El diputado no se ocupa para nada de nuestros desastres.
Para estas cosas está la policía. Para otro año se reanudará la burla. Por el momento, pasada la fiesta, engañado el santo. ¿Y sabes? El partido político, el color político, nada importa; todos, todos son iguales. La única diferencia es que los unos se nos presentan cínicamente como son, mientras que los otros nos llevan con su charla adonde quieren, haciéndose pagar banquetes y otras zarandajas.
Luis.- Perfectamente; más, ¿por qué elegir a los burgueses? ¿No sabes que los burgueses viven del trabajo de los demás? ¿Y cómo quieres que piensen en hacer el bien del pueblo? Si el pueblo fuera libre, se habría concluido la cucaña política para esos caballeros del bien vivir. Verdad es que si quisieran trabajar estarían aún mejor, pero esto no lo entienden; no piensan más que en sacar cuanto pueden la sangre del pobre pueblo.
Carlos.- ¡Oh! Ahora sí que empiezas a hablar bien. Solamente los burgueses o los que quieren ser diputados para llegar a ser burgueses, se ocupan de los burgueses.
Luis.- Pues bien, evitemos esto. Nombremos diputados a los amigos probados, consecuentes, diputados populares, y así estaremos seguros de no ser engañados.
Carlos.- ¡Eh, alto! No hay tantos de esos amigos probados. Pero ya que eres curioso nombremos, nombremos esos diputados ¡como si tú y yo pudiéramos nombrar a quien mejor nos pareciera!
Luis.- ¿Tú y yo? No se trata únicamente de nosotros dos. Es cierto, ciertísimo, que nosotros dos nada podemos hacer; pero si cualquiera de nosotros se esforzase por convertir a los demás, y éstos procedieran como nosotros, pronto contaríamos con la mayoría de los electores y podríamos elegir el diputado que mejor nos pareciera. Y si lo que nosotros hiciéramos aquí lo hicieran en los demás colegios electorales, llegaríamos a tener de nuestra parte la mayoría del parlamento y entonces...
Carlos.- Y entonces vuelta a la cucaña política para los que fueran al parlamento... ¿no es verdad?
Luis.- Pero...
Carlos.- ¿Pero me tomas como cosa de juego? ¡Qué mal vas! No parece sino que ya cuentas con la mayoría y todo lo arreglas a tu antojo.
La mayoría, amigo, la tienen los que mandan, la tienen siempre los ricos. Ahí tienes un pobre diablo, un labrador con su mujer enferma y cinco hijos chiquitillos; anda y persuádele de que debe sufrir los rigores de la miseria, de que debe consentir en verse en medio de la vía pública como un perro vagabundo, no sólo él sino también los suyos, por el placer de dar el voto a quien no sea del gusto del burgués. Anda y convence a todos los que el burgués puede hacer morir de hambre cuando le plazca.
Desengáñate: el pobre nunca es libre; y por tanto no sabría por quien votar. Y si supiera y pudiera, aún tendría necesidad de votar a sus señores. Así tendrían éstos lo que desean, y buenas noches.
Lo mismo en el campo que en la ciudad, el trabajador es esclavo del que manda o del que más tiene. En nuestros villorrios, en nuestras aldeas, en los más reducidos lugares, el cacique es dueño y señor de todos los electores. Un simple alcalde de barrio tiene más poder en una aldea que un banquero en la ciudad. La sola presencia de un representante de la tiranía, se lleva por delante a todos los electores habidos y por haber.
Por desgracia, nuestros compañeros del campo se ven obligados a votar por quien manda el cacique, o el alcalde, o el que les presta a un interés usurario algún dinero.
En las poblaciones grandes o pequeñas, el obrero industrial está totalmente supeditado al fabricante, al maestro; y cuando no al médico, o al abogado, al notario, al casero, hasta al tendero de aceite y vinagre. Ve y diles que voten, y contestarán que desgraciadamente han de votar, quieran o no, por quien les manden.
¡Pobre del que se atreve a tener opiniones propias!
Luis.- Sin duda la cosa no es fácil. Se necesita trabajar, propagar para hacer comprender al pueblo cuáles son sus derechos y animarle a afrontar la ira de los burgueses. Necesitamos unirnos, organizarnos para impedir a los burgueses que coarten la libertad de los trabajadores, arrojándoles a la calle cuando no siguen sus consejos.
Carlos.- ¿Y todo esto para votar por don Fulano o don Mengano? ¡Qué simple eres! Sí, todo lo que dices debemos hacerlo, pero de un modo distinto: debemos hacerlo para que el pueblo comprenda que cuanto hay en el mundo es suyo y se le roba; y que por tanto tiene el derecho, y si se quiere hasta la fuerza, de arrebatarlo, y de arrebatarlo o recuperarlo por sí mismo, sin esperar gracias de nadie.
Luis.- Pero, en fin, ¿cómo hacerlo? Alguno ha de dirigir al pueblo, organizar las fuerzas sociales, administrar justicia y garantizar la seguridad pública.
Carlos.- No, no. Nada de eso.
Luis.- ¿Y cómo entonces? ¡El pueblo es tan ignorante!
Carlos.- ¿Ignorante? El pueblo lo es, en verdad, porque si no lo fuera, pronto enviaría a paseo toda la jerigonza gubernamental. Pero yo creo que tus propios intereses te lo harán pronto comprender. Si dejáramos al pueblo obrar por su cuenta, arreglaría sus cosas mejor que todos los ganapanes que, con el pretexto de gobernarlo, lo explotan y tratan como a una bestia.
Es curioso lo que te ocurre con esta historieta de la ignorancia popular. Cuando se trata de dejar al pueblo que haga lo mejor que le parezca, dices que no tiene capacidad ninguna; cuando, por el contrario, se trata de hacerle nombrar diputados, entonces se le reconoce ya una cierta capacidad... y si nombra alguno de los nuestros, entonces se le atribuye una sapiencia estupenda...
¿No es cien veces más fácil administrar cada uno por sí mismo lo que le pertenezca, que encontrar uno que sea capaz de hacerlo por otro? No sólo, en este último caso, se necesita conocer cómo había de hacerse todo para juzgar la idea del que se escogiese, sino también saber discernir la sinceridad, el talento y las demás cualidades del que solicitare nuestros votos. ¿Y si el diputado quisiera servir sinceramente nuestros intereses, no debería preguntar por nuestra opinión, indagar nuestros deseos, acatar nuestras decisiones? Y entonces, ¿por qué dar a nadie el derecho de obrar a su antojo y de engañarnos y traicionarnos si bien lo juzga?
Luis.- Pero como los hombres no pueden hacerlo todo por sí mismos, como no sirven para todo, de aquí la necesidad de que alguno cuide de la cosa pública y arregle los asuntos de la política.
Carlos.- Yo no sé qué es lo que tú entiendes por política. Si entiendes que es el arte de engañar al pueblo y robarle haciéndole gritar lo menos posible, persuádete de que haríamos nosotros mismos otra cosa. Si por política entiendes el interés general, y el modo de hacerlo todo de acuerdo con la mayor ventaja para cada uno, entonces es una cosa de la que debemos ocuparnos y entender todos, como todos, por ejemplo, sabemos acudir a la mesa de un café sin incomodarnos los unos con los otros, divirtiéndonos sin molestia para nadie. ¡Qué diantre! No parece sino que hasta para sonarnos habríamos de necesitar un especialista y darle por añadidura el derecho de arrancarnos la nariz, si no nos sonábamos a su gusto.
Por lo demás, se comprende que el zapato debe hacerlo el zapatero y la casa el albañil. Pero nadie sueña en dar al zapatero y al albañil el derecho de gobernarse, administrarse... Pero volvamos al asunto.
¿Qué han hecho a favor del pueblo los que han ido y van al parlamento y al municipio para hacer el bien general? ¿Y, aún los mismos socialistas, se han mostrado mejores que los demás? Nada, lo que te he dicho, todos son iguales.
Luis.- ¿También la emprendes con los socialistas? ¿Qué quieres que hagamos, si verdaderamente no podemos hacer nada? Somos pocos, y aunque en algún municipio tengamos mayoría, estamos completamente sitiados por las leyes y la influencia de la burguesía que nos ata de pies y manos.
Carlos.- ¿Y por qué vais entonces a votar? ¿Por qué insistís, si no podéis hacer nada? Será porque los elegidos podrán hacer algo para sí mismos, en su provecho propio.
Luis.- Dispensa un momento: ¿Eres anarquista?
Carlos.- ¿Qué te importa lo que soy? Escucha lo que digo, que si ves que mis argumentos son buenos, apruébalos, si no, combátelos y trata de convencerme. Sí, soy anarquista, ¿y qué?
Luis.- ¡Oh, nada! Yo tengo mucho gusto en discutir contigo. También yo soy socialista, pero no anarquista, porque me parece que tus ideas son demasiado avanzadas. Más, comprendo que en muchas cosas tienes razón. Si hubiera sabido que eras anarquista, no te hubiera dicho que por medio de las elecciones y del parlamento puede obtenerse el bien deseado, porque mientras seamos pobres, serán siempre los ricos los que confeccionen las leyes, y las harán siempre en provecho propio.
Carlos.- ¡Pero tú eres, entonces, un embaucador! ¡Cómo! ¿Sabes la verdad y predicas la mentira? Cuando no sabías que yo era anarquista, decías que eligiendo buenos diputados y buenos concejales se convertiría la Tierra en un verdadero paraíso; ahora que ya sabes lo que soy y que no puede engañárseme en un dos por tres, dices que con el parlamentarismo nada se puede conseguir. ¿Por qué entonces, quebrarme la cabeza con la propaganda de las elecciones? ¿O es que te pagan para engañar a los infelices trabajadores? Sin embargo, yo sé que eres un buen obrero, que eres de los que viven a fuerza de mucho esfuerzo. ¿Por qué, entonces, engañas a tus compañeros haciéndoles que favorezcan los intereses de cualquier renegado, que con la excusa del socialismo lo que busca es darse tono de señor, de gran señor, de gran burgués?
Luis.- No, no, amigo mío. No me juzgues tan mal. Si yo procuro que lo obreros voten, es en interés de la propaganda solamente. ¿No comprendes cuántas ventajas tiene para nosotros el que haya alguno de los nuestros en el parlamento? Puede hacer la propaganda mejor que cualquier otro, porque viaja como le parece y sin que la policía le estorbe mucho; además, cuando habla en la Cámara, todo el mundo se ocupa de las ideas socialistas y las discute. ¿No es eso propaganda? ¿No vamos ganando siempre algo?
Carlos.- ¡Y para propagar te conviertes en agente electoral! ¡Bella propaganda la tuya! Anda, ve y dile a las gentes que todo han de esperarlo del parlamento, que la revolución no conduce a nada, que el obrero no tiene otra cosa que hacer más que depositar un pedazo de papel en la urna y esperar con la boca abierta a que caiga el maná del cielo. ¡Bonita, magnífica, sublime propaganda!
Luis.- Tienes razón, pero ¡qué hacer! ¿Cómo decir a los trabajadores que no se puede esperar nada del parlamento, que los diputados para nada sirven, y propagarles luego que deben votar? Dirían que los tomamos como juguetes.
Carlos.- Bien sé que se necesita algo para decidir a la gente a que vote y elija diputados. Y no sólo se necesita hacer algo, sino también prometer mucho que no se ha de poder cumplir; se necesita hacer la corte a los señores, ser benévolo con el gobierno, encender una vela a San Miguel y otra al diablo, y burlarse de todos. Si no, no se es elegido. ¿Y a qué me vienes a hablar de propaganda, si todo lo que hacéis es contrario completamente a ella?
Luis.- No digo que no tengas razón; más, en fin, convén conmigo que es siempre ventaja tener alguno de los nuestros que pueda levantar la voz en la Cámara, y defender las ideas de emancipación del proletariado.
Carlos.- ¿Una ventaja? Para ellos y aún para alguno de sus amigos, no digo que no. Más para la masa general del pueblo, de ningún modo. ¡Si por lo menos no fuese esto ya evidente hasta la saciedad! Allá va un año tras otro en que hemos sido bastante necios para mandar al parlamento diputados socialistas. Los hay en la Cámara francesa, los hay en la italiana, los hay en la alemana, en la española y en la argentina, en número bastante crecido y ¿qué hemos obtenido? Que los unos se hagan monárquicos, los otros se alíen con los republicanos, y nadie se ocupe de los intereses populares. ¡Pobres obreros republicanos! Creen hacer un gran bien y no reparan en que son miserablemente engañados. Volviendo a nuestro primer asunto, esto es, a lo que hemos obtenido con el nombramiento de diputados socialistas, resulta que éstos eran perseguidos y tratados como malhechores cuando decían la verdad, y hoy son muy estimados de los grandes señores, y el ministro y el consejero les tienden la mano. Y si son condenados es por cuestiones puramente burguesas que nada tienen que ver con la causa del obrero y, por tanto, no tienen excusa. Todos son perros de una misma raza, o como suele decirse, los mismos perros con distintos collares, que acaban siempre por ponerse de acuerdo para roer el hueso popular, para acabar con la sangre del pueblo. ¡No tengas cuidado, que semejantes personajes expongan sus pechos en un movimiento revolucionario!
Luis.- Eres demasiado severo. Los hombres son hombres y, necesariamente, hay que disculpar sus debilidades. Por lo demás, ¿qué se puede decir si los que hemos nombrado hasta ahora, no han sabido cumplir con su deber, o no han tenido valor suficiente para cumplirlo? ¿Quién dijo que elijamos siempre los mismos? Nombremos, pues, otros mejores.
Carlos.- ¡Ya! Y así el partido socialista vendrá a convertirse en una fábrica de embaucadores. ¿Crees tú que no hemos tenido ya bastantes traidores? ¿O es que hay que colocar a los demás en situación de que lo sean? En fin, ¿crees o no crees que el que al molino va, en la harina se le conoce? El que se mezcla con los burgueses, le toma gusto a vivir sin trabajar. Cuanta más gente pase por el poder, tanta más se corromperá. Aunque pasase alguno que tuviera bastante buen temple para no corromperse, sería lo mismo, porque amando la causa popular, no podría oponerse a la propaganda con la esperanza de ser útil más tarde.
Yo creo firmemente en la sinceridad del que, diciéndose socialista, corre todos los riesgos, se expone a perder su jornal, a ser perseguido y encarcelado. En cambio, me inspiran poca confianza los que hacen del socialismo un oficio, que nada hacen que pueda comprometerles, que buscan la popularidad huyendo del peligro, esto es, que saben nadar y guardar la ropa, como suele decirse gráficamente. Me parece que son como los curas, que predican para su santo negocio.
Luis.- Traspasas el límite de lo racional, amigo mío, porque entre los que has insultado, están los que han trabajado y sufrido por la causa común, están los que tienen un pasado...
Carlos.- No vengas ahora a romperme la cabeza con el pasado. El mismo Crispi ha sido en otros tiempos revolucionario, ha expuesto la piel y ha sufrido como tantos otros. ¿Vamos por esto a respetarlo ahora que se ha convertido en un reaccionario, en un tiranuelo de los más repugnantes?
Esos individuos de quienes hablas son los mismos que deshonran y mancillan su propio pasado, y en nombre de ese mismo pasado podemos condenarlos porque han renegado de él. En todas partes hay ejemplos de lo que digo: la mayor parte de los prohombres republicanos de la republicana Francia han sido más o menos revolucionarios en otros tiempos, y hoy son unos doctrinarios de la peor estofa. Hay en el partido conservador inglés quien ha llegado en otras épocas hasta a aceptar el programa de la Internacional. En España, no sólo Castelar y Salmerón, sino también Sagasta y Cánovas, entre muchos republicanos y monárquicos, fueron, quien más quien menos, revolucionarios decididos, y hoy todos se avienen con las ideas y procedimientos más retrógrados, explotando al pueblo desde el poder unos, engañándole desde la oposición otros.
Luis.- Bueno, hombre, no sé como he de convencerte. Vaya enhoramala el parlamentarismo, pero has de convenir que en cuanto al municipio ya es otra cosa. Aquí es más fácil obtener mayoría y hacer el bien del pueblo.
Carlos.- ¡Pero si tú mismo has dicho que los concejales están atados de pies y manos y que al fin y a la postre, tanto en la Cámara como en el municipio, son siempre los ricos los que mandan! Por lo demás, ya hemos visto bastantes ejemplos. En la vecina ciudad lo mismo que en cualquiera, han ido los socialistas al ayuntamiento y, ¿sabes lo que han hecho? Habían prometido suprimir el impuesto de consumos y facilitar los medios para que los niños pudieran ir cómodamente a la escuela desde el pueblo a la ciudad, y nada han hecho. Y después, cuando el pueblo murmura, aquellos señores socialistas hablan en sus mismos periódicos del eterno descontento, como pudieran hacerlo los mismos representantes de la autoridad y de la burguesía. Además, cuando van al municipio, no tienen dónde caerse muertos, y luego se procuran buenas colocaciones para sí y sus parientes, de modo que puedan vivir sin trabajar, y luego dicen que quieren hacer el bien del pueblo.
Luis.- ¡Pero esas son calumnias!
Carlos.- Admitamos que hay algo de calumnioso, ¿y lo que yo he visto con mis propios ojos? Dicen que cuando el río suena agua lleva, y en esta ocasión no puede ser más cierto; lo cual perjudica en gran modo al partido socialista. El socialismo, que debiera ser la esperanza y el consuelo del pueblo, de la clase trabajadora, se hace objeto de sus maldiciones cuando se halla en el poder, en el parlamento o en el municipio. ¿Aún dirás que ésta es propaganda propiamente dicha?
Luis.- ¡No seas así! Si no estás satisfecho de los que nos representan, nombremos otros; la culpa la tienen siempre los electores, porque son los burgueses los que nombran a los que quieren.
Carlos.- ¡Y dale! ¿Hablo con una piedra o con quién hablo? Si, señor, la culpa la tienen los electores y los no electores, porque debieran prescindir de los parlamentos y de los municipios, como cosa completamente inútil para el bien del pueblo. Farsa por farsa, debemos quedarnos sin ninguna. El parlamento, las diputaciones y los municipios, son farsas que nos cuestan muy caras y que para nada sirven. Y tú, que no ignoras que aquellos de los nuestros que van al parlamento, a la diputación o al municipio, conviértanse o no en embaucadores, nada pueden hacer por la clase trabajadora, salvo echarle tierra en los ojos para mayor tranquilidad de los señores; tú debes esforzarte para destruir esa estúpida fe en el sufragio.
La causa fundamental de la miseria y de todos los males sociales es la propiedad individual (a causa de la cual el hombre no puede producir sino aceptando las condiciones que le imponga el que monopoliza la tierra y los instrumentos de trabajo) y el gobierno, el cual defiende a los explotadores y explota por su propia cuenta.
Y los burgueses, antes que dejen que se ponga la mano sobre estas dos instituciones: la propiedad y el gobierno, las defenderán a todo trance. Engañan, mistifican y pervierten todo, y cuando esto no basta, a la prisión, al destierro y hasta al cadalso apelan contra nosotros. ¡Si quieres mejor elección!
Nosotros queremos la revolución; una revolución completa que no deje la menor memoria de la infamia actual. Se necesita declararlo todo, tierra e instrumentos de trabajo, propiedad común; se necesita, es preciso que todos tengamos pan, casa y vestidos; es indispensable que los campesinos supriman al burgués y cultiven la tierra por su propia cuenta y la de sus compañeros de trabajo; que el obrero industrial prescinda también del burgués que le explota, y organice la producción en beneficio general; y, además, es muy necesario no volverse a acordar del gobierno, no dar poder a nadie y hacer cada uno todas las cosas por sí mismo. Cada cual se entenderá dentro de un municipio o pueblo con sus compañeros de oficio y con todos los que tengan necesidad de entenderse en los pueblos más cercanos. Los municipios se entenderán unos con otros; las comarcas con las comarcas, las regiones con las regiones también. Los de un mismo oficio en diferentes localidades se entenderán entre sí, y así se llegará al acuerdo general, y se llegará ciertamente porque en ello va el interés de todos. Entonces, no nos veremos como el perro y el gato, no estaremos en guerra permanente, no pereceremos en manos de una concurrencia infame. Las máquinas ya no serán de utilidad exclusiva de los burgueses ni servirán para dejar sin trabajo y sin pan a la mayor parte de los nuestros, de los que producen y están siempre condenados a la esclavitud y a la miseria; pero servirán en cambio, para hacer el trabajo menos pesado, más útil y más ventajoso para todos. No habrá ya tierras incultas, ni sucederá que el que las cultive no produzca más que la décima parte de lo que debe producir, porque se aplicarán todos los medios ya conocidos para aumentar y mejorar la producción de la tierra y de la industria, de tal modo que el hombre podrá satisfacer siempre sus necesidades espléndidamente.
Luis.- Todo lo que dices es muy bello y verlo quisiera. Yo también encuentro muy buenas vuestras aspiraciones, pero ¿cómo realizarlas? Ya sé que el único medio es la revolución, y que por muchas vueltas que se le dé, por la revolución se acabará. Mas, como por el momento la revolución no podemos hacerla, hacemos en tanto lo que podemos y no pudiendo hacer otra cosa mejor, agitamos la opinión por medio de las elecciones. Así nos movemos siempre, y siempre se hace propaganda.
Carlos.- ¡Cómo! ¿Hablas ahora de propaganda? ¿No sabes qué clase de propaganda has hecho con las elecciones? Vosotros habéis dejado a un lado el programa socialista y os mezcláis con todos esos charlatanes demócratas, que no se ocupan más que de conquistar el poder y hacer luego lo que han hecho todos sus compañeros en democracia, ocuparse ante todo de sí mismos. Vosotros habéis introducido la división y la guerra personal entre los socialistas. Vosotros habéis abandonado la propaganda de los principios por la propaganda a favor de Zutano o de Mengano.
Ya no habláis de revolución, y aunque habléis no pensáis, ni por asomo, en hacerla, en provocarla; y esto es natural, porque el camino del parlamento no es el de las barricadas. Habéis corrompido a un cierto número de compañeros que sin la tentación a que los sometisteis hubieran permanecido honrados. Habéis fomentado ciertas ilusiones que hicieron olvidar la revolución, y cuando se desvanecieron, nos hicieron desconfiar de todo y de todos. Habéis desacreditado al socialismo entre las masas que empezaron a considerarse como un partido de gobierno, y han sospechado de vosotros y os han despreciado, como hace siempre el pueblo con todos los que llegan o pretenden llegar al poder.
Luis.- Dime, entonces, ¿qué es lo que debemos hacer? ¿Qué hacéis vosotros? ¿Por qué en vez de hacernos la guerra no tratáis de hacernos mejores?
Carlos.- Yo no te he dicho que nosotros hayamos hecho y hagamos todo lo que se puede y debe hacer. Aún de esto mismo tenéis vosotros mucha culpa, porque con vuestras mistificaciones y deserciones habéis paralizado por muchos años nuestra acción, y nos habéis obligado a emplear grandes esfuerzos para combatir vuestra tendencia, que si hubiera prevalecido, no hubiera quedado del socialismo más que el nombre. Pero esto creemos que no se repetirá. Por una parte, nosotros hemos aprendido mucho y estamos en situación de aprovechar la experiencia obtenida y corregir los errores del pasado. Por otra, entre vosotros mismos la gente empieza a ver con malos ojos las malditas elecciones. La experiencia es de tantos años y vuestros representantes se han significado tan poco, que hoy todos los que aman sinceramente la causa y tienen espíritu revolucionario, tienen forzosamente que abrir los ojos.
Luis.- Y bien, haced la revolución, y estad seguros que nosotros nos encontraremos a vuestro lado, cuando hagáis las barricadas. ¿Nos tomáis acaso por cobardes?
Carlos.- Es una cosa muy cómoda, ¿no es verdad? ¡Haced la revolución, y luego, cuando esté hecha, nos veremos! Pero si vosotros sois revolucionarios, ¿por qué no ayudáis a prepararla?
Luis.- Escucha: por mi parte, te aseguro que si viera un medio práctico para poder ser útil a la revolución, enviaría al diablo elecciones y candidatos, porque, a decir verdad, comienzo a tener yo también la cabeza llena de política, y confieso también que lo que me has dicho hoy me ha hecho un poco de impresión; no te puedo decir que no tengas razón.
Carlos.- ¿No sabes lo que se puede hacer? ¡Pero si yo te digo que la práctica de la lucha electoral hace perder hasta el criterio de la buena propaganda socialista y revolucionaria! Y, sin embargo, basta saber lo que se quiere y quererlo firmemente para encontrar mil cosas útiles para hacer. Ante todo, propaguemos los verdaderos principios socialistas, y en lugar de contar mentiras y dar falsas esperanzas a los electores y a los no electores, incitemos en esas mentes el espíritu de rebelión y el desprecio al parlamentarismo. Hagamos de modo que los trabajadores no voten, y que las elecciones se las hagan ellos, gobierno y capitalistas, en medio de la indiferencia y del desprecio del pueblo; porque cuando se ha destruido la fe en las urnas, nace lógicamente la necesidad de hacer la revolución. Vayamos a los grupos y a las reuniones electorales, pero para desbaratar los planes y las mentiras de los candidatos, y para explicar siempre los principios socialistas-anárquicos, es decir, la necesidad de quitar el gobierno y desposeer a los propietarios. Entremos en todos los sindicatos obreros, hagamos otros nuevos, y siempre para hacer la propaganda y hablar de todo aquello que debemos hacer para emanciparnos. Pongámonos en la primera fila en las huelgas, provoquémoslas siempre para ahondar el abismo entre patronos y obreros y empujemos siempre las cosas cuanto más adelante mejor. Hagamos comprender a todos aquellos que mueren de hambre y de frío, que todas las mercancías que llenan los almacenes les pertenecen a ellos, porque ellos fueron los únicos constructores, e incitémosles y ayudémosles para que las tomen. Cuando suceda alguna rebelión espontánea, como varias veces ha acontecido, corramos a mezclarnos y busquemos de hacer consistente el movimiento exponiéndonos a los peligros y luchando juntos con el pueblo. Luego, en la práctica, surgen las ideas, se presentan las ocasiones. Organicemos, por ejemplo, un movimiento para no pagar los alquileres; persuadamos a los trabajadores del campo de que se lleven las cosechas para sus casas, y si podemos, ayudémoslos a llevárselas y a luchar contra dueños y guardias que no quieran permitirlo. Organicemos movimientos para obligar a los municipios a que hagan aquellas cosas grandes o chicas que el pueblo desee urgentemente, como, por ejemplo, quitar los impuestos que gravan todos los artículos de primera necesidad. Quedémonos siempre en medio de la masa popular y acostumbrémosla a tomarse aquellas libertades que con las buenas formas legales nunca le serían concedidas.
En resumen: cada cual haga lo que pueda según el lugar y el ambiente en que se encuentra, tomando como punto de partida los deseos prácticos del pueblo, y excitándole siempre nuevos deseos. Y en medio de toda esta actividad, vayamos eligiendo aquellos elementos que poco a poco van comprendiendo y aceptando con entusiasmo nuestras ideas; juntémonos en pacto mutuo, y preparemos así las fuerzas para una acción decisiva y general.
Ved, dentro de poco, por ejemplo, viene el asunto del Primero de Mayo. En todo el mundo los obreros se preparan a efectuar una grandiosa manifestación para ese día, no trabajando. Hay muchos que lo hacen simplemente para obtener la jornada de ocho horas de trabajo, pero hay también aquellos que no se conforman con esto. Y piensan quitarse de encima, de una manera radical, todas esas sanguijuelas que con el nombre de capitalistas o patronos, chupan la sangre a los trabajadores. Y bien, nosotros debemos aceptar este práctico terreno de acción que nos ofrecen las masas mismas. Trabajemos entonces desde ahora e incansablemente, para que el próximo Primero de Mayo nadie trabaje y nadie vuelva a hacerlo sino como trabajador libre, asociado a compañeros libres y en talleres de propiedad de todos. Y cuando venga ese Primero de Mayo, salgamos a la calle con la muchedumbre y hagamos aquello que la disposición del pueblo nos aconseje. No será quizás la revolución, porque los gobiernos están muy prevenidos y el pueblo aún no sabe luchar; pero, ¡quién sabe!... si pudiéramos dar al movimiento una gran extensión, los gobiernos se verían impotentes para reprimirlo. De cualquier modo, el pueblo tendrá ocasión de ver y sentir su fuerza, y una vez que se haya dado cuenta de su fuerza y la haya visto desplegada, no tardará en servirse de ella.
Luis.- ¡Muy bien; me gusta! ¡Al diablo las elecciones y pongámonos manos a la obra! Venga esa mano. ¡Viva la anarquía y la revolución social!
Carlos.- ¡Viva!
* Tomado del libro Socialismo y Anarquía.
* Traducido por José Antonio Gutiérrez Danton.
Nota del traductor: Se refiere a aquellos anarquistas iluministas, muy en boga a comienzos del siglo XX, que sostenían que la transformación social era un proceso que se daría por el elevamiento intelectual y moral de las masas, y por la iluminación del pueblo, por lo cual no conservaban mucha fe en los métodos revolucionarios, sino que ponían su fe en la educación y la propaganda.
* Texto extraído del libro Malatesta, vida e ideas, Vernon Richards (1965 Freedom Press) España 1975.
* Este texto lo he cogido del grupo TEA.