Errico Malatesta
Entre Campesinos.
Pepe.- ¡Hola! ¿Tú por aquí? Hace mucho que habría querido hablarte, y estoy contento por haberte encontrado. Jorge, ¡cuánto me das que pensar! Cuando estabas en el pueblo eras un buen muchacho, el mejor de los jóvenes de tu edad. ¡Oh, si viviese tu padre!
Jorge.- Pepe, ¿por qué me hablas así?. ¿Qué es lo que he hecho para merecer esos reproches? ¿Y por qué habría debido estar mi padre descontento de mí?.
Pepe.- No te ofendas de mis palabras, Jorge; soy viejo y hablo por tu bien. Y, además, era tan amigo del viejo Andrés, que al verte por un mal camino me desagrada como si fueses mi hijo, tanto más cuando pienso en las esperanzas que tu padre ponía en ti, y en los sacrificios que ha hecho para dejarte un nombre sin mancha.
Jorge.- ¿Pero qué es lo que dices, Pepe? ¿No soy quizá un trabajador honesto? No he hecho nunca mal a nadie, al contrario, y disculpa que lo diga, he hecho siempre el poco bien que he podido; ¿Por qué habría de avergonzarse mi padre de mí? Hago todo lo posible por instruirme y mejorarme; trato, con mis compañeros, de remediar los males que me afligen a mí, que te afligen a ti y que afligen a todos, por tanto, querido Pepe, ¿en qué he merecido esos reproches?.
Pepe.- ¡Ah!, ¡ah!, así te quería. Sé bien que trabajas, que ayudas al prójimo, que eres un muchacho honrado; lo dicen todos en el pueblo. Pero mientras tanto has estado preso más de una vez; dicen que los gendarmes te vigilan, y que solamente por estar contigo en la calle, se pasan malos ratos... Quién sabe si yo mismo no me comprometeré ahora..., pero te quiero mucho y te hablo a pesar de todo. Vamos, Jorge, escucha el consejo de un viejo: deja que hagan política los señores, ya que ellos no tienen nada que hacer; piensa en trabajar y en hacer el bien. Así vivirás tranquilo y en gracia con Dios; de lo contrario perderás el alma y el cuerpo. Óyeme, deja a los malos compañeros, porque, como se sabe, son ellos los que desvían a los pobres muchachos.
Jorge.- Pepe, créeme, mis compañeros son todos jóvenes de bien; el pan que llevan a la boca les cuesta lágrimas y sudor. Deja que los patrones hablen mal de ellos, pues quisieran chuparnos hasta la última gota de sangre, y luego dicen que somos unos canallas si nos permitimos aunque no sea más que murmurar, y gente de presidio si procuramos mejorar nuestra posición y sustraernos a su tiranía. Yo y mis compañeros hemos estado en la cárcel, es verdad, pero hemos estado allí por la causa justa; volveremos todavía y quizá nos ocurra algo peor, pero será por el bien de todos, será por destruir tantas injusticias y tanta miseria. Y vosotros, que habéis trabajado toda la vida y habéis sufrido también el hambre, y que cuando no podáis trabajar más tal vez tendréis que ir a morir a un hospital, no deberíais uniros con los señores y con el gobierno para caer contra quien trata de mejorar la condición de la gente pobre.
Pepe.- Hijo mío, sé bien que el mundo va mal; pero querer arreglarlo es como querer enderezar las patas a los perros. Tomémoslo como viene y roguemos a Dios que no nos falte por lo menos el puchero. Siempre hubo ricos y pobres y nosotros, que hemos nacido para trabajar, debemos trabajar y contentarnos con lo que Dios nos manda; si no perderemos la paz y la honra.
Jorge.- ¡Vuelta con la honra!. Los señores que nos lo han quitado todo, después que nos han obligado a trabajar como bestias para ganar un pedazo de pan, mientras ellos con nuestros sudores viven sin hacer nada bueno, en la riqueza y en la crápula, dicen luego que nosotros, para hombres honrados, debemos soportar voluntariamente nuestra posición y verlos engordar a nuestras espaldas sin quejamos siquiera. Si en cambio recordamos que también nosotros somos seres humanos, y que el que trabaja tiene derecho a comer, entonces somos malos; los gendarmes nos llevan a la cárcel y los curas por añadidura nos mandan al infierno. Escúchame, Pepe, tú que eres un trabajador y no has chupado nunca la sangre del semejante. Los verdaderos bandidos, las gentes sin honor son los que viven de prepotencia, los que se han apoderado de todo lo que hay bajo el sol y los que a fuerza de padecimientos han reducido al pueblo a la situación de un rebaño de ovejas que se deja esquilar y matar tranquilamente. ¿Y vosotros os ponéis con los amos para caer contra nosotros? No basta que tengan de su parte el gobierno, el cual, es formado por señores y para los señores, no puede menos de apoyarlos: es preciso, por tanto, que nuestros mismos hermanos, los trabajadores, los pobres, se pongan en contra nuestra porque queremos que tengan pan y libertad. ¡Oh! Si la miseria, la ignorancia forzosa, el hábito contraído en siglos de esclavitud, no explicasen este hecho doloroso, diría que no tienen honor y dignidad aquellos pobres que apuntalan a los opresores de la humanidad, y nosotros, que ponemos en peligro este mísero pedazo de pan y este fragmento de libertad, para llegar al punto en que todos estemos bien.
Pepe.- Sí, sí, todo eso está bien; pero sin el temor de Dios no se hace nada bueno; he oído hablar a aquél santo varón que es nuestro párroco, el cual dice que tú y tus compañeros sois una banda de excomulgados; he oído decir al señor Antonio, que ha estudiado y lee siempre los periódicos, que sois o bien locos o bien bandidos, que quisierais comer y beber sin hacer nada, y que en lugar de hacer el bien de los trabajadores, impedís a los amos arreglar las cosas lo mejor que se puede.
Jorge.- Pepe, si queremos razonar, dejemos en paz a Dios y a los santos; porque, como ves, el nombre de Dios sirve de pretexto y medio para todos los que quieren engañar y oprimir a sus semejantes. Los reyes dicen que Dios les ha dado el derecho a reinar, y cuando dos reyes se disputan un país, los dos pretenden ser enviados de Dios. Luego Dios da siempre la razón al que tiene más soldados y mejores armas. El propietario, el usurero, el especulador, todos hablan de Dios; y representantes de Dios se dicen el sacerdote católico, el protestante, el hebreo, el turco, y en nombre de Dios se hacen la guerra, y tratan cada cual de llevar el agua para su molino. Del pobre no se encarga nadie. Al oírles parece que Dios se lo ha dado todo a ellos, y que a nosotros nos habría condenado a la miseria y al trabajo. El paraíso es para ellos en este mundo y en el otro; para nosotros existe el infierno en esta tierra, y el paraíso solamente en el mundo del más allá si hemos sido esclavos sumisos... y si queda puesto. Oye, Pepe, en asuntos, de conciencia yo no quiero entrar y cada cual es libre de pensar lo que quiera. Por mi cuenta, no creo en Dios ni en las historias que nos cuentan los curas, porque quien las cuenta tiene un interés poco excesivo en ellas; y porque existen muchas religiones cuyos sacerdotes pretenden ser los que dicen la verdad, no dando pruebas. También yo podría inventar un mundo de fábulas y decir que el que no me crea y no me obedezca será condenado al fuego eterno. Me trataréis de impostor; pero si tomase a un niño y le dijese siempre lo mismo sin que nadie le dijera jamás lo contrario, al llegar a grande creería en mí, lo mismo que vosotros creéis en el párroco. Pero, en resumen, eres libre de creer lo que te parezca, pero no vengas a contarme que Dios quiere que trabajes y sufras hambre, que tus hijos crezcan débiles y enfermizos por falta de pan y cuidados, y que tus hijas deban estar expuestas a convertirse un día en queridas del perfumado patroncito, porque entonces diré que ese Dios es un asesino. Si Dios existe, no ha dicho a nadie lo que quiere. Pensemos, por consiguiente, en hacer en este mundo el bien nuestro y el de los demás; si hubiese un Dios en el otro mundo y fuese justo, nos encontraremos siempre mejor si hemos combatido por hacer el bien, que si hemos hecho sufrir o hemos permitido que otros hiciesen sufrir a los hombres, los cuales, según el párroco, son todos criaturas de Dios y hermanos nuestros. Y por otra parte, créeme: hoy que eres pobre, Dios te condena a las privaciones; si mañana consiguieras de un modo cualquiera, incluso con la acción más censurable, reunir mucho dinero, adquirirías de inmediato el derecho a no trabajar, a pasear en coche, a maltratar a los campesinos, a atentar contra el honor de las pobres muchachas... y Dios dejaría hacer como deja hacer a tu amo.
Pepe.- ¡La virgen! Desde que aprendiste a leer y a escribir y te tratas con la gente de la ciudad has reunido tanta habilidad para hablar que enredarías a un abogado, y si he de decirlo francamente, has dicho cosas que me han dejado una cierta comezón... ¡Imagínate! Mi Rosina, que ha crecido, tiene un joven pretendiente que la quiere mucho; pero tú comprendes, somos gente pobre; habría necesidad de una cama, de un poco de ropa, y algún dinero para abrirle un tallercito, pues él es cerrajero, y si pudiera librarse de estar bajo el patrón que le hace trabajar por una miseria, podría sacar adelante la familia que formará. El amo podría adelantarme algo, que yo le repondría poco a poco. Pues bien, ¿lo crees?, cuando le hablé respondió, riendo a carcajadas, que esas son obras de caridad de que se ocupa su hijo; y el hijo del amo, en efecto, ha ido a vernos, ha visto a Rosina, le acarició sus mejillas y dijo que justamente tenía listo un ajuar que había hecho para otra y que Rosina debía ir personalmente a recibirlo. Y en sus ojos brillaron ciertos deseos que casi me hacen cometer una barbaridad... ¡Oh!, si mi Rosina... pero dejemos estos pensamientos. Soy viejo y sé que este es un mundo infame; pero esta no es una razón para hacer también de pillos. En pocas palabras: ¿es verdad o no que queréis quitar los bienes a quien los posee?
Jorge.- Bravo, así te quiero. Cuando queráis saber algo que interesa a los pobres, no lo preguntéis jamás a los amos, los cuales no os dirán nunca la verdad, porque nadie habla contra sí mismo. Y si queréis saber lo que quieren los anarquistas, preguntádmelo a mí y a mis compañeros, no al párroco, o al, señor Antonio. Y cuando el cura habla de estas cosas, preguntadle por qué vosotros que trabajáis coméis un pobre puchero, cuando lo hay, y él, que pasa todo el día sin hacer nada, con un dedo dentro de un libro cerrado, come buenos manjares y capones junto a su... sobrina; preguntadle por qué se las pasa siempre con los amos y sólo viene hacia vosotros cuando tiene que pedir algo; preguntadle por qué da razón siempre a los amos y a los gendarmes, y por qué, en lugar de quitar a los pobres el pan de la boca con el pretexto de rogar por las almas de los muertos, no se pone a trabajar para ayudar un poco a los vivos, en vez de vivir a expensas de los demás. Y al señor Antonio, dado que es un joven robusto, que ha estudiado, y que pasa su tiempo jugando en el café y haciendo enredos en el municipio, decidle que, antes de hablar de nosotros, sería bueno que dejase de hacer de vagabundo y que aprendiese un poco lo que es el trabajo y lo que es la miseria.
Pepe.- Sobre esto tienes todas las razones, pero volvamos a nuestro pensamiento. ¿Es verdad o no que queréis apoderaros de los bienes ajenos?.
Jorge.- No es verdad; nosotros no queremos quitar nada a nadie; pero queremos que el pueblo tome los bienes de los señores, los bienes a quien los tiene, para ponerlos en común para todos. Al hacer esto el pueblo no quitaría nada a los demás, sino que entra- ría simplemente en posesión de lo que es suyo.
Pepe.- ¿Cómo es eso? ¿Es que son nuestros los bienes de los amos?.
Jorge.- Ciertamente: son bienes nuestros, son bienes de todos. ¿Quién ha dado esas riquezas, a los señores? ¿Cómo han hecho para ganárselas? ¿Qué derecho tenían a posesionarse de ellas y qué derecho tienen a conservarlas?.
Pepe.- Sé las han dejado sus antepasados.
Jorge.- ¿Y quién las dio a sus antepasados? ¡Cómo! Algunos hombres más fuertes y más afortunados se posesionaron de todo lo que existe, obligaron a los otros a trabajar para ellos y, no contentos con vivir ellos en el ocio, oprimiendo y condenando al hambre a la gran masa de sus contemporáneos, dejaron a sus hijos y a los hijos de sus hijos las riquezas que habían usurpado, condenando a toda la humanidad futura a ser esclava de sus descendientes, los cuales, enflaquecidos por el ocio y por el hecho de poder hacer todo lo que quieren sin dar cuenta a nadie, si no lo tuviesen todo a mano, y quisieran ahora arrancárnoslo por la fuerza como hicieron sus padres, nos causarían verdaderamente piedad. ¿Y a ti te parece justo todo esto?.
Pepe.- Si se tomaron los bienes por la fuerza, entonces no. Pero los señores dicen que sus riquezas son el fruto del trabajo, y no me parece que esté bien el quitar a uno lo que ha producido con sus esfuerzos.
Jorge.- ¡Eso es, siempre la misma historia! Los que no trabajan y no han trabajado nunca, hablan siempre en nombre del trabajo. Ahora, ¿cómo se produce y quién ha producido la tierra, los metales, el carbón, las piedras y otras cosas semejantes? Estas cosas, las haya hecho Dios o existan por obra espontánea de la naturaleza, lo cierto es que todos, al venir al mundo, las hemos encontrado; por tanto deberían servir para todos. ¡Qué dirías si los amos se quisieran apoderar del aire para aprovecharlo ellos y darnos a nosotros sólo una pequeña parte y de la más maloliente, haciéndola pagar con sacrificios y sudores? La única diferencia entre la tierra y el aire es que han hallado para la tierra el modo de apoderarse de ella y dividirla entre ellos, y para el aire no; pues si encontrasen el medio, harían con el aire lo que han hecho con la tierra.
Pepe.- Es verdad; esta me parece una razón justa; la tierra y todo lo que no ha hecho nadie, deberían ser de todos... Pero no todas las cosas se han encontrado bellas y listas.
Jorge.- Ciertamente, hay muchísimas cosas que han sido producidas por el trabajo del hombre, la tierra misma no tendría sino poco valor de no haber sido desmontada y abonada por la obra humana. Y bien, esas cosas deberían por justicia pertenecer a quien las ha producido. ¿Por qué milagro se encuentran precisamente en manos de aquellos que no hacen nada y que no han hecho nunca nada?.
Pepe.- Pero los amos dicen que sus antepasados han trabajado y ahorrado.
Jorge.- Y deberían decir, en cambio, que sus antepasados han hecho trabajar a los demás sin pagarles, lo mismo que se hace ahora. La historia nos enseña que las condiciones del trabajador han sido siempre miserables y que, lo mismo que ahora, el que ha trabajado sin explotar a otros, no sólo no ha podido hacer nunca economías, sino que no ha tenido siquiera bastante para aplacar el hambre. Observa los ejemplos que tienes ante los ojos: todo lo que producen los trabajadores, de mano en mano, ¿no va quizá a manos de los patronos que se contentan con mirar? Hoy uno compra por poco dinero una parcela inculta y pantanosa; pone allí hombres a quienes apenas da lo necesario para que no se mueran de hambre de golpe, y queda en el ocio de la ciudad. Después de algunos años aquel pedazo inútil de tierra se ha convertido en un jardín y vale cien veces más de lo que valía al comienzo. Los hijos del amo, que heredarán ese tesoro, dirán que disfrutan por los sudores de su padre y los hijos de los que han trabajado y sufrido realmente continuarán trabajando y sufriendo. ¿Qué te parece?.
Pepe.- Pero si verdaderamente, como tú dices, el mundo ha marchado siempre como ahora, no hace falta decirlo, a los amos no les correspondería absolutamente nada.
Jorge.- Pues bien, quiero suponer todo a favor de los amos. Dejemos sentado que los propietarios fuesen todos hijos de gente que ha trabajado y ahorrado y los trabajadores hijos todos de hombres holgazanes y malgastadores. Ten presente que es un absurdo lo que digo, pero sin embargo, aunque las cosas estuviesen así, ¿habría por eso tal vez mayor justicia en la actual organización social?. Si tú trabajas y yo hago de vagabundo, es justo que sea castigado por mi holgazanería; pero no es justo por esto que mis hijos, que podrán ser buenos trabajadores, tengan que reventar de cansancio y morir de hambre para mantener a tus hijos en el ocio y en la abundancia.
Pepe.- Cosas son esas en las que no puedo menos que darte la razón; pero entre tanto los señores poseen los bienes, y al fin y, al cabo debemos darles las gracias, porque sin ellos no se podría vivir.
Jorge.- Sí; poseen los bienes porque los han obtenido con la violencia y los han aumentado apropiándose del fruto del trabajo de los demás. Pero del mismo modo que nos los han quitado, pueden dejarlos. Hasta hoy en el mundo los hombres se han hecho la guerra unos a otros, han buscado el modo de quitarse el pan de la boca y cada uno ha hecho lo posible para someter a su Semejante y servirse de él como una bestia. Pero ya es tiempo de que esto concluya. En hacernos la guerra no ganamos nada; el hombre, precisamente, sólo ha ganado miseria, esclavitud, crímenes, prostitución y, además, de tanto en tanto, alguna de esas sangrías llamadas guerras o revoluciones. Si, al contrario, nos pusiéramos de acuerdo, amándonos y ayudándonos los unos a los otros, no existirían tantos males, no habría quien tuviera mucho y otros poco, y se buscaría la manera de estar todos lo mejor posible. Sé bien que los ricos, que se han habituado a mandar y a vivir sin trabajar, no querrán saber nada cuando se trate de cambiar de sistema. Veremos lo que dicen. Si quisieran comprender por las buenas o por miedo, que el odio y la superioridad entre los hombres no deben existir y que todos deben trabajar, tanto mejor; pero si, por el contrario, quieren continuar gozando del fruto de la violencia y del robo de sus antepasados, entonces la solución es fácil. Por la fuerza se han apropiado de todo lo que existe; pues por la fuerza nosotros se lo quitaremos. Si los pobres se ponen de acuerdo ellos son los más fuertes.
Pepe.- Pero, entonces, cuando no hubiera ya más señores, ¿cómo haríamos para vivir? ¿Quién nos daría trabajo?.
Jorge.- ¡Parece imposible! ¿Cómo? Lo estáis viendo todos los días; sois vosotros quienes caváis, sembráis, segáis, trilláis y lleváis el grano al granero; sois vosotros quienes hacéis el vino, el aceite, el queso, ¿y me preguntas cómo haríais para vivir sin los señores? Pregunta más bien: ¿cómo vivirían ellos si no fuésemos nosotros, pobres imbéciles, trabajadores del campo y de la ciudad, que somos los que les alimentamos, vestimos y... suministramos nuestras hijas para que puedan divertirse? Hace poco querías agradecer a los amos porque nos dan con qué vivir. ¿No comprendes que son ellos los que viven de nuestros esfuerzos y que cada pedazo de pan que se llevan a la boca es quitado a nuestros hijitos? ¿Que todo regalo que hacen a sus mujeres representa el hambre, la miseria, el frío, tal vez la prostitución de las mujeres nuestras? ¿Qué es lo que producen los señores? Nada. Por consiguiente todo aquello que consumen es quitado a los trabajadores. Figúrate que mañana desaparecieran todos los trabajadores del campo; no habría quien trabajase la tierra y se morirían de hambre; si desaparecieran los albañiles, no se podrían hacer casas, y así en todos los demás ramos; por cada clase de trabajadores que faltara, se suspendería un ramo de producción, y el hombre tendría que privarse de objetos útiles y necesarios. ¿Pero qué daño sufriríamos si desapareciesen los señores? Sería como si desapareciese la langosta.
Pepe.- Sí, está muy bien; nosotros producimos todo; pero ¿cómo hago para producir el grano si no tengo tierras, ni animales, ni semillas? Vamos, te digo que no hay manera de arreglarlo; por fuerza hay que estar sujeto a los amos.
Jorge.- Pero, Pepe, ¿nos entendemos o no? Me parece que ya lo he dicho; necesitamos desposeer a los amos de todo aquello que sirve para trabajar y vivir: la tierra, los instrumentos, las semillas y todo lo demás. Sé muy bien que mientras la tierra y los instrumentos de trabajo pertenezcan a los amos, el trabajador estará sujeto siempre y no tendrá más que esclavitud y miseria. Por eso, y retenlo bien en la memoria, lo primero que habrá que efectuar es quitar los bienes a los señores; si no el mundo no se arregla.
Pepe.- Tienes razón; ya me lo habías dicho. Pero, ¿qué quieres? Son cosas esas tan nuevas para mí, que no acabo de comprenderlas. Explícame un poco cómo quisieras arreglarlo. Estos bienes que se quitarían a los señores, ¿qué haríamos de ellos? Nos los repartiríamos. El tanto para cada uno, ¿verdad?.
Jorge.- No; antes al contrario, cuando oigas, decir que nosotros queremos repartir, que nosotros queremos la mitad y otras cosas por el estilo, ten en cuenta que quien lo dice es un ignorante o un bribón.
Pepe.- Pues entonces, ¿qué haríamos? Yo no comprendo nada de ello.
Jorge.- Y sin embargo no es difícil; nosotros lo que queremos es ponerlo todo en común. Nosotros partimos de este principio: qué todos han de trabajar y todos deben estar lo mejor posible. En este mundo, sin trabajar no se puede vivir; por eso si uno no trabajase, debería vivir del trabajo de los demás, lo que al mismo tiempo que es injusto, es dañoso. Se en- tiende que, cuando digo que todos deben trabajar, me refiero a todos los que pueden y por lo que puedan. Los inútiles, los impotentes, los viejos, deben ser mantenidos por la sociedad, porque es un deber humano no hacer sufrir a nadie, y, además, que todos seremos viejos un día, e inválidos e inútiles podemos serlo de un momento a otro, tanto nosotros como los de nuestra familia. Ahora, si reflexionas bien, verás que todas las riquezas, o sea, todo lo que existe de útil para el hombre, puede dividirse en dos partes. Una parte que comprende la tierra, las máquinas y todos los instrumentos de trabajo, el hierro, la madera, las piedras, los medios de transporte, etc. es indispensable para trabajar y debe ser puesta en común para servir a todos como instrumentos o materias de trabajo. Referente al modo de trabajar después, es una cosa que ya veremos. Lo mejor sería trabajar en común, porque así con menos fatiga se produce más: es casi cierto que el trabajo en común se adoptará en todas partes, porque para trabajar cada uno aisladamente necesitaría renunciar a la ayuda de las máquinas, que reducen el trabajo a cosa fácil y gustosa y además, porque cuando los hombres no tengan que disputarse el pan que se llevan a la boca, y, por consiguiente, no estén como perro y gato, encontrarán más placer en estar reunidos y hacer el trabajo en común. De cualquier modo, hasta si en un lugar la gente quisiera trabajar aisladamente, libre será de hacerlo. Lo esencial es que nadie viva sin trabajar, obligando a los demás a que trabajen para ellos, y esto no podrá suceder ya, ninguna persona querrá ciertamente trabajar por cuenta de los demás. La otra parte comprende las cosas que sirven directamente al consumo del hombre, como alimentos, vestidos y cama. Todas estas cosas, las que ya existen, deben ser puestas inmediatamente en común y distribuidas de modo que se pueda esperar hasta la nueva cosecha y a que la industria haya producido nuevos productos. Todas aquellas cosas que se produzcan después de la revolución, cuando ya no existan amos ociosos que vivan del esfuerzo de los trabajadores hambrientos, se distribuirán según la voluntad de los trabajadores de cada localidad. Si éstos quieren trabajar en común, tanto mejor; entonces se buscará el medio de regular la producción y el consumo, de manera que puedan satisfacerse las necesidades de todos, como para que tienda a asegurar a todos el máximo disfrute posible y todo está dicho con eso. O si no, se tendrá en cuenta lo que cada uno haya producido, para que pueda tomar la cantidad de objetos equivalente a su producto. Es un cálculo bastante difícil, que creo hasta imposible; pero esto quiere decir que, cuando se vean las dificultades de la distribución proporcional, se aceptará más fácilmente la idea de ponerlo todo en común. De cualquier modo, será necesario que las cosas de primera necesidad, como el pan, las casas, el agua y otras semejantes, se aseguren para todos independientemente de la cantidad de trabajo que cada uno pueda efectuar. Sea cual fuere la organización adoptada la herencia no podrá subsistir ya; porque no es justo que uno encuentre al nacer todas las comodidades, y el otro el hambre y las privaciones; que uno nazca rico y el otro pobre, y hasta si se aceptase la idea de que cada uno es dueño de lo que produce y que, por consiguiente, puede hacer economías por cuenta propia, a su muerte todas sus economías deberían volver a la masa común... Los niños deberán ser educados e instruidos a costa de todos, de manera que se les procure el máximo desarrollo y la máxima capacidad posible. Sin esto no existirían la justicia e igualdad y se violaría el principio del derecho de cada uno a los instrumentos de trabajo, puesto que la instrucción, la fuerza física y la moral son verdaderos instrumentos de trabajo, y dar a todos solamente la tierra y las máquinas sería una cosa muy insuficiente, si no se procurase poner a todos en condiciones de servirse de ellas lo mejor posible. Respecto de la mujer, no quiero hablar, porque para nosotros la mujer debe ser igual que el hombre; y cuando decimos hombre, queremos decir ser humano, sin distinción de sexo.
Pepe.- No obstante, hay una cosa; quitar los bienes a los señores que han robado y empobrecido a la pobre gente, está muy bien, pera si uno, a fuerza de trabajar y ahorrar, hubiese logrado arrinconar cuatro céntimos y hubiese comprado un trozo de tierra o abierto una tienducha, ¿con qué derecho podríais quitarle aquello que verdaderamente es fruto de su trabajo?
Jorge.- La, cosa es muy fácil, porque con el propio trabajo, sólo con el propio trabajo, hoy que los capitalistas no nos quitan los mejores productos, no se pueden hacer economías, y me parece que tú debes saberlo, pues con tantos años de continuo trabajo, continúas siendo tan pobre como al principio. Además, ya te he dicho que cada uno tiene derecho a las primeras materias, y a los instrumentos de trabajo; así es que si uno tiene un trozo de tierra, mientras él mismo se lo trabaje con sus propios brazos, puede muy bien guardárselo y aun se le darán los utensilios perfeccionados, los abonos y todo lo demás que sea necesario para sacar el mejor y mayor producto posible de aquella tierra. Ciertamente que sería preferible que lo pusiera todo en común; pero para ello no hay necesidad de forzar a nadie porque el mismo interés aconsejará a todos el sistema de la comunidad. Con la propiedad y el trabajo común se estará mucho mejor que trabajando solos, tanto más con la invención de las máquinas el trabajo aislado resulta más impotente.
Pepe.- ¡Ah! ¡Las máquinas! ¡A éstas sí que convendría quemarlas! Ellas son las que arruinan los brazos y quitan el trabajo a la pobre gente. Aquí, en el campo, se puede estar bien seguro: cada vez que llega una máquina disminuye nuestro salario y cierto número de nosotros queda sin trabajo y constreñido a marcharse para ir a morir de hambre a otra parte. En la ciudad debe ser peor aún. A lo menos si no existiesen las máquinas, los señores tendrían mayor necesidad de nuestros brazos y se viviría algo mejor.
Jorge.- Tienes razón, Pepe, al creer que las máquinas son una de las causas de la miseria y falta de trabajo; pero esto sucede porque las máquinas pertenecen a los señores. Si perteneciesen a los trabajadores, sucedería todo lo contrario; ellas serían la causa principal del bienestar humano. De hecho, las máquinas, en resumen, no, hacen sino trabajar por nosotros y más rápidamente. Por medio de las máquinas el hombre no tendrá que trabajar horas y más horas para satisfacer sus necesidades y no estará obligado a los trabajos penosos que excedan a sus propias fuerzas. Si las máquinas fuesen aplicadas a todos los ramos de la producción y perteneciesen a todos, se podría con pocas horas de trabajo ligero, sano y agradable, satisfacer todas las necesidades del consumo, y cada obrero tendría tiempo para instruirse, cultivar las relaciones de amistad; en una palabra: vivir y gozar aprovechando todas las conquistas de la ciencia y la civilización. Así, pues, recuérdalo bien: no se necesita destruir las máquinas, hay que apropiárselas. Y después ten presente esto: los señores defenderían sus máquinas, o, mejor dicho, harían defender sus máquinas, tanto contra quien quisiera destruirle, como contra quien quisiera tomar posesión de ellas; teniendo, pues, que hacerlo de todos modos y correr los mismos peligros, sería una locura destruirlas en lugar de quitárselas. ¿Destruirías el grano y las casas si en su lugar encontráramos el medio de que fueran de todos? Seguramente que no. Pues igual debe hacerse con las máquinas, porque éstas, si en manos de los amos son la miseria y esclavitud nuestra, en manos nuestras serían, al contrario, la riqueza y la libertad.
Pepe.- Pero para seguir adelante con este sistema se necesitaría que todos trabajáramos con buena voluntad, ¿no es verdad?
Jorge.- Ciertamente.
Pepe.- ¿Y si hay quien quiere vivir sin trabajar? El trabajo fatigoso es duro y no gusta ni siquiera a los perros.
Jorge.- Confundes la sociedad actual con la sociedad de después de la revolución. La fatiga, has dicho, no gusta siquiera a los perros; pero, ¿sabrías estar el día entero sin hacer nada?
Pepe.- Yo no, porque estoy acostumbrado al esfuerzo, y cuando no tengo nada que hacer, me parece que las manos me sobran; pero hay tantos que se estarían todo el día en la taberna jugando a las cartas o en la plaza tomando el sol...
Jorge.- Hoy sí; pero después de la revolución no puede suceder, y te diré por qué. Hoy el trabajo es penoso, mal pagado y despreciado. Hoy quien trabaja debe matarse de fatiga, muere de hambre y es tratado como una bestia. Quien trabaja no tiene ninguna esperanza y sabe que irá a parar a un hospital, si no concluye en la cárcel; no puede ayudar a su familia no goza nada en la vida y sufre continuos maltratos y humillaciones. El que no trabaja, por el contrario, goza de todas las comodidades posibles y es apreciado y estimado; todos los honores, todas las diversiones son para él. Aun entre los mismos trabajadores, sucede que el que trabaja menos y hace las cosas menos penosas, gana mucho más y es mucho más apreciado. ¿Que extraño es que la gente trabaje de mala gana y si puede no deje escapar la ocasión de no trabajar? Si al contrario, el trabajo se efectuara en condiciones humanas, por un tiempo racionalmente corto, con ayuda de las máquinas, en condiciones higiénicas; si el trabajador supiese que trabajaba por el bienestar de todos, de su familia y de los demás hombres; si el trabajo fuese la condición indispensable para ser apreciado en la sociedad, y el ocioso fuese señalado al público desprecio, como sucede hoy con los espías y encubridores, dime, ¿quién sería el que querría renunciar al placer de sentirse útil y amado, para vivir en la inercia, que además es tan dañosa a nuestro cuerpo y a nuestra moral? Hoy mismo, salvo algunas raras excepciones, todos sienten una repugnancia tan invencible como instintiva por el de espía. Y, sin embargo, haciendo estos degradantes oficios, se gana mucho más que cavando la tierra, se trabaja poco o nada y se es, más o menos indirectamente, protegido por la autoridad; pero son cargos infames, señales de una profunda abyección moral, y porque no producen sino dolores y males, casi todo el mundo prefiere la miseria antes que la infamia. Cierto que hay excepciones, hombres débiles y corrompidos que prefieren la infamia; sin embargo, se trata de escoger entre la infamia y la miseria. ¿Pero quién sería el desgraciado que escogería una vida infame y dificultosa, cuando trabajando tuviese asegurado el bienestar y la estimación pública?. Si este hecho se produjese, sería tan contrario a la índole normal del hombre, que debería considerarse y tratarse como un caso de locura cualquiera. No lo dudes, no; la pública reprobación contra el ocio no faltaría ciertamente, porque el trabajo es la primera necesidad de una sociedad, y el ocioso no tan sólo haría daño a todos viviendo del producto de los demás, sin contribuir, sino que rompería la armonía de la nueva sociedad y sería el elemento de un partido de descontentos que desearía volver al punto de partida, al pasado. Las colectividades son como los individuos: aman y veneran todo lo que es o creen útil, odian y desprecian lo que saben o creen dañoso. Pueden engañarse y aun se engañan a menudo; pero en el caso que citamos, el error no es posible, porque es demasiado evidente que quien no trabaja, come y bebe a costa de los demás, y, por consiguiente, perjudica a todos. Haced la prueba uniéndolos en sociedad con otros para efectuar un trabajo en común y dividir el producto en partes iguales; tendríais consideraciones para con el débil o el incapaz, pero al que pudiendo no quisiera trabajar, le envolveríais en un desprecio y en una vida tan dura que, o bien os dejaría o le entrarían seguramente ganas de trabajar. Esto es lo que sucederá en la gran sociedad siempre que la ociosidad voluntaria de algunos pueda producir un daño sensible. Además, al fin y al cabo, cuando no se logran adelantar a causa de aquellos que no quieren trabajar, cosa que yo creo imposible, el remedio estaría pronto buscado; se expulsaría de la comunidad: y así, reducidos al solo derecho de poseer las primeras materias y los instrumentos de trabajo, estarían obligados a trabajar si quisieran vivir.
Pepe.- Estoy persuadido... pero dime, ¿todos tendrían que cavar la tierra?.
Jorge.- ¿Y por qué no? El hombre no tiene sólo necesidad de par, vino y carne; necesita casas, vestidos, calles, libros, en suma, todo aquello que los trabajadores de cualquier ramo producen, y ninguno puede producir por sí solo todo lo necesita. ¿Acaso para trabajar la tierra no se necesita el auxilio del herrero y el carpintero para hacer los utensilios y del minero para extraer el hierro de la mina, del albañil para construir las casas y los almacenes, y así todo lo demás? No se trata, pues, de cavar la tierra, sino de trabajar todos para producir cosas útiles. La variedad de los oficios hará de modo que cada uno pueda escoger aquel que mejor se adapte a sus inclinaciones, y de esta manera, al menos en todo lo que sea posible, el trabajo no será para el hombre sino un ejercicio, una diversión ardientemente deseada.
Pepe.- ¿Cada uno, pues, será libre de tener el oficio o trabajo que quiera?
Jorge.- Ciertamente: teniendo cuidado, no obstante, que los brazos no se acumulen en determinados oficios y escaseen en otros. Como se trabaja en interés de todos, hay que parar el modo de producir todo aquello que se necesita, conciliando todo lo posible el interés general con la predilección individual. Verás como todo se arreglará, cuando no existan amos que nos hagan trabajar por un trozo de pan, sin tener que ocuparnos del fin a que sirve y a quien sirve nuestro trabajo.
Pepe.- Tú dices que todo se arreglará, y yo creo, al contrario, que nadie querrá trabajar en oficios penosos y que más bien querrán ser abogados y doctores. Entonces, ¿quién irá a cavar? ¿quién querrá arriesgar la salud y la vida en el fondo de una mina? ¿quién querrá confundirse en los negros pozos y entre los estiércoles?
Jorge.- Referente a los abogados, pongámoslos aparte, porque son una gangrena semejante a la de los curas, que la revolución social hará desaparecer completamente. Hablemos de los trabajos útiles y no de aquellos que dañen al prójimo, porque sino, resultaría un trabajador hasta el asesino que muchas veces tiene que soportar también grandes sufrimientos. Hoy preferimos un oficio a otro, no porque éste más o menos adaptado a nuestras inclinaciones, sino porque nos es más fácil aprenderlo, porque con él ganamos o esperamos ganar más dinero, porque con él esperamos encontrar con más facilidad trabajo, y, en segundo término, porque ciertos y determinados trabajos pueden ser más o menos penosos. Y, finalmente, la elección nos es impuesta desde que nacemos, por el acaso o por prejuicios sociales. Por ejemplo, el oficio de campesino es hoy una de las ocupaciones a que ningún hijo de la ciudad quiere someterse, ni aun aquellos que más miseria sufren. Y, sin embargo, la agricultura no tiene nada de repugnante en sí ni la vida del campo carece de atractivos. Al contrario, si lees a los poetas encontrarás a todos entusiasmados con la vida campestre. El hecho verdadero estriba en que los poetas que escriben los libros no han cavado la tierra nunca, y aquellos que la trabajan verdaderamente se matan de fatiga, mueren de hambre, viven peor que las bestias y son considerados como gente de poco valor, de tal modo, que el último vagabundo de la ciudad se creerá ofendido si le llaman campesino; ¿cómo quieres que la gente vaya a trabajar la tierra voluntariamente?. Nosotros mismos, que en ella hemos nacido, la dejamos apenas tenemos la posibilidad, porque en cualquier cosa que trabajemos estamos mejor y más respetados; ¿pero quién de nosotros dejaría el campo si trabajase por su propia cuenta y encontrase en la labor campestre bienestar, libertad y respeto? Esto es lo que sucede en todos los oficios, porque actualmente el mundo es así, que cuando un trabajo es más necesario, cuando es más penoso, resulta peor retribuido, despreciado y hecho en condiciones inhumanas. Por ejemplo, vete a un taller de joyería y encontrarás que, comparándolo con los inmundos talleres en que nosotros trabajamos, aquel local es aseado, aireado en verano, caliente en invierno, el trabajo diario no es enormemente largo y los obreros, por mal retribuidos que estén (pues el amo les quita la mayor parte del beneficio), relativamente a los demás obreros están discretamente bien; por la noche o en días de fiesta, después de quitarse los vestidos de trabajo, pueden ir a donde les dé la gana, sin peligro de que la gente los desprecie por su condición de trabajadores. Vete, al contrario, a una mina, y verás la pobre gente que trabaja bajo tierra, en atmósferas pestilentes y consume en pocos años su vida entera con un salario irrisorio, y si después, fuera del trabajo, el minero quisiera permitirse ir a donde concurren los señores, podría darse por afortunado si se saliera sólo con la burla. ¿De qué extrañarnos, pues, si uno escoge mejor el oficio de joyero que el de minero? ¡Y no quiero hablar siquiera de aquellos que no manejan otros utensilios que la pluma! Uno que tal vez no hace sino charadas y sonetos adocenados, gana diez veces más que un campesino y es apreciado más que cualquier honrado trabajador. Los periodistas, por ejemplo, trabajan en salas elegantes; los zapateros en oscuros rincones; los ingenieros, los médicos, los artistas, los profesores, cuando tienen trabajo y saben bien su obligación, están como señores; los albañiles, enfermeros, artesanos, y podemos añadir, a decir verdad hasta los médicos abonados y los maestros elementales mueren de hambre, aun matándose trabajando. No pretendo decir con esto que sólo sea útil el trabajo manual, porque, al contrario, el estudio da al hombre el modo de vencer a la Naturaleza, de civilizarse y ganar cada vez más en libertad y bienestar; los médicos, ingenieros, químicos y maestros, son útiles y necesarios en la humana sociedad, tanto como los campesinos y demás obreros. Quiero decir solamente que todos los oficios deberían ser igualmente apreciados y efectuados de manera que el trabajador encuentre igual satisfacción al efectuarlos que en los trabajos intelectuales, los cuales, por sí solos, son ya un gran placer y dan al hombre una gran superioridad sobre quien trabaja manualmente y se queda ignorante, y deben ser accesibles a todos, y no ser, como hoy, privilegio de unos pocos.
Pepe.- Pero, si como tú dices, el trabajar intelectualmente es ya un gran placer y da una gran ventaja sobre los ignorantes claro es que todos querrán estudiar, y yo el primero. Entonces los trabajos manuales, ¿quién querrá hacerlos?
Jorge.- Todos, porque al mismo tiempo que cultivarán las letras y las ciencias deberán efectuar un trabajo manual; todos deberán trabajar con el cerebro y con los brazos. Estas dos especies de trabajo, lejos de perjudicarse, se ayudan y completan, porque el hombre, para estar bien, tiene necesidad de ejercitar todos sus órganos, el cerebro y los músculos. Quien posee la inteligencia desarrollada y está habituado a pensar, logra salir más airoso en el trabajo manual, y quien está en buena salud, como sucede cuando se ejercitan los brazos en condiciones higiénicas, poseerá también el cerebro más despejado y penetrante. Además, como que las dos especies de trabajo son necesarias y una de ellas es más placentera que la otra y es el medio por el cual el hombre conquista conciencia y dignidad, no es justo que una parte de los hombres estén condenados al embrutecimiento del trabajo exclusivamente manual, para dejar a unos pocos el privilegio de la ciencia y, por consiguiente, del mando; por lo cual, repito, todos deben efectuar los trabajos manuales y los intelectuales.
Pepe.- Esto también lo comprendo; pero entre los trabajos manuales, siempre los habrá penosos y fáciles, agradables y repulsivos, ¿quién querrá, por ejemplo, ir a trabajar de minero y a vaciar las letrinas?
Jorge.- Si supieses, querido Pepe, cuántas invenciones y cuántos estudios se han hecho y se hacen aún, comprender fácilmente que cuando la organización del trabajo no dependiese de los que no trabajan y que, por consiguiente, sólo se cuidan de su utilidad propia, sin tener en cuenta para nada el bienestar del obrero, comprenderías, repito, que todos los oficios manuales se podrían efectuar de modo que no tuvieran nada de repugnantes y malsanos o fatigosos, y se encontrarían fácilmente obreros que los preferirían. Y esto, en nuestros días. Figúrate, pues, lo que sucedería cuando, debiendo trabajar todos, los cuidados, el interés y el estudio de todos fuera encaminado a procurar que el trabajo fuese menos penoso y más agradable. Y aun cuando existieran ciertos trabajos que persistiesen en ser más penosos que otros, se buscaría el modo de compensar, la diferencia con otras ventajas especiales; sin contar que, cuando se trabaja en común, para el común interés, nace siempre el espíritu de fraternidad y condescendencia, como en la familia, de modo que más bien que litigar para ahorrar esfuerzo, cada uno tomará entonces para sí los trabajos más penosos.
Pepe.- Tienes razón; pero si esto no sucediera, ¿cómo se arreglaría?
Jorge.- Pues bien; si a pesar de todo lo dicho hubiese aún trabajos necesarios que nadie quisiera efectuar voluntariamente, entonces los efectuaremos, todos, trabajando en ellos un determinado tiempo cada individuo, por ejemplo, un día cada mes o una semana al año. Siendo una cosa necesaria a todos, ten la seguridad de que se encontrará el modo de efectuarlo. ¿Acaso no somos soldados hoy por mandato de los demás, yendo a combatir a gente que no conocemos y que ningún mal nos ha hecho y aun contra nuestros propios hermanos y amigos? Me parece que más fácilmente trabajaremos gustosos cuando sepamos que es una utilidad para todos.
Pepe.- ¿Sabes que principias a convencerme? Pero hay algo aún que no me persuade, y es aquello de quitar los bienes a los señores... esto... ¡qué quieres que te diga!... ¿no podría evitarse?.
Jorge.- ¿Cómo quieres hacerlo? Mientras las riquezas estén en sus manos, ellos serán los que mandarán y harán sus intereses sin preocuparse de nosotros, como lo han hecho desde que el mundo es mundo; ¿por qué diablos no te convence eso de quitar los bienes a los señores? ¿Crees acaso que sería una cosa injusta, una mala acción?
Pepe.- No; verdaderamente, después de lo que me has dicho creo, al contrario, que sería una gran cosa, porque quitándoles los bienes no haríamos sino reintegrarnos la sangre que nos han chupado desde hace tanto tiempo. Además, que si los quitamos a ellos, no es para poseerlos sólo nosotros, sino para ponerlos en común, y que todos vivan bien, ¿no es eso?
Jorge.- Ninguna duda queda; y si consideras bien la cosa, verás que hasta los mismos señores ganan en ello. Ciertamente que deberán concluir de mandar, de estar ociosos y de ser poderosos. Deberán trabajar; pero el trabajo, cuando fuese hecho con ayuda de las máquinas y con el interés del bienestar de los trabajadores, quedaría reducido a un útil y agradable ejercicio. ¿Acaso ahora no van a la casa los señores para hacer ejercicio? ¿no efectúan las carreras de caballos, la gimnasia y otras mil cosas que le demuestran que el trabajo muscular es una necesidad y un placer para todos los hombres que están sanos y bien nutridos? Se trata, pues, de que hagamos en beneficio de la producción aquel trabajo que hacemos hoy por pura diversión. Y, ¡cuántas ventajas no lograrían los señores del bienestar general y de la progresiva civilización!. Observa, por ejemplo, en nuestro país: los pocos señores que en él hay, son ricos, viven como príncipes; pero, entre tanto, las calles son sucias y malas, tanto para ellos como para nosotros; el aire pésimo que sale de nuestras casas y de los pantanos vecinos los enferma también a ellos; el cólera causado por la miseria de gente que vive lejos de aquí y se propaga por entre nosotros les contagia a veces también a ellos: nuestra ignorancia hace que también ellos se embrutezcan. ¿Podrían, con todas sus riquezas particulares, sanear el país, construir los caminos e iluminar las calles? ¿Cómo podrían evitar la adulteración de los artículos de consumo? ¿Cómo podrían usufructuar todos los progresos de la ciencia y de la industria?. Cosas todas que, cuando se hicieran con el concurso de todos, se efectuarían fácilmente. Y su propia vanidad, ¿cómo puede ser satisfecha, cuando su sociedad se reduce a unos pocos? Todo esto sin contar el peligro continuo de una bala de fusil que los hiera de improviso y el miedo a una revolución o a una desgracia que los reduzca a la miseria, exponiendo a sus familias al hambre, al delito, a la prostitución, como están expuestas las nuestras actualmente. Esto significa que no solamente con quitarles sus riquezas les otorgamos sus derechos, sino que les ocasionarnos un gran bien. Verdad es que los señores no quieren ni querrán nunca comprenderlo, porque lo que quieren es mandar y creen que los pobres son de otra clase; pero, ¿qué queréis que hagamos nosotros? Si no podemos entendernos con ellos por las buenas, tanto peor, lo comprenderán por las malas, inevitablemente.
Pepe.- Cosas verdaderas son esas, pero difíciles de efectuar. ¿No se podría buscar el medio de efectuarías de acuerdo, poco a poco? Dejemos los bienes a quien los posea, pero a condición de que nos aumenten el sueldo y nos traten como hombres. Así, gradualmente, podríamos ahorrar algo, comprar un trozo de tierra, y después, cuando todos fuésemos propietarios, ponerlo todo en común y hacer como tú dices. Una vez oí a uno que me explicó algo por el estilo.
Jorge.- Escucha: para hacer de común acuerdo, hay solamente un medio: que los propietarios se dispongan a renunciar a sus propiedades, porque es evidente que cuando uno da una cosa, no hay necesidad de quitársela. Pero en esto no hay que pensar, lo sabes mejor que yo. Mientras exista la propiedad individual, o sea, mientras la tierra y todo lo demás pertenezcan a Pedro o a Pablo en lugar de pertenecer a todos, habrá siempre miseria, incluso se puede decir que cuanto más se tire adelante, peor se estará. Con la propiedad individual cada uno trata de vender su mercancía lo más cara que pueda, y cada comprador por su parte trata de comprar al menor precio posible, ¿qué sucede entonces? Los propietarios, los fabricantes, los negociantes más ricos, dado que tienen medios para fabricar y comprar al por mayor, para proveerse de maquinaria, para aprovechar todas las condiciones favorables que surgen en el mercado, y para esperar el momento oportuno para la venta, o hasta para vender con pérdida por algún tiempo, concluyen por reducir a la liquidación o a la quiebra a los propietarios y comerciantes más débiles, los cuales, poco a poco, caen en la pobreza y deben, ellos o sus hijos, ir a trabajar a jornal. Así, y esto se ve casi todos los días, los patrones que trabajan solos o con pocos obreros en pequeños talleres, después de una dolorosa lucha han de cerrar sus talleres e ir a buscar trabajo en las grandes fábricas; los pequeños propietarios que no pueden apenas pagar los impuestos, han de vender las casas o las tierras a los grandes propietarios, y así sucesivamente; de modo que si algún propietario de buen corazón quisiera mejorar las condiciones de sus obreros, no haría otra cosa que batirse en condiciones de no poder resistir la competencia y vendría la quiebra enseguida. Por otra parte, los trabajadores, impulsados por el hambre, están obligados a hacerse la competencia entre ellos y como que existen más brazos disponibles que demandas de trabajo (no porque no hay necesidad de trabajo, sino porque no interesa a los amos hacer trabajar más), tienen que disputarse el pan de sus bocas, y si tú trabajas para ganar dos, siempre encontrarás une que trabajaría para ganar uno. De tal modo, todo progreso resulta una desgracia: Se inventa una máquina, y enseguida, queda sin trabajo un gran número de obreros, los cuales, no ganando nada, no pueden consumir, e indirectamente quitan el trabajo a otros obreros. En, América se cultivan muchas tierras y se produce mucho grano; los propietarios sin ocuparse de si en América la gente come según su apetito requiere, para ganar en su venta, mandan el grano a Europa. El grano de aquí baja de precio; pero los pobres, en vez de estar mejor, están peor, porque los propietarios, no encontrando salida a sus granos, competidos por los de América, dejan de cultivar las tierras o solamente hacen cultivar aquel trozo más productivo, y por esta causa gran número de campesinos queda sin trabajo. El grano cuesta poco, es verdad; pero la pobre gente no gana ni siquiera aquel poco necesario para comprarlo.
Pepe.- Ahora comprendo. Oí decir que no querían dejar vender el grano extranjero, y me parecía una gran barbaridad el rechazar así esta gracia de Dios; creí que los señores querían matar de hambre al pueblo; pero ahora he comprendido que tenían razón.
Jorge.- No; no es eso: porque si el grano de América no viene, el mal queda en pie. Los propietarios, no teniendo entonces la competencia extranjera, venden su mercancía al precio que les da la gana y...
Pepe.- ¿Y qué?
Jorge.- ¿Y qué? Me parece haberlo dicho; se necesita ponerlo todo en común a beneficio de todos. Entonces, cuantos más productos haya, mejor estaremos. Si se inventan nuevas máquinas fabricaremos más o se fabricará menos, según convenga, y si en un país, por ejemplo, tienen demasiado grano y nos lo mandan, nosotros les mandaremos lo que a nosotros nos sobre y resultará el bienestar para todos.
Pepe.- Dime una cosa... ¿Y si fuéramos a medias con los propietarios? Ellos pondrían sus tierras y capitales y nosotros el trabajo; después nos repartiríamos el producto: ¿qué dices a esto?
Jorge.- Primeramente he de decirte que si quisieras repartir tú no querrían los amos. Tendríamos que apelar a la fuerza, y tanto nos costaría obligarlos a repartir como el hecho de quitárselo todo. ¿Por qué, pues, hacer las cosas a medias y dejar subsistir un sistema que perpetúa la injusticia y el parasitismo, e impide el aumento general de la producción que, sin embargo, es una cosa tan necesaria? Además, ¿con qué derecho pregunto yo a algunos hombres, sin trabajar, si tomarían la mitad de aquello que producen los trabajadores? Como ya he dicho, no solamente tendríamos que dar la mitad de los productos a los amos, sino que el mismo producto total sería muy inferior al que podría ser; porque cuando existe la propiedad individual, la producción está cohibida y fuera del interés general, por la competencia y falta de organización, y por eso se produce menos de lo que se produciría si el trabajo fuese hecho en común y guiado por el interés general de los productores y consumidores. Es lo mismo que para alzar un gran peso; cien hombres, uno a uno, no bastan para levantarlo, ni los mismos reunidos, si cada uno tirase por su cuenta y tratase de contrariar los esfuerzos de los demás; pero tres o cuatro personas que obran a la vez, combinando sus esfuerzos y sirviéndose de útiles oportunos, lo elevarán más fácilmente. Si uno intenta hacer una aguja, puede que no la haga en una hora; diez hombres reunidos producirían al día millares y millares de ellas. Y cuanto más se adelanta, más máquinas se inventan y más necesidad hay de efectuar el trabajo en común si queremos que los nuevos progresos sean beneficiosos para todos. En este particular, quiero responder a una objeción que nos hacen muy a menudo. Los economistas (que es, una gente que, pagada o no, reúne bajo el nombre de ciencia una cantidad de embustes y de enredos para demostrar que los señores tienen derecho a vivir del trabajo de los demás) y los demás sabios, dicen a menudo que no es verdad que la miseria exista por causa de que los propietarios lo retengan todo para ellos, sino porque los productos son pocos y no bastan para todos. Dicen esto, para deducir de ellos que de la miseria nadie, tiene la culpa y que no hay necesidad ni motivo para rebelarse. El cura os mantiene dóciles y sometidos con decir que es la voluntad de Dios; los economistas, dicen que es la ley de la Naturaleza. No los creáis. Verdad es, no obstante, que los actuales productos de la agricultura y de la industria son insuficientes para dar a todos una nutrición buena y abundante, y todas aquellas comodidades de que hoy gozan unos pocos; pero esto es culpa del actual sistema, social, porque los dueños no se preocupan del interés general y hacen producir para evitar la baja de los precios. De hecho, verás que mientras dicen que hay pocos productos, dejan infinidad de tierras sin cultivar y muchos obreros sin trabajo. Pero a esto responden que, aunque se cultivasen todas las tierras y todos los hombres trabajasen con los mejores sistemas conocidos, la miseria existiría igual, porque siendo limitada la productividad de la tierra y pudiendo los hombres, procrear, un número grandioso de hijos, llegaríamos pronto a un punto en que la producción de los géneros alimenticios quedaría estacionada, mientras la población crecería indefinidamente y la carestía con ello. Por eso, dicen, el único remedio a los males sociales estribasen que los pobres no procreen hijos, o procreen sólo aquellos pocos que puedan mantener discretamente. Mucho podría discutirse en esta cuestión, en lo que se refiere al porvenir lejano. Hay quien sostiene, y con buenas razones, que el aumento de población encuentra un límite en la misma Naturaleza, sin que haya necesidad de recurrir a frenos artificiales, voluntarios o no. Parece que con el desarrollo de la raza, con el crecimiento de las facultades intelectuales, con la emancipación de la mujer y con el aumento del bienestar, las capacidades generatrices disminuyen naturalmente. Pero éstas son cuestiones que hoy no tienen ninguna importancia práctica ni relación con las causas actuales de la miseria. Hoy no es cuestión de población, sino cuestión de organización social; y el remedio de no procrear hijos no remedia propiamente nada. De hecho vemos que en los países en que la tierra es abundante y la población escasa, hay tanta miseria como en los países de población densa, y a veces mucha más. Hoy la producción, a pesar de todos los obstáculos derivados de la propiedad individual, crece más rápidamente que la población; la disminución causada por la miseria, depende de la superabundancia de producción relativamente a los medios que para consumir tienen los pobres. Verás cómo los obreros se pasean sin trabajar, mientras los almacenes están llenos de géneros que ellos han producido y que no encuentran compradores. Las tierras que se cultivaban quedan sin cultivar, volviendo a ser bosques, porque hay demasiado grano, los precios bajan y los propietarios no encuentran conveniente el hacerlos cultivar, preocupándose poco o nada de si los campesinos quedan sin trabajo y sin pan. Se necesita, pues, primeramente, cambiar la organización social, cultivar toda la tierra, organizar la producción y el consumo en interés de todos, dejar el campo libre a la acción de todos los progresos adquiridos y por adquirir, ocupar toda la inmensa parte del mundo deshabitado aún, o casi, y cuando después, a pesar de todas las previsiones optimistas, se viese que la población tiende a ser realmente demasiado numerosa, entonces será ocasión, para los que vivan en aquella época, de pensar en imponer un límite a la procreación. Pero este límite deberán imponérselo todos, sin excepción para un pequeño número de individuos, los cuales no contentos de vivir en la abundancia a expensas del trabajo de los demás, quisieran ser ellos solos los que tuvieran el derecho ilimitado a procrear hijos. Por otra parte mientras existan pobres, éstos no se impondrán nunca el límite, sea porque no tengan otro placer que el de generar, sea porque no pueden pensar en la escasez absoluta de los productos cuando tienen ante sus ojos una causa más inmediata de miseria, es decir, el amo, que se apropia de la parte del león. Cuanto más desgraciado es uno, más inseguro está del mañana, y, naturalmente, más imprevisor y menos se preocupa. Sólo cuando todo sea de todos y todos sufran igualmente, sólo entonces los hombres podrán, allí donde sea necesario, imponerse voluntariamente un límite que ningún poder humano lograría imponer a la fuerza. Pero volvamos a la cuestión del reparto del producto entre el propietario y el trabajador; ¿qué es lo que daríais a aquellos que no hubiesen trabajado? A los propietarios, mientras son propietarios, no se les puede obligar a emplear gente de la cual no tiene necesidad. Este sistema, llamado participación o mediería, era bueno antes para el trabajo de los campos en muchas partes de la Europa meridional, y aun hoy en alguna parte de Italia, como en Toscana. Pero poco a poco irá desapareciendo; desaparecerá hasta en Toscana, porque los propietarios encuentran más ventajoso hacer trabajar a jornal. Hoy, además, con las máquinas, con la agricultura científica y con productos que vienen del extranjero, adoptar el gran cultivo con obreros asalariados es para los propietarios una necesidad y aquellos que no lo adopten a tiempo, se verán reducidos a la miseria por la competencia. En conclusión, para no alargarnos más, si se continúa con el sistema actual, se llegará a los siguientes resultados: la propiedad se concentrará cada día más en manos de unos pocos, y el trabajador será gradualmente arrojado a la calle por las máquinas y por los métodos rápidos de producción. Así tendremos a unos cuantos señores dueños del mundo: pocos trabajadores ocupados al servicio de las máquinas y criados y soldados que servirán para defender a los señores. La masa general, o morirá de hambre o vivirá de limosna. Principiase a tocar este resultado; la pequeña propiedad desaparece, los obreros sin trabajo aumentan, y los señores, por miedo o por edad hacia toda esta gente que muere de hambre, organizan las cocinas económicas y otras obras llamadas de beneficencia. Si el pueblo no quiere verse reducido a mendigar un plato de sopa a las puertas de los señores o del municipio, como sucedía antes a las puertas de los conventos, no tiene sino un solo medio: tomar posesión de la tierra y las máquinas y trabajar por su cuenta.1
1.- Este trabajo fue escrito en 1883, cuando todavía no era discutida entre los socialistas la teoría de Marx de la concentración de la riqueza en un número cada vez más reducido de personas. Estudios posteriores, corroborados por nuevos hechos, han mostrado que hay otras tendencias que contrarrestan la tendencia a la concentración del capital, y que en la realidad el número de los propietarios tanto disminuye como aumenta, y la condición de los trabajadores empeora o mejora, por la acción de mil factores que cambian continuamente y reaccionan de modo diverso los unos de los otros. Pero esta, nuevas constatación, lejos de debilitar la necesidad de una transformación radical del régimen social, demuestran que sería vano esperar que la sociedad burguesa muera por sí misma por la agravación progresiva de los males que produce, y que sí los trabajadores quieren emanciparse e instaurar una sociedad de bienestar y libertad para todos, deben expropiar, revolucionariamente, a los explotadores del trabajo ajeno, sean pocos o muchos. (Nota del autor, 1913)
Pepe.- ¿Pero si el gobierno hiciese buenas leyes, que obligaran a los señores a no hacer sufrir a la gente pobre?.
Jorge.- Estamos donde estábamos. El gobierno está compuesto de señores, y no hay que dudar, éstos no querrán nunca hacer leyes contra ellos. Y cuando llegase el día en que gobernasen los pobres, ¿por qué hacer las cosas a medias y dejar en poder de los señores lo suficiente para que después, poco a poco, nos pusiesen otra vez el pie al cuello? Porque, y tú lo comprendes muy bien, allí donde hay ricos y pobres, éstos podrán gobernar un momento, mientras dure el motín, pero después son siempre los señores los que concluyen mandando. Por eso, si logramos por un momento ser los más fuertes, quitemos enseguida los bienes a los ricos, y así éstos no tendrán ya los medios de hacer volver las cosas al estado de antes.
Pepe.- He comprendido. Es preciso hacer una buena república Todos iguales, y después, quien trabaje que coma, y quien no, que se rasque la barriga... lo que siento es que ya soy viejo. Felices vosotros, los jóvenes, que alcanzaréis esos buenos tiempos.
Jorge.- Poco a poco, amigo. Por república entiendes la revolución social, y así, para quien sabe comprender tu pensamiento, tienes perfecta razón. Pero te expresas muy mal, porque república no significa, ni con mucho, lo que tú comprendes por tal. Retén en la memoria que la república es un gobierno tal como el que actualmente gobierna, solamente que, en lugar de un rey, hay un presidente, o ni siquiera el presidente, y gobiernan entonces los ministros. Suprimido el rey, el gobierno se llama siempre república, aunque hubiese la inquisición, los tormentos, la esclavitud, Si quieres la república tal como quieren hacerla en Italia, a la supresión del rey debes añadir el siguiente cambio: en vez de dos cámaras, habrá una sola, la cámara de diputados. Y nada más, porque todo lo demás, como, por ejemplo, aquello de no haber más soldados, de pagar pocas contribuciones, de tener muchas escuelas, de proteger a los pobres, son promesas que serán mantenidas... si los señores diputados quieren. Tocante a prometer, no hay necesidad de que sean republicanos, porque actualmente, cuando los candidatos tienen necesidad de ser elegidos, prometen el oro y el moro, y después, una vez elegidos, si te he visto no me acuerdo. Además, todo eso son charlatanerías; mientras existan ricos y pobres, mandarán siempre los ricos. República o monarquía, los hechos que derivan de la propiedad individual son siempre los mismos. La competencia regula todas las relaciones comerciales; la propiedad se concentra así en pocas manos; las máquinas reemplazan a los trabajadores, y las masas del pueblo estarán reducidas, como ya he dicho, a morir de hambre o a vivir de limosna. Además, ya se ve. República ha habido, y hay aún algunas y nunca han traído una mejora de las condiciones del pueblo.
Pepe.- ¡Toma, qué escucho ¡Y yo que creía que república significaba que todos debíamos ser iguales!
Jorge.- Los republicanos así lo dicen, apoyándose en el siguiente raciocinio: «En república dicen los diputados que hacen las leyes, que son elegidos por todo el pueblo; por eso cuando el pueblo no está contento manda a otros que son mejores, y todo se arregla; como que los pobres son la mayoría, en el fondo ellos son los que mandan». Pero lo cierto, lo real, es diferente. Los pobres, y precisamente porque son pobres, son también ignorantes y supersticiosos, votan tal como quieren los curas y los amos, y votarán siempre igual, hasta que conquisten la independencia económica y la conciencia clara de sus intereses. Tú y yo, si hemos tenido la inmensa fortuna de ganar algo más o de podernos instruir mejor, podemos tener la capacidad necesaria para comprender, nuestro interés y la fuerza para afrontar la venganza de los amos; pero la gran masa, mientras duren las condiciones presentes, no; y frente a la urna no es como en una revolución, que un hombre valeroso e inteligente vale por cien tímidos y arrastra tras sí a muchos que por sí propios no hubieran tenido jamás la energía de rebelarse. Frente a la urna, lo que vale es el número, y mientras existan curas, amos y gobiernos, el número será siempre del cura, que dispone del infierno y del paraíso; del amo, que da o quita el pan a quien quiere, y del gobierno, que tiene los policías para intimidar y los empleos para corromper. Aun hoy, en sustancia, la mayor parte de los electores son pobres, y, sin embargo, ¿qué hacen cuando van a votar? ¿Acaso nombran a pobres que conozcan y quieran defender sus intereses?
Pepe.- Esto ya se sabe; preguntan al amo a quién han de votar y hacen lo que él quiere. Además, que si no lo hicieran así, el amo los despediría.
Jorge.- Pues ya lo ves. ¿Qué quieres esperar, pues, del sufragio universal? El pueblo mandará al parlamento a los señores, y éstos sabrán arreglarse de modo que puedan tener al pueblo, siempre ignorante y esclavo, como en la actualidad, y cuando viesen que con la República no podrían lograrlo, tienen en sus manos medios suficientes para echarlo todo a rodar. Por eso no hay más que un medio: expropiar a los señores y entregarlo todo al pueblo. Cuando el pueblo vea que todo es suyo y que es cuestión suya saberse arreglar para poder estar bien, entonces sabrá gozar de las riquezas y hasta sabrá dárselas.
Pepe.- ¡Ya lo creo! Pero los campesinos no comprenden la república tal como tú dices que es. Al contrario ahora comprendo que aquello que nosotros llamamos república es lo mismo que vosotros llamáis socialismo. ¿Pero no podría marchar adelante con el nombre de la república?. ¡Que nos importa el nombre!. Lo esencial es que se hagan las cosas como se requiere.
Jorge.- Lo que tú dices es justo; pero hay en ello un peligro grande. Si el pueblo continúa creyendo que la república es un bien para él, cuando llegue un día en que ya no pueda más y haga la revolución, los republicanos lo contentarán enseguida, diciéndole que ya puede marcharse tranquilo a su casa y pensar en nombrar diputados, porque luego quedará todo arreglado. El pueblo, crédulo como siempre, dejará el fusil y se desahogará en cantos, músicas y alegrías. Entre tanto, los señores todos se llamarán republicanos, rivalizarán en ser todo corazón para el pueblo, repartirán algún dinero, un poco de vino y muchas fiestas, pagarán algo mejor a los trabajadores y se harán nombrar diputados para alcanzar el poder. Después, poco a poco, dejarán calmar la tempestad, y prepararán las fuerzas para refrenar al pueblo, el cual, un día comprobará que ha vertido su sangre por otros y que continúa peor que antes. Como sucede muy pocas veces que el pueblo se rebele y salga vencedor, necesita que se aproveche de la primera ocasión y aplique enseguida el socialismo, no escuchando promesas, tomando directamente posesión de las riquezas, ocupando las casas, las tierras y los talleres. Al que le hable de república deberá considerársele y tratársele como a un enemigo, o si no, sucederá otra vez como en el 59 y el 60. Las palabras parece que tienen poco valor, pero precisamente con las palabras ha sido como se ha burlado y engañado al pueblo.
Pepe.- Tienes razón; hemos sido tantas veces sacrificados, que necesitamos ahora abrir mucho los ojos. Pero un gobierno siempre es necesario que lo haya. Si no hay alguno que mande, ¿cómo irían las cosas?.
Jorge.- ¿Y por qué han de mandarnos? ¿Por qué no podremos arreglarnos según nuestros intereses? Quien manda, procura siempre su comodidad e interés, y siempre, sea por ignorancia o por maldad, traiciona al pueblo. El poder pervierte siempre hasta a los más buenos. Además, se necesita, y ésta es la razón principal por la que no queremos que nos manden, se necesita, repito, que los hombres cesen de ser un rebaño de ovejas, y se habitúen a pensar y hacer por medio de su dignidad y de su fuerza. El mando de unos educa a los demás en la obediencia, y aunque tuviésemos un gobierno bueno éste sería más corruptor, más perjudicial que un gobierno malo; durante su dominio, o el de sus inmediatos sucesores, sería más fácil que nunca un golpe de Estado que destruiría las mejoras conquistadas, restableciendo otra vez los privilegios y la tiranía. Para educar al pueblo en la libertad y en el uso de sus intereses, es preciso dejarlo que obre por sí mismo, hacerle sentir la responsabilidad de sus actos, tanto en el bien como en el mal que de ellos puedan derivarse. Obrará mal algunas veces y aun muchas veces; pero por las consecuencias que sufrirá, comprenderá que ha obrado mal, y buscará nuevos caminos para evitarlo, sin contar que el mal que pueda hacer un pueblo abandonado a sí mismo no es ni la milésima parte del que hace el mas benigno de los gobiernos. Para que un niño aprenda a caminar, es preciso dejarlo que camine, y no espantarse de algunas caídas y tropezones que pueda dar.
Pepe.- Sí, pero para que el niño ande, necesita cierta fuerza en las piernas, o sino tiene que continuar en brazos de la madre.
Jorge.- Es verdad; pero los gobiernos no se parecen en nada a una madre, y no son ellos los que mejoran y fortalecen al pueblo; antes al contrario, todos los progresos sociales se cumplen casi siempre a pesar de los gobiernos. Estos, todo lo más que hacen, es traducir en leyes aquello que pasa a ser necesidad y voluntad de la masa y lo adulteran después por espíritu de dominio o monopolio. Hay pueblos más o menos avanzados, pero en cualquier estado de civilización, aun en el salvajismo, el pueblo atendería a sus intereses mejor de lo que podría hacerlo cualquier gobierno nacido de su seno. Tú supones, según estoy viendo, que el gobierno está compuesto de los más inteligentes y capaces, y esto no tiene nada de verdad, porque generalmente los gobiernos están compuestos, directamente o por delegación, por los que tienen más dinero. Pero aunque fuese lo que supones, ¿acaso la gente inteligente resulta serlo porque ocupe el poder? Aquellos que poseen más capacidad, dejándolos en medio del pueblo y bajo su estímulo, puestos en el gobierno, no sintiendo ya las necesidades del pueblo, forzados a ocuparse de los intereses creados por la política, o sea, de mantenerse en el poder, más bien que de los intereses y necesidades reales de la sociedad, corrompidos por la falta de emulación y estímulo, distraídos del ramo de la actividad en que poseían una competencia real para dictar leyes sobre asuntos que ni siquiera conocían antes, concluirían, aun los más inteligentes y los mejores, por creerse de naturaleza superior, por constituirse en casta y ocuparse del pueblo sólo cuando se necesita esquilmarlo y tenerlo sujeto. Sería, pues, mejor y más seguro que nosotros mismos pensáramos en nuestros intereses, principiando por lo que atañe a nuestra comunidad y a nuestros oficios, que conocemos mejor, y poniéndonos después de acuerdo con los otros pueblos y otros oficios, no solamente de Italia, sino de todo el mundo, porque los hombres son todos hermanos, y su interés estriba en querer y ayudarse unos a otros. ¿No te parece?
Pepe.- Me persuades. Pero y los vividores, los ladrones y los malvados, ¿qué se hará de ellos?
Jorge.- Primeramente te diré que cuando no exista ya más miseria e ignorancia, todos estos tampoco existirán. Pero aunque existiese alguno, ¿hay por eso necesidad de tener gobierno, y policía? ¿Acaso no seremos aptos nosotros mismos para poner a raya al que no respete a los demás? Lo que haremos no será suprimirlos, como sucede hoy con los reos y aun con los inocentes; pero los pondremos en condiciones que no puedan dañar, y haremos lo posible para volverlos al buen camino.
Pepe.- Así, pues, cuando sea un hecho el socialismo, todos estarán contentos y felices, y no habrá ya más miseria, odios, celos, prostitución, guerras e injusticias.
Jorge.- No sé hasta qué punto de felicidad podrá alcanzar la humanidad, pero estoy convencido que viviremos lo mejor posible, y que se buscará el modo de mejorar e ir progresando, y los mejoramientos no serán ya, como hoy, en beneficio solamente de unos pocos y en daño de muchos, sino que serán en bien de todos.
Pepe.- ¡Ojalá! ¿Pero cuándo sucederá esto?. Yo soy ya viejo, y ahora que sé que el mundo no continuará como hoy, me disgustaría morir sin haber visto a lo menos un día de justicia.
Jorge.- ¿Cuándo será? No puedo decirlo. Depende de nosotros; cuanto más trabajemos para abrir los ojos a los demás, más pronto vendrá. Un buen trozo de camino ya está andado. Mientras pocos arios atrás sólo unos cuantos predicaban el socialismo y eran tratados de ignorantes, de locos o de charlatanes, hoy la idea es conocida de muchos, y los pobres que al principio sufrían pacientemente, o se rebelaban movidos por el hambre, pero sin conciencia de las causas y de los remedios a sus males, dejándose matar y matándose entre ellos, por cuenta de los señores, hoy en todo el mundo se agitan, se conciertan entre ellos, se rebelan con la idea de libertarse de los amos y de los gobiernos, y no cuentan ya sino con sus propias fuerzas, comprendiendo al fin que todos los partidos en que se dividen los señores, son todos igualmente sus enemigos. Activemos la propaganda ahora que el momento es propicio: unámonos todos los que comprendemos la cuestión; aticemos el fuego que arde en medio de la masa; aprovechémonos de todos los descontentos, de todos los movimientos, de todos los motines, demos un golpe vigoroso, sin miedo, y pronto, muy pronto, el edificio burgués caerá en tierra y el reino de la libertad y del bienestar habrá principiado.
Pepe.- Está bien; pero procuremos no hacer las cosas sin contar con la huésped. Quitar la riqueza a los señores está pronto dicho; pero hay los soldados, la policía, la guardia civil, y ahora que en ellos pienso tengo miedo de sus grilletes y cárceles; sus cañones están construidos para esto; para defender a los señores y no para otra cosa.
Jorge.- Esto se sabe, amigo Pepe, la policía y el ejército están ahí para enfrentar al pueblo y asegurar la Tranquilidad de los señores; pero si ellos tienen los fusiles y los cañones, no quiere decir que nosotros tengamos que hacer la revolución con las manos vacías. Sabemos muy bien disparar los fusiles y con la astucia podemos procurárnoslos; hay además la pólvora, la dinamita y todas las materias explosivas, las materias incendiarias, y demás útiles que, si en manos del gobierno sirven para tener sujeto al pueblo a la esclavitud, en manos del pueblo sirven para conquistar la libertad. Las barricadas, las minas, las bombas y los incendios son los medios con los cuales se resiste al ejército: y no nos haremos rogar mucho para servirnos de ellos. Ya se sabe que la revolución no se hace con agua bendita y letanías. Por otra parte, considera que los pobres son la inmensa mayoría y que si llegan a comprender las ventajas del socialismo, no hay fuerza en el mundo que pueda obligarles a quedarse como hoy están. Considera que los pobres son los que trabajan y lo producen todo, y que si sólo una parte importante de ellos suspendiese el trabajo, habría un desequilibrio tal, un tal pánico, que la revolución se impondría enseguida como una única solución posible. Considera también que los soldados en general son también pobres, obligados por la fuerza a hacer de espías y verdugos con sus propios hermanos, y que simpatizarán, primero en secreto, abiertamente después con el pueblo, y podrás persuadirte que la revolución no es tan difícil como pueda parecer a primera vista. Lo esencial es tener siempre presente la idea de que la revolución es necesaria, estar siempre dispuesto a hacerla, prepararse continuamente... y no dudes que la ocasión, espontánea o provocada, no dejará de presentarse.
Pepe.- Tú dices eso y yo creo que tienes razón. Pero los hay también que dicen que la revolución no sirve y que las cosas maduran por sí mismas. ¿Qué dices a ello?
Jorge.- Debes saber que desde que el socialismo se ha hecho poderoso y los burgueses, o sea, los señores, han principiado a tener miedo seriamente, están intentando todos los medios para cambiar la marcha de la tempestad y engañar al pueblo. Todos han dicho que eran socialistas, hasta los emperadores... y dejo a tu consideración qué clase de socialismo se habrán inventado. Del seno de nuestros propios compañeros han salido, desgraciadamente, traidores que, atraídos por la importancia que los burgueses les daban para atraérselos y por las ventajas que podían obtener; abandonando la causa revolucionaria, se han puesto a predicar las «vías legales», las elecciones, la alianza con los partidos que dicen ser afines, y de esta manera se han procurado un puesto en la burguesía y tratan de locos o peor a todos aquellos que queremos hacer la revolución; pero entre tanto... quieren que los nombren diputados. Cuando alguno te diga que la revolución no es necesaria o te hable de nombrar diputados o consejeros comunales, o de hacer causa común con una fracción cualquiera de la burguesía, si es un compañero tuyo, y que como tú trabaja, procura persuadirle de su error; pero si es un burgués o uno que quiere serlo, considéralo como un enemigo y continúa con la misma idea. Basta; otra vez hablaremos más largamente de toda esta cuestión. Hasta la vista.
Pepe.- Hasta la vista, y estoy contento porque me has hecho comprender muchas cosas que, ahora que me las has explicado, me parece imposible que no se me hayan ocurrido antes. Hasta la vista.
* * * * * * * * * * * * *
Pepe.- Espera, ahora que estamos reunidos, para no separarnos con la boca seca, vamos a beber un vasito, y entretanto te preguntaré alguna otra cosa. Todo lo que me has dicho lo he comprendido... ; después recapacitaré en ello y procuraré persuadirme por mí mismo. Pero tú no me has dicho casi ninguna de aquellas palabras difíciles que oigo pronunciar siempre que se habla de estas cosas y que me enredan la cabeza porque no las comprendo. Por ejemplo, he oído decir que vosotros sois comunistas, socialistas, internacionalistas, colectivistas, anarquistas y qué sé yo. ¿Puede saberse qué significan precisamente estas palabras y qué es lo que sois verdaderamente?
Jorge.- ¡Ah!, justo; has hecho bien en preguntarme esto, porque las palabras son necesarias para entenderse y distinguirse; pero cuando no se comprenden bien, son causa de confusiones. Debes saber, pues, que los «socialistas» son aquellos que creen que la miseria es la causa primera de todos los males sociales, y que hasta que no se le haya hecho desaparecer, no habrá modo de destruir la ignorancia, la esclavitud, la desigualdad Política, la prostitución y todos los demás males que mantienen al pueblo en tan terrible estado y que son, sin embargo, casi nada comparados con los sufrimientos que se derivar directamente de la miseria. Los «socialistas» creen que la miseria depende del hecho de que la tierra y todas las primeras materias, las máquinas y los instrumentos del trabajo pertenezcan a unos pocos individuos, los cuales disponen por esto de la vida y muerte de la clase trabajadora, y se encuentran en un continuo estado de lucha y competencia, no sólo contra los proletarios, que nada poseen, sino entre ellos mismos, para disputarse unos a otros la propiedad. Los «socialistas» creen que aboliendo la propiedad individual, o sea la causa, se abolirá al propio tiempo la miseria, o sea el efecto. Y esta propiedad se puede y debe abolir, porque la producción y la distribución de las riquezas debe hacerse según el interés actual de los hombres, sin ninguna consideración a los llamados derechos conquistados, o sea los privilegios que los señores actuales se abrogan con la excusa de que sus antepasados fueron más fuertes o más afortunados y astutos, o sea más virtuosos o laboriosos que los demás. Así, pues, se da el nombre de «socialista» a todos aquellos que quieren que la riqueza social sirva a todos los hombres, y que quieren también que desaparezcan los propietarios y los proletarios, ricos o pobres, amos o subordinados. Años atrás, esto era regla sabida; bastaba llamarse «socialista» para que uno fuera perseguido y odiado por los señores, los cuales hubieran preferido mejor un millón de asesinos que un solo socialista. Pero, como ya he dicho, cuando los señores y todos aquellos que quieren serlo, vieron que, a pesar de todas sus persecuciones y calumnias, el «socialismo» avanzaba y el pueblo principiaba a abrir los ojos, pensaron que había necesidad de enredar la cuestión para mejor engañarlo; muchos de ellos comenzaron por decir que también eran socialistas, porque ellos también querían el bien del pueblo y comprendían perfectamente la necesidad de destruir o disminuir la miseria. Primero dijeron que la cuestión de la miseria y los males que de ella se derivan, no existían; hoy que el socialismo los amedrenta, dicen que es socialista todo aquel que estudia dicha cuestión social, como podría llamarse médico al que estudiara una enfermedad, no con la intención de curarla, sino de alargarla todo lo posible. Así, pues, hoy se encuentran personas que se llaman socialistas, entre los republicanos, realistas, magistrados, policías, en todas partes, y su socialismo consiste en entretener al pueblo o hacerse nombrar diputados prometiendo cosas que, aunque quisieran, no podrían mantenerlas. Hay ciertamente, entre estos falsos socialistas, algunos de buena fe, y que creen obrar bien; pero, ¿qué importa? Si uno, creyendo haceros bien, os matara a bastonazos, procuraríais seguramente quitarle el palo de las manos, y todas sus buenas intenciones servirían a lo sumo para evitar que le rompierais la cabeza, cuando se lo hubieseis quitado. Por eso, cuando uno os dice que él es «socialista», preguntadle si quiere abolir la propiedad individual, o en una palabra, si quiere o no desposeer a los señores de todas sus riquezas para ponerlas en común. Si responde que si, abrazadlo; si no, poneos en guardia, porque trataréis con un enemigo.
Pepe.- Así, pues, tú eres «socialista», he comprendido. ¿Pero qué es lo que quiere decir comunista y colectivista?
Jorge.- Los comunistas y los colectivistas son todos socialistas, pero tienen ideas diversas respecto a lo que debe hacerse, después que la propiedad sea común; haz memoria, pues creo haber explicado algo de esto; los colectivistas dicen que cada trabajador, o mejor dicho, cada asociación de trabajadores, debe poseer las primeras materias y los instrumentos para trabajar, y cada uno debe ser dueño del producto de su trabajo. Mientras que uno vive, lo gasta o lo conserva, hace de él lo que quiere, menos hacerlo servir para hacer trabajar a los demás por su cuenta, y cuando muere, si ha ahorrado algo, vuelve a la comunidad. Sus hijos tienen, naturalmente, los medios para poder trabajar y gozar del fruto de su trabajo y hacerles heredar sería un primer paso para volver a la desigualdad y al privilegio. En lo referente a la instrucción, al mantenimiento de los niños, de los viejos o inutilizados por el trabajo; de las calles, agua, iluminación e higiene pública, y a todas aquellas cosas que deben realizarse en beneficio de todos, cada asociación de trabajadores aportaría un tanto para compensar a los que desempeñan estos oficios. Los comunistas van más lejos aún, diciendo: ya que para adelantar bien es necesario que los hombres se amen y se consideren como miembros de una sola familia; ya que la propiedad debe ser común, ya que el trabajo para ser muy productivo y servirse de las máquinas, debe hacerse por grandes colectividades obreras: ya que, para aprovechar todas las variaciones del terreno y condiciones atmosféricas y hacer que cada lugar produzca lo que mejor a él se adapte, y, para evitar, por otra parte, la competencia y los odios entre diferentes países y que la gente acuda a los puntos más ricos, es necesario establecer una solidaridad perfecta entre todos los hombres del mundo, como que, además, sería una cosa muy difícil de distinguir en un producto la parte que a cada factor diverso pertenece, en lugar de confundirnos con lo que cada uno puede haber trabajado, trabajaremos todos y lo pondremos todo en común. Así, cada individuo dará a la sociedad todo aquello que sus fuerzas le permitan dar, mientras no existan productos suficientes para todos; y cada uno tomará todo aquello que necesite, limitándose, se entiende, en todas aquellas cosas en las cuales no se haya podido llegar a la abundancia.
Pepe.- Un momento. Antes debes explicarme qué significa la palabra solidaridad, porque has dicho que debe existir una solidaridad perfecta entre todos los hombres, y yo, a decirte verdad, no lo he comprendido.
Jorge.- Los comunistas y los colectivistas son todos socialistas, pero tienen ideas diversas respecto a lo que debe hacerse, después que la propiedad sea común; haz memoria, pues creo haber explicado algo de esto; los colectivistas dicen que cada trabajador, o mejor dicho, cada asociación de trabajadores, debe poseer las primeras materias y los instrumentos para trabajar, y cada uno debe ser dueño del producto de su trabajo. Mientras que uno vive, lo gasta o lo conserva, hace de él lo que quiere, menos hacerlo servir para hacer trabajar a los demás por su cuenta, y cuando muere, si ha ahorrado algo, vuelve a la comunidad. Sus hijos tienen, naturalmente, los medios para poder trabajar y gozar del fruto de su trabajo y hacerles heredar sería un primer paso para volver a la desigualdad y al privilegio. En lo referente a la instrucción, al mantenimiento de los niños, de los viejos o inutilizados por el trabajo; de las calles, agua, iluminación e higiene pública, y a todas aquellas cosas que deben realizarse en beneficio de todos, cada asociación de trabajadores aportaría un tanto para compensar a los que desempeñan estos oficios. Los comunistas van más lejos aún, diciendo: ya que para adelantar bien es necesario que los hombres se amen y se consideren como miembros de una sola familia; ya que la propiedad debe ser común, ya que el trabajo para ser muy productivo y servirse de las máquinas, debe hacerse por grandes colectividades obreras: ya que, para aprovechar todas las variaciones del terreno y condiciones atmosféricas y hacer que cada lugar produzca lo que mejor a él se adapte, y, para evitar, por otra parte, la competencia y los odios entre diferentes países y que la gente acuda a los puntos más ricos, es necesario establecer una solidaridad perfecta entre todos los hombres del mundo, como que, además, sería una cosa muy difícil de distinguir en un producto la parte que a cada factor diverso pertenece, en lugar de confundirnos con lo que cada uno puede haber trabajado, trabajaremos todos y lo pondremos todo en común. Así, cada individuo dará a la sociedad todo aquello que sus fuerzas le permitan dar, mientras no existan productos suficientes para todos; y cada uno tomará todo aquello que necesite, limitándose, se entiende, en todas aquellas cosas en las cuales no se haya podido llegar a la abundancia.
Pepe.- Un momento. Antes debes explicarme qué significa la palabra solidaridad, porque has dicho que debe existir una solidaridad perfecta entre todos los hombres, y yo, a decirte verdad, no lo he comprendido.
Jorge.- Por ejemplo, en tu familia, todo aquello que ganas tú, tus hermanos, tu mujer, los hijos, los ponéis en común. En común os repartís la comida y si no hay bastante para todos, todos juntos coméis menos. Ahora, si uno de vosotros tiene una fortuna o gana más dinero, es un bien para todos; si, al contrario, uno queda sin trabajo o se pone enfermo, es mal para todos, porque ciertamente, entre vosotros, aquél que no trabaja come igual que los demás, y aquel que está enfermo causa gastos mayores a veces. De esta manera sucede que en nuestra familia, en lugar de quitamos unos a otros el pan de la boca procuráis ayudaros porque el bien de uno lo es de todos y el mal de otro también. De este modo se evitan los odios y la envidia y se desarrolla un afecto recíproco, que no existe nunca en aquella familia cuyos intereses están divididos. Esto se llama solidaridad. Se trata, pues, de establecer entre todos los hombres las mismas relaciones que existen en una familia cuyos individuos se quieren de verdad.
Pepe.- He comprendido. Ahora, volviendo a la cuestión, dime si tú eres comunista o colectivista.
Jorge.- Soy comunista porque, cuando se ha de ser amigo, vale más serlo por completo que amigos a medias. El colectivismo deja aún los gérmenes de la rivalidad y del odio. Pero aún hay más. Si cada uno pudiese vivir con lo que él mismo produce, el colectivismo sería siempre inferior al comunismo, porque tendería a mantener a los hombres aislados, y, por consiguiente, disminuiría sus fuerzas y sus afectos; pero a pesar de esto, podríase marchar con él. Pero como, por ejemplo, el zapatero no puede comer zapatos, ni el fundidor hierro, y el agricultor no puede fabricar por sí mismo todo aquello que necesita, y no puede siquiera cultivar la tierra sin los operarios que extraen el hierro y los que fabrican los instrumentos, y así todo lo demás, habría necesidad de organizar el cambio entre los diversos productores, teniendo en cuenta para cada una aquello que produce. Entonces sucedería necesariamente que el zapatero, por ejemplo, procuraba dar el mayor valor posible a sus zapatos, pretendería por un par de ellos, adquirir la mayor cantidad posible que quisiera de otros productos, y el agricultor por su parte procuraría darle la menor cantidad posible. ¿Quién seria capaz de arreglarlo? El colectivismo me parece que daría lugar a una cantidad de cuestiones y se prestaría siempre a muchos enredos que, a durar mucho, tal vez nos volverían al punto de partida. El comunismo, por el contrario, no da lugar a ninguna dificultad; todos trabajan y todos disfrutan de todo. Basta sólo saber cuáles son las cosas que se necesitan para satisfacer a todos, y hacer de modo que todas estas cosas sean abundantemente producidas.
Pepe.- ¿En el comunismo no habría, pues, necesidad de moneda?
Jorge.- Ni de moneda ni de nada que la sustituya. Nada más que un registro de las cosas pedidas y de las producidas, para tener siempre la producción a la altura de las necesidades. La sola dificultad seria si hubiese muchos que no quisieran trabajar; pero ya he dicho las razones por las cuales el trabajo, que hoy es una pena tan grave, se cambiaría en un placer, al mismo tiempo que en una obligación moral, que sólo un loco podría rechazar. También he dicho que lo peor que puede suceder si por efecto de la mala educación que hemos recibido o por alguna privación a la cual deberíamos sustraernos antes que la nueva sociedad fuese organizada y la producción multiplicada en proporción de las nuevas necesidades, si, repito, hubiese quienes no quisieran trabajar o que quisieran crear dificultades, todo se reduciría a echarlos de la comunidad, dándoles las primeras materias y los instrumentos de trabajo, para que trabajaran por su cuenta. Así, cuando quisieran comer, se pondrían a trabajar. Pero ya verás como estos casos no abundarán. Además, que lo que nosotros queremos hacer por la fuerza es poner en común los terrenos, materias primas, instrumentos de trabajo, Edificios y todas las riquezas que actualmente existen. Referente al modo de organizarse y de distribuir la producción, el pueblo hará lo que quiera, tanto más cuanto que en la práctica puede verse cuál es el mejor sistema. Hasta puede preverse, casi con certeza, que en unos sitios se establecerá el comunismo, en otros el colectivismo y en otros otra cosa, y cuando se haya visto cuál sistema es el mejor, los demás lo irán adoptando. Lo esencial, recuérdalo bien, es que nadie empiece queriendo mandar a los demás y apropiarse de la tierra y útiles de trabajo. A esto hay que estar atentos, para impedirlo, si sucediera, aunque tuviéramos que recurrir a las armas; lo demás irá por sí solo.
Pepe.- Esto también lo he comprendido. Dime ahora, ¿qué es la anarquía?
Jorge.- Anarquía, significa no gobierno. ¿No te he dicho ya que el gobierno no sirve sino para defender a los señores, y que cuando se trata de nuestros intereses, lo más lógico es que procuremos por ellos nosotros mismos, sin que alguien venga a mandarnos? En lugar de nombrar diputados y consejeros comunales que hacen y deshacen, a los cuales nos toca obedecer, trataremos nosotros mismos lo que nos atañe y decidiremos lo que hay que hacer, y cuando, para poner en ejecución nuestras deliberaciones, hubiese necesidad de encargarlas a alguno, le encargaríamos hacer tal o cual cosa y nada más. Si se tratase de cosas que no pueden establecerse enseguida, entonces encargaríamos a los que son capaces de ello, que lo vieran, estudiaran y propusieran; de todos modos nada se efectuaría sin nuestra voluntad. Así, nuestros delegados, en lugar de ser individuos a los que habríamos, dado el derecho de mandarnos, serían personas escogidas entre las más inteligentes en todas las materias, que no tendrían autoridad y sí sólo el deber de efectuar lo que los interesados quisieran; por ejemplo: uno se encargaría de organizar las escuelas, o trazar una calle o proveer el cambio de productos, de la misma manera como se encarga hoy al zapatero que haga un par de zapatos. Esto es la anarquía. Además, que si quisiera explicarte todo lo que sobre este tema hay que hablar, debería explicar otro tanto más de lo que ya hemos hablado. Otra vez lo haremos más extensamente.
Pepe.- Está bien, pero entretanto, ya que me has excitado la curiosidad, te pido que me des otra explicación respecto a lo mismo. Explícame cómo debería arreglarme, pobre ignorante como soy, para entender todas aquellas cosas que llaman política y efectuar por mí mismo lo que hacen los ministros y diputados.
Jorge.- ¿Qué es lo que hacen ministros y diputados para que tengas que lamentarte de no saberlo hacer? Hacen las leyes y organizan la fuerza para sujetar al pueblo y garantizar la expoliación que ejercen los propietarios: he ahí todo. Esta ciencia, no tenemos ninguna necesidad de aprenderla. Verdad es que los ministros y diputados se ocupan de muchas cosas que son buenas y necesarias; pero mezclarse en ellas para volverlas en provecho de una clase dada o de una persona, o entorpecer el desarrollo con reglamentos inútiles y vejatorios no quiere esto significar que uno se ocupe de dichas cosas. Por ejemplo: esos señores intervienen en los asuntos ferroviarios; pero para construir y aprovechar un ferrocarril, no hay ninguna necesidad de ellos, como no hay necesidad de los accionistas; bastan los ingenieros, los mecánicos, obreros y empleados de todas categorías, y éstos siempre subsistirán, aun cuando los ministros, diputados, y otros parásitos hayan desaparecido por completo. Lo mismo puede decirse del correo, del telégrafo, de la navegación, de la instrucción pública, de los hospitales; cosas todas ellas efectuadas por trabajadores diversos, como empleados postales, telegrafistas, marineros, maestros, médicos y en las cuales el gobierno sólo se introduce para estorbar, aprovecharse y esquilmar. La política, tal como la entienden y efectúan las gentes del gobierno, es para nosotros una cosa difícil, porque se ocupa de cosas que, a nosotros, los trabajadores, nos importan dos cominos y porque no tienen nada que ver con los intereses reales de la población, a la que sólo tiende a engañar y dominar. Si, al contrario, se tratase de establecer lo mejor posible las necesidades del pueblo, entonces resultaría mucho más difícil para el diputado que para nosotros. De hecho, ¿qué quieres que sepan los diputados que viven en Roma de las necesidades de todas las ciudades y campiñas de Italia? ¿Cómo quieres que gente que, generalmente, ha perdido su tiempo en el latín y el griego y lo pierde actualmente con peor utilidad, pueda comprender los intereses de los diferentes oficios? De otra manera sucedería si cada uno se ocupase de las cosas que sabe y de las necesidades que siente y ve. Hecha la revolución, necesitamos principiar las cosas por abajo e ir subiendo gradualmente. El pueblo se encuentra dividido en agrupaciones y en cada una hay diversos oficios que enseguida, bajo el efecto del entusiasmo y el impulso de la propaganda, se constituirían en asociaciones. Ahora dime, los intereses de vuestra agrupación y de vuestro oficio, ¿quién mejor que vosotros los comprenderéis?. Cuando se trate de poner de acuerdo muchas agrupaciones u oficios, los delegados respectivos llevarán a una asamblea a propósito los votos de los que los envíen y tenderán a armonizar las diversas necesidades y los varios deseos. Las deliberaciones estarán siempre sujetas a la comprobación y aprobación de los mandantes, de modo que no hay peligro de que los intereses del pueblo sean relegados al olvido. Y de este modo se procederá, hasta poner de acuerdo a todo el género humano.
Pepe.- Pero si en un país o en una asociación hay quien lo comprende de una manera y quien de otra, ¿cómo se arreglará? Vencerán los que estén en mayoría, ¿verdad?
Jorge.- De derecho, no, porque ante la verdad y la justicia, el número no tiene valor y a veces uno solo puede tener razón contra cien. En la práctica Se arreglará como se pueda; se harán esfuerzos por conseguir la unanimidad cuando fuese posible, o se remitirá la decisión a una tercera persona árbitro, salvo siempre la inviolabilidad de los principios de igualdad y de justicia, por los cuales se rige la sociedad. Nota, sin embargo, que las cuestiones en que no podrá ponerse de acuerdo sin recurrir al voto o al arbitraje, serán muy pocas o de escasa importancia, porque no existirán ya las divisiones de intereses como existen hoy, porque cada uno podrá elegir el pueblo y la asociación, o sea los compañeros más afines y, sobre todo, porque se tratará siempre de decidir, sobre asuntos claros, que todos puedan comprender y que pertenecen más bien al campo positivo de la ciencia que al campo movible de la opinión. Y cuanto más se adelante, tanto más inútil será el voto, anticuado y hasta ridículo, porque cuando se haya encontrado, mediante la experiencia, en un problema dado, la solución que mejor satisfaga las necesidades de todos entonces habrá sólo necesidad de demostrar y persuadir, no de aplastar con una mayoría numérica la opinión contraria. Por ejemplo, ¿no os haría reír el que se llamase hoy a los campesinos a votar sobre la época en que se debe sembrar el trigo, cuando ese es un asunto solucionado ya por la experiencia? Y si no fuese así, ¿recurriríais al voto o a la experiencia? Así pisará con todo lo que se refiere a la utilidad pública y privada.
Pepe.- Pero, ¿y si, a pesar de todo, hubiese quien por un capricho cualquiera quisiera oponerse a una deliberación acordada en interés de todos?
Jorge.- Entonces claro está que se necesitaría recurrir a la fuerza, porque, si no es justo que una mayoría oprima a una minoría tampoco lo es lo contrario, y como las minorías tienen el derecho de insurrección, las mayorías lo tienen de defensa, y, no ofenda la palabra, el de represión. No olvides que siempre y en todas partes los hombres tienen el derecho imprescindible a las materias primeras y a los útiles de trabajo, así es que pueden siempre separarse de los demás y quedar libres e independientes. Verdad que esta no es una solución satisfactoria, porque así los disidentes quedarían privados de muchas ventajas sociales que el individuo aislado o el grupo no pueden producir y que reclaman el concurso de toda una gran colectividad... ¿qué quieres? los mismos disidentes no podrían pretender que la voluntad de muchos fuese sacrificada a la de pocos. Convéncete; fuera de la solidaridad, del amor, de la mutua asistencia y cuanto surge de la mutua tolerancia, no hay sino tiranía y guerra civil; pero ten la seguridad de que, como la tiranía y la guerra civil dañan a todos indistintamente, apenas los hombres sean árbitros de sus destinos, se inclinarán a la solidaridad, por la cual solamente pueden realizarse nuestros ideales, y por ello la paz, el bienestar y el progreso universal. Nota también que el progreso, mientras tiende a solidarizar cada día más a los hombres entre sí, tiende también a hacerlos más independientes y capaces de bastarse a sí solos. Por ejemplo: Hoy para viajar rápidamente por tierra, hay que recurrir al ferrocarril, el cual requiere, para ser construido y aprovechado, el concurso de gran número de personas; así es que cada uno está obligado, aun dentro de la anarquía, a adaptarse al trazado, al horario y a las otras reglas que la mayoría cree mejores. Pero si mañana se inventa una locomotora que un hombre solo pueda manejar sin peligro para él y para los demás, en una calle cualquiera, hete aquí que ya no hay necesidad de contar en este caso con el parecer de los demás, y cada uno puede viajar por donde le parezca y a la hora que guste. Y así en miles de otros casos que podrían citarse en la actualidad o que el porvenir encontrará. Puede decirse que la tendencia del progreso es hacia un género de relaciones entre los hombres que puede definirse en la siguiente forma: solidaridad moral e independencia material.2
2.-Desde la época en que se ha escrito este libro, la previsión se ha realizado. El automóvil da ya el medio de viajar por todas partes y rápidamente sin la necesidad de una organización complicada y de reglas rigurosas, como son las exigidas por el servicio ferroviario. Y la aeronavegación está ya bastante adelantada para dar a los individuos mayor independencia y suprimir muchas desigualdades dependientes hoy de la posición topográfica de las diversas localidades. Así la invención del motor eléctrico, con la posibilidad de llevar la fuerza motriz a todas partes y en toda cantidad, ha hecho que se puedan utilizar las máquinas incluso a domicilio, y ha suprimido en gran parte la necesidad de las grandes fábricas que imponía la máquina a vapor para que pudiese ser empleada económicamente. Así la telegrafía sin hilos tiende a suprimir la necesidad de un complicado servicio telegráfico. El progreso de la química apto para todo género. (Nota del autor, 1913)
Pepe.- Está bien. Tú, pues eres socialista y entre los socialistas, eres comunista y anarquista: ¿por qué te llaman, además, internacionalista?
Jorge.- Los socialistas han sido llamados internacionalistas porque la primera gran manifestación del socialismo moderno fue la Asociación Internacional de los Trabajadores, que para abreviar se llama la Internacional. Esta asociación, nacida en 1864, con el objeto de unir los trabajadores de todas las naciones en la lucha por la emancipación, económica, tenia al principio un programa muy indeterminado. Al determinarse se dividió en varias fracciones, y la parte más avanzada llegó hasta formular y propagar los principios del socialismo anárquico, que es lo que he intentado explicar. Actualmente esta asociación ha dejado de existir, en parte por haber sido perseguida y proscripta, en parte por las divisiones intestinas y por las varias opiniones que se disputaban el campo. De esta asociación ha nacido el gran movimiento obrero que actualmente agita el mundo, y los varios partidos socialistas de los diversos países, y el Partido Internacional Socialista-anárquico Revolucionario, que ahora se está organizando para dar el golpe mortal al mundo burgués. Este partido tiene por objeto propagar con todos los medios posibles los principios del socialismo anárquico; combatir toda esperanza en las concesiones voluntarias de los amos o del gobierno y en las reformas graduales o pacíficas; despertar en el pueblo la conciencia de sus derechos y el espíritu de rebeldía y empujarlo y ayudarlo a efectuar la revolución social, o sea a destruir el poder político o gobierno y a poner en común todas las riquezas existentes. Forma parte de este partido, el que acepta su programa y quiere combatir junto con los demás para su ejecución. No teniendo el partido jefes ni autoridad de ninguna especie y estando fundado en el acuerdo espontáneo y voluntario entre los combatientes por la misma causa, cada uno conserva la plena libertad de juntarse íntimamente con quien tenga por conveniente, practicar aquellos medios que cree preferibles y propagar sus ideas particulares, mientras no se ponga en contradicción con el programa o con la táctica general del partido, en cuyo caso no podría ser considerado como miembro del partido.
Pepe.- Todos aquellos que aceptan los principios socialista-anárquico-revolucionarios, ¿son miembros de este partido?
Jorge.- No, porque uno puede estar de acuerdo con nuestro programa, pero puede, por una razón cualquiera, preferir luchar solo o de acuerdo con unos pocos, sin contraer vínculos de solidaridad o de cooperación efectiva con la masa de aquellos que acepten el programa. Este puede ser también un método bueno para ciertos individuos y para ciertos fines inmediatos que uno se proponga; pero no puede aceptarse como método general, porque el aislamiento es causa de debilidad y crea antipatías y rivalidades allí donde hay necesidad de fraternización y concordia. En cualquier caso, nosotros consideramos siempre como amigos y compañeros a todos aquellos que de cualquier modo combatan por las ideas por las cuales también nosotros combatimos. Puede haber individuos que están convencidos de la verdad de la idea y, sin embargo, se están en casa, sin ocuparse de propagar aquello que creen justo. A éstos no se les puede decir que no sean socialistas y anarquistas de idea, puesto que piensan como nosotros; pero es cierto también que deben tener la convicción muy débil o el ánimo tímido; porque cuando uno ve los males terribles que le afligen a él y sus semejantes y cree conocer el remedio que ha de ponerles fin, si tiene algo de corazón, ¿cómo puede mantenerse tranquilamente sin obrar? El que no conoce la verdad, no es culpable; pero lo es grandemente quien la conoce y hace como si la ignorara.
Pepe.- Tienes razón y apenas haya reflexionado un poco sobre todo lo que me has dicho y me haya persuadido buenamente, quiero entrar yo también en el partido y propagar estas santas verdades, y si después los señores me llaman a mí también malhechor y criminal, les diré que vengan a trabajar y a sufrir como yo hago, y sólo entonces tendrán derecho a hablar.