COMPILACIÓN DE ESCRITOS

John Zerzan

LA PREHISTORIA MANIPULADA

John Zerzan

Todo lo que conocemos de los albores de la humanidad lo sabemos gracias al estudio de los restos materiales que los primeros hombres han dejado y que han llegado hasta nosotros. Estos restos son esencialmente, en la primera época, huesos de animales y humanos, y piedras talladas. Su disposición en parajes particulares aporta también valiosas informaciones. El hecho esencial es que se trata de restos extremadamente fragmentarios, imposibles de fechar con gran precisión. A partir de estos restos, los prehistoriadores establecen hipótesis, mas tarde formulan teorías, a menudo superadas por descubrimientos posteriores. La prehistoria es un dominio del conocimiento muy variable, siempre sujeto a cambios: la idea que nos hacemos de este periodo o, sobre todo, de estos periodos, no puede ser tan precisa como la que tenemos de periodos más recientes. Las certezas son escasas, y más bien genéricas que precisas. Los últimos treinta anos, con sus muchos descubrimientos y la evolución de los métodos, han perfilado considerablemente la imagen caracte-rística de la prehistoria que ha prevalecido hasta mediados del siglo XX. Al mismo tiempo, han aparecido otros problemas que han tendido a hacer las cuestiones cada vez mas complicadas.

La misma definición del hombre nos supone un problema. Generalmente, se cuentan para todo el periodo paleolítico, que se extiende alrededor de 2,5 o 3 millones de años, cuatro representantes del genero Homo: en primer lugar, el más antiguo, el Homo habilis, del cual descienden las tres especies más recientes, cronológicamente: el Homo erectus (Pithecanthropiens), el Homo sapiens arcaico (Neandertaliense) y, por fin, el hombre “moderno”, el único que queda hoy presente en el planeta, el Homo sapiens sapiens. Anterior al más antiguo representante del género Homo, existen diferentes especies de Australopitecos, con los que el Homo habilis contemporizó largo tiempo: él mismo descendía de un tipo de Austrolopiteco llamado grácil. Estos primates antropoides se servían de útiles de piedra y hueso y practicaban sin duda la caza organizada, pero no forman parte (al menos por el momento) del club Homo. Asimismo, es de subrayar que aun cuando pertenece al genero Homo, al Homo habilis generalmente no se 1e considera que forme parte de la misma especie que el Homo sapiens sapiens.

A partir de estos datos de base, se puede ya percibir las manipulaciones operadas por Zerzan. A la vista de las numerosas citas a las que recurre en sus artículos, no se le puede considerar un ignorante de lo que está hablando. Las omisiones, o más bien la elección que hace de algunas teorías en detrimento de otras, señalan una voluntad deliberada por su parte. Zerzan quiere trazar un cuadro idílico de los inicios de la humanidad: va a perfilar los elementos que le permitirán dibujar este cuadro.

Para nuestro ideólogo, en primer lugar, es importante hacer remontar la humanidad lo más lejos posible, por una razón concreta: cuanto más el hombre evoluciona hacia su forma “moderna”, más incontestables se vuelven los elementos que muestran la existencia de lo que Zerzan llama “alienación” (prácticas artísticas y religiosas, lenguaje articulado, sentido del tiempo e intención, etc.). Le viene bien, pues, dirigirse hacia los momentos más arcaicos de la evolución humana. Ya los neandertalianos (300 a 400.000 años) le parecen demasiado “cultos”. Irá a buscar sus ejemplos preferidos entre los primeros humanos, los famosos Homo habilis. Pero igualmente esta solución no deja de darle problemas. Zerzan los sorteará al precio de hacer equilibrios intelectuales al límite de la honestidad.

Por otra parte, anuncia lo que será su método en el inicio de Futuro Primitivo: después de haber manifestado legítimos reparos sobre la ciencia aislada, reconoce que lo que llama con desprecio “literatura especializada”, es decir científica, “puede no obstante suministrar una ayuda altamente apreciable”. ¿Y qué es, por otra parte, lo que nos podría suministrar esta “ayuda” sin convertirnos nosotros mismos en arqueólogos, es decir, en poseedores del horrendo “saber aislado”? ¿Acaso se imagina Zerzan que los primeros humanos van a resucitar para explicarnos cómo vivían? La arqueología es la única fuente disponible para quien quiera saber lo que fue la humanidad en los primeros tiempos. Así, aunque se pueda decir cualquier otra cosa, estamos obligados a razonar a partir de sus descubrimientos. No se trata de una “ayuda”, sino que es todo lo que tenemos.

Pero para Zerzan los descubrimientos científicos no constituyen más que un medio para desarrollar su ideología. Es por esta razón que aborda la ciencia “con el método y la vigilancia apropiadas” y que se declara “decidido a traspasar los límites”. Decididamente, no tendrá ningún empacho con lo que le estorba, se reservará el derecho a utilizar el argumento de la autoridad científica (con más exactitud que los mismos científicos, conviene hacerlo notar) cuando aquel le convenga y de rechazarlo cuando no le convenga. Esto es lo esencial del método de Zerzan, que se aplica en todos sus textos. Se trata de instrumentalizar la ciencia, que dado que no es más que una institución cultural jamás puede ser objetiva y debe ser tratada como tal. Se trata de una vieja concepción de la actividad científica puesta al servicio de una ideología, que los esforzados doctores Lyssenko y Mengele ilustraron brillantemente en el curso del siglo pasado.Observemos en su desarrollo este “método” propuesto. Podemos empezar por el problema de la caza: Zerzan es no-violento, probablemente vegetariano y, por tanto, considera que comer carne es inmoral, ya que esto implica matar animales, y además es perjudicial para la salud. Por otro lado, cazar es cansado y obliga a organizarse. Por tanto, la recolección debe haber sido el estado natural de la “buena” humanidad, es decir, de la que más se parece al mismo Zerzan. Queda por demostrar. No lo demuestra, lo afirma.

Según él, “se admite en lo sucesivo de manera normal” que la recolección constituía “el principal recurso alimentario”. Quién admite esto, y a partir de qué, Zerzan no lo dice. Y el “principal” recurso no significa el “único” recurso. Pero esto no es serio: esta afirmación, inmersa en las consideraciones sobre la no-división sexual del trabajo (Zerzan es también feminista, seguro), permite, por un simple efecto de lenguaje, dar la impresión de que los primeros humanos eran vegetarianos.

Pero todavía va más lejos: afirma con un tal Binford “que ningún rastro tangible de practicas carniceras indica un consumo de productos animales hasta la aparición, relativamente reciente, de humanos anatómicamente modernos”. He aquí, pues, estos orates neandertalianos, portadores de todos los males.

Sin embargo, hay un problema. Como hemos indicado al principio, el conocimiento de la prehistoria se apoya en el descubrimiento de yacimientos arqueológicos. No sé sobre qué se apoya Binford para afirmar la ausencia de consumo de carne, o más exactamente de “practicas carnívoras” anterior a una fecha tan “reciente”, pero existe al menos un paraje, entre los más conocidos y antiguos (1.8 millones de anos) que demostraría lo contrario: el sitio de Olduvaï, al norte de Tanzania, donde se descubrieron entre 1953 y 1975 los restos de primitivos Homo habilis, nuestros más lejanos ancestros. Asimismo, fueron hallados los restos de un elefante, mezclado con más de 200 instrumentos, que habían servido para el despiece. Se podrá objetar que esto no es indicativo de caza, pero puede ser una práctica carroñera, se trata al menos de que el despedazamiento es una “practica carnicera”. En el mismo lugar también se han descubierto tres cráneos de la misma especie de antílope con la misma fractura, resultante de un golpe asestado can la ayuda de un guijarro o de una maza. Ello indica sin duda una practica de matanza ya codificada, siguiendo reglas precisas, y desmiente en todo caso la tesis de un consumo de carne meramente ocasional, y aun más la de un vegetarianismo generalizado hasta la aparición del hombre “moderno”.

Asimismo, en el lugar de Vallonnet, descubierto en 1962 y remontando 950.000 años atrás se han hallado los restos de una ballena encallada en una playa cercana, que fue arrastrada hasta esta gruta para ser despedazada. Los primeros útiles de piedra no han sido usados únicamente, como es bastante evidente, para el “trabajo de materias vegetales”. La cita que hace el autor en la p. 38 de Futuro Primitivo de instrumentos reservados para este uso, no es pues válida, si es que es exacta, más que en el caso particular que él menciona, caso particular que intenta, por un método oratorio clásico, hacer pasar como una generalidad.

Nuestro objetivo en este trabajo no es el de resolver los debates sobre la prehistoria: no tenemos los medios ni los deseos. Observamos simplemente que Zerzan, que no ignora para nada el lugar de Olduvaï, puesto que lo menciona en la p. 44 de Futuro Primitivo para ensalzar la belleza del hacha aqueulina, y conoce también el de Vallonnet, los olvida pura y simplemente cuando se trata de evocar tesis que no le complacen. Cuando se anuncia una tesis, tanto en arqueología como en otras materias, parece evidente que como mínimo se deben citar y mejor aun refutar las tesis que podrían contradecir aquella que uno propone. Zerzan ignora la contradicción, o más exactamente la silencia. No suscitar la contradicción es una práctica normal de la mentira social organizada que Zerzan quisiera denunciar. Empleando sus métodos, incluso con otro fin, Zerzan cae en esta mentira.

También se puede evocar la cuestión del feminismo de Zerzan y de su proyección el estudio de la prehistoria. Para sostener la tesis de la no-división sexual del trabajo, Zerzan propone el predominio de la recolección, siendo ésta de manera “natural” una actividad no dividida según los sexos. A pesar de lo que hemos dicho antes, el predominio de la recolección es más o menos cierto. Tan sólo hemos precisado que éste no constituía en realidad la única actividad alimen1icia de los hombres primitivos. Por lo tanto, ¿qué podemos saber de la división sexual de esta tarea en esta época? Podemos hacer una extrapolación a partir de los cazadores-recolectores existentes hoy. Pero los cazadores-recolectores actuales no son más “primitivos” que nosotros mismos. Evidentemente, son tan sapiens sapiens como nosotros. Todo lo que se puede decir de la cultura de los primitivos humanos de hace dos millones de años no serán más que extrapolaciones y suposiciones. También es absurdo suponer que las condiciones sociales de estos primeros grupos no han evolucionado a lo largo de dos millones de años como para hablar del “hombre prehistórico” como de una sola e idéntica especie, una entidad única. Ni siquiera tratamos de evocar la “condición de la mujer” prehistórica. Zerzan da como argumento, evocando esta vez a Juan Gero, que los “útiles de piedra podrían haber sido tanto de los hombres como de las mujeres”. Cierto. Pero esto no significa en absoluto que lo hayan sido. En este caso, lo más honesto es decir que no se sabe nada. Pero la honestidad, como se ha visto, no es el afán principal de Zerzan. Del mismo modo, nos dice esta vez Poirier, no existe “ninguna prueba arqueológica para apoyar la teoría según la cual los primeros humanos habrían practicado una división sexual del trabajo”. Lo que, para Poirier, no es más que una ausencia de prueba, para Zerzan claramente la constituye. Lo que simplemente resalta de estas citas es tan sólo que no podemos afirmar que tal división haya existido. También es posible que las mujeres hayan participado en las cacerías primitivas, incluso los niños. El problema está en que con la ausencia de pruebas arqueológicas, no podemos decir nada. En el cuadro de su feminismo, Zerzan formula también una teoría sobre la reducción del dimorfismo sexual y, en particular, sobre la disminución de la talla de los caninos en los machos. Afirma que “la desaparición de los grandes caninos entre los machos refuerza en gran manera la tesis según la cual la hembra de la especie habría obrado una selección a favor de los machos sociables y partícipes”. Pero la desaparición de los grandes caninos no viene a “reforzar” nada semejante, y menos todavía “en gran manera”. La desaparición de los grandes caninos es el resultado de un proceso, no es para apoyar lo que sea. Cuesta ver porqué los jóvenes que tuvieran los “dientes largos” serían menos “sociables y partícipes” que los otros y, sobre todo, que el hecho de ser “sociable y partícipe” hiciera encoger los dientes. Montones de primates “sociables y partícipes” poseen aun hoy los “dientes largos”. Pero esto es porque, nos dice Zerzan, entre los primates la hembra “no tiene esta elección”. Uno de los resultados de la liberación de la mujer en el paleolítico habría sido hacer recortar los dientes a los jóvenes machos. Esto es bastante confuso, pero revela sobre todo la representación que se hace Zerzan, feminista americano, de la “lucha de los sexos”, y su proyección de la representación en el estudio de esta prehistoria. De paso, y a pesar de que nuestro objetivo no sea el de discutir tesis arqueológicas, señalaremos simplemente que otra tesis comúnmente admitida considera que la disminución de la talla de la dentadura es debida en esta época a la prolongación de la etapa de la infancia y de la adolescencia. El niño, al estar durante más tiempo bajo la protección de los adultos, le permite adquirir las habilidades técnicas y complejas que requiere la industria lítica, atendiendo más tardíamente a sus necesidades alimenticias, lo que hace que su dentadura crezca, a lo largo de generaciones, con más lentitud. Esta teoría iba bien para este tema de la selección directa por las mujeres. Pero es menos espectacular, menos feminista y, sobre todo, tiende a demostrar que la organización social en estos tiempos lejanos ya había alcanzado un grado de complejidad tal que algo como un aprendizaje especializado había llegado a ser necesario. La tesis folklórica de la selección por las mujeres está, pues, presente para enmascarar el “problema” de una socialización compleja desde los inicios de la humanidad.

En este estadio de nuestro análisis del texto de Zerzan, se ve claramente que ni siquiera remontando la humanidad a sus más antiguos representantes, alcanza, con su cuenta y razón, a demostrar la existencia de la “buena” humanidad que busca. No hallándola, la sugiere por diferentes medios de orden básicamente retóricos y también disimulando informaciones que se guarda de manera incontestable.

No decimos que todo lo que afirma sea falso. Decimos que busca dibujar un cuadro uniforme de la vida de los hombres prehistóricos a priori y de hacer proyecciones de su propia ideología. Esto que es un peligro esencial cuando se estudian otras culturas, y más aún en el caso de culturas tan alejadas por el tiempo y acerca de las que tenemos tan poca información como son las culturas paleolíticas, que es el peligro de proyectar la propia cultura sobre la de los demás, Zerzan lo convierte en método. Esta tendencia inherente a todas las ciencias humanas, de la que ninguna de estas ciencias podrá nunca librarse (el hombre tomándose a sí mismo como objeto de estudio siendo al mismo tiempo un sujeto, formando parte de una cultura, y razonablemente a partir de ella), obliga a una extrema prudencia. El método más seguro para equivocarse frente a cualquier realidad, es querer a cualquier precio hacerle decir alguna cosa. Jamás hemos dicho que no sea lícito correr riesgos, ni hace falta desterrar toda intuición. Muchos grandes descubrimientos son el fruto de una primera intuición. Cuanto menos, a partir de hechos concretos, se pueden proponer hipótesis, y si éstas se verifican, llegar hasta la teoría. Pero Zerzan no llega a la teoría, puesto que las “hipótesis” ya son para él la respuesta. Y, haciendo esto, ni siquiera se “equivoca”. Peor que esto. Manipula deliberadamente informaciones. En una palabra, miente, es decir que quiere engañar a los demás.

Los casos que hemos estudiado, el de la caza y el de la división sexual de las tareas, no son más que detalles de la ideología de Zerzan. En Futuro Primitivo está expresada una idea que se reencuentra en todos sus artículos y parece que constituye realmente la tesis central (cfr. el título original de Aux sources de l'aliénation: Elements of Refusal) de esta reconstrucción histórica paticoja. Esta tesis la expresa así, en la p. 47 de Futuro Primitivo: “me parece, por el contrario, más plausible que sea la inteligencia, o sea la conciencia de las riquezas la que hace posible la existencia del recolector-cazador, la razón de esta notable ausencia de `progreso'. Evidentemente, la especie deliberadamente ha rehusado la división del trabajo, la domesticación y la cultura simbólica hasta una fecha relativamente reciente”.

Una vez más, se puede admirar de qué manera se sirve del lenguaje, que por otra parte denuncia como instrumento de dominación. Una vez más la hipótesis se convierte inmediatamente en conclusión. Pasa del “parece plausible” a la “evidencia”. Entre ambos, no queda nada. Justamente, el punto que separa una frase de la otra. Exactamente el vado de un pensamiento que se contenta con palabras.

La única sombra de argumento que da para sostener esta tesis central, la tesis del rechazo consciente del progreso por la humanidad, es que 1) los humanos del paleolítico habían sido tan “inteligentes” como nosotros y, por lo tanto, disponían de los medios intelectuales para este progreso, 2) este progreso no ha tenido lugar, durante más de dos millones de anos. Queda, pues, en “evidencia” que los humanos han rehusado este progreso.

Como puede uno imaginar, las cosas son algo más complicadas que esto. Por otra parte, no es necesario tener profundos conocimientos en el terreno de la prehistoria para darse cuenta lo que tiene de vicioso este “razonamiento”. No se trata de que la tesis de partida sea tan absurda como esto: después de todo, ¿por qué no? Tan sólo sería necesario demostrarla. ¿Cómo se podría demostrar esta tesis? Simplemente por los descubrimientos arqueológicos y un razonamiento lógico a partir de estos hallazgos, puesto que no tenemos ningún otro medio para demostrar lo que sea sobre este periodo. Para poder hablar de “rechazo”, es necesario que la persona o el grupo concernido haya tenido conocimiento de aquello que rechaza. No se rechaza sino lo que se nos “propone” lo que se nos ofrece. Se puede, por ejemplo, hablar del “rechazo” del oficio de tejedor por parte de los obreros del textil ingles de 1830. Sería necesario, pues, para que se pudiera hablar del rechazo a la agricultura y ganadería por parte de los humanos del paleolítico, que estas practicas se las hubieran presentado, que las hubieran experimentado y luego las hubieran rehusado.

Por lo tanto, convendría, para demostrar esta tesis, que se hallara un lugar que demostrara que los humanos hubieran iniciado, en un momento dado de la prehistoria, la práctica de la ganadería o la agricultura, y posteriormente la hubieran abandonado, para reemprender su vida de cazadores-recolectores. En este caso, bien se podría hablar de “rechazo”. Pero por el momento, tal lugar no ha sido descubierto. De haber existido, Zerzan se habría apresurado a señalarlo, y habría tenido razón. Pero este no es el caso. Efectivamente, desde que los humanos han practicado la agricultura o la ganadería, jamás se han echado “hacia atrás”. Se da el caso, en el inicio del neolítico, de humanos sedentarios practicando simultáneamente la recolección y la caza, pero estos grupos han evolucionado rápidamente hacia la agricultura propiamente y no han, según nuestros conocimientos, destruido sus “hábitats”, abandonado sus campos y reemprendido su vida nómada.

He ahí lo que hubiera debido ser la gestión de Zerzan: a partir de una hipótesis inicial, buscar elementos concretos, articulados por un hacer lógico, que le permitiera confirmar aquella. Tras pasar un largo tiempo en el que ningún elemento aparece para demostrarla, una hipótesis no es más que lo que es: una visión del espíritu, que puede ser fecunda o, por el contrario, resultar inoperante. Por el momento, la hipótesis de Zerzan es inoperante. No le reprochamos haberla adelantado, ni siquiera que jamás pueda ser demostrada. Decimos que recoge una práctica engañosa e ideológica de lanzar una hipótesis como “evidente” cuando no existe la base de una prueba para apoyarla.

Zerzan habría podido explorar otro camino para demostrar su hipótesis (digamos de paso que es bastante escandaloso que nos veamos forzados a hacer esta labor en su lugar). Hay regiones, hoy todavía, donde los cazadores-recolectores merodean, más o menos alejados, alrededor de los agricultores sedentarios. Podemos hablar, por ejemplo, de unos Bushmen de África, de los que algunos estudios etnológicos han revelado que encuentran la agricultura “inútil o agotadora”. Allí habría un “rechazo” con conocimiento de causa. No obstante, según nuestro conocimiento, estos Bushmen jamás pasaron por la agricultura, a la que habrían rechazado desde “el interior”. Se puede decir, según este punto de vista, que ante todo rechazan un modo de vida que es externo a su propia cultura. Por otra parte, y en este sentido, es de notar que si los nómadas no van hacia los sedentarios, los sedentarios jamás se dirigen hacia los nómadas. ¿Que argumentos darían los agricultores para justificar su “rechazo” al estado del cazador-recolector? Zerzan diría, sin duda, que se hallan irremediablemente hundidos par la cultura alienada y que, por lo tanto, son incapaces de retomar a la “buena” humanidad”. Quizá sea verdad, pero no tenemos a mano ningún medio para valorar el grado de alineación de una cultura en relación a otra, ni tan sólo saber si el concepto de alineación es pertinente en este caso.

Lo que es interesante, en este supuesto caso, es que los grupos parecen “impermeables” los unos a los otros, y que el “rechazo” a la re-nomadización de los sedentarios marca el hecho de que ellos “prefieren” conservar su propia cultura que adoptar un tipo de vida radicalmente diferente, cualquiera que sea la satisfacción que individualmente les pueda dar. La cultura sedentaria, una vez formada, jamás es abandonada, cualquiera que sea el prejuicio sufrido por los individuos que componen esta cultura.

Además, Zerzan conoce el caso del contacto entre grupos sedentarios con cazadores-recolectores, puesto que cita el ejemplo de sedentarios que han ido en auxilio de cazadores-recolectores para prestarles ayuda en periodos de penuria. No obstante, no saca ninguna conclusión en cuanto a su tesis del “rechazo”, ya sea para tratar de reforzarla o para ponerla en duda. De hecho, Zerzan nunca saca ninguna conclusión, ya que una conclusión es el fruto de un razonamiento y él parece alérgico a todo razonamiento. Se contenta con mencionar las conclusiones de los demás o, cuanto menos, las conclusiones que más le gustan.

Con el paso al neolítico se constata una verdadera “revolución”, como se dice de forma clásica. Se puede asimismo hablar, de manera menos connotada, de una gigantesca ruptura. Un modo de vida, mantenida de manera más o menos estable, al menos en sus grandes líneas, durante 2,5 millones de años, se transforma brutalmente en otro modo de vida que, prosiguiendo su propia evolución, acaba por convertirse radicalmente en diferente. Todo esto, naturalmente, no se ha hecho en un día, pero la rapidez de progresión de la ruptura neolítica es, frente a la “lentitud” del paleolítico, casi exponencial. Tres o cuatro mil años han sido suficientes para su generalización.

Zerzan señala, citando a Binford, que “no se trata de saber porqué la agricultura no se ha desarrollado por todas partes, sino más bien porqué simplemente se ha desarrollado”. Y ésta es, efectivamente, la cuestión, a la cual nuestro ideólogo se guarda muy bien de intentar responder. Sería necesario para ello dejar de lado la cuestión puramente negativa del “rechazo” y meterse en los detalles. Ahora bien, sabemos que la cuestión está en los entresijos, es decir, la duda y las dificultades. Sería preciso empezar a hablar de los factores climáticos, de la demografía, de la estructura misma de las sociedades pre-neolíticas y de un montón de asuntos precisamente no muy poéticos. Es de notar, no obstante, que la transición al neolítico permanece bastante misteriosa en el actual estado de conocimientos. Como de costumbre, no hay más que teorías.

Existe la teoría de un cambio climático que habría modificado profundamente el medio humano, que habría llevado a los humanos a “adaptarse” practicando la agricultura. Se puede objetar a esta teoría el hecho de que en 3 millones de años ha habido suficientes cambios climáticos de esta suerte como para permitir una quincena de revoluciones neolíticas, que no obstante no han tenido lugar. Acerca de las relaciones del hombre con su medio, disponemos de interesantes elementos. Desde el Acaulino medio (entre 400.000 y 300.000 años, en la frontera entre erectus y sapiens arcaico), durante el periodo glaciar Riss, se observa la misma progresión en la talla de objetos (la famosa hacha achelense de la que tanto se ufana Zerzan), ya sea en Europa, en África o en Oriente Próximo. Esto significa, pues, que tenemos allí una misma cultura, que evoluciona, al menos en su aspecto técnico, independientemente de las presiones del medio natural. La famosa “armonía con la naturaleza” queda, pues, seriamente en entredicho. Efectivamente, el medio natural parece que poco influye en las culturas paleolíticas, aun en el caso de que estas culturas no actúen masivamente, como en el neolítico, sobre el medio natural. Pero la “ruptura”, al menos como tendencia, está desde ahora consumada. Es decir, que la evolución humana está más condicionada, desde el inicio, por sus propias estructuras sociales que por la influencia del medio natural.

Es preciso notar asimismo, en este marco, que las ideas de Marx acerca del “dominio de la naturaleza” que han contribuido a fundamentar la ideología progresista del antiguo movimiento obrero, han de ser sometidas a revisión, pero de otra manera que la de Zerzan. El dominio de la naturaleza no esta inscrito en el destino de las sociedades humanas. Cuando los humanos tallan objetos, no buscan “dominar la materia inerte”, sino producir aquello que necesitan sus sociedades. No buscan por asalto dominar el medio natural, que han recibido tal como estaba durante todo el paleolítico, lo que no significa tampoco que estuvieran más en armonía con él que luego con la ganadería y la agricultura. Se podría afirmar, como mucho, que el “medio natural” no existe para las sociedades humanas, si no se temiera caer en una extrapolación a la Zerzan. Las sociedades humanas parecen en todo caso apuntar más a su propia conservación, al mantenimiento de sus propias estructuras, que al dominio del medio que las rodea. Lo que sucedió en el neolítico fue que la conservación de las estructuras sociales pasaba por la dominación del medio natural, dominación que comportaba a su vez la creación de nuevas estructuras. Esta dominación no constituía, pues, la finalidad de la humanidad (su “tarea histórica” como sería en el proletariado hacer la revolución), sino la consecuencia de una nueva socialización.

Siguiendo esta teoría, el paso al neolítico no constituiría, pues, ni una adaptación a los dominios del medio, ni como parece sugerirlo Zerzan, una especie de conspiración del Espíritu del Dominio contra el Espíritu de la Libertad, sino una mutación vinculada a una modificación de la estructura social en sí misma. ¿A qué atribuir esta modificación? El factor más probable es un factor social interno pero a la vez “natural” (aunque se podría discutir seriamente acerca del aspecto “natural” de este factor para las sociedades humanas), es decir, e1 crecimiento demográfico.

Se sabe que las sociedades de los cazadores-recolectores, cuando las tensiones internas o la presión sobre el entorno se convierten en demasiado fuertes, “se escinden” para formar un nuevo grupo. Es posible imaginar que en un momento dado la demografía, habiendo llegado a ser demasiado importante para permitir esta “escisión”, haya impuesto a la sedentarización como la mejor solución. Con las construcciones de casas “duras” se daría la primera aparición de espacios “privados”, que permitirían limitar las tensiones dentro del grupo, sin tener que recurrir la “escisión”, convertida en algo problemático.

Desde luego, esta tesis comporta que los humanos se habrían sedentarizado y no habrían realmente practicado la agricultura y la ganadería hasta más tarde. Esto se puede sostener desde el punto de vista arqueológico gracias a los yacimientos Natufinos, en la región Sirio-Palestina, que se remontan alrededor de 10.000 años, en los inicios del neolítico. Los Natufinos construían sus casas “duras”, pero no practicaban, al menos en el inicio de su implantación, ni la agricultura ni la ganadería. Efectivamente, aun recurrían básicamente a la recolección y, en menor medida, a la caza. Pero la aldea se convirtió en su punto esencial de arraigo. Eran siempre cazadores-recolectores, pero sedentarios. Y puesto que básicamente se alimentaban de cereales silvestres, podemos suponer que es el almacenamiento de este grano en un lugar fijo lo que hizo posible la agricultura. También se puede pensar que una aldea de estas características debió atraer a animales de toda clase, de los que algunos quizá se auto-domesticaron poco a poco.

Sea lo que sea, este tipo de yacimiento parece confirmar la tesis de una sedentarización iniciada por la modificación de determinadas estructuras sociales, una “revolución” ocasionada por el peligro en que incurrieron las sociedades humanas que les impidió volver a reproducir, tal como era, la socialización precedente. Paradójicamente, se podría decir que el neolítico apareció por la tentativa de la sociedad paleolítica de preservarse a sí misma. La revolución neolítica fue de principio el instrumento de esta nueva socialización, que iba a traer las consecuencias que ya sabemos.

Sea lo que sea, estamos en un mundo que será lo que quiera, pero que ofrece de todas formas la ventaja de poder ser demostrado, muy lejos de la tesis del “rechazo” de Zerzan.

Vamos a dejar ahí Futuro Primitivo para dedicarnos rápidamente a la otra recopilación de artículos de Zerzan, Aux sources de l´ aliénation. La ideología de Zerzan está basada esencialmente en la concepción que tiene de los primeros tiempos de la humanidad. Hemos demostrado con bastante claridad que esta concepción no era imparcial, era parcial, y que la tesis central del “rechazo” descansaba en el aire. Con todo esto ¿qué queda de Futuro Primitivo? Poca cosa. Lo que queda, más o menos, está expuesto en el libro de M. Sahlins, Edad de Piedra, Edad de Abundancia. Se leerá con más provecho.

Para desmontar Futuro Primitivo, no hay necesidad de ser especialista de la prehistoria ni de nada. Sin muchos conocimientos previos, con una semana de trabajo, algo de lógica y un único libro de referencia, la Introduction a la Prehistoire de G. Camps, acomodados con el Dictionaire de la Préhistoire de Leroi-Gourhan, tenemos suficiente. No importa quien lo hubiera podido hacer. Zerzan ha apostado verosímilmente donde nadie lo haría. Es decir, que ha apostado sobre la ignorancia y la falta de curiosidad de sus lectores. Esencial-mente, ha jugado sobre la base de que su palabra sería creída. Esta actitud, para nosotros, nace de la más baja propaganda.

AUX SOURCES DE L’ÁLIÉNATION: UNA MIXTURA IDEOLÓGICA

John Zerzan

Antes de inclinarnos sobre el “fondo” de la ideología zerzaniana, observemos un poco su forma. Lo que primero salta a la vista cuando se ojean sus libros, es la cantidad de citas que emplea. Así, en S.A., aparecen cerca de 300, lo que nos da más o menos tres citas por página. Cuando se emplea tan gran cantidad de citas es porque se es escrupuloso en extremo o bien para dejar pasmado al lector con la cultura, para darle la impresión de que uno se ha embebido de una masa de conocimientos que le van a permitir saber que él, de poseer la última palabra. Tenemos que desbaratar a este género de individuos, que levantan una especie de muro entre él y su interlocutor, se atrinchera detrás de este muro para evitar ser descubierto y para dominar lo otro gracias al instrumento cultural empleado como una maza.

Zerzan se sirve de estas citas para dar a su discurso, por otra parte deshilvanado, una apariencia de cientificidad. Además, se sirve de autores que cita como el ventrílocuo hace con sus marionetas: aparecen un instante, dicen lo que él dice, y desaparecen. Los autores así mencionados presentan de este modo la ventaja de la credibilidad: puesto que lo ha dicho Fulano, es inútil discutirlo.

En el inicio del libro, quiere “declarar, de entrada, una intención y una estrategia: la sociedad tecnológica no podrá ser disuelta (e imposibilitada de reciclarse) más que anulando el tiempo y la historia”. Vasto programa, por cierto. Al ser humano no le falta ambición, cosa que nadie pensaría en reprocharle. Pero, ¿qué es lo que exactamente significa esto? ¿Con qué cuenta para “destruir el tiempo y la historia”? ¿Va a hacerlo solo o con otros? ¿Y quiénes van a ser esos? No sabemos nada. Ni esta “intención” ni esta “estrategia” están desarrolladas en lo que sigue. Es bastante decepcionante, pero a la vez característico del cajón de sastre del pensamiento zerzaniano: dice una cosa, después pasa a otra, por asociación de ideas, asociación que le impulsa hacia otra, todo seguido. Este método evidentemente le hace dar vueltas. Rebota de cita en cita, de una nota a otra, y al final de su escrito no ha avanzado un ápice: todo está como al principio. Y como nunca pone nada en duda, todo queda como estaba. Por lo que sabemos, ahí esta la misma definición de “reificación”, concepto marxista del que hace un abundante uso. Zerzan da vueltas en la noche, y no gasta otra cosa que su tiempo, mejor sería que lo empleara en otra cosa.

Esta ausencia de método también constituye uno de los fundamentos de su ideología. Se trata de una ideología de rechazo de la lógica, como “conciencia alienada”, que expresa citando a Horkheimer y Adorno: “Incluso la forma deductiva de la ciencia expresa la jerarquía y la coerción” (S.A. p.46). Por qué no, pero entonces, ¿por qué tantas citas de origen científico? Zerzan utiliza bien los descubrimientos de la ciencia cuando estos le favorecen, pero rehúsa el método científico, que es “demasiado restrictivo” o “antinatural”. Y en esto es parecido a todos los demás consumidores, que quieren los supermercados sin vacas locas, la electrificación total sin los peligros de lo nuclear, playa en casa sin mareas negras.

La lógica y la deducción son quizá instrumentos imperfectos y, desde luego, empapados de la ideología de nuestra cultura, pero, pobres de nosotros, esto es todo lo que disponemos. Sin estos instrumentos, sin estos métodos, nada se habría sabido jamás acerca de las condiciones de vida de los primeros humanos, y Zerzan habría sido condenado a callar, cosa a la que visiblemente aspira. Nadie, por otra parte, se lo impide.

Como todos los consumidores, Zerzan desea “vivir el presente”, en el “movimiento variopinto de la vida”. (Intentad repetir tres veces seguidas, sin reír, estas palabras: “el movimiento variopinto de la vida”. Este “movimiento variopinto” es más bien el de la sucesión de video-clips en la TV. A lo mejor, evoca una banda de hippies con pañuelos de colores bajando por una pendiente florecida de la pequeña casa de la pradera, para ir a estrellarse en el precipicio situado al fondo. La afinidad de Zerzan con la espontaneidad baba-cool, la afirma el mismo en la p. 41 de S.A.: “Por fortuna, igualmente, en los años 60, algunos empezaron a desaprender cómo vivir en la historia con el dejar de lado los relojes de pulsera, el hacer uso de drogas psicodélicas y, paradójicamente quizá, con este eslogan mordaz lanzado par los insurgentes franceses del mayo 1968: “¡Rápido!”

¿Es preciso recordar la introducción, avalada por los servicios secretos americanos, de las drogas psicodélicas en los campus americanos? ¿Conviene traer a la memoria la catástrofe de los famosos “movimientos de la juventud” de los años 60, que no tuvieron más efecto que el de formar una nueva clase especializada de consumidores y abrir de esta manera nuevos mercados al posfordismo, sosteniendo con estabilidad la sociedad en su embrutecimiento? Y este “¡Rápido!” del 68, ¿qué es sino el anuncio de la débil impaciencia de los consumidores de fast-food, de video-clips y de pensamiento pre-digerido a la salsa Zerzan?

Zerzan querría hacer creer que estamos alienados por el imperio de la razón. Y efectivamente, el mundo capitalista está dominado por la lógica de la economía y, de manera más concreta, por la necesidad vital, en este mundo, de la siempre creciente extracción de plusvalía. Pero esta racionalidad dominante se construye sobre un mundo de individuos cada vez más privados de los instrumentos de la razón, sobre el empobrecimiento del lenguaje a favor de su sucedáneo mediático y sobre el analfabetismo que se desarrolla bajo todas sus formas. La sociedad capitalista nos empobrece no sólo de manera material, por la falsa abundancia que es ausencia pura y simple, sino también intelectualmente. Aquello que Debord llamaba “la perdida de todo lenguaje adecuado a los hechos” es uno de los aspectos de la miseria capitalista, y uno de los aspectos que mejor consigue su dominio. Debemos luchar contra este empobrecimiento. Zerzan llama a más pobreza mental todavía. Él mismo da ejemplo a través de sus textos, miserables picadillos de otros anteriores, verdaderos “zappings” del pensamiento. El “pensamiento” de Zerzan es un producto puro de la alienación contemporánea.

EL COMUNISMO NO PUEDE SER “PRIMITIVO”

John Zerzan

La ideología de Zerzan no es más que la enésima aparición de un antiguo romanticismo primitivista, que se remonta hasta Rousseau e, incluso, antes que él, a Montaigne (cfr. Essais; Des Cannibales). Descansa sobre el postulado que afirma que nuestra cultura sería “mala”, puesto que habría perdido el “contacto con la naturaleza” que constituiría la “autenticidad” de las culturas primitivas (“Los Lotanticos son flores que brotan en los libros”, tal como Pañol pone en boca de Ugolin). Esta actitud es la de un colonialismo invertido, que haría de nuestra cultura la única cultura “verdadera”, es decir, el mal encarnado.

Hemos visto antes que, desde el inicio, la humanidad no se ha “liberado de los constreñimientos del medio natural”, como diría una concepción marxiana-utilitarista de las sociedades, pero se ha desarrollado independientemente de él. Lo cual no significa que los hombres vivan sin lazos respecto a su entorno, cosa que sería absurda, sino que son las estructuras simbólicas de las sociedades humanas las que condicionan su relación con el medio natural y no al revés. Así pues, desde este momento no se puede hablar de “proximidad” o de “alejamiento” de la naturaleza en ningún momento de la historia humana, sino tan solo de diversos tipos de relaciones con el medio que los humanos mantienen en el seno de sus sociedades, de su modo de vida en el sentido extenso del término.

Presentar la vida de los cazadores-recolectores como más “natural” que la de los sedentarios no tiene ningún sentido. El simple hecho que los cazadores-recolectores hayan tenido una vida más fácil, con más “tiempo libre” y más socialidad “gratuita”, que los sedentarios, no constituye en sí mismo un argumento. Por otra parte, existen sociedades sedentarias que practican la agricultura y disponen de un “tiempo libre” muy comparable al de los cazadores-recolectores, que practican la subexplotación y mantienen una baja densidad de población. Podemos mencionar los Chimbu de Nueva Guinea, que explotan solamente el 60% de la tierra cultivable; los Yagaw de las Filipinas o los Iban de Borneo, que mantienen su población entre el 30 y el 40% por debajo de la densidad que les permitiría una agricultura más intensa. En estas culturas, podemos observar “jornadas de trabajo” muy cortas, 4 o 5 horas, seguidas generalmente de varios días de descanso. Entre los Papus Kapauku, los hombres consagran de media 2h. 18 min. por día a la producción agrícola, y las mujeres 1 h. 42min. Hay otros ejemplos, pero se haría pesado citarlos todos.

La agricultura, contrariamente a las ecuaciones simplistas del tipo agricultura/crianza = domesticación de la naturaleza = dominación social, no es portadora del “mal absoluto” que Zerzan querría detectar.

Sin duda existirán también personas empeñadas en la investigación del Mal que querrán ir a encontrarlo en el almacenamiento (manifestación de la “conciencia del tiempo y del numero”, según Zerzan), supuesto ente prefigurativo de la acumulación capitalista y puerta de entrada en la vida humana del pecado de avaricia. Mas, ay, comprobamos asimismo que muchos cazadores-recolectores practicaban la acumulación como fácilmente podemos imaginar. A menos de tomar a los primitivos por imbéciles, mal haríamos creyendo que iban a contentarse recogiendo lo que hallaban, satisfaciendo su hambre inmediata para acostarse enseguida beatíficamente a la sombra del Árbol de la Abundancia. Bellotas de encina, nueces, castañas silvestres y demás serán recogidos por los cazadores-recolectores en instrumentos de cestería y puestos a secar (la aparición tardía de la cerámica no significa que no se conocieran anteriormente otros tipos de receptáculos, sino que no disponemos de vestigios de estos recipientes tejidos, hechos de materiales perecederos), en previsión de un posterior consumo. La noción zerzaniana del “presente perpetuo” recibe un golpe, ya que todo esto significa una anticipación a una larga duración de necesidades y la puesta en marcha de una estrategia para subsistir.

Sea lo que sea, el Mal absoluto no se halla ni en el almacenamiento, ni en la agricultura, ni en las formas de organización más o menos complejas o “abstractas” (¿qué hay más complejo y “abstracto” que los sistemas de linaje transversal del parentesco en algunas culturas “primitivas”?), y aun menos en la conciencia del tiempo, en las matemáticas o en el lenguaje. De hecho, no hay “mal absoluto”. Abandonemos un poco el quehacer de la moral.

Zerzan es un feroz enemigo de cualquier organización. Para él, toda acción concertada y orientada hacia un fin preciso comporta la alienación. Ve brujos por todas partes. Lo que le disgusta de las sociedades modernas es, básicamente, su organización. Que ahora esta alienada, no ofrece ninguna duda. Pero, ¿debemos subscribirnos a este anarquismo bruto, que ve en toda agrupación de más de tres personas un factor de dominación o alienación?

Zerzan habla de una “sociedad cara a cara”, de una “sociedad de amantes”. Nos trae a T. Kaczynski, conocido como Unabomber, que en su Manifiesto declara que “el individuo” se halla frustrado por lo que llama su “auto-realización”, “cuando las decisiones colectivas son tomadas por un grupo demasiado extendido para que el rol de cada uno tenga alguna significación”. Zerzan sueña en los cazadores-recolectores, Kaczynski en los conquistadores del Oeste. En ambos casos, pequeños grupos aislados, con unas tasas de población muy débiles.

Esta ideología señala un deseo muy característico del individualismo de masas: el deseo de auto-valorización, el deseo de ser reconocido por el otro. Este deseo pone de manifiesto una falta muy real, pero que, como producto de la alienación, expresa su lenguaje. Es el ser humano separado el que habla así, pues en su separación todo lo que le queda es su propia soledad, lo que él llama su “individualidad”. Privados como estamos de toda acción colectiva consciente, ni siquiera a1canzamos a imaginar que una tal acción sea posible.

Por el contrario, es necesario afirmar que ese tipo acción es posible, y lo es porque en el punto en que hoy nos hallamos es necesaria. La sociedad del “cara a cara”, la sociedad de los “pequeños grupos”, son productos del individualismo agraviado, de la bolsa de provisiones aislada que quiere existir “por y para sí mismo”, junto con algunos compañeros. Los problemas que plantea hoy el capitalismo, y que éste no resolverá, ya que sólo nosotros, como comunidad humana, somos capaces de resolver, no se solucionarán al nivel del “pequeño grupo”. Cuando, por ejemplo, la revolución esté realizada (cosa que, seguramente, no puede tardar) nos ocuparemos de reforestar inteligentemente los millones de hectáreas destrozadas por la agricultura industrial y esto no será posible por la acción de “pequeños grupos aislados”. Y si, en tanto que individuo, tengo la dicha de participar en esta acción colectiva, no me preocuparé mucho de grabar mi nombre en cada árbol que haya plantado y que, por otra parte y sin duda, jamás veré en su madurez. Por ello no me sentiré menos individuo.

Lo que Zerzan y Kaczynski sugieren es la muy democrática idea según la cual la organización de los grupos humanos por sí mismos sería imposible debido al grado de población hoy alcanzado. Como todos los demócratas, no conciben en modo alguno que una sociedad integrada por millones de individuos pueda ser “gestionada” de otra forma que la actual, es decir, por los Estados, por la delegación, por el control policial.

No conciben la comunidad humana como superación de las condiciones actuales ni de las situaciones del pasado, sino como una regresión hacia este pasado. Y su pensamiento, que se cree revolucionario, constituye una regresión.

Pero el objetivo de este texto no es el de proponer una nueva teoría de la revolución. Simplemente nos hemos propuesto hacer una crítica del ideólogo Zerzan, y creemos que lo hemos hecho. También nos hemos propuesto abrir un debate sobre bases concretas. Ahí están las bases, el debate puede empezar.

ESAS COSAS QUE HACEMOS

John Zerzan*

REIFICACIÓN**

Del latín “re”, o cosa, reificación significa, esencialmente, cosificación; un poco en el sentido en que Theodor Adorno, entre otros, afirmaba que la sociedad y la conciencia han sido casi completamente cosificadas. A través de este proceso, las prácticas y las relaciones humanas llegan a ser vistas como objetos externos. Lo que está vivo termina siendo tratado como una cosa inerte o abstracción. Se trata de un cambio de los acontecimientos que se experimenta como natural, normal, inmutable.

En Tristes Trópicos Claude Lévi-Strauss ofrece una imagen de este proceso de reificación en términos de atrofia de la civilización occidental: “como un animal viejo cuya espesa piel ha formado una costra imperecedera alrededor de su cuerpo, la cual, al evitar que la piel pueda respirar, termina por acelerar su proceso de envejecimiento” Esta pérdida de sentido, inmediatez y energía espiritual en la civilización occidental constituye igualmente un tema importante en los trabajos en los trabajos de Max Weber, el cual, se interesa también en la reificación de la vida moderna. Que esta falta de vida y de encanto parezcan de algún modo inevitables e inmutables, y sean, en gran parte, admitidas, precisamente, como una concesión, es un importante resultado de la reificación, algo inseparable de ella.

¿Cómo llegaron las actividades y relaciones humanas a separarse de sus sujetos y a adoptar una “vida” como de cosa, por ellas mismas? Y, dada la evidente mengua de la creencia en las instituciones y categorías sociales, ¿qué mantiene unidas las “cosas” en la sociedad cosificada?

En un mundo comprendido de forma creciente por las más rígidas formas de extrañamiento, términos como reificación o alienación ya no se encuentran en la literatura que supuestamente se ocupa de ese mundo. Aquellos que declaran no tener ideologías son a menudo los más constreñidos y determinados por esa ideología dominante que son incapaces de ver, y es posible que el mayor grado de alienación se alcance allí donde la conciencia no llega. El término reificación fue ampliamente usada en la definición que de él dio el marxista Georg Lukacks, a saber: una forma de alienación resultado del fetichismo de la mercancía de las modernas relaciones de mercado. Las condiciones sociales y la situación del individuo se han convertido en una función misteriosa e impenetrable en lo que comúnmente denominamos capitalismo de consumo. Somos aplastados y cegados por la fuerza reificante de la etapa del capital que comenzó en el siglo XX.

Pienso, no obstante, que puede ser útil retomar el término reificación para establecer un significado más profundo y dinámico. Lo simple y directamente humano está siendo en realidad evacuado de un modo tan cierto como que la naturaleza misma ha sido domesticada y convertida en un objeto. En el universo helado de las mercancías, el reinado de las cosas sobre la vida resulta obvio, y la frialdad que Adorno vio en el principio básico de la subjetividad burguesa está alcanza nuevos mínimos.

Pero si la reificación es el elemento central a través del cual la forma mercancía impregna toda la cultura, es también mucho más que eso. Kant conoció el término, y fue Hegel, poco después, quien hizo un mayor uso de él (y de la objetivación, su equivalente aproximado). Él descubrió una ausencia radical del ser en el corazón del sujeto; es aquí donde podemos indagar fructuosamente.

El mundo se nos presenta por sí mismo – y nosotros lo re-presentamos. Pero, ¿de dónde viene la necesidad de hacer esto? ¿Sabemos lo que realmente simbolizan los símbolos? ¿Será cierto que deben ser poseídos y no representados? Los signos son, básicamente, señales, esto es, correlativos; los símbolos, sin embargo, son sustitutivos. Como explica Husserl, “el símbolo existe efectivamente en el momento en que se introduce algo más que vida” Es posible que la reificación sea el corolario inevitable, o un subproducto, de la simbolización misma.

Como mínimo, parece haber fundamentos reificados en todas las estructuras de dominación. Calendarios y relojes formalizan e incluso reifican el tiempo, el cual fue, probablemente, la primera reificación de todas. Una estructura social dividida supone un mundo reificado principalmente, porque es una estructura simbólica de roles e imágenes, no de personas. El poder cristaliza en las redes de dominación y jerarquía tan pronto como la reificación entra a formar parte de la ecuación. En el productivista mundo actual, la extrema división del trabajo alcanza plenamente su significado original. Cada vez más pasivos y faltos de sentido, nos reificamos sin parar a nosotros mismos. Nuestro creciente empobrecimiento nos aproxima a aquella condición en la que apenas somos meras cosas.

La reificación permea la cultura posmoderna, en la cual sólo las apariencias cambian y parecen estar vivas. Lo espantoso de nuestra posmodernidad puede ser visto como un destino de la historia de la filosofía, un destino que va más allá de ella. La historia, como tal historia, comienza como una pérdida de integridad, como la inmersión en una trayectoria externa que desgarra el yo en partes. La negación de la elección humana y de su efectivo ejercicio es tan vieja como la división del trabajo; sólo su drástico desarrollo o plenitud es nuevo.

Hace unos 250 años el romántico alemán Novalis se lamentaba porque “el sentido de la vida se ha perdido” El cuestionamiento generalizado del sentido de la vida sólo puede aparecer en torno a este momento -justo cuando el industrialismo realiza su más temprana irrupción. Desde entonces, la erosión del sentido se ha acelerado rápidamente, recordándonos que la función sustitutiva de la simbolización es también una prótesis. El reemplazamiento de la vida por lo artificial, como la tecnología, implica una cosi-ficación. La reificación es también, al menos en parte, un imperativo técnico.

La tecnología es “la habilidad para organizar hasta tal punto el mundo, que no necesitamos experimentarlo”. Se supone que debemos negar lo que hay de vivo y natural en nuestro interior para asentir a la dominación de la naturaleza no-humana. La tecnología se ha convertido, sin lugar a dudas, en el gran vehículo de la reificación. Sin olvidar que está inmersa y encarna una esfera del capital, la reificación nos subordina a nuestras propias creaciones objetivadas. “Las cosas están en el poder y conducen la humanidad” señaló Emerson a mediados del siglo XIX. No se trata de un giro reciente de los acontecimientos; refleja, más bien, el código maestro de la cultura ab origino. La separación de la naturaleza, y su consiguiente pacificación y manipulación, hace que uno se pregunte, ¿está desvaneciéndose el individuo? ¿ha sido la cultura misma la que ha puesto esto en marcha? ¿cómo es posible que una expresión tan reificada como “Los niños son nuestro más preciado recurso” no le parezca a todo el mundo repugnante?

Somos cautivos de mucho más que lo meramente instrumental, alimento para el funcionamiento de otros objetos manipulables, pero también de lo continuamente simulado. Nos hayamos exiliados de la inmediatez, en un espacio descolorido y aplanado en el que el pensamiento lucha por desaprender su alienado condicionamiento. Merleau-Ponty falló en su búsqueda pero, al menos, ayudó a encontrar una ontología primordial de la visión anterior a la ruptura entre sujeto y objeto. Es la división del trabajo, y sus resultantes formas conceptuales de pensamiento, lo que permanece invariable, retrasando el descubrimiento de la reificación y del pensamiento reificado.

Después de todo, es nuestra forma entera de conocer lo que ha sido deformado y disminuido, y esto debe ser entendido como tal. La “inteligencia” es ahora una externalidad a medir, equiparable a la pericia para manipular símbolos. La filosofía se ha convertido en la racionalización más elaborada de la reificación. Y de un modo más general, el ser mismo es constituido como experiencia y representación, como sujeto y objeto. Esta conclusión debe ser criticada de un modo tan fundamental como sea posible. El elemento vivo, activo, del conocimiento, debe ser desvelado, por debajo de la reificación que lo enmascara. El conocimiento, a pesar de la ortodoxia contemporánea, no es computación. El filósofo Ryle vislumbró que la forma de pensamiento más básica puede ser aquella que no cuenta con representación simbólica. Nuestras nociones de la realidad son producto de un sistema simbólico construido, cuyos componentes se han solidificado a lo largo del tiempo en reificaciones y objetivaciones, del mismo modo en que la división del trabajo fundió la dominación de la naturaleza y la domesticación del individuo.

El pensamiento capaz de producir cultura y civilización es distante, no sensorial. Se abstrae del sujeto y deviene un objeto independiente. Eso quiere decir que las sensaciones son mucho más resistentes a la reificación que las imágenes mentales. El discurso platónico es un primer ejemplo de pensamiento que procede a expensas de los sentidos, mediante la separación radical entre percepciones y conceptos. Adorno llama la atención sobre una variante más saludable, cuando observa que en los escritos de Walter Benjamin “el pensamiento acosa al objeto, como si tocándolo, oliéndolo, probándolo, quisiera transformarse a sí mismo”. Y Le Roy está probablemente muy cerca de este indicio cuando dice que “renunciamos a la concepción sólo para querer la percepción”. Históricamente determinado, en el sentido más profundo del término, el aspecto reificado del pensamiento es una “desventura” cognitiva más.

Husserl, entre otros, concibió la representación simbólica como originalmente diseñada para ser un suplemento temporal de la auténtica expresión. La reificación entra en escena, de forma un tanto paralela, cuando la representación pasa del estatus de noción usada para propósitos específicos al de objeto. Sean o no adecuadas estas tesis, parece, al menos, evidente que existe una fisura ineluctable entre la abstracción del concepto y la riqueza de la red de fenómenos. En este sentido es importante la conclusión de Heidegger de que el auténtico pensamiento es “no-conceptual”, una especie de “escucha reverencial”.

Siempre de la mayor relevancia es la violencia que un ethos pertinazmente invasor perpetra contra la experiencia vivida. Gilbert Germain ha comprendido cómo el ethos promueve decididamente un “olvido de la relación entre el pensamiento reflexivo y la experiencia perceptual directa del mundo del que éste proviene y al cual debería volver”. Y Engels apuntó de pasada que “la razón humana se ha desarrollado de acuerdo con la alteración humana de la naturaleza”, una manera suave de referirse a la relación entre objetivación, razón instrumental y la progresiva reificación.

En cualquier caso, el pensamiento de la civilización ha trabajado para reducir la abundancia que todavía se las arregla para rodearnos. La cultura es una pantalla a través de la cual nuestras percepciones, ideas y sentimientos son filtrados y domesticados. De acuerdo con Jean-Luc Nancy, la cosa más importante que representa el pensamiento representacional, es su límite. Heidegger y Wittgenstein, posiblemente los pensadores más originales del siglo XX, terminaron, siguiendo estas líneas de pensamiento, negando la filosofía. El reificado mundo de la vida elimina progresivamente lo que lo cuestiona. La literatura sobre la sociedad produce cada vez menos cuestiones básicas sobre la sociedad, y el sufrimiento del individuo es ahora raramente tenido en cuenta para nivelar esta sociedad incuestionada. La desolación emocional es vista casi completamente como un efecto de anormalidades cerebrales o químicas “naturales”, sin que tenga nada que ver con el contexto destructivo en el que el individuo, generalmente, ha soportado su condición narcotizada.

En un nivel más abstracto, la reificación puede ser neutralizada confrontándola con la objetivación, la cual es definida de un modo que pone a ésta en tela de juicio. En este sentido, la objetivación pretende significar una conciencia de la existencia de sujetos y objetos, y el hecho de ser uno mismo tanto sujeto como objeto. Hegel, en esta línea, se refiere a ella como la esencia última del sujeto, sin la cual no puede haber desarrollo. Adorno veía en una cierta reificación un elemento necesario en el necesario de objetivación humana. Al volverse más pesimista a cerca de la realización de una sociedad desreificada, Adorno usa reificación y objetivación como sinónimos, consumando una retirada desmoralizada de la diferencia que, sin duda, cada término reclama.

Creo que puede ser instructivo aceptar los dos términos como sinónimos, no para terminar aceptando ambos, sino para considerar la idea de exploración de la alienación. Dicha alienación requiere una alienación del sujeto con respecto al objeto, la cual es fundamental, parecería, para el propósito de reconciliarlos. ¿Cómo fui a parar a este horrendo presente, definible como una condición en la cual el sujeto reificado y el objeto reificado se oponen mutuamente? ¿Cómo es que, como William Desmond estableció, “la intimidad del ser es disuelta en la antítesis moderna de sujeto y objeto”?.

Del mismo modo que el mundo es modelado por medio de la objetivación, así ocurre con el sujeto: percibe el mundo como un campo de objetos abiertos a la manipulación. La objetivación se presenta como la base para la dominación de la naturaleza, como su otro externo, alienado. Aún más claro es el uso del término por Marx y Lukacs, como el camino natural por el cual los humanos dominan el mundo.

El movimiento que va de los objetos a la objetivación, de la realidad a las construcciones de la realidad, es también el movimiento hacia la dominación y la mixtificación. La objetivación es el punto de despegue de la cultura, en el que la domesticación se hace posible. Alcanza su máximo potencial con la división del trabajo; el principio del intercambio mismo se mueve en el nivel de la objetivación. Los trabajos de Kafka, por otro lado, describen el resultado de la objetivación de la lógica cultural, con su asombrosa ilustración de un paisaje reificado que aplasta al sujeto.

La representación y la producción son los planes de la reificación, la cual consolida y extiende su imperio. Por último, la orientación distanciadora, domesticadora, de la reificación decreta la creciente separación entre unos sujetos reducidos, endurecidos, y un campo de la experiencia igualmente objetivado. Como dice la corriente situacionista, hoy el ojo sólo ve cosas y sus precios. La génesis de esta perspectiva es mucho más antigua de lo que su formulación denota; el proyecto de desobjetivación puede obtener fuerza de la condición humana que prevalecía antes del desarrollo de la reificación. Se requiere un “futuro primitivo” donde una vida enredada con el mundo, y una fluida, íntima, relación con la naturaleza, reemplazará el cosificado reino de la civilización simbólica.

El síntoma más temprano de la vida alienada es la muy gradual aparición del tiempo. Como primera y más primordial reificación, el tiempo es virtualmente sinónimo de alienación. Ahora estamos tan profundamente acostumbrados y regulados por este “ello”, el cual, por su puesto, no tiene una existencia concreta, que pensar en una época precivilizada, fuera del tiempo, es extremadamente difícil.

El tiempo es el síntoma de los síntomas por venir. La relación entre sujeto y objeto debe haber sido radicalmente diferente antes de que la distancia temporal llegara a la psique. Ha venido a colocarse sobre nosotros como una cosa externa –antecesor del trabajo y de la mercancía, separada y dominante como fue descrito por Marx. Esta fuerza de des-representación implica que la des-reificación significaría un retorno al presente eterno en el que vivíamos antes de entrar en la fuerza atractiva de la historia.

E. M. Cioran se pregunta: “¿Cómo puede contribuirse a rechazar lo absurdo del tiempo, su marcha hacia el futuro, y todos los sin sentidos sobre la evolución y el progreso? ¿Por qué ir hacia delante? ¿Por qué vivir en el tiempo?” La petición de Walter Benjamin de romper la reificada continuidad de la historia, estaba basada, de un modo un tanto parecido, en su anhelo por la integridad y unidad de la experiencia. En un determinado punto, el momento mismo se vuelve importante y no cuenta con otros momentos “en el tiempo”.

El reloj fue, por supuesto, el que consumó la reificación, disociando el tiempo de los acontecimientos humanos y los procesos naturales. Entonces, el tiempo era completamente exterior a la vida y estaba encarnado en el primer artilugio completamente mecánico. En el siglo XV Giovanni Tortelli escribió que el reloj “parece estar vivo, ya que se mueve por su propio impulso” El tiempo había pasado a medir sus contenidos, ya los contenidos no miden el tiempo. Solemos decir que “no tenemos tiempo”, pero es la reificación básica, el tiempo, el que nos tiene a nosotros.

La vida fragmentada no puede convertirse en la norma sin la victoria anterior del tiempo. La complejidad, particularidad y diversidad de todas las criaturas vivientes no puede perderse en el territorio estandarizado de lo cuantitativo sin esta objetivación clave. La pregunta por el origen de la reificación es una cuestión apremiante que rara vez ha sido perseguida de un modo suficientemente profundo. Un error frecuente ha sido confundir inteligencia con cultura; es decir, la ausencia de cultura es vista como equivalente a la ausencia de inteligencia. Esta conclusión se agrava aún más cuando la reificación es vista como inherente a la naturaleza del funcionamiento de la mente. Desde Thomas Wynn y otros, sabemos ahora que los humanos pre-históricos eran nuestros iguales en inteligencia. Si la cultura es imposible sin objetivación, de ello no se desprende que ésta sea inevitable, o deseable. Pese a lo receloso que era Adorno con la idea de los orígenes, admitió que, en sus orígenes, la conducta humana no contenía la objetivación. De un modo similar, Husserl fue capaz de referirse a la integridad primordial de todas las conciencias antes que a su disociación.

Captar este tipo de vida se ha probado, a lo sumo, como esquivo. Lévi-Strauss comenzó su trabajo antropológico con tal cuestión en mente: “Había estado buscando una sociedad reducida a su expresión más simple. Esta de los nambikawara era tan perfectamente simple que todo lo que podía encontrar eran existencias humanas”. En otras palabras, en realidad estaba buscando cultura simbólica y se veía mal equipado para reflexionar sobre el significado de su ausencia. Herbert Marcuse quería que la historia de la humanidad se amoldara a la naturaleza como una armonía sujeto-objeto, pero sabía que la “historia es la negación de la naturaleza”. La perspectiva posmoderna celebra positivamente la presencia reificante de la historia y la cultura negando la posibilidad de que un estadio pre-objetivacional haya existido nunca. Habiendo sido vencidos por la representación- y el resto de los presupuestos de la esterilidad del pasado, el presente y el futuro- difícilmente podría esperarse que los posmodernistas exploraran la génesis de la reificación.

Si no la reificación original, el lenguaje es la más importante en sus consecuencias, como piedra de toque de la cultura representacional. El lenguaje es la reificación de la comunicación, un movimiento paradigmático que determina cualquier otra separación de la mente. La variación que presenta el filósofo W. V. Quine con respecto a esto, es que la reificación aparece con la pronunciación.

“En el principio era el verbo”, el principio de todo esto, que nos está matando, limitando nuestra existencia a muchas cosas. Corolario de la simbolización, la reificación es una esclerosis que asfixia aquello que tiene vida, que es abierto, natural. En el lugar de la existencia se eleva el símbolo. Si nos resulta imposible coincidir con nuestro ser, arguye Sartre, en El ser y la nada, entonces lo simbólico es la medida de esta falta de coincidencia. La reificación sella el pacto, y el lenguaje es su uso universal.

Una mediación simbólica exhausta, que cada vez tiene menos que decir, prevalece en un mundo donde la mediación es ahora vista como el hecho central, incluso determinante, de la vida. En una existencia sin vitalidad o sentido, no queda nada más que el lenguaje. La relación del lenguaje con la realidad ha dominado la filosofía durante el siglo XX. Wittgestein, por ejemplo, estaba convencido de que la fundación del lenguaje y del significado lingüístico es la base primordial de la filosofía.

Este “giro lingüístico” se muestra aún más profundo si consideramos la totalidad de sentidos específicos del lenguaje, incluyendo su impacto original como un radical cambio de rumbo. El lenguaje ha sido fundamental para la obligación de objetivarnos a nosotros mismos, en un medio que crecientemente nos resulta ajeno. Así, para Heidegger resulta absurdo decir que la verdad sobre el lenguaje es que éste se resiste a ser objetivado. El acto reificante del lenguaje empobrece la existencia mediante la creación de un universo de significado suficiente en sí mismo. El caso extremo de “suficiente en sí mismo” es el concepto de “Dios”, y su definición última es, de modo revelador, “Yo soy el que soy” (Éxodo 4:14): Hemos llegado a considerar la naturaleza separada, auto-inclusiva de la objetivación, como la cualidad más alta, por lo que parece, en vez de cómo la degradación de lo “meramente” contingente, relacional, conectado.

Hace tiempo que ha sido reconocido que el pensamiento no es dependiente del lenguaje, por más que el lenguaje limite las posibilidades de pensamiento Gottlob Frege se preguntaba, si es posible pensar de un modo no reificado, ¿cómo se explica el que el pensamiento pueda siempre ser reificado?. La respuesta no se encontraría en el campo elegido por él, la lógica formal.

En realidad, el lenguaje ha de proceder como un objeto externo al sujeto, y moldea nuestro proceso cognitivo. La teoría psicoanalítica clásica ignora al lenguaje, pero Melanie Klein estudia la simbolización como un precipitante de la ansiedad. Traduciendo la intuición de Klein en términos culturales, la ansiedad por la erosión de un mundo no-objetivado, provoca el lenguaje. Experimentamos “la urgencia de empujar contra el lenguaje” cuando sentimos que hemos renunciado a nuestras voces, y son dejadas sólo con el lenguaje. Lo enorme de esta pérdida es sugerido en la definición de C.S. Pierce del “sí mismo” como consecuencia de la simbolización; “mi lenguaje”, al contrario, “es la suma total de mi ser mismo”, concluyó. Dada esta clase de reducción, no es difícil estar de acuerdo con Lacan en que la iniciación en el mundo simbólico genera una persistente añoranza que procede de la ausencia del mundo real. “La expresión hablada no es más que un sustituto”, escribió Joyce en Finnegaan’s Wake.

El lenguaje refuta toda apelación a lo inmediato desacreditando lo singular e inmovilizando lo móvil. Sus elementos son entidades independientes de la conciencia que los pronuncia, los cuales, en cambio, agobian dicha conciencia. De acuerdo con Quine, esta reificación juega un papel en la creación de un “sistema estructurado del mundo”, impidiendo las libres intenciones de la pura experiencia. Quine no reconoce los aspectos que limitan su proyecto. En su incompleto trabajo final, el fenomenólogo Merleau-Ponty comienza a explorar cómo el lenguaje disminuye una riqueza original, cómo, en realidad, trabaja contra la percepción.

En efecto, el lenguaje, como un medio separado, facilita un sistema estructurado, basado en sí mismo, que se enfrenta a la anárquica “libertad de fines” de la experiencia. Lo consigue, básicamente al servicio de la división del trabajo, evitando el aquí y ahora de la experiencia. “Ver es olvidar el nombre de la cosa que uno ve”, una afirmación anti-reificación de Paul Valéry, nos sugiere cómo las palabras se interponen en el camino de la aprehensión directa. Los murngin del norte de Australia ven el acto de dar nombre como una especie de muerte, como la pérdida de una integridad original. Un movimiento de pivote de la reificación tuvo lugar cuando sucumbimos a los nombres y nuestros nombres llegaron a ser inscritos en cartas. Quizá cuando más necesidad tenemos de expresarnos por nosotros mismos, entera y completamente, es cuando el lenguaje más claramente revela su reductiva e inarticulada naturaleza.

El lenguaje mismo corrompe, como declaró Rousseau en su famoso sueño de una comunidad despojada de él. El camino más allá de la aceptación de la reificación implica romper con el viejo hechizo de la representación.

Otro camino básico de la reificación es el ritual, el cual se origina como medio de inculcar el orden conceptual y social. El ritual es un esquema de acción objetivado, incluyendo una conducta simbólica que estandarizada y repetitiva. Esta es la primera fetichización de la cultura, y apunta de un modo decisivo hacia la domesticación. En relación a esto último, el ritual puede ser visto como el modelo original de calculabilidad de la producción. Siguiendo estos argumentos, Georges Condominas cambió la distinción comúnmente hecha entre ritual y agricultura. Su trabajo de campo en el Sureste asiático le permitió ver el ritual como un componente integrante de la tecnología de la agricultura tradicional

Mircea Eliade ha descrito los ritos religiosos como reales sólo hasta el punto en que imitan o repiten simbólicamente algún tipo de evento arquetípico, añadiendo que la participación sólo es sentida como genuina hasta el punto de esa identificación; esto es, sólo hasta el punto en que el/la participante deja de ser él mismo o ella misma. De este modo, el repetitivo acto ritual está estrechamente relacionado con la esencia despersonalizadora y devaluadora, de la división del trabajo y, al mismo tiempo, se acerca a una virtual definición del proceso mismo de reificación. Perderse uno mismo sometiéndose a un acontecimiento anterior, congelado: llegar a reificarse, algo que debe su supuesta autenticidad a alguna reificación anterior.

La religión, como el resto de la cultura, brota de la falsa idea de la necesidad de luchar contra las fuerzas de la naturaleza. Los poderes de la naturaleza son reificados, junto con aquellos de sus equivalentes religiosos o mitológicos. Desde el animismo al deísmo, lo divino se desarrolla contra un mundo natural descrito como amenazador y caótico. J.G. Fraizier vio los fenómenos religiosos y mágicos como “la conversión consciente de lo que ha sido hasta ahora considerado como ser viviente, en substancias impersonales”. Deificar es reificar, y un descubrimiento realizado por el arqueólogo Juan Vadeum en noviembre de 1997, nos ayuda a situar el contexto de domesticación de este movimiento. En Chiapas, Méjico, Vadeum encontró cuatro tallas de piedra mayas que representan los “abuelos” originales del poder y la sabiduría. Significativamente, estas figuras de importancia seminal para la religión y la cosmología mayas simbolizan la guerra, la agricultura, el comercio y los tributos. Como apuntó Feuerbaach, todo paso importante en la historia de la civilización humana empieza con la religión, y la religión sirve a la civilización tanto sustantiva como formalmente. En su aspecto formal, la naturaleza reificada de la religión es la contribución más potente de todas.

El arte es la otra temprana objetivación de la cultura, la cual es la que lo convierte en una actividad separada y le otorga realidad. El arte es también una cuasi-utópica promesa de felicidad, siempre incumplida. La traición reside en gran parte en la reificación. De acuerdo con Heiddeger, “ser una obra de arte significa fundar un mundo” pero este contra-mundo es impotente contra el resto del mundo objetivado del cual forma parte.

Georg Simmel describió el triunfo de la forma sobre la vida, el peligro que representa para la individualidad el sometimiento a la forma. El dualismo de la forma y el contenido es el anteproyecto de la reificación misma, y participa en las divisiones básicas de la sociedad de clases. En lo básico, hay una similitud abstracta y de algún modo estrecha en todas las manifestaciones estéticas. Ello es debido a una severa restricción de lo sensual, enemigo número uno de la reificación. Y, rememorando a Freud, es la represión del Eros lo que hace posible la cultura. ¿Puede ser casualidad que los tres sentidos excluidos del arte- tacto, olfato y gusto- sean los sentidos del amor sensual?

Max Weber reconocía que la cultura “aparece como la emancipación del hombre del ciclo orgánicamente prescrito de la vida natural. Por esta razón,” continuaba, “todo paso delante de la cultura, parece condenado a conducir a una pérdida de sentido aún más devastadora”. A la representación de la cultura le sigue el placer por la representación, que reemplaza al placer por sí mismo. El deseo de crear cultura ignora la violencia en y de la cultura, una violencia que es inevitable dadas las bases del a cultura en la fragmentación y la separación.

Para Homero, la idea de la barbarie era inseparable de la ausencia de agricultura. Cultura y agricultura han estado siempre relacionadas por su base común de la domesticación; perder lo natural que hay dentro de nosotros es perder la naturaleza que está fuera. Uno deviene una cosa con el propósito de dominar las cosas.

Hoy día la cultura del capitalismo global abandona su pretensión de ser cultura, al mismo tiempo que la producción de cultura excede la producción de bienes. La reificación, el proceso de la cultura, domina cuando todo espera la naturalización, en un entorno constantemente transformado que es “natural” sólo en el nombre. Los objetos mismos –e incluso las relaciones “sociales” entre ellos- son vistas como reales sólo en tanto que son reconocidos como existentes en el espacio mediático o en el ciberespacio.

Una reificación que domestica lo representa todo; incluyéndonos a nosotros, sus objetos. Y esos objetos poseen cada vez menos originalidad o aura, como han planteado muchos comentaristas desde Baudelaire y Morris a Benjamin y Baudrillard”. “Ahora se esparcen desde América cosas vacías e indiferentes, cosas falsas, una vida postiza”, escribió Rilke. Mientras tanto todo el mundo natural se ha convertido en un mero objeto.

La práctica posmoderna se para las cosas de su historia y contexto, como en el recurso de insertar “comillas” o elementos arbitrariamente yuxtapuestos de otros períodos en la música, la pintura o las novelas. Eso da a los objetos una cierta autonomía desarraigada, mientras que los sujetos tienen poca o ninguna.

Parecemos ser objetos destruidos por la objetivación, con nuestra grandeza y autenticidad perdidas. Somos como el esquizofrénico que se ve a sí mismo activamente como a una cosa.

Hay una frialdad, incluso una falta de vida, cada vez más imposible de negar. Una palpable situación de “algo ausente” es inherente al indiscutible empobrecimiento de un mundo que se objetiviza a sí mismo. Nuestra única esperanza puede residir, precisamente, en el hecho de que la locura del conjunto es sólo aparente.

Todavía sostienen algunos que la reificación es una necesidad ontológica en un mundo complejo, lo cual es exactamente lo significativo. El acto de des-reificación debe ser la vuelta a una vida simple, no dividida. La vida congelada y disimulada en las cosas no puede volver a despertar sin una vasta de-construcción de este cada vez más estandarizado, masificado, extraviado mundo.

Hasta fecha muy reciente –hasta la civilización- la naturaleza fue un sujeto, no un objeto. En las sociedades de cazadores-recolectores no existía una división estricta o una jerarquía entre lo humano y lo no humano. Es preciso restaurar la naturaleza participativa de las conexiones desvanecidas, aquella condición en que el sentido estaba vivo, no objetivado en una cuadrícula de cultura simbólica. La visión tan positiva que tenemos ahora de la prehistoria supone una perspectiva de recuerdo anticipatorio: ahí está el horizonte de la reconciliación sujeto-objeto.

Esta anterior participación con la naturaleza es el reverso de la dominación y el distanciamiento que se encuentra en el corazón de la reificación. Nos recuerda que todo deseo es un deseo de relación, tanto reciproca como animada. Hacer de ello algo cercano, o presente, constituye un proyecto práctico gigantesco, que pondrá fin a esta época oscura.

JOHN ZERZAN

(Traducción de Francisco Campuzano)

LA PSICOLOGÍA DE LAS MASAS DEL SUFRIMIENTO

John Zerzan

Hace ya un tiempo, poco antes de las revoluciones de los sesenta, cuyo espíritu todavía pervive en esferas menos públicas y directas, Marcuse, en su libro El hombre unidimensional, describía una población satisfecha y feliz. Con la angustia omnipresente de hoy en día, ¿a quién podríamos describir así? La crítica que late aquí es profunda, aunque incompleta.

Muchas teorías han anunciado el deterioro de los últimos reductos de la individualidad; pero de ser así, si la sociedad avanza hacia la homogeneización y domesticación totales, ¿cómo es que permanece esa tensión constante que causa semejante sufrimiento y desorientación? Estamos llegando a una situación insostenible, en un contexto de enfermedad emocional crónica y generalizada.

Marx predijo, erróneamente, que el profundo empobrecimiento material traería consigo la revolución y la caída del capital. ¿No será este creciente sufrimiento psíquico lo que está haciendo resurgir la revolución? ¿No podría ser ésta la última esperanza de resistencia?

Así y todo, es obvio que el mero sufrimiento no garantiza nada.

"El deseo no busca la revolución, es revolucionario por derecho propio", señalan Deleuze y Guattari en su Anti-Edipo. Posteriormente, al tratar el tema del fascismo, nos recuerdan que la gente ha deseado en contra de sus propios intereses y que aún están ampliamente extendidas la humillación y la esclavitud.

Sabemos que tras la represión psíquica se esconde la represión social, que muestra signos de ceder ante un enfrentamiento necesario con la realidad en todas sus dimensiones. La reflexión sobre lo social no debe llevarnos a ignorar lo personal, porque eso sólo repetiría, invirtiendo los términos, el principal error de la psicología. Aunque en la pesadilla actual cada uno tiene sus propios miedos y limitaciones, no hay una ruta liberadora que olvide la primacía del conjunto total. Estrés, soledad, depresión, aburrimiento: la locura del día a día.

Una tristeza cada vez mayor que nos hace reconocer, al menos visceralmente, que las cosas podrían ser diferentes. ¿Cuánta alegría queda en la sociedad tecnológica, en este lugar de alienación y ansiedad? Los epidemiólogos de la salud mental consideran que sólo el veinte por ciento de la población está libre de síntomas psicopatológicos. Es decir, representamos la "patología de la normalidad" marcada por el empobrecimiento psíquico y crónico de una sociedad insana.

Enfermo preocupado (1988), de Arthur Barsky, diagnostica el estado de salud de la sociedad norteamericana en la que, pese a todos los avances médicos', nunca ha existido una "necesidad tan grande de constante atención médica". Las crisis familiares y de la vida personal en general han llevado, según este diagnóstico, a una búsqueda de la salud, de salud emociona) concretamente, que ha alcanzado proporciones verdaderamente industriales. Una vida laboral cada vez más tóxica en el sentido más amplio del término, unida a la desintegración familiar, mantienen en funcionamiento la maquinaria de la salud.

Pero para una población inmersa en sus miserias y dramáticamente más interesada que nunca en el cuidado de la salud, el modelo dominante de atención médica es una parte más del problema, no su solución. Así, Thomas Bittker escribe sobre "La industrialización de la psiquiatría americana" (Amerícan JournalofPsychiatry, Feb. 1985) y Gina Kolata señala la gran desconfianza que existe hacia la figura de) médico, ya que la medicina se ve tan sólo como un negocio más (New Cork Times, 20 Feb. 1990).El desorden mental que acarrea seguir adelante tal y como están las cosas se trata actualmente casi por completo con bioquímica, para reducir la conciencia individual de una angustia socialmente inducida. Los tranquilizantes son hoy día las drogas más extendidas mundialmente y los antidepresivos baten records de ventas. Se obtiene así un alivio temporal (al margen de los efectos secundarios y sus propiedades adictivas), mientras todos nos hundimos un poco más. En "¿Por qué toda esa gente dice que nunca tiene tiempo?" (New York Times, 2 Enero 1988), Trish Hall señala la pesada carga que supone el día a día y concluye que "todos parecen sentirse desbordados" por ella.

El informe Gallup de Octubre de 1989 reveló que las enfermedades relacionadas con el estrés se están convirtiendo en la principal amenaza de los puestos de trabajo en EEUU. En California, entre 1982 y 1986, se quintuplicaron las bajas por estrés. Las cifras más recientes ponen de manifiesto que en casi dos tercios de los programas de asistencia al empleo se presentan síntomas psiquiátricos o de estrés.

En su Locura moderna. (1986), Douglas La Bier se preguntaba "¿Qué tiene el trabajo hoy en día para que resulte tan dañino?" Encontramos la respuesta en multitud de estudios que nos advierten que la 'oficina ¿el mañana de la Era de la Información no es mucho mejor que el barracón obrero del pasado. La informarización permite una instrucción neotaylorisia del trabajo que en realidad sobrepasa a todas las técnicas de control anteriores. La 'disciplina tecnológica' que pesa cada vez más sobre los oficinistas llevó a Curt Suplee a escribir un artículo de junio de 1990 en el Washington Post que concluye: "Hemos visto el futuro, y duele". Unos meses antes, Sue Millar describía en el Baltimore Evening Sun otro aspecto de este trabajo tóxico, haciendo referencia a un estudio psicológico nacional según el cual un noventa y tres por ciento de las mujeres americanas "sufre una epidemia de tristeza".

Mientras tanto, siguen subiendo los niveles de suicidio y homicidio en los EEUU y el ochenta por ciento de la población admite haber pensado alguna vez en quitarse la vida. El suicidio adolescente se ha incrementado enormemente en las tres últimas décadas, y el número de jóvenes internados en hospitales mentales se ha disparado desde 1970. Hay multitud de formas de evaluar el sufrimiento: la obesidad crónica entre los niños se ha elevado más del quince por ciento en los últimos veinte años; ahora son relativamente comunes entre las chicas jóvenes los desórdenes alimenticios profundos (bulimia y anorexia); las disfunciones sexuales son cada vez más frecuentes, al igual que los ataques de pánico y ansiedad, que parecen tomar el relevo a la depresión como la enfermedad psicológica más extendida; el aislamiento y el sentido del absurdo siguen haciendo que el evangelismo televisivo y los cultos ridículos resulten atractivos para muchos. La lista de síntomas culturales es casi interminable. Dejando aparte su función generalmente escapista, muchos de los filmes contemporáneos reflejan esta enfermedad; léase, por ejemplo, Un cine de la soledad: Penn, Kubrick, Scorsese, Spielberg, Aitman, de Robert Philip Kolker. Muchas novelas recientes son todavía más implacables al describir la desolación y la degradación de la sociedad y de la juventud; por ejemplo Menos que cero, de Bret Easton Ellis, Cabeza de familia 2020, de Fred Pfail y El artista noqueado, de Harry Crews, por nombrar sólo algunas.

En este contexto de empobrecimiento psíquico, lo que ocurre con las costumbres y valores preestablecidos es de especial interés para situar mejor la "psicología de masas" y su significado.

Multitud de indicios ponen de manifiesto que la demanda de gratificación instantánea es cada vez más apremiante, lo cual levanta las críticas tanto de la derecha como de la izquierda. El fraude de tarjetas de crédito alcanzó el billón y medio de dólares en 1988, siendo el caso más común el impago de facturas, que se duplicó entre 1980 y 1990. Asimismo, los impagos de los créditos federales se cuadruplicaron entre 1983 y 1989. En Noviembre de 1989, en una acción sin precedentes, la Marina de los EEUU se vio obligada a suspender todas sus operaciones durante 48 horas debido a una oleada de accidentes que causó muertos y heridos. En la moratoria se acordó efectuar una revisión de seguridad, que reavivó la discusión sobre el abuso de drogas, el absentismo, el personal no cualificado y otros problemas que amenazaban el buen funcionamiento de la Marina.

Mientras tanto aumentaba el número de robos en el empleo. En 1989 el Departamento de Policía de Dallas informó de un incremento del veintinueve por ciento en los pequeños robos en las empresas, y un informe nacional dirigido por London House afirmaba que el sesenta y dos por ciento de los empleados de empresas de comida rápida admitía haber robado en su puesto de trabajo.

A principios de 1990 el FBI reveló que el robo en tiendas subió hasta un treinta y cinco por ciento durante 1984, recortando drásticamente el beneficio del pequeño comercio.

El mes de noviembre de 1988 batió records de abstención electoral, continuando con el descenso en la participación que se venía produciendo desde la década de los sesenta. Las puntuaciones medias en los exámenes de acceso a la universidad bajaron durante los años setenta y ochenta, tras lo cual subieron ligeramente para continuar su descenso en 1988. A principios de los ochenta, Arthur Levin apreciaba "un cinismo y una falta de confianza generalizados" en los estudiantes universitarios, retratados en su libro Cuando murieron los sueños y los héroes, mientras que a finales de la década, Robert Nisbet, en La era presente: progreso y anarquía en Norteamérica, denunciaba los desastrosos efectos que provocaba en el sistema la actitud apática de las generaciones más jóvenes. George F. Will, por su parte, nos recuerda que cualquier construcción social, incluida la autoridad del gobierno, descansa "en la voluntad popular de creer en ella", y el economista de Harvard Harvey Liebenstein le secunda en Dentro de la empresa, donde insiste en que las empresas deben depender del tipo de trabajo que sus empleados quieran hacer.

Los institutos nacionales gradúan actualmente a menos del setenta por ciento de los estudiantes que ingresan. Como dice Michael de Courcy Hinds (New York Times, 17 febrero 1990), "los educadores estadounidenses están haciendo todo lo posible para mantener a los niños en las escuelas"; al mismo tiempo se está incrementando el número de personas de todas las edades que no quiere aprender a leer ni a escribir. David Harman reflejaba esta (frústante situación en Analfabetismo: un dilema nacional (1987). La respuesta parece ser que la alfabetización y la escolarización se valoran únicamente por su influencia en el mundo laboral. El rechazo a la alfabetización no es más que otro signo del profundo desapego y creciente desencanto frente al sistema. A mediados de 1988, el informe Hooper indicaba que el trabajo se consideraba una de las principales cargas de la vida, y 1989 arrojó el menor incremento de la productividad anual desde la recesión de 1981. La 'epidemia' de la droga, que costó al gobierno veinticinco billones de dólares en la década de los ochenta, amenaza a la sociedad de una forma más sutil, mediante el rechazo al trabajo y al sacrificio. No hay batalla contra la droga que pueda cambiar la situación mientras se siga defendiendo este paisaje de dolor y falsos valores. Crece con fuerza la necesidad de escapar, y el orden social, enfermo, se resiente de este abandono y de la corrosión constante que provoca.

Desgraciadamente, el mayor 'escape' es aquel que conserva el desorden actual: lo que Sennett ha llamado "la importancia creciente de la psicología en la vida burguesa". Aquí se incluye la extraordinaria proliferación de nuevas terapias desde los sesenta, y junto a este fenómeno, el ascenso de la psicología, convertida en la religión predominante. En la Sociedad Psicológica el individuo se contempla a sí mismo como un problema. Esta ideología supone el aislamiento del individuo porque niega lo social; la psicología rehúsa considerar a la sociedad como un todo que comparte la responsabilidad de las condiciones que se dan en cada ser humano.

Las ramificaciones de esta ideología se pueden observar por todas partes. Por ejemplo, en los consejos que oímos cuando el trabajo y el estrés nos han sobrepasado: "tómate un respiro", "ríete", "quítale hierro", etc. O en las exhortaciones moralizantes sobre el reciclaje, como si la ética personal de consumo fuera una respuesta real a la crisis ecológica causada por la producción industrial. O en el "Programa para promover la autoestima. California 1990", como solución al enorme hundimiento social de dicho estado. Esta postura deja campo libre a la alienación, la soledad, la desesperación y la ansiedad, impidiéndonos llegar a la raíz de nuestro mal. Privatiza la angustia y sugiere que sólo pueden obtenerse respuestas no-sociales. Este "artificio de simple introspección", en palabras de Adorno, que invade todos los aspectos de la vida americana, hace que las experiencias nos resulten incomprensibles, perpetuando así nuestra opresión.

Esta "visión terapéutica del mundo" ha dado lugar a una cultura tiranizada por lo terapéutico, donde contraemos enfermedades mentales en nombre de la salud mental. Con la creciente influencia de los expertos del comportamiento también aumentan la impotencia y la extrañeza; ahora la vida moderna ha de ser interpretada por los nuevos expertos y sus divulgadores. Pasajes (1977), de Gail Sheehy, por ejemplo, analiza los acontecimientos de la vida sin hacer referencia alguna al contexto histórico o social, desvirtuando así toda su reflexión sobre el "yo autónomo y libre". Corazón gestionado (1983), deArlie Russell Hochschild, se centra en la "comercialización de los sentimientos humanos" en un sector económico en expansión, y consigue eludir cualquier crítica a la totalidad, ignorando la existencia de la sociedad de clases y la infelicidad que ésta produce.

Cuando la sociedad se convierte en adicta (1987) es un intento absolutamente incoherente de Anne Wiison Schaef de negar, a pesar del título, la existencia de la sociedad, tratando exclusivamente el terreno personal. Y éstos se encuentran entre los menos escapistas de la avalancha de libros terapéuticos que inundan librerías y supermercados. Claramente, la psicología ignora todo sentido de colectividad o solidaridad y participa en la desintegración social que sufrimos hoy en día. Su intención es cambiar nuestra personalidad, evitando roda reflexión sobre los efectos del capitalismo, burocrático y consumista, sobre nuestras vidas o nuestras conciencias.

Considérese la Solución al estrés (1988) de Samuel Klarreich: "Podemos determinar en gran medida qué es lo que nos puede producir estrés y cuánto interferirá en nuestras vidas por las posturas irrespetuosas que mantengamos en el puesto de trabajo". Bajo el signo de la productividad, se adiestra al ciudadano para residir de por vida de un mundo industrial, una circunstancia que, como comentaba Ivan Ilich, no es ajena al hecho de que todos somos posibles pacientes del terapeuta, o por lo menos podemos llegar a aceptar su visión del mundo.

En la Sociedad Psicológica, cualquier conflicto social se eleva automáticamente a la condición de problema psíquico para poder achacarlo al individuo como un problema privado. La escolarización produce en el niño una resistencia casi universal que se clasifica, por ejemplo, como "hiperactividad", y se trata con drogas o con ideología psiquiátrica. En lugar de reconocer la protesta del niño, se invade su vida para asegurarse de que no escape a la red terapéutica.

El conformismo social, basado en su mayor parte en sucesivas experiencias de derrota y resignación, fomenta la idea de que el terreno personal es el único en el que tiene cabida la autenticidad. Louise Banikow cita las palabras de un desesperado ciudadano perteneciente al mundo de los solteros': "Mis ambiciones ahora son solamente personales. Todo lo que quiero hacer es enamorarme". Pero esa demanda de plenitud, limitada por la psicología, responde a un hambre tan atroz y a un nivel de sufrimiento tal que amenaza con romper las cadenas de ese mundo interior prescrito. La indiferencia ante la autoridad, la desconfianza hacia las instituciones y el nihilismo en expansión indican que el terapeuta no puede satisfacer al individuo ni salvaguardar el orden social. Toynbee afirmaba que toda cultura decadente promueve la ascensión de una nueva iglesia que dé esperanza al proletariado, mientras atiende tan sólo a las necesidades de la clase dirigente.

Es posible que, antes de lo que creemos, la gente empiece a darse cuenta de que esta nueva iglesia es la psicología; es posible que ésa sea la razón por la cual tantas voces de la terapia adviertan a sus rebaños contra expectativas irreales de lo que podría ser la vida.

Durante más de medio siglo, el sistema consumista y burocrático ha buscado medios de control y predicción para cubrir sus necesidades de regulación y jerarquía. La misma ideología apaciguadora de la psicología, en la que el yo es la forma de realidad por excelencia, ha servido a estas necesidades de control y debe la mayoría de sus supuestos a Sigmund Freud. Para Freud, con su teoría wagneriana de los instintos guerreros y la división arbitraria del individuo en ello, yo y super-yo, las pasiones del individuo eran primitivas y peligrosas. La tarea de la civilización era reprimirlas e inmovilizarlas. El edificio entero del psicoanálisis, según Freud, está basado en la teoría de una represión necesaria; es obvio que de este modo se ayuda a la dominación. La cultura humana se ha establecido mediante el sufrimiento; la renuncia constante al deseo es imprescindible para la continuidad de la civilización; el trabajo se sostiene con la energía del amor reprimido; todo como consecuencia de la "agresividad natural de la naturaleza humana", un hecho eterno y universal, por supuesto.

Freud, totalmente consciente de la fuerza deformadora de la represión, consideraba que la neurosis podía caracterizar todo lo humano. A pesar de su miedo al fascismo tras la I Guerra Mundial, contribuyó a su ascenso al justificar la renuncia a la felicidad. Reich se refiere a Freud y a Hitler con idéntica amargura, observando que "pocos años después, un genio patológico, llevando hasta sus últimas consecuencias la ignorancia y el miedo a la felicidad, arrastró a Europa al límite de la destrucción bajo el lema de la renuncia heroica".

Con el complejo de Edipo, fuente inevitable de culpa y represión, Freud se muestra de nuevo como un consumado hobbesiano. El complejo de Edipo sirve de vehículo a los tabúes que se aprenden a través de la experiencia infantil (masculina) de miedo hacia el padre y deseo por la madre. Se basa en el cuento de hadas reaccionario que Freud ideó sobre una horda primordial dominada por un patriarca poderoso que poseía a todas las mujeres disponibles, y que fue asesinado y devorado por sus hijos. Esto no es más que falsa antropología, y muestra claramente uno de los errores básicos de Freud, el de asimilar la sociedad a la civilización. Existen hoy pruebas convincentes de que la vida precivilizada fue un tiempo de igualdad en el que no existía la dominación, y desde luego no el extraño patriarcado que Freud ideó, origen de nuestro sentido de la culpa y la vergüenza. El estaba convencido de la validez del complejo de Edipo y de la necesidad de la culpa en beneficio de la cultura.

Freud consideraba que la vida psíquica estaba encerrada en sí misma, y no influenciada por la sociedad. Esta premisa lleva a una visión determinista de los primeros años e incluso de los primeros meses de vida, y a juicios como el siguiente: "el miedo a ser pobre surge de un erotismo anal regresivo". Detengámonos en su Psicopatología de la vida diaria, y en sus diez ediciones entre 1904 y 1924, a las que se añadieron continuamente nuevos ejemplos de 'deslices' o usos inconscientemente reveladores de las palabras. No encontraremos un solo ejemplo, a pesar de las muchas revueltas que tenían lugar en aquellos años en Austria y los países vecinos, en el que Freíd detecte un 'desliz' relacionado con el miedo a la revolución por parte de los burgueses, ni siquiera miedos sociales relacionados con las huelgas, la insubordinación, o casos similares. Parece más que probable duelos deslices no reprimidos, asociados a tales asuntos, Fueran simplemente excluidos de sus posturas universalistas y ajenas a la historia.

Vale la pena comentar también el 'descubrimiento' freudiano del instinto de muerte. En el colmo de su pesimismo, opuso Eros, el instinto vital, a Thanatos, el deseo de muerte y destrucción, un componente fundamental de nuestra especie, imposible de erradicar. "El propósito de roda vida es la muerte", afirmó en 1920. Aunque pueda resultar pedestre anotar que este descubrimiento venía acompañado de la carnicería de la I Guerra Mundial, un matrimonio cada vez más infeliz y la progresión de su cáncer de mandíbula, no hay equivocación posible al reconocer el servicio que sus teorías prestaron a la legitimación de la autoridad. La asunción del instinto de muerte, es decir, la idea de que la agresión, el odio y el miedo siempre estarán con nosotros, es contraria a toda posibilidad de liberación. En décadas posteriores, el trabajo de Melanie Klein sobre el instinto de muerte se abrió paso en los círculos dirigentes ingleses, precisamente por su análisis de las restricciones sociales como medio de represión de la agresividad. El principal neofreudiano en la actualidad, Lacan, también parece considerar inevitables el sufrimiento y la dominación; concretamente, sostiene que el patriarcado es una ley de la naturaleza.

Marcuse, Norman O. Brown y otros han revisado la obra de Freud tomando sus ideas en un sentido más descriptivo que prescriptivo; su validez está limitada por la orientación que toman sus oscuras visiones, aplicables exclusivamente a la vida alienada, más que a cualquiera de los mundos sociales, reales o imaginables. Hay también muchas feministas freudianas; no obstante, sus esfuerzos por aplicar el dogma psicoanalítico a la opresión de las mujeres parecen más ingeniosos.

Freud consideraba el "principio femenino" más cercano a la naturaleza, menos sujeto a la represión que el del macho. Pero, fiel a sus valores generales, calificó como un avance esencial de la civilización la victoria de la intelectualidad masculina sobre la sensualidad de la mujer. Lo más triste de los numerosos intentos de recuperación de Freud es su ausencia total de crítica a la civilización: su obra entera sitúa a la civilización en la cima de los valores.

Para aquellos que pretendan solamente reorientar el edificio freudiano, es básica la advertencia de Foucault de que la intención de cualquier sistema "es extender nuestra participación en el sistema presente".

En el campo de las diferencias de género, Freud afirmaba sin tapujos la inferioridad de la mujer. Su visión de las mujeres como hombres castrados es un claro caso de determinismo biológico: anatómicamente hablando son simplemente inferiores y están condenadas por ello al masoquismo y a la envidia de pene.

No pretendo profundizar en este breve análisis de Freud, pero ya debería resultar obvio que su renuncia a postular cualquier valor más allá de los inherentes a la ciencia 'objetiva' (Nuevas conferencias introductorias, 1933) carece de todo fundamento. Y a este error esencial podríamos añadir la naturaleza arbitraria de prácticamente toda su filosofía. Divorciado, como se ha dicho, del grueso de la realidad social -los ejemplos en este sentido serían innumerables, pero valdría citar la teoría de la seducción, según la cual el abuso sexual es, en su mayor parte, fantasía- cualquier inferencia freudiana podría reemplazarse plausiblemente por otra opuesta. En general, nos encontramos ante "una doctrina plagada de mecanismos, cosificación y universalismo arbitrario", como resume Frederick Crews.

En cuanto a sus logros personales con el tratamiento, Freud nunca fue capaz de curar de forma permanente a uno solo de sus pacientes, y ciertamente el psicoanálisis no se ha mostrado mucho más efectivo desde entonces. En 1984, el Instituto Nacional de Salud Mental estimó que más de cuarenta millones de americanos eran enfermos mentales, mientras que un estudio de Regier, Boyd y otros, (Archivos de psiquiatría general. Noviembre 1988) concluyó que el quince por ciento de la oblación adulta tenía algún "desorden psiquiátrico". Una dimensión obvia de esta situación es la familia contemporánea que, en palabras de Joel Kovel, "ha caído en un agujero de permanente crisis", tal y como indica el flujo interminable de individuos emocionalmente inestables que terminan en manos de la industria de la salud mental.

Si la alienación es la esencia de todas las condiciones psiquiátricas, entonces la psicología sería el estudio de los alienados; sin embargo, faltaría el reconocimiento de que esto es así. Para los cánones de Freud y la Sociedad Psicológica, el efecto de la sociedad sobre el individuo, que le impide reconocerse, es irrelevante para el diagnóstico y el tratamiento. De este modo la psiquiatría se apropia del dolor y la frustración que paralizan al individuo, los redefine como enfermedades y, en algunos casos, se muestra capaz de suprimir los síntomas.

Mientras, un mundo insano continúa con su racionalidad tecnológica, que excluye cualquier rasgo espontáneo o afectivo de la vida: la persona es sometida a una disciplina diseñada a costa de su sensualidad para hacer de ella un instrumento de producción. La enfermedad mental es un escape inconsciente y primario de este diseño, una forma de resistencia pasiva. R. D. Laing describía la esquizofrenia como un limbo psíquico que simula una especie de muerte para preservar algo de la propia vida interior. El esquizofrénico tipo ronda los veinte años y se halla en la cumbre del largo periodo de socialización, que le ha estado preparando para su incorporación a un rol en un puesto de trabajo. Pero él no es "adecuado" para este destino.

Históricamente, resulta curioso que la esquizofrenia esté íntimamente relacionada con la industrialización, como demuestra convincentemente Torrey en Esquizofrenia y civilización (1980). En años recientes, Szasz, Foucault, Goffman y otros han llamado la atención sobre los presupuestos ideológicos con que se contempla la 'enfermedad mental'. El lenguaje 'objetivo' encubre con eufemismos los prejuicios culturales, como en el caso de los 'desórdenes' sexuales: en el siglo XIX la masturbación se consideraba una enfermedad, y tan sólo en los últimos veinte años la homosexualidad ha dejado de catalogarse como un trastorno psicológico.

Resulta claro el componente de clase que ha intervenido en los orígenes y en el tratamiento de las enfermedades mentales. Lo que se denomina comportamiento 'excéntrico' entre los ricos, merece entre los pobres el calificativo de desorden mental, y un tratamiento bastante diferente. Por otro lado, un estudio de Hollingshead y Redlich, Clase socialy enfermedad mental (1958), ha demostrado que los pobres se muestran mucho más susceptibles de llegar a una situación emocional inestable. Roy Porter observó que el loco, imaginando el poder en sus manos, siente la omnipotencia y la impotencia simultáneamente. Esto nos recuerda que la alienación, la impotencia y la pobreza hacen que las mujeres sean más propensas a sufrir el colapso que los hombres. La sociedad hace que nos sintamos manipulados y, por tanto, desconfiados, 'paranoicos', ¿y quién no se deprime ante esta situación? La distancia entre la neutralidad y el buen criterio alegados por el modelo médico y los crecientes niveles de dolor y enfermedad aumenta progresivamente, mermando así la credibilidad de la industria sanitaria.

El fracaso de los anteriores métodos de control social ha dado un gran impulso a la medicina psicológica, expansionista en esencia, en las últimas tres décadas. El modelo terapéutico de la autoridad (y el poder del profesional, supuestamente libre de prejuicios, que lo respalda) se entremezcla cada vez más con el poder del estado, instituyendo una invasión del yo que ha conseguido llegar mucho más lejos que otros esfuerzos anteriores. "No existen límites para la ambición del control psicoanalítico; si estuviera a su alcance nada se le escaparía", según Guattari.

Respecto a la medicación aplicada a los comportamientos desviados hay también mucho que decir, aparte de las sanciones psiquiátricas aplicadas a los disidentes soviéticos, o el conjunto de técnicas de control mental, incluyendo la modificación del comportamiento, que se ha introducido en las prisiones de EEUU. El castigo ahora se acompaña del tratamiento, y el tratamiento introduce nuevas formas, más potentes, de castigo; la medicina, la psicología, la educación y el trabajo social adoptan progresivamente métodos de control y disciplina más eficaces, al tiempo que la maquinaria legal se vuelve más médica, más psicológica y más pedagógica. Pero este nuevo orden, que se asienta principalmente en el miedo y que necesita cada vez más de la cooperación de aquellos a quienes va dirigido, no garantiza la armonía cívica. De hecho, con el fracaso generalizado de este nuevo orden, la sociedad de clases está agotando sus tácticas y excusas, dando lugar a nuevas bolsas de resistencia.

La concepción de lo que hoy se denomina "salud mental comunitaria" tiene sus orígenes en el Movimiento de Higiene Mental de 1908.

Situada en el contexto de la degradación taylorista del trabajo llamada Gestión Científica, y frente a una amenazadora corriente de militancia de los trabajadores, la nueva ofensiva psicológica se apoyaba en la siguiente premisa: "la agitación individual llevada al extremo implica una mala higiene mental". La psiquiatría comunitaria representa una forma tardía y nacionalizada de esta psicología industrial, desarrollada para desviar las corrientes radicales de sus objetivos de transformación social y reprimirlas bajo el yugo de la productividad dominante. Hacia los años veinte, los trabajadores se habían convertido en el principal objeto de estudio de los profesionales de las ciencias sociales, como Elton Mayo y otros, en un momento en que la promoción del consumo como estilo de vida se empezaba a descubrir como un buen método para aliviar la inquietud colectiva e individual. Hacia finales de los años treinta la psicología industrial "había desarrollado ya muchas de las principales peculiaridades que hoy caracterizan a la psicología comunitaria" como los tests psicológicos masivos, el equipo de salud mental, los consejeros auxiliares no profesionales, la terapia familiar, las consultas externas y el consejo psiquiátrico en los negocios, como señala Diana Ralph en Trabajo y locura (1983).

El millón de hombres rechazados por las fuerzas armadas durante la II Guerra Mundial debido a su 'ineptitud mental', y el constante aumento de dolencias relacionadas con el estrés que se observó desde mediados de los cincuenta, llamaron la atención sobre la naturaleza enormemente paralizadora de la alienación industrial moderna. Se solicitó ayuda financiera al gobierno, que respondió con la legislación federal de 1963 sobre Centros de Salud Mental Comunitaria.

Armada con drogas tranquilizantes, relativamente nuevas, para anestesiar a los pobres y a los parados, se inició una nueva presencia estatal en áreas urbanas hasta entonces fuera del alcance del ethos terapéutico. No es de extrañar que algunos militantes negros vieran en estos servicios de salud mental un nuevo sistema, más refinado, de pacificación policial y de vigilancia de los guetos.

Las tribulaciones del orden dominante, siempre intranquilo frente a las masas, fueron resueltas principalmente, como en tantas otras ocasiones, por la poderosa imagen que la ciencia había creado sobre la normalidad, lo saludable y lo productivo. La autoinspección implacable, en función de los cánones de normalidad represiva establecidos por la Sociedad Psicológica, es la mejor aliada de la autoridad. La familia nuclear, en su momento, proporcionó el soporte psíquico de lo que Norman O. Brown llamaba "la pesadilla del progreso tecnológico en expansión infinita". Considerada por algunos como un bastión frente al mundo exterior, siempre ha funcionado como cadena de transmisión de la ideología reinante, más concretamente como el lugar donde se origina la psicología introvertida de las mujeres, donde se legitima su explotación social y económica y donde se ocultan las insatisfacciones sexuales.

Mientras tanto, la preocupación del estado por los niños conflictivos o delincuentes, no es sino otro aspecto del poder que se arranca a la familia, como han estudiado Donzelot y otros. En virtud de la imagen de lo que es bueno en términos médicos, el estado gana terreno y la familia pierde progresivamente sus funciones. Rothbaum y Weisz, en Psicopatología infantil y la búsqueda del control (1989), discuten el ascenso fulgurante de su profesión; La sociedad psiquiátrica (1982) de Castel, Castel y Lovell vislumbraba el día, no tan lejano, "en que la infancia estaría totalmente regida por la medicina y la psicología". De hecho, en algunos aspectos ya encontramos esta tendencia: James R. Schiffman, por ejemplo, escribió sobre uno de los síntomas de las familias destrozadas en "Aumenta de forma alarmante la cantidad de adolescentes que acaban en hospitales psiquiátricos" (Wall Street Journal, 3 febrero 1989).

La terapia es un ritual clave de esta religión psiquiátrica que nos invade. Los miembros de la Asociación Psiquiátrica Americana se elevaron de 27.355 en 1983 a 36.223 a finales de los ochenta. En 1989, un récord de veintidós millones de personas visitaron a los psiquiatras y a otros terapeutas; estos gastos se cubrían, total o parcialmente, con diversos planes de seguros. Teniendo en cuenta que tan sólo una pequeña minoría de aquellos que practican alguna de las aproximadamente quinientas variedades de psicoterapia, son psiquiatras o especialistas reconocidos por los seguros médicos, nos podemos imaginar la magnitud del mundo de la terapia en la sombra.

Philip Rieff consideraba el psicoanálisis como "uno más de los métodos para aprender a soportar la soledad producida por la cultura"; en mi opinión esta definición se acerca bastante a las relaciones que se producen en la terapia, curiosamente distantes, circunscritas a esa situación artificia), y asimétricas. La mayor parte del tiempo una persona habla y la otra escucha. El cliente casi siempre habla de sí mismo y el terapeuta casi nunca lo hace. El terapeuta elude escrupulosamente cualquier contacto social con los clientes, lo que les recuerda que no han estado hablando con un amigo, amén de los estrictos límites de tiempo que encierran un espacio divorciado de la realidad diaria. De modo similar, la naturaleza puramente contractual de la relación terapéutica, garantiza que en toda terapia se reproduzcan inevitablemente los mecanismos de la sociedad alienada. Tratar con la alienación mediante una relación pagada por horas supone pasar por airo la similitud entre terapeuta y prostituta, según los rasgos antes enumerados.

Gramsci definía al 'intelectual' como "el funcionario responsable del consenso", una formulación que también encaja con el rol del terapeuta. Al dirigir a otros para que concentren su "energía volitiva fuera del territorio social", como expresaba Guattari, los manipula para que acepten las constricciones de la sociedad. Al evitar todo enfrentamiento con las circunstancias sociales en las que se han desarrollado las experiencias de los clientes, el terapeuta refuerza la influencia de estas categorías sociales. Intenta centrar la atención de los clientes en las áreas llamadas 'reales', es decir, la vida personal y la infancia, dejando al margen todo lo relacionado con el trabajo y la sociedad. La salud psicológica, objetivo de la terapia, es en su mayor parte un proceso educativo; el cliente es llevado a aceptar la metafísica y las asunciones básicas del terapeuta. Francois Rousrang, en El psicoanálisis nunca te deja marchar (1983) se cuestionaba porqué un método terapéutico "cuyo objetivo explícito es lograr el desarrollo de una 'capacidad de disfrute y eficiencia' (Freud), acaba tan a menudo en alienación, bien porque el tratamiento se vuelve interminable, o bien porque (el cliente) adopta el discurso, el pensamiento, las tesis y los prejuicios del psicoanalista".

Desde el famoso artículo de Hans Lysenko en 1952, "Los efectos de la psicoterapia", innumerables estudios han validado este descubrimiento: "Las personas que han recibido psicoterapia intensa y prolongada no se encuentran mejor que aquéllas en situaciones equivalentes a las que no se ha proporcionado tratamiento durante el mismo intervalo de tiempo". Por otra parte, no cabe duda de que la terapia y el consuelo hacen que mucha gente se sienta mejor, independientemente de los resultados concretos. Esta anomalía probablemente se deba al hecho de que los consumidores de terapia creen que han sido cuidados, reconfortados, escuchados. En una sociedad cada día más fría, esto no es poco. También es cierto que la Sociedad Psicológica condiciona a sus sujetos para culparse a sí mismos, y que aquellos que más sienten la necesidad de una terapia suelen ser los más fácilmente explotables: los más solitarios, los más inseguros, los nerviosos, los depresivos, etc. Es fácil recordar aquí el viejo dicho: Natura, sanat, medicus curat (La naturaleza sana, el médico/consejero/terapeuta cura). Pero ¿dónde quedó lo natural en este mundo alienado, lleno de dolor y soledad, en el que nos encontramos? Ya no existe la posibilidad de rehacer el mundo. Si la terapia consiste en curar, qué otra posibilidad queda sino transformar este mundo, lo cual supondría, por supuesto, el fin de la 'sociedad de la terapia'. La Internacional Situacionista declaraba en 1963, con este mismo espíritu: "Antes o después, la I. S. debe definirse a sí misma como terapéutica".

Por desgracia, conforme avanzó la década, las grandes causas comunitarias adquirieron una orientación específicamente terapéutica, principalmente cuando el espíritu de los sesenta se fragmentó en esfuerzos menores, más idiosincrásicos. La idea predominante en un principio de que "lo personal es lo político" dio paso a las preocupaciones meramente personales, mientras la derrota y la desilusión se imponían sobre el activismo ingenuo.

Nacido de las respuestas críticas al psicoanálisis freudiano, que dirigía sus miras hacia las fases más tempranas del desarrollo humano, durante la infancia, el Movimiento de Potencial Humano comenzó a mediados de los sesenta y se consolidó a principios de los setenta. Basado en el ego consciente postfreudiano, el Movimiento de Potencial Humano popularizó todo un menú de terapias, que incluía seminarios de crecimiento personal, técnicas de conciencia corporal y disciplinas espirituales orientales. Casi oculto por esa marea de soluciones parciales yace un elemento potencialmente subversivo: la noción de que la vida "puede ser un tiempo de posibilidades infinitas y gozosas", como lo expresaba Adelaide Bry. La necesidad de alivio instantáneo del sufrimiento psíquico fomentó una preocupación creciente por la dignidad y el pleno desarrollo del individuo. Daniel Yankelovich (Nuevas Reglas, 1981) vio la importancia cultural de esta búsqueda, concluyendo que, hacia finales de los años setenta, un ochenta por ciento de los americanos practicaba esta búsqueda terapéutica de transformación.

Pero los métodos privatizados del Movimiento de Potencial Humano, que alcanzaron su máximo nivel con la Sociedad Psicológica, fueron incapaces, obviamente, de cumplir sus promesas de ruptura duradera y real. ArthurJanov reconocía que "todos en esta sociedad sufren mucho", pero no planteó ninguna reflexión crítica sobre la sociedad represiva que provocaba este sufrimiento. Su técnica del Grito Primigenio se califica como la cura más ridícula de los años setenta. La promesa de plenitud y poder que ofrecía la cinesiología consistía fundamentalmente en tecnologías bioelectrónicas ideadas para socializar a la gente de acuerdo con una visión del mundo y un objetivo autoritarios. La popularidad de grupos de culto como los Moonies recuerda a los procesos para los no iniciados: aislamiento, pérdida, expectación y sugestión; los lavados de cerebro y la búsqueda con connotaciones chamánicas son utilizados por ambos.

Hablando de manipulación psicológica intensiva, los Seminarios de Preparación de Werner Erhard fueron los más populares y, en cierto modo, el fenómeno más característico del Potencial Humano. Su fundador hizo una fortuna ayudando a los adeptos a sus seminarios a "elegir convertirse en lo que son". Con la clásica fórmula de culpar a la víctima, Erhard llevó a la gran masa de sus seguidores a una aceptación casi religiosa de una de las mentiras básicas del sistema: sus discípulos eran dócilmente conformistas porque "aceptaban su responsabilidad", la responsabilidad de haber creado las cosas tal como son. La Meditación Trascendental se mercantilizó, ayudando a sus adeptos a lograr una incorporación pasiva en la sociedad. La supuesta utilidad de la Meditación Trascendental para ajustarse a los variados "excesos y tensiones" de la sociedad moderna era uno de los principales argumentos de venta a las empresas, por ejemplo.

Atrapados en un mundo extremadamente racionalizado y tecnológico, los investigadores del Potencial Humano buscaban el desarrollo personal, la proximidad emocional y, por encima de todo, la sensación de tener algún control sobre sus vidas. Los bestsellers de autoayuda de los setenta, como Poder, Tus zonas erróneas. Cómo tomar el control de tu vida. Automación, Buscando el uno y Rompiendo tus propias cadenas, insisten en el tema del control. La doctrina de la realidad como una construcción personal, requería un control claramente definido. Una vez más, la aceptación de la realidad social como presupuesto suponía que "un entrenamiento de la sensibilidad", por ejemplo, podía traducirse en una gran insensibilidad hacia la mayor parte de la realidad, dando lugar a una mayor alienación, mayor ignorancia y mayor sufrimiento.

El Movimiento de Potencial Humano llegó al menos a popularizar la idea del fin de las enfermedades, aunque fracasó, al no poder hacer realidad dicha promesa. El conjunto de nuevas terapias invadió de forma apabullante la vida diaria, entrando en competencia con el antiguo modelo 'científico' de comportamiento, principalmente freudiano. En cuanto a las expectativas terapéuticas, apareció una esperanza fundamental, más allá del pensamiento positivo o del confesionalismo vacío.

Una forma común de autoayuda, que representa claramente un avance respecto a la terapia tradicional bajo la dirección de un experto, y respecto al adiestramiento comercializado de masas, como las 'presentaciones' y 'seminarios', es el famoso 'grupo de apoyo'. Basados en la igualdad de los miembros del grupo y ajenos a toda comercialización, los grupos de apoyo para distintos tipos de dolencia emocional se han cuadruplicado en número durante los últimos diez años.

Cuando estos grupos no están basados en la sujeción del individuo a un 'Poder Superior' y en la llamada 'ideología de los doce pasos', como ocurre con los grupos 'anónimos' (p. e. Alcohólicos Anónimos), proporcionan una gran fuente de solidaridad y trabajan contra el aislamiento y la alienación que supone tratar la enfermedad o la dolencia al margen del contexto social.

Si el Movimiento de Potencial Humano pensaba que era posible la creación de una nueva personalidad para transformar así la vida, la corriente de la Nueva Era se ajusta más al eslogan "Crea tu propia realidad". Si se tiene en cuenta que la desolación gana terreno a diario, parece deseable crear una realidad alternativa (el eterno consuelo de la religión). La Nueva Era, en vertiginosa expansión desde mediados de los ochenta, es en esencia una negación religiosa de la realidad, más determinante que la evasión psicologista reinante.

La religión se inventa un territorio de no alienación para compensar el actual; la filosofía de la Nueva Era anuncia el advenimiento de un tiempo de paz y armonía, que transformará radicalmente el inaceptable estado presente. Se trata de una religión sin exigencias, ecléctica, un sustituto al materialismo donde vale cualquier bálsamo, cualquier sinsentido oculto: canalización, curación con cristales, reencarnación, rescates realizados por OVNI’s, etc. "Es cierto si tú lo crees".

Todo va bien, al menos mientras marche conforme a lo que ordena la autoridad: la ira es perjudicial y la 'negatividad' es una circunstancia que hay que evitar a toda costa. Se supone que la Nueva Era tiene sus raíces en el feminismo y la ecología; pero también el movimiento nazi tuvo su origen en los trabajadores militantes (recuérdese el Partido Nacional Socialista de los Trabajadores Alemanes). Lo cual nos lleva a la principal influencia de la Nueva Era, Cari Jung. Es desconocido o resulta irrelevante para estos buscadores de la felicidad suprema que no 'juzgan' el hecho de que, en su intento por resucitar todas las viejas creencias y mitos, Jung no era tanto un psicólogo como una figura de la teología y la reacción. Es más, como presidente que fue de la Sociedad Internacional de Psicoterapia entre 1933 y 1939, dirigió su sección alemana, estrechamente relacionada con el movimiento nazi, y coeditó el Boletín de Psicoterapia junto con M. H. Góring, primo del Mariscal del Reich del mismo nombre.

Desde la aparición de Condiciones fronterizas y narcisismo patológico (1975) de Otto Kernberg, y de La cultura del narcisismo de Christopher Lasch (1978), ha ido tomando fuerza, aparentemente, la idea de que 'los desórdenes de la personalidad narcisista son el epítome de lo que nos sucede a todos, y representan la 'estructura subyacente' de nuestra era. Narciso, la imagen del amor a uno mismo y de la constante búsqueda de satisfacción, ha reemplazado a Edipo, con sus componentes de culpa y represión, como el mito de nuestro tiempo; esta corriente ha sido proclamada y aceptada más allá de la comunidad freudiana. Este cambio, que se viene produciendo desde los años sesenta, parece guardar mayor relación con la búsqueda del autodesarrollo del Potencial Humano que con la de Nueva Era, cuyos devotos se toman sus propios deseos menos en serio. Las fórmulas comunes de la Nueva Era, tales como "tú eres infinitamente creativo", "tú tienes un potencial ilimitado", pecan de promover entre aquellos que dudan de sus capacidades de cambio y crecimiento un deseo de satisfacción vago, vacunado contra la ira. Aunque el concepto de narcisismo resulta algo escurridizo clínica y socialmente, a menudo se manifiesta de un modo tan agresivo que asusta a los partisanos de la autoridad tradicional.

Debemos añadir que la preocupación del Potencial Humano por "conectar con los propios sentimientos" no era, ni mucho menos, tan fuertemente autoafirmativa como la del narcisismo, donde los sentimientos, principalmente la ira, son más poderosos que cualquier búsqueda de autoafirmación.

La cultura del narcisismo de Lasch, donde el autor hace un análisis social de la transición de Edipo a Narciso, todavía tiene una extraordinaria influencia; se le ha dado un gran eco y mucha publicidad por parte de aquellos que lamentan este alejamiento del sacrificio interiorizado y del respeto hacia la autoridad. El 'nuevo izquierdista Lasch demostró ser un freudiano estricto y profundamente conservador, con su mirada nostálgica hacia los días de la conciencia autoritaria apoyada en una fuerte disciplina social y paternal. No hay huellas de rebeldía en la obra de Lasch, que se acoge al orden represivo existente como la única moralidad disponible. De igual modo, Neil Postman muestra su agrio rechazo a la personalidad narcisista "guiada por el impulso", en Divirtiéndonos hasta morir (1985). Postman moraliza sobre el declive del discurso político, que nunca más será "serio", sino "marchito y absurdo"; una circunstancia causada por la actitud comúnmente extendida de anteponer "el divertimento y el placer" a "un compromiso serio con lo público". Cabe mencionar también a Sennett y a Bookchin, dos radicales que contemplan la retirada narci- sista del marco político actual como cualquier cosa menos positiva o subversiva. Pero hasta un freudiano ortodoxo como Russell Jacoby reconocía que en la corrosión del sacrificio, "el narcisismo abriga una protesta en nombre de la salud y la felicidad individuales", y Gilíes Lipovetsky consideraba que el narcisismo francés había nacido durante las revueltas de mayo del 68.

De modo que el narcisismo es algo más que la ubicación del deseo en uno mismo, o la necesidad de mantener la identidad y la autoestima. Cada vez hay más gente 'narcisistamente preocupada; esto es producto de la falta de amor, de la alienación extrema de una sociedad dividida y de su empobrecimiento cultural y espiritual. El narcisista posee un profundo sentimiento de vacío, unido a una rabia sin límites y oculta a menudo bajo la superficie, causada por la sensación de dependencia que provoca una vida de dominación.

La teoría freudiana atribuye el rasgo de la rebeldía a un inmaduro "estancamiento en el erotismo anal", ignorando por completo el contexto social; Lasch expresa su miedo al "resentimiento e insubordinación" narcisistas, con una defensa paralela de la existencia opresiva. El deseo iracundo de autonomía y valoración propia trae a la mente otro conflicto de valores que se relaciona con el valor en sí mismo. En cada uno de nosotros habita un narcisista que quiere ser amado por sí mismo y no por sus capacidades, ni siquiera por sus cualidades. Valor de por sí, intrínseco, una orientación peligrosamente antiinstrumental, anticapitalista. Para un terapeuta como Arnold Rothstein, "esta expectativa de que el mundo nos gratifique, sólo porque lo deseamos" es repugnante. Prescribe un largo tratamiento de psicoanálisis que, en última instancia, permitirá una aceptación de "la relativa pasividad, el desamparo y la vulnerabilidad implícitas en la condición humana".

Otros autores han visto en el narcisismo el ansia por un mundo cualitativamente diferente. Norman O. Brown se refería a su proyecto de "unión amorosa con el mundo"; la feminista Stephanie Engel ha argumentado que "la llamada al recuerdo de la dicha narcisista original nos empuja a un sueño de futuro". Marcuse veía el narcisismo como un elemento esencial del pensamiento utópico, una estructura mítica que celebra y anhela la plenitud. La Sociedad Psicológica ofrece, por supuesto, todo tipo de comodidades (desde ropa y coches hasta libros y terapias) para cada estilo de vida, en un esfuerzo vano por mitigar el apetito dominante de autenticidad. Debord afirmaba acertadamente que cuanto más cedamos al reconocimiento de nuestro yo en las imágenes predominantes de las necesidades, menos entenderemos nuestra propia existencia y nuestros deseos. Las imágenes que la sociedad nos proporciona no nos permiten sentirnos reconfortados como parte de esa sociedad, en su lugar nos invade una furibunda y ansiosa sensación de desorientación y negación, que convierte el 'narcisismo' en una configuración subversiva del sufrimiento.

Hace dos siglos, Schiller hablaba de la "herida" que la civilización ha infligido a la humanidad moderna: la división del trabajo. Al anunciar la era del "hombre psicológico", Philip Rieff distinguía una cultura "donde la técnica está invadiendo y conquistando al último enemigo: la vida interior humana, la misma psique". En la cultura de nuestra era burocrática e industrial, el delegar en expertos para que interpreten y evalúen la vida interior es el logro más maligno y opresor de la división del trabajo. Conforme nos hemos ido alienando de nuestras propias experiencias, que son procesadas, estandarizadas, etiquetadas y sujetas a un control jerárquico, surge la tecnología como el poder oculto tras nuestra miseria y como la principal forma de dominación ideológica.

De hecho, la tecnología ha llegado a reemplazar a la ideología. La fuerza que nos deforma se manifiesta constantemente, mientras que las ilusiones son expulsadas mediante el sufrimiento. Lasch y otros pueden ofenderse e intentar ignorar la naturaleza exigente del espíritu 'psicológico' contemporáneo, pero para muchos está cobrando importancia, aun cuando el resultado sea igual de confuso.

Así la Sociedad Psicológica puede estar fallando al desviar, o incluso demorar, el conflicto mediante su pregunta favorita, "¿puede uno cambiar?". La pregunta real es si podemos obligar a cambiar al "mundo que refuerza nuestra incapacidad para cambiar", hasta que resulte irreconocible.


* John Zerzan es un filósofo y sociólogo. Vinculado al ala “primitivista” del anarquismo norteamericano, su nombre saltó relativamente a la fama tras los acontecimientos de Seattle de hace dos años, de los cuales se les considera inspirador. Colabora habitualmente con la revista Anarchy.

** Este trabajo, titulado originalmente “Things We Do”, apareció en la revista Anarchy (Columbia), nº 45, primavera-verano de 1998.